jueves, 23 de diciembre de 2010

Mensajes de Spurgeon - Lista 1



  • Adelante


  • Arrepentimiento para Vida




  • Certificado de Éxito en la Oración



  • Como Suplicar



  • Confesion de Pecado



  • Confirmando el Testimonio de Cristo



  • Cristo Crucificado



  • Cristo La Roca



  • Decaimiento de Animo en el Ministro



  • Del Estercolero al Trono



  • !Despertad! !Despertad!



  • Dios la Salvación de su Pueblo



  • El Poder Del Espíritu Santo



  • El Consolador



  • El Amor a Jesús



  • El Cántico de los ángeles



  • El Cielo y el Infierno




  • Volver a Lista de Predicadores



     

    El Consolador - Parte 1

    Por: Charles Spurgeon

    "Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho." Juan 14: 26

    El buen anciano Simeón llamó a Jesús 'la consolación de Israel' y en verdad lo fue. Antes de Su aparición real, Su nombre era el 'Lucero de la Mañana' que ilumina la oscuridad y profetiza la llegada del alba. A Él miraban con la misma esperanza que alienta al centinela nocturno, cuando desde la almena del castillo divisa la más hermosa de las estrellas y la aclama como pregonera de la mañana.

    Cuando estaba en la tierra, fue la consolación de quienes gozaron del privilegio de ser Sus compañeros. Podemos imaginar cuán prestamente acudían a Cristo los discípulos para comentarle sus aflicciones, y cuán dulcemente les hablaba y disipaba sus temores con aquella inigualable entonación de Su voz. Como hijos, ellos le consideraban como un Padre; a Él presentaban toda carencia, todo gemido, toda angustia y toda agonía, y Él, cual sabio médico, tenía un bálsamo para cada herida; Él había confeccionado un cordial para cada una de sus penas; y dispensaba prontamente un potente remedio para mitigar toda la fiebre de sus tribulaciones.

    ¡Oh, debe haber sido muy dulce vivir con Cristo! En verdad las aflicciones entonces no eran sino gozos enmascarados, porque proporcionaban la oportunidad de acudir a Jesús para alcanzar su alivio. ¡Oh, que hubiéramos podido posar nuestras cabezas sobre el pecho de Jesús, y que nuestro nacimiento hubiera sido en aquella feliz época que nos habría permitido escuchar Su amable voz, y contemplar Su tierna mirada, cuando decía: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados"!

    Pero ahora se acercaba la hora de su muerte. Grandes profecías iban a ver su cumplimiento, y grandes propósitos iban a ser cumplidos, y por ello, Jesús debía partir. Era menester que sufriera, para que se convirtiera en la propiciación por nuestros pecados. Era menester que dormitara durante un tiempo en el polvo, para que pudiera perfumar la cámara del sepulcro a fin de que:


    "Ya no fuera más un osario que cerque
    Las reliquias de la perdida inocencia."



    Era menester que tuviera una resurrección, para que nosotros, que un día seremos los muertos en Cristo, resucitemos primero, y nos plantemos sobre la tierra en cuerpos gloriosos. Y era menester que ascendiera a lo alto para llevar cautiva la cautividad, para encadenar a los demonios del infierno, para atarlos a las ruedas Su carruaje y arrastrarlos cuesta arriba a la colina del alto cielo, para hacerles vivir una segunda derrota que será infligida por Su diestra cuando los arroje desde los pináculos del cielo hasta las más hondas profundidades de abajo. "Os conviene que yo me vaya", -dijo Jesús- "porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros."

    Jesús debe partir. Lloren ustedes que son Sus discípulos. Jesús ha de irse. Lamenten ustedes, pobres criaturas, que han de quedarse sin un Consolador. Pero escuchen cuán tiernamente habla Jesús: "No os dejaré huérfanos." "Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre." Él no dejaría solas en el desierto a esas pobres ovejas escasas; Él no desampararía a Sus hijos dejándolos huérfanos. No obstante que tenía una poderosa misión que en verdad le ocupaba alma y vida; no obstante que tenía tanto que llevar a cabo, que habríamos podido pensar que incluso Su gigantesco intelecto estaría sobrecargado; no obstante que tenía tanto que sufrir, que podríamos suponer que Su alma entera estaba concentrada en el pensamiento de los sufrimientos que tenía que soportar, sin embargo, no fue así; antes de irse proporcionó reconfortantes palabras de consuelo; como el buen samaritano, derramó aceite y vino; y vemos qué es lo que prometió: "Les enviaré otro Consolador; uno que será justo lo que Yo he sido, e incluso será algo más: les consolará en sus angustias, disipará sus dudas, les reconfortará en sus aflicciones, y estará como mi vicario en la tierra, para hacer lo que Yo habría hecho, de haberme quedado con ustedes."

    Antes de que predique acerca del Espíritu Santo como el Consolador, debo hacer una o dos observaciones acerca de las diferentes traducciones de la palabra "Consolador". La traducción de la Biblia de Reims, que ustedes saben que fue adoptada por los católicos romanos, ha optado por dejar esa palabra en el idioma original, y la ofrece como "Paráclito". "Mas el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho". Esta es la palabra griega original, que significa otras cosas además de "Consolador". Algunas veces quiere decir monitor o instructor: "Les enviaré otro monitor, otro maestro". Frecuentemente significa: "Abogado"; pero el significado más común de la palabra es el que tenemos aquí: "Les enviaré otro Consolador". Sin embargo, no podemos pasar por alto esas otras dos interpretaciones, sin decir algo sobre ellas.

    "Les enviaré otro maestro". Jesucristo fue el maestro oficial de Sus santos mientras estuvo en la tierra. A nadie llamaron Rabí excepto a Cristo. No se sentaron a los pies de ningún hombre para aprender sus doctrinas, sino que las recibieron directas de labios de Aquel de quien se dijo: "¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!" "Y ahora", -dice Él- "cuando me vaya, ¿dónde podrán encontrar al gran maestro infalible? ¿Les habré de constituir a un Papa en Roma, a quien acudirán, y quien será su oráculo infalible? ¿Les daré los concilios de la iglesia que tendrán por fin decidir todos los puntos intrincados?" Cristo no dijo tal cosa. "Yo soy el Paráclito o el Maestro infalible, y cuando me vaya, les enviaré otro maestro y Él será la persona que ha de explicarles la Escritura; Él será el oráculo de Dios con autoridad que pondrá en claro todas las cosas oscuras, develará los misterios, desenredará todos los nudos de la Revelación y les hará entender aquello no podrían descubrir, a no ser por Su influencia."

    Y, amados, nadie aprende rectamente algo, si no es enseñado por el Espíritu. Podrían aprender la elección, y podrían conocerla de tal manera que fueran condenados por ello, si no fueran enseñados por el Espíritu Santo, pues he conocido a algunas personas que han aprendido la lección de la elección para destrucción de sus almas; la aprendieron al punto que dijeron que eran de los elegidos, siendo así que no poseían señales, ni evidencias y ni obra alguna del Espíritu Santo en sus almas. Hay una forma de aprender la verdad en la universidad de Satanás, y de sostenerla en el libertinaje; pero si es así, será a sus almas como veneno a sus venas, y demostrará ser su ruina sempiterna.

    Nadie puede conocer a Jesucristo a menos que sea enseñado por Dios. No hay doctrina de la Biblia que pueda ser aprendida de manera segura, plena y verdadera, excepto por la agencia del único maestro que posee la autoridad. ¡Ah!, no me hablen de los sistemas ni de los esquemas de la teología; no me hablen de comentaristas infalibles, o de doctores sumamente instruidos y sumamente arrogantes; sino háblenme del Grandioso Maestro que nos ha de instruir a nosotros, los hijos de Dios, y nos hará sabios para entender todas las cosas. Él es el Maestro; no importa lo que este o ese hombre digan; no me apoyo en la jactanciosa autoridad de nadie, ni ustedes lo hacen tampoco. Ustedes no se dejan llevar por la astucia de los hombres, ni por el ardid de las palabras; este es el oráculo que cuenta con la autoridad: el Espíritu Santo, que descansa en los corazones de Sus hijos.

    La otra traducción es abogado. ¿Han pensado alguna vez cómo puede decirse que el Espíritu Santo sea un abogado? Ustedes saben cómo Jesucristo es llamado Admirable, Consejero, Dios fuerte; pero ¿por qué puede decirse que el Espíritu Santo es un abogado? Yo supongo que es por esto: Él es un abogado en la tierra para argumentar en contra de los enemigos de la cruz. ¿Por qué Pablo pudo argumentar con tanta eficacia ante Félix y Agripa? ¿Por qué los apóstoles permanecieron impertérritos delante de los magistrados, y pudieron confesar a su Señor? ¿Por qué ha sucedido que, en todos los tiempos, los ministros de Dios se volvieran intrépidos como leones, y sus frentes fueran más firmes que el bronce, sus corazones más rígidos que el acero, y sus palabras como el lenguaje de Dios?

    Vamos, es simplemente por esta razón: no era el hombre quien argumentaba, sino Dios el Espíritu Santo era quien argumentaba por su medio. ¿No han visto alguna ocasión a un ministro denodado, con manos alzadas y ojos llenos de lágrimas, argumentando con los hijos de los hombres? ¿Nunca han admirado ese cuadro proveniente de la mano del viejo John Bunyan? Una persona circunspecta con los ojos alzados al cielo, el mejor de los libros en su mano, la ley de la verdad escrita sobre sus labios, el mundo a su espalda, estando en posición de argumentar con los hombres, y con una corona de oro colocada sobre su cabeza.

    ¿Quién le dio a ese ministro un comportamiento tan bendito y un asunto tan excelente? ¿De dónde provino su destreza? ¿Acaso la obtuvo en la universidad? ¿Acaso la aprendió en el seminario? ¡Ah, no!; la aprendió del Dios de Jacob; la aprendió del Espíritu Santo, pues el Espíritu Santo es el grandioso consejero que nos enseña cómo abogar su causa rectamente.

    Pero, además de esto, el Espíritu Santo es el abogado en los corazones de los hombres. ¡Ah!, he conocido hombres que rechazan una doctrina hasta que el Espíritu Santo comienza a iluminarlos. Nosotros, que somos los abogados de la verdad, somos frecuentemente unos muy pobres argumentadores; estropeamos nuestra causa por culpa de las palabras que usamos; pero es una misericordia que el alegato esté en la mano de un argumentador especial, que abogará exitosamente y vencerá la oposición del pecador. ¿Acaso se enteraron jamás que alguna vez fallara?

    Hermanos, me dirijo a sus almas: ¿no les convenció Dios de pecado en tiempos pasados? ¿No vino el Espíritu Santo y les demostró que ustedes eran culpables, aunque ningún ministro hubiere podido sacarlos jamás de su justicia propia? ¿No abogó la justicia de Cristo? ¿No llegó para decirles que sus obras eran como trapo de inmundicia? Y cuando ya casi habían decidido no escuchar Su voz, ¿no trajo consigo el tambor del infierno haciéndolo sonar junto a sus oídos, y pidiéndoles que miraran a través de la perspectiva de años futuros para ver el trono establecido, y los libros abiertos, y la espada blandida, y el infierno ardiendo, y los diablos aullando, y los condenados chillando por siempre? ¿Y no los convenció de esa manera del juicio venidero? Él es un poderoso abogado cuando argumenta en el alma acerca de pecado, de justicia y del juicio venidero.

    ¡Bendito abogado, argumenta en mi corazón, argumenta con mi conciencia! Cuando peque, infunde valor a mi conciencia para que me lo diga; cuando yerre, haz hablar a la conciencia de inmediato; y cuando me aparte y me vaya por caminos torcidos, entonces aboga la causa de la justicia, y ordéname que me quede en confusión, conociendo mi culpabilidad a los ojos de Dios.

    Pero hay todavía otro sentido en el que el Espíritu Santo intercede, y es que aboga nuestra causa con Jesucristo, con gemidos indecibles. ¡Oh alma mía, tú estás a punto de estallar dentro de mí! Oh corazón mío, tú estás henchido de dolor; la marea ardiente de mi emoción está muy cerca de desbordar los canales de mis venas. Anhelo hablar, pero el propio deseo encadena mi lengua. Deseo orar, pero el fervor de mi sentimiento reprime mi lenguaje. Hay un gemido interior que no puede ser expresado. ¿Saben quién puede expresar ese gemido, quién puede entenderlo, y quién puede ponerlo en un lenguaje celestial y enunciarlo en la lengua del cielo, para que Cristo lo oiga? ¡Oh, sí!, es Dios el Espíritu Santo; él aboga nuestra causa con Cristo, y luego Cristo la aboga con Su Padre. Él es el abogado que intercede por nosotros con gemidos indecibles.

    El Consolador - Parte 2

    Habiendo explicado así el oficio del Espíritu como maestro y como abogado, llegamos ahora a la traducción de nuestra versión: el Consolador; y aquí tendré tres divisiones. En primer lugar, el consolador; en segundo lugar, el consuelo; y en tercer lugar, el consolado.

    I. Primero, entonces, tenemos al CONSOLADOR. Permítanme repasar brevemente en mi mente y también en la suya, las características de este glorioso Consolador. Permítanme decirles algunos de los atributos de Su consuelo, para que entiendan cuán convenientemente adaptado es para el caso suyo.

    Y primero, señalaremos que Dios, el Espíritu Santo, es un Consolador muy amoroso. Me encuentro turbado y necesito consolación. Algún transeúnte se entera de mi aflicción, y entra, se sienta y trata de animarme; me dice palabras reconfortantes; pero él no me ama, es un extraño que no me conoce del todo, y sólo ha entrado para probar su habilidad; ¿y cuál es el resultado? Sus palabras se resbalan sobre mí como el aceite en una losa de mármol; son como la lluvia que golpetea sobre la roca; no interrumpen mi dolor, que permanece inconmovible como el diamante, ya que él no siente amor por mí. Pero si alguien que me amara encarecidamente como a su propia vida viniera y argumentara conmigo, entonces sus palabras se convierten en música en verdad; saben a miel; él conoce la contraseña que abre las puertas de mi corazón, y mi oído está atento a cada palabra; capto la entonación de cada sílaba al sonar, pues es como la armonía de las arpas del cielo.

    ¡Oh!, hay una voz enamorada que habla un lenguaje que le es propio, un idioma y un acento que nadie podría imitar; la sabiduría no podría imitarlo; la oratoria no podría alcanzarlo. El amor es el único que puede alcanzar al corazón doliente; el amor es el único pañuelo que puede enjugar las lágrimas del hombre doliente. ¿Y no es el Espíritu Santo un amoroso Consolador? ¿Sabes, oh santo, cuánto te ama el Espíritu Santo? ¿Puedes medir el amor del Espíritu? ¿Conoces cuán grande es el afecto de Su alma por ti? Anda, mide al cielo con tu palmo; anda, pesa los montes con balanza; anda, toma el agua del océano, y cuenta cada gota; anda, cuenta la arena sobre la vasta playa del mar; y cuando hubieres cumplido esto, podrías decir cuánto te ama. Él te ha amado por largo tiempo; te ha amado considerablemente, te amó siempre; y todavía te amará. En verdad, Él es la persona que ha de consolarte, porque te ama. Entonces, dale entrada a tu corazón, oh cristiano, para que te consuele en tu calamidad.

    Pero, además, Él es un Consolador fiel. El amor algunas veces resulta ser infiel. "¡Oh, más dañino que el colmillo de una serpiente" es un amigo infiel! ¡Oh, mucho más amargo que la hiel de la amargura es tener un amigo que me dé la espalda en mi zozobra! ¡Oh, ay de ayes es experimentar que uno que me ama en mi prosperidad me abandone en el tenebroso día de mi tribulación! Es triste verdaderamente: pero el Espíritu de Dios no es así. Él ama sempiternamente, y ama hasta el fin: Él es un Consolador fiel.

    Hijo de Dios: tú tienes problemas. Hace muy poco descubriste que Él era un Consolador dulce y amoroso; te proporcionó alivio cuando otros no fueron sino cisternas rotas; Él te albergó en Su seno, y te llevó en Sus brazos. Oh, ¿por qué motivo desconfías de Él ahora? ¡Desecha tus temores, pues Él es un Consolador fiel!

    "¡Ah!, pero", -dices tú- "temo que enfermaré y me veré privado de Sus ordenanzas". Sin embargo, Él te visitará en tu lecho de enfermo, y se sentará junto a ti para proporcionarte la consolación.

    "¡Ah!, pero yo tengo angustias mayores de las que puedas concebir; muchas ondas y olas pasan sobre mí; un abismo llama a otro a la voz de las cascadas del Eterno." Sin embargo, Él será fiel a Su promesa.

    "¡Ah!, pero yo he pecado". Eso has hecho, pero el pecado no puede apartarte de Su amor; Él aún te ama.

    No pienses, oh pobre hijo abatido de Dios, que debido a que las cicatrices de tus viejos pecados han desfigurado tu belleza, te ama menos por causa de esa imperfección. ¡Oh, no! Él te amó aun cuando tuvo un conocimiento anticipado de tu pecado; Él te amó sabiendo cuál sería el agregado de tu maldad; y no te ama menos ahora. Acércate a Él con todo el valor de la fe; dile que le has contristado, y Él olvidará tu descarrío y te recibirá de nuevo; los besos de Su amor serán dispensados sobre ti, y te tomará en los brazos de Su gracia. Él es fiel: confía en Él; Él no te engañará nunca; confía en Él: nunca te abandonará.

    Además, Él es un Consolador infatigable. Algunas veces yo he tratado de consolar a ciertas personas que son probadas. Tú te enfrentas ocasionalmente con el caso de una persona nerviosa. Le preguntas: "¿qué te aqueja?"; esa persona te responde, y tú procuras quitar el problema, si fuera posible, pero mientras estás preparando tu artillería para demoler el problema, descubres que ha cambiado su morada y está ocupando una posición muy diferente. Tú cambias tu argumento y comienzas de nuevo; pero he aquí, se ha movido otra vez, y tú estás azorado. Te sientes como Hércules cuando cortaba las cabezas de la Hidra, que siempre volvían a crecer, y renuncias a tu tarea con desesperación. Te encuentras con personas a quienes es imposible consolar, que más bien le recuerdan a uno al hombre que se encadenó a sí mismo con grilletes y se deshizo de la llave de tal forma que nadie podía liberarlo.

    Yo me he encontrado con personas aprisionadas con los grilletes de la desesperación. "Oh, yo soy el hombre", -dicen- "que ha visto a la aflicción; compadézcanme, compadézcanme, oh amigos míos"; y entre más tratas de consolar a gente así, peor se ponen; y por eso, descorazonados, les dejamos vagar por las tumbas de sus gozos anteriores.

    Pero el Espíritu Santo nunca se descorazona con quienes desea consolar. Él intenta consolarnos y nosotros eludimos el dulce cordial; Él nos da un dulce brebaje para curarnos, y nosotros no queremos tomarlo; Él nos da una portentosa poción para alejar todos nuestros problemas, y nosotros la hacemos a un lado. Aun así, Él nos persigue; y aunque nosotros decimos que no queremos ser consolados, Él afirma que lo seremos, y cuando dice algo, lo cumple. Él no se desalentará por todos nuestros pecados, ni por todas nuestras murmuraciones.

    Y oh, cuán sabio Consolador es el Espíritu Santo. Job tenía consoladores, y pienso que dijo la verdad cuando afirmó: "Consoladores molestos sois todos vosotros". Pero me atrevo a decir que ellos se consideraban sabios; y cuando el joven Eliú se levantó para hablar, ellos pensaron que rebosaba todo un mundo de impudencia. ¿Acaso no eran ellos "Venerables, dignos y muy poderosos señores"? (1) ¿Acaso no comprendían su dolor y su aflicción? Si ellos no podían consolarle, ¿quién podría hacerlo? Pero ellos no descubrieron la causa. Ellos pensaron que no era realmente un hijo de Dios, y que más bien creía tener justicia propia, y por ello le dieron el medicamento equivocado. Es una situación terrible cuando el doctor diagnostica equivocadamente la enfermedad y da una prescripción errónea, y así, tal vez, mata al paciente.

    Algunas veces, cuando vamos y visitamos a la gente, confundimos su enfermedad: queremos aliviarlos sobre este punto, cuando no requieren ese tipo de alivio en absoluto, y sería mucho mejor que se les dejase solos, que arruinados por causa de tales consoladores molestos como somos nosotros.

    Pero, ¡oh, cuán sabio es el Espíritu Santo! Él toma al alma, la pone sobre la mesa, y ejecuta la disección en un instante; encuentra la raíz del asunto, revisa dónde está el mal, y luego aplica el bisturí donde haya algo que deba ser extraído, o pone un emplasto donde esté la llaga; y nunca se equivoca. ¡Oh, cuán sabio es el bendito Espíritu Santo! Me aparto de todo consolador me aparto y renuncio a todos ellos, pues Tú eres el único que proporciona la más sabia consolación.

    Luego, observen cuán seguro Consolador es el Espíritu Santo. Fíjense en esto: no todo consuelo es seguro. Hay un joven por allá que está muy melancólico. Ustedes saben por qué se puso así. Entró a la casa de Dios y escuchó a un poderoso predicador, y la palabra fue bendecida y lo convenció de pecado. Cuando regresó al hogar, su padre y el resto de la familia descubrieron que había algo diferente en él. "Oh", -dijeron- "Juan está demente, está loco". ¿Y qué dijo su madre? "Que vaya a la campiña por una semana; que asista al baile o al teatro". ¡Juan!, ¿encontraste algún consuelo allí? "Ah, no; me puse peor, pues mientras estaba allí, pensaba que el infierno podría abrirse y tragarme." ¿Encontraste algún alivio en las alegrías del mundo? "No," -respondes- "pienso que fue una inútil pérdida de tiempo." ¡Ay!, ese es un miserable consuelo, pero es el consuelo del mundano; y cuando un cristiano entra en angustia, cuántos le recomendarán este remedio o aquel otro. "Anda y escucha predicar al señor Tal y Tal; invita a unos cuantos amigos a tu casa; lee tal y tal volumen reconfortante"; y muy probablemente ese sea el consejo más inseguro del mundo.

    El diablo vendrá a veces a las almas de los hombres como un falso consolador, y le dirá al alma: "¿qué necesidad hay de hacer todo este ruido acerca del arrepentimiento? Tú no eres peor que otras personas", e intentará hacer creer al alma que lo que no es sino una presunción, es la seguridad real del Espíritu Santo; así engaña a muchos mediante un falso consuelo.

    Ah, ha habido muchos, como infantes, que han sido destruidos por los elíxires suministrados para inducirles al sueño; muchos han sido arruinados por el grito de "paz, paz", cuando no hay paz, oyendo cosas benignas cuando deberían ser sacudidos en lo más vivo. El áspid de Cleopatra fue transportado en una canasta de flores; y la ruina de los hombres acecha con frecuencia en palabras dulces y hermosas. Mas el consuelo del Espíritu Santo es seguro, y pueden confiar en él. Si Él dice la palabra, contiene una realidad; si Él ofrece la copa de la consolación, puedes tomarla hasta el fondo, pues no hay sedimentos en sus profundidades, ni nada que intoxique o arruine, y todo es seguro.

    Además, el Espíritu Santo es Consolador activo: Él no consuela con palabras, sino con hechos. Algunos consuelan diciendo: "Id en paz, calentaos y saciaos." Pero el Espíritu Santo da, Él intercede con Jesús. Él nos da promesas, nos da gracia y así nos consuela. Observen además que Él es siempre un Consolador exitoso; no intenta aquello que no pueda cumplir.

    Entonces, para concluir, Él es un Consolador siempre presente, de tal manera que no tienes que enviar por Él. Tu Dios está siempre cerca de ti, y cuando necesitas consuelo en tu angustia, he aquí, cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón; Él es una ayuda siempre presente en el tiempo de la aflicción. Desearía tener el tiempo para expandir estos pensamientos, pero no puedo hacerlo.

    II. El segundo punto es el CONSUELO. Ahora hay algunas personas que comenten un grave error acerca de la influencia del Espíritu Santo. Un hombre insensato que tenía la fantasía de predicar en un cierto púlpito, -aunque en verdad era sumamente incapaz de ese deber- visitó al ministro, y le aseguró solemnemente que el Espíritu Santo le había sido revelado que había de predicar en su púlpito.

    "Muy bien", -dijo el ministro- "supongo que no debo dudar de tu aseveración, pero como no me ha sido revelado que debo dejarte predicar, has de proseguir tu camino hasta que me sea revelado."

    He oído decir a muchas personas fanáticas que el Espíritu Santo les reveló estas cosas y aquellas cosas. Ahora, eso es en sentido general, un disparate revelado. El Espíritu Santo no revela nada nuevo ahora. Él nos recuerda las cosas antiguas. "Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho". El canon de la revelación está cerrado; no hay nada más que deba agregarse. Dios no da una revelación fresca, sino que remacha la antigua. Cuando ha sido olvidada, y puesta en la polvorienta cámara de nuestra memoria, Él saca y limpia el cuadro, mas no pinta uno nuevo. No hay nuevas doctrinas, sino que las antiguas son frecuentemente revividas. Afirmo que no es por medio de una nueva revelación que el Espíritu consuela. Él lo hace diciéndonos repetidamente las cosas antiguas; Él trae una lámpara nueva para revelar los tesoros escondidos en la Escritura; abre los recios baúles en los que había permanecido por largo tiempo la verdad, y apunta hacia cámaras secretas llenas de riquezas indecibles; pero no acuña cosas nuevas pues nos basta con lo que hay.

    ¡Creyente!, hay para ti lo suficiente en la Biblia para que vivas de ello para siempre. Aunque tú rebasaras los años de Matusalén, no habría necesidad de una fresca revelación; si llegaras a vivir hasta que Cristo venga a la tierra, no habría necesidad de añadir una sola palabra; si tuvieras que descender tan profundo como Jonás, o incluso descender como David comentó que lo hizo, hasta el seno del Seol, aun así habría lo suficiente en la Biblia para consolarte sin necesidad de una frase suplementaria. Mas Cristo dice: "Tomará de lo mío, y os lo hará saber". Ahora, permítanme decirles brevemente qué es lo que el Espíritu nos dice.

    ¡Ah!, Él susurra al corazón: "Santo, ten ánimo; hay Uno que murió por ti; mira al Calvario; contempla Sus heridas; advierte el torrente que brota de Su costado; allí está tu comprador, y tú estás seguro. Él te ama con un amor eterno, y esta disciplina es ejercida para tu bien; cada golpe está obrando tu curación; por el moretón de la herida, tu alma es mejorada. "Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo." No dudes de Su gracia por causa de tu tribulación, sino que has de creer que Él te ama tanto en las estaciones de tribulación como en los tiempos de felicidad.

    Y luego, además, dice: "¿Qué es todo tu sufrimiento comparado con el sufrimiento de tu Señor? ¿O cuál es toda tu turbación cuando es pesada en la balanza de las agonías de Jesús?" ¡Y especialmente en algunas ocasiones el Espíritu Santo quita el velo del cielo, y permite que el alma contemple la gloria del mundo superior! Entonces es cuando el santo puede decir: "¡Oh, Tú eres un Consolador para mí!"

    "No importa que lluevan ansiedades como fiero diluvio,
    Y que caigan tormentas de aflicción;
    Que tan sólo llegue a salvo al hogar,
    Mi Dios, mi cielo, mi todo".


    Algunos de ustedes podrían seguirme si fuera a contar acerca de las manifestaciones del cielo. Ustedes también han dejado sol, luna y estrellas a sus pies, cuando en su vuelo, aventajando al relámpago rezagado, parecían entrar por las puertas de perla, y pisar las calles de oro, llevados a lo alto sobre las alas del Espíritu. Pero en este punto no debemos confiar en nosotros, para evitar que, perdidos en los ensueños, nos olvidemos de nuestro tema.

    III. Y ahora, en tercer lugar, ¡quiénes son las personas CONSOLADAS! Me gusta, y ustedes lo saben, clamar al final de mi sermón: "¡Divídanse, divídanse!" Hay dos grupos aquí: algunos que son los consolados, y otros, que son los desconsolados, algunos que han recibido la consolación del Espíritu Santo, y algunos que no la han recibido. Ahora hemos de tratar de zarandearlos para ver quiénes son el tamo y quiénes son el trigo; y que Dios nos conceda que algunos que conforman el tamo sean transformados esta noche en Su trigo.

    Ustedes podrían preguntarse: "¿cómo podría saber si soy un receptor del consuelo del Espíritu Santo?" Pueden saberlo mediante una regla. Si han recibido una bendición de Dios, recibirán también todas las otras bendiciones. Permítanme que me explique. Si yo pudiera venir aquí como un subastador, y vendiera el evangelio en lotes, lo vendería todo. Si yo pudiera decir: aquí está la justificación a través de la sangre de Cristo, libre, regalada, de gratis, muchos dirían: "yo quiero tener la justificación: dámela; deseo ser justificado, deseo ser perdonado". Supongan que yo tomara la santificación, la renuncia a todo pecado, un cambio integral de corazón, abandonar la borrachera y el perjurio, entonces muchos dirían: "yo no quiero eso; a mí me gustaría ir al cielo, pero no quiero esa santidad; me gustaría ser salvo al final, pero todavía me gustaría gozar de las copas; me gustaría entrar a la gloria, pero entonces, he de proferir uno o dos juramentos en el camino."

    No, pecador, si recibes una bendición, las recibirás todas. Dios no dividirá nunca el Evangelio. No dará justificación a ese hombre, y santificación a aquel otro; perdón a uno y santidad al otro. No, todo va junto. A quienes llama, justifica; a quienes justifica, a esos santifica; a quienes santifica, a esos también glorifica. Oh, si yo no predicara nada salvo los consuelos del Evangelio, ustedes volarían hacia ellos como las moscas vuelan a la miel. Cuando se enferman, mandan a llamar al clérigo. ¡Ah!, todos ustedes quieren que su ministro llegue entonces y les dé palabras consoladoras. Pero si fuera un hombre honesto, no les daría a ciertos de ustedes ni una partícula de consolación. No comenzaría derramando aceite cuando el bisturí podría cumplir una mejor función. Yo quiero que un hombre sienta sus pecados antes de que me atreva a decirle algo acerca de Cristo. Quiero sondear su alma y hacerle sentir que está perdido antes de decirle algo acerca de la bendición comprada. Para muchos es la ruina que se les diga: "Ahora basta que creas en Cristo, y eso es todo lo que tienes que hacer". Si, en lugar de morir, se recuperaran, se levantarían como hipócritas encalados, eso es todo.

    He oído acerca de un misionero citadino que guardaba un registro de dos mil personas de quienes se supuso que se encontraban en sus lechos de muerte, pero se recuperaron, y a quienes habría registrado como personas convertidas si hubiesen muerto, y ¿cuántos, de ese total de dos mil, creen ustedes que vivieron una vida cristiana posteriormente? ¡Ni siquiera dos! Positivamente sólo pudo encontrar a uno del que se comprobó después que vivía en el temor de Dios.

    ¿No es horrible que cuando los hombres y las mujeres están a punto de morir, clamen: "Consuelo, consuelo", y que de esto concluyan sus amigos que son hijos de Dios, mientras que, después de todo, no tienen derecho a consuelo, sino que son intrusos en los terrenos cercados del bendito Dios?

    ¡Oh Dios, que a estas personas les sea impedido obtener el consuelo cuando no tengan derecho a él! ¿Han recibido ustedes otras bendiciones? ¿Han tenido convicción de pecado? ¿Han sentido alguna vez su culpa delante de Dios? ¿Han sido humilladas sus almas a los pies de Jesús? Y, ¿han sido conducidos a mirar únicamente al Calvario en busca de refugio? Si no fuera así, no tienen derecho a la consolación. No tomen un solo átomo de ella. El Espíritu es un Convencedor antes de ser un Consolador; y ustedes deben tener las otras operaciones del Espíritu Santo antes de que puedan derivar algo de esto.

    Y ahora llegamos a una conclusión. Ustedes han oído lo que este hablador ha dicho una vez más. ¿Qué ha sido? Algo acerca del Consolador. Pero déjenme preguntarles, antes de que se vayan: ¿qué saben acerca del Consolador? Cada uno de ustedes, antes de bajar las gradas de esta capilla, deje que esta solemne pregunta estremezca por entero a sus almas: ¿qué saben acerca del Consolador? ¡Oh, pobres almas, si no conocen al Consolador, les diré a quien conocerán: conocerán al Juez! Si no conocen al Consolador en la tierra, conocerán al Condenador en el mundo venidero, que clamará: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno." Bien puede Whitfield exclamar: "¡oh tierra, tierra, tierra, oye la Palabra del Señor!"

    Si fuéramos a vivir aquí para siempre, podrían desestimar el Evangelio; si tuvieran una escritura de arrendamiento sobre sus vidas, podrían despreciar al Consolador. Pero señores, ustedes van a morir. Desde la última vez que nos reunimos, probablemente algunos se han marchado a su hogar permanente; y antes de que nos reunamos otra vez en este santuario, algunos aquí presentes estarán entre los glorificados de arriba, o entre los condenados de abajo. ¿Cuál de los dos caminos será? Dejen que su alma responda. Si esta noche cayeran muertos en sus bancas, o allí donde están de pie en el balcón, ¿adónde irían? ¿Al cielo o al infierno? ¡Ah, no se engañen a ustedes mismos; dejen que la conciencia haga su trabajo perfecto; y si a los ojos de Dios, se ven obligados a decir: "tiemblo y tengo miedo de que mi porción caiga con los incrédulos", escuchen un momento, y entonces habré terminado con ustedes! "El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado."

    Fatigado pecador, diabólico pecador, tú que eres el desecho del diablo, réprobo, libertino, ramera, ladrón, ratero, adúltero, fornicario, beodo, perjuro, quebrantador del día de reposo: ¡escucha! Te hablo a ti al igual que a todos los demás. No exento a nadie. Dios ha dicho que no hay exenciones en esto. "Todo aquel que crea en el nombre de Jesucristo será salvo." El pecado no es una barrera: tu culpa no es obstáculo. Todo aquel -aunque fuera tan negro como Satanás, aunque fuera tan inmundo como un diablo- todo aquel que crea esta noche, recibirá el perdón de todo pecado, todos sus crímenes serán borrados, y toda su iniquidad será eliminada; será salvo en el Señor Jesucristo, y estará en el cielo a salvo y seguro. Ese es el Evangelio glorioso. ¡Que Dios lo aplique a sus corazones y les dé fe en Jesús!

    Volver a Indice de Mensajes de Spurgeon

    El Águila que Nunca Fué

    Un guerrero indio encontró un huevo de águila en el tope de una montaña, y lo puso junto con los huevos que iban a ser empollados por una gallina. Cuando el tiempo llegó, los pollitos salieron del cascarón, y el aguilucho tambien. Después de un tiempo, aprendió a cacarear al escarbar la tierra, a buscar lombrices y a subir a las ramas mas bajas de los árboles, exactamente como todas las gallinas. Su vida transcurrió creyendo que era una gallina.

    Un día, ya vieja, el águila estaba mirando hacia arriba y tuvo una visión magnífica. Un pájaro majestuoso volaba en el cielo abierto como si no necesitase hacer el más mínimo esfuerzo. Impresionada, se volvió hacia la gallina más próxima y le preguntó:

    - ¿Qué pájaro es aquel?

    La gallina miró hacia arriba y respondió:

    - ¡Ah! Es el águila dorada, reina de los cielos. Pero no pienses en ella: tu y yo somos de aquí abajo.

    El águila no miró hacia arriba nunca más y murió creyendo que era una gallina, pues así había sido tratada siempre.

    Regresar a Reflexiones acerca de cambios

    domingo, 19 de diciembre de 2010

    Películas Cristianas Para Adultos


    En esta sección, que estamos seguros será de tu interés, te queremos presentar una lista de películas con carácter Cristiano para que disfrutes de ellas y las puedas ver desde este sitio, de una forma fácil y segura. Al igual que en la sección de Animados, te aclaramos que ninguna de estas películas se hallan alojadas en nuestro blog, simplemente hacemos un Link al sitio donde ellas ya se encuentran alojadas que por lo general son You Tube o Google Videos.

    Para mayor facilidad de búsqueda hemos querido agruparlas en dos formas; el primer grupo te presentará películas basadas en relatos o historias bíblicas, y el segundo grupo serán películas generales, la mayoría de ellas sacadas de la ficción y otras sacadas de hechos de la vida real, pero de seguro, todas ellas con un mensaje y edificación para todo aquel que se disponga para pasar un buen rato de entretenimiento y formación espiritual.

    Esperamos estas peliculas sean de bendición para su vida.

    PELÍCULAS BASADAS EN RELATOS BÍBLICOS



    PELÍCULAS CON MENSAJE CRISTIANO



    sábado, 18 de diciembre de 2010

    Mensajes de T.L. Osborn

    Sanidad Divina Para Todos

    Mensajes de Dwight Lyman Moody

  • La Sangre

  • La Compasión sin Límite de Cristo


  • Volver a Lista de Predicadores

    sábado, 11 de diciembre de 2010

    El Poder Del Espíritu Santo

    Por: Charles Spurgeon
    "Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo" Romanos 15:13

    El PODER es una prerrogativa exclusiva y especial de Dios y sólo de Dios. "Dos veces he oído esto: que de Dios es el poder." Dios es Dios, y el poder le pertenece. Aunque delegue una porción de él a Sus criaturas, sigue siendo Su poder. El sol, aunque sea "como un esposo que sale de su tálamo, que se alegra como gigante para correr el camino," no tiene el poder para ejecutar sus movimientos sino de la manera como lo dirija Dios. Las estrellas, aunque viajan en sus órbitas y nada las puede detener, no tienen ni poder ni fuerza propios, excepto aquel que Dios les otorga diariamente. El alto arcángel que está junto a Su trono y que brilla más que un cometa resplandeciente, -aunque sea uno de aquellos que destacan en fuerza y que escucha la voz de los mandamientos de Dios- no tiene sino el poder que su Creador le da.

    En cuanto a Leviatán, que de tal manera hace hervir como una olla el mar profundo, que parece que el abismo es cano; y en cuanto a Behemot, que se bebe de un trago el Jordán y se jacta de poder chupar ríos enteros: todas esas criaturas majestuosas que se encuentran sobre la tierra, le deben su fortaleza a Él, que formó sus huesos de acero, y sus miembros como barras de hierro.

    Y cuando pensamos en el hombre, y evaluamos si tiene fuerza o poder, todo lo que posee resulta ser tan poco e insignificante que apenas si podemos llamarlo poder. Sí, cuando está en la cumbre, cuando empuña su cetro, cuando está al mando de sus ejércitos, cuando gobierna naciones, el poder que tiene todavía le pertenece a Dios. Y esto es verdad: "Dos veces he oído esto: que de Dios es el poder."

    Esta prerrogativa exclusiva de Dios se encuentra en cada una de las tres Personas de la gloriosa Trinidad. El Padre tiene poder, pues por Su palabra fueron hechos los cielos y todo lo que contienen. Por Su fuerza todas las cosas se mantienen y por Él cumplen con su destino. El Hijo tiene poder pues, como Su Padre, Él es el Creador de todas las cosas, y "sin él no fue hecho nada de lo que ha sido hecho." Y "en él todas las cosas subsisten." Y el Espíritu Santo tiene poder.

    Hoy voy a hablar acerca del poder del Espíritu Santo. Espero que puedan experimentar en sus propios corazones una ejemplificación práctica de ese atributo, cuando sientan que la influencia del Espíritu Santo está siendo derramada en mí para comunicar a sus almas las palabras del Dios viviente. Y espero que esa influencia les sea otorgada también a ustedes y que sientan sus efectos en sus propios espíritus.

    Consideraremos el poder del Espíritu santo de tres maneras en este día. Primero, las manifestaciones externas y visibles de ese poder. Segundo, sus manifestaciones internas y espirituales. Y tercero, las obras futuras y esperadas, derivadas de ese poder. Confío que de esta manera el poder del Espíritu se hará presente claramente en sus almas.

    I. Primero, entonces, debemos ver el poder del Espíritu en SUS MANIFESTACIONES EXTERNAS Y VISIBLES. El poder del Espíritu no ha estado inactivo, ha estado trabajando. Mucho ha sido hecho ya por el Espíritu de Dios; más de lo que pudiera haber sido logrado por ningún ser excepto el Infinito, Eterno, Todopoderoso Jehová, de quien el Espíritu Santo es una Persona. Hay cuatro clases de obras que son los signos externos y manifiestos del poder del Espíritu: las obras de creación, las obras de resurrección, las obras de testimonio y las obras de gracia. De cada una de estas obras hablaré brevemente.

    1. Primero, el Espíritu ha manifestado la omnipotencia de Su poder en las obras de creación. Aunque no se menciona frecuentemente en la Escritura, la creación es atribuida algunas veces al Espíritu Santo, así como también al Padre y al Hijo. Se nos dice que la creación de los cielos es la obra del Espíritu de Dios. Esto lo verán de inmediato en las sagradas Escrituras, en Job 26:13: "Su espíritu adornó los cielos; Su mano creó la serpiente tortuosa." Se dice que todas las estrellas del cielo fueron colocadas en lo alto por el Espíritu y una constelación particular llamada la "serpiente tortuosa" es señalada especialmente como el trabajo de Sus manos.

    Él desata las ligaduras de Orión; Él ata con cadenas las dulces influencias de las Pléyades y guía a la Osa Mayor junto con sus hijos. Él hizo todas esas estrellas que brillan en el cielo. Los cielos fueron adornados por Sus manos y Él formó a la serpiente tortuosa con Su poder. Y así también muestra Su poder en esos actos continuos de creación que todavía se realizan en el mundo, como crear al ser humano y a los animales, su nacimiento y su generación. Estos actos también se le atribuyen al Espíritu Santo.

    Si ven el Salmo 104, en los versículos 29 y 30, leerán, "Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados; y renuevas la faz de la tierra."

    Así ven ustedes que la creación de todo hombre es la obra del Espíritu, y la creación de toda vida y de toda carne también. La existencia de este mundo se debe atribuir al poder del Espíritu, así como también el primer adorno de los cielos o la forma de la serpiente tortuosa. Y si ven en el primer capítulo del Génesis, allí notarán particularmente explicada esa peculiar obra de poder que fue llevada a cabo por el Espíritu Santo en el universo. Ustedes descubrirán entonces cuál fue Su trabajo especial. En el versículo segundo del primer capítulo de Génesis, leemos; "Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas."

    No sabemos cuán remoto pueda ser el período de la creación de nuestra tierra: ciertamente muchos millones de años antes del tiempo de Adán. Nuestro planeta ha pasado por varias etapas de existencia y diferentes clases de criaturas han vivido en su superficie, todas ellas creadas por Dios. Pero antes de que llegara la era en la que el ser humano sería su habitante principal y monarca, el Creador entregó el mundo a la confusión. Permitió que los fuegos internos estallaran desde las profundidades y fundió toda la materia sólida de manera que toda clase de sustancias estaban mezcladas en una vasta masa de desorden. La única descripción que se podría dar al mundo de entonces es que era una caótica masa de materia.

    Cómo debió ser, no podrían ustedes adivinarlo o definirlo. La tierra estaba enteramente desordenada y vacía. Las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Llegó el Espíritu y extendiendo sus anchas alas, ordenó a las tinieblas que se dispersaran y cuando voló Él sobre la tierra, todas las diferentes porciones de materia se colocaron en sus lugares y ya no fue "desordenada y vacía". Se volvió redonda como sus planetas hermanos y se puso en movimiento, cantando elevadas alabanzas a Dios, no de manera discordante como lo había hecho antes, sino como una grandiosa nota en la vasta escala de la creación.

    Milton describe muy bellamente este trabajo del Espíritu que establece el orden donde hay confusión, cuando el Rey de la Gloria, en su poderosa Palabra y Espíritu, vino para crear nuevos mundos:

    "Sobre el piso celestial se detuvieron, y desde la orilla
    Contemplaron el vasto inmensurable abismo
    Tempestuoso como un mar, sombrío, desolado, salvaje,
    Conmocionado hasta el fondo por vientos furiosos,
    Y por olas hinchadas como montañas, al asalto
    De las alturas del cielo para mezclar el polo con lo profundo.
    'Silencio, ustedes, olas perturbadas, y tú, abismo, paz,'
    Dijo la Palabra que todo crea. Pongan fin a sus discordias."

    Entonces sobre las aguas calmadas
    El Espíritu de Dios Extendió sus alas creadoras
    E infundió virtud vital y calor vital
    A través de toda la masa fluida."

    Esto, vean ustedes, es el poder del Espíritu. Si hubiéramos visto esa tierra en toda su confusión, habríamos dicho: "¿Quién puede hacer un mundo de todo esto?" La respuesta habría sido: "El poder del Espíritu lo puede hacer. Con sólo extender sus alas como de paloma, Él puede hacer que todas las cosas se junten. Por ello habrá orden en donde no había nada sino confusión." Y este no es todo el poder del Espíritu. Hemos visto algunas de Sus obras en la creación. Pero hubo una instancia de creación en particular en la que el Espíritu Santo estuvo más especialmente ocupado, a saber, la formación del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo.

    Aunque nuestro Señor Jesucristo nació de una mujer y fue hecho a semejanza de la carne pecadora, el poder que lo engendró estuvo enteramente en Dios el Espíritu Santo, como lo expresan las Escrituras, "El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra." Él fue concebido por el Espíritu Santo, como dice el Credo de los Apóstoles. "Por lo cual también el Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios."

    La estructura corporal del Señor Jesucristo fue una obra maestra realizada por el Espíritu Santo. Supongo que Su cuerpo debe haber sobrepasado a todos los demás en belleza. Que debe haber sido como el del primer hombre, justo el modelo de lo que será el cuerpo en el Cielo, en donde resplandecerá en toda su gloria. Esa estructura, en toda su belleza y perfección, fue modelada por el Espíritu. En Su libro estaban diseñados todos sus miembros cuando todavía no habían sido creados. Él Lo modeló y Lo formó. Aquí pues, tenemos otro ejemplo de la energía creativa del Espíritu.

    2. Una segunda manifestación del poder del Espíritu Santo se encuentra en la resurrección del Señor Jesucristo. Si alguna vez han estudiado este tema, pueden haberse sentido desconcertados al descubrir que, algunas veces, la resurrección de Cristo es atribuida a Él mismo. Por Su propio poder y Divinidad resucitó. Él no podía haber sido detenido por los lazos de la muerte, sino que como entregó voluntariamente Su vida, tenía el poder de retomarla. En otra parte de la Escritura encontramos que la resurrección es atribuida a Dios el Padre: "Le levantó de los muertos." "Exaltado por la diestra de Dios." Y así otros muchos pasajes similares.

    Pero, también se dice en la Escritura que Jesucristo fue levantado de entre los muertos por el Espíritu Santo. Ahora bien, todas esas cosas son ciertas. Él resucitó por el Padre, porque el Padre dijo: "suelten al prisionero, déjenlo ir. La justicia ha sido satisfecha. Mi Ley ya no requiere más satisfacción, la venganza ha recibido lo que le correspondía, déjenlo ir." Aquí dio Él un mensaje oficial que liberó a Jesús de la tumba. Fue levantado por Su propia majestad y poder, porque Él tenía el derecho de salir y así lo sintió Él mismo y por ello "rompió las ataduras de la muerte, Él ya no podía ser retenido por ellas." Pero fue levantado por el Espíritu en cuanto a esa energía que recibió Su cuerpo mortal, por la cual se levantó de nuevo después de haber permanecido en su tumba por tres días y noches.

    Si quieren pruebas de esto deben abrir otra vez su Biblia en: 1 Pedro 3:18, "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu." Y se puede encontrar otra prueba en Romanos, 8:11 (me gusta citar los textos porque creo que es una gran falla de los cristianos no escudriñar las Escrituras lo suficiente, y yo haré que lo hagan cuando estén aquí, si es que no lo hacen en otros lugares), "Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros."

    Entonces la resurrección de Cristo fue efectuada por la agencia del Espíritu, y aquí tenemos una noble ilustración de Su omnipotencia. Si hubieran podido entrar, como lo hicieron los ángeles, en la tumba de Jesús y ver su cuerpo durmiente, lo habrían encontrado frío como cualquier otro cadáver. Si hubieran levantado Su mano, se habría desplomado a un lado. Si hubieran podido mirar sus ojos, los habrían visto vidriosos. Y allí se ve la lanzada mortal que debió acabar con su vida. Vean Sus manos, no fluye la sangre, están frías e inmóviles.

    ¿Puede vivir ese cuerpo? ¿Puede levantarse? Sí. ¡Y puede ser un ejemplo del poder del Espíritu! Porque cuando el poder del Espíritu llegó a Él, al igual que cuando cayó sobre los huesos secos del valle, "Se levantó en la majestad de Su divinidad, brillante y resplandeciente, que asombró a los vigilantes de manera que huyeron. Sí, se levantó para no morir más, sino para vivir para siempre, Rey de reyes y Príncipe de los reyes de la tierra."

    3. La tercera de las obras del Espíritu Santo que han demostrado Su poder de manera maravillosa, son las obras de testimonio. Con ello quiero decir las obras que atestiguan. Cuando Jesucristo fue bautizado en el río Jordán, el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma de paloma y lo proclamó el Hijo Amado de Dios. Eso es lo que yo llamo una obra de testimonio. Y cuando después levantó al muerto, cuando sanó al leproso, cuando les habló a las enfermedades y éstas huyeron rápidamente, cuando salieron precipitadamente por millares los demonios de los que estaban poseídos, todo eso se hizo por el poder del Espíritu. El Espíritu habitaba en Jesús sin medida y por ese poder se obraron todos esos milagros. Estas fueron obras de testimonio.

    Y cuando Jesús se fue, recordarán ese magistral testimonio del Espíritu, que regresó como un poderoso viento estruendoso entre los Apóstoles congregados y se les aparecieron lenguas repartidas como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos y fueron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según como el Espíritu les daba que hablasen. Y cómo también ellos hicieron milagros; cómo predicaban; cómo Pedro resucitó a Dorcas; cómo Pablo sopló la vida en Eutico; cómo se hicieron grandes milagros por los apóstoles así como los había hecho su Señor, de manera que se vieron grandes "señales y prodigios, llevados a cabo por el poder del Espíritu de Dios, y muchos creyeron."

    Después de eso ¿quién dudará del poder del Espíritu Santo? ¡Ah!, esos miembros de la secta de Socinio que niegan la existencia del Espíritu Santo y Su absoluta personalidad, ¿qué van hacer cuando los atrapemos mostrándoles las obras de creación, de resurrección y de testimonio? Ellos están contradiciendo a la Escritura. Pero observen: es una piedra sobre la que si algún hombre cae, saldrá lastimado; pero si cae sobre él como lo hará si se resiste, lo triturará hasta convertirlo en polvo. El Espíritu Santo tiene un poder omnipotente. Sí, tiene el poder de Dios porque Él es Dios.

    4. Además, si queremos otro signo externo y visible del poder del Espíritu, podemos mirar a las obras de gracia. Vean una ciudad donde un adivino tiene el poder que él mismo ha proclamado como una gran persona. Un cierto Felipe entra y predica la Palabra de Dios y en seguida Simón el Mago pierde su poder y él mismo busca para sí el poder del Espíritu, imaginando que puede comprarse con dinero.

    Vean, en tiempos modernos, un país en donde los habitantes viven en miserables tiendas hechas de paja, y se alimentan de reptiles y de otras criaturas semejantes; obsérvenlos cómo se inclinan ante sus ídolos y cómo adoran a sus falsos dioses y cómo están tan hundidos en la superstición y tan degradados, que se llegó a debatir si tenían alma o no.

    Vean a un Robert Moffat, (misionero en Sudáfrica por más de 50 años) que va con la Palabra de Dios en su mano (que él mismo tradujo al lenguaje de los bechuanas), óiganlo predicar con la capacidad de expresión que le da el Espíritu, acompañando esa Palabra con poder. Ellos arrojan a un lado sus ídolos, y odian y aborrecen sus costumbres anteriores; construyen casas en donde habitan; se visten y ahora tienen una mente recta. Rompen el arco y parten la lanza en pedazos; la gente incivilizada se torna civilizada; el salvaje se vuelve educado; el que no sabía nada comienza a leer las Escrituras. De esta manera por boca de aquellos que fueron salvajes, Dios atestigua el poder de Su poderoso Espíritu.

    Visiten una casa en esta ciudad -y los podríamos llevar a muchas de esas casas- donde el padre es un borracho, un hombre que vive en una condición desesperada; véanlo en su locura, y preferirían encontrarse con un tigre sin cadenas que con un hombre así. Da la impresión de que él podría partir a un hombre en pedazos si este llegara a ofenderlo. Observen a su esposa. Ella también tiene su voluntad, y cuando él la maltrata, ella le opone resistencia; se han visto muchas peleas en esa casa, y a menudo el ruido que generan molesta a todo el vecindario. En cuanto a los pobres niños, véanlos en sus harapos y desnudez, pobres pequeños ignorantes. ¿Ignorantes dije? Están siendo instruidos y muy bien instruidos en la escuela del demonio y están creciendo para ser herederos de la condenación. Pero alguien a quien Dios ha bendecido por su Espíritu es guiado a esa casa.

    Tal vez sólo se trate de un humilde misionero de la ciudad, pero le habla a aquel hombre así: "oh" -le dice- "ven y escucha la voz de Dios." Y la Palabra, que es poderosa y eficaz, corta el corazón del pecador ya sea por medio de su propio mensaje o por la predicación del ministro. Las lágrimas corren por sus mejillas como nunca las habían visto antes. Tiembla y se estremece; el hombre fuerte se inclina; el hombre poderoso tiembla y esas rodillas que nunca temblaron, comienzan a tambalearse. Ese corazón que nunca se acobardó, ahora empieza a temblar ante el poder del Espíritu.

    Se sienta en una humilde banca junto al penitente, y observa cómo sus rodillas se doblan mientras sus labios pronuncian la oración de un niño, pero aunque es la oración de un niño, es la oración de un hijo de Dios. Su carácter le cambia. ¡Observen el cambio en su casa! Su mujer se vuelve una señora decente, esos niños son el crédito de la casa y, a su debido tiempo, crecen como ramas de olivo alrededor de su mesa, adornando su casa como piedras preciosas. Si pasaran por ese hogar, no escucharían ruidos ni peleas, sino cánticos de Sion.

    Véanlo, no más orgías de borracho; ha vaciado su última copa y ahora, renunciando a lo anterior, viene a Dios y es Su siervo. Ahora ya no escucharán a la media noche el grito de las bacanales, pero si se oyera un ruido, sería el sonido de un solemne himno de alabanza a Dios. Y, entonces, ¿acaso no existe algo así como el poder del Espíritu? ¡Sí! Y estos seres deben haberlo experimentado y visto.

    Conozco un pueblo que solía ser el más profano de Inglaterra, un pueblo inundado de borrachos y de libertinos de la peor clase, donde era casi imposible que un viajero honesto se detuviera en una posada sin ser molestado por las blasfemias, un lugar notorio por sus incendiarios y por sus ladrones. Un hombre, el jefe de todos, escuchó la voz de Dios. El corazón de ese hombre fue quebrantado. Todos sus pandilleros vinieron también para escuchar la predicación del Evangelio, y se sentaron y parecían reverenciar al predicador como si fuera un dios y no un hombre. Estos hombres fueron cambiados y reformados; y todo aquel que conoce ese lugar afirma que un cambio así no hubiera podido ocurrir nunca, sino sólo mediante el poder del Espíritu Santo.

    Dejen que se predique el Evangelio y que sea derramado el Espíritu y verán que tiene un poder tal como para cambiar la conciencia, para mejorar la conducta, para levantar al degradado, para castigar y reprimir la maldad de la raza, y ustedes deben gloriarse en eso. Digo: nada hay como el poder del Espíritu. Tan solo déjenlo entrar y seguramente todo puede lograrse.

    II. Ahora, el segundo punto: EL PODER INTERIOR Y ESPIRITUAL DEL ESPÍRITU SANTO. Lo que ya he mencionado, puede ser visto. De lo que estoy a punto de hablar debe ser sentido y ningún hombre entenderá verdaderamente lo que digo a menos que lo sienta. Lo visible, aun el infiel debe confesarlo; lo visible, el más grande blasfemo no puede negarlo, habla la verdad; pero de este poder interior alguien se reirá con entusiasmo y otro dirá que no es sino la invención de nuestras fantasías febriles. Sin embargo, tenemos una palabra de testimonio más segura que todo lo que ellos puedan decir. Tenemos un testigo en nuestro interior. Sabemos que es la verdad y no tenemos miedo de hablar del poder interno espiritual del Espíritu Santo. Observemos dos o tres cosas en las que el poder interior y espiritual del Espíritu Santo se puede ver muy grandemente y alabarlo.

    1. Primero, el Espíritu Santo tiene poder sobre los corazones de los hombres. Ahora bien, los corazones de los hombres son difíciles de impresionar. Si quieres interesarlos en cualquier objeto mundano, lo puedes lograr. Una palabra engañosa puede ganar el corazón de un hombre; un poco de oro puede ganar el corazón de un hombre; un poco de fama y un poco del clamor del aplauso pueden ganar el corazón de un hombre. Pero no hay ningún ministro que respire que pueda ganar el corazón de un hombre por sí mismo. Puede ganar sus oídos y hacer que lo escuchen; puede ganar sus ojos y hacer que se fijen en él; puede ganar la atención, pero el corazón es muy resbaloso. Sí, el corazón es un pez que no se deja atrapar por los pescadores del Evangelio. Pueden algunas veces sacarlo casi fuera del agua pero, viscoso como una anguila, se resbala entre sus dedos, y, después de todo, no lo capturan. Muchos hombres se han imaginado que han capturado el corazón, pero luego se han desengañado. Se necesita de un hábil cazador para atrapar al ciervo en las montañas. Es demasiado rápido para que el pie humano pueda acercársele. Sólo el Espíritu tiene el poder sobre el corazón del hombre. ¿Alguna vez han probado ustedes su poder en algún corazón? Si alguien pensara que un ministro puede convertir el alma, me gustaría que lo intentara.

    Déjenlo que vaya y sea un maestro de la escuela dominical. Dará su clase, tendrá los mejores libros que puedan obtenerse, tendrá las mejores reglas, instalará sus murallas alrededor de su Sebastopol espiritual. Tomará al mejor muchacho de su clase y mucho me equivoco si ese muchacho no estuviere cansado en una semana. Déjenlo que pase cuatro o cinco domingos intentándolo, pero luego dirá "Este muchacho es incorregible." Déjenlo intentar con otro. Y tendrá que intentar con otro y otro y otro, antes de que pueda ser capaz de convertir a uno. Pronto se dará cuenta que: "No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos." ¿Puede convertir un ministro? ¿Puede tocar el corazón? David dijo, "Se engrosó el corazón de ellos como sebo." Sí, eso es completamente cierto y no podemos atravesar tanta grasa. Nuestra espada no puede llegar al corazón porque está recubierto de tal cantidad de grasa que es más duro que una rueda de molino. Más de una buena espada vieja de Jerusalén ha perdido su filo contra un corazón duro. Una pieza del verdadero acero que Dios ha puesto en las manos de sus siervos ha perdido su filo al ser apuntada contra el corazón de un pecador. Nosotros no podemos llegar al alma; pero el Espíritu Santo sí puede. "Mi amado metió su mano por la ventanilla, y mi corazón se conmovió dentro de mí." Él puede dar un sentido del perdón comprado con la sangre que puede disolver a un corazón de piedra. Él puede:

    Hablar con esa voz que despierta a los muertos,
    Y que ordena levantarse al pecador,
    Y que hace que la conciencia culpable tema
    La muerte que nunca muere.

    Él puede hacer que se oigan los truenos del Sinaí; sí, y Él puede hacer que los dulces susurros del Calvario entren en el alma. Él tiene poder sobre el corazón del hombre. Y la prueba gloriosa de la omnipotencia del Espíritu es que Él tiene dominio sobre el corazón.

    2. Pero hay una cosa más terca que el corazón: es la voluntad. "Mi Señor Obstinado," como Bunyan llama a la voluntad en su libro La Guerra Santa, es un individuo que no puede ser fácilmente doblegado. La voluntad, especialmente en algunos hombres, es una facultad muy terca, y en cuanto a todos los hombres, si la voluntad es movida a oponerse, no hay nada que se pueda hacer con ellos. Alguien cree en el libre albedrío; muchos sueñan con el libre albedrío. ¡El Libre Albedrío! ¿Dónde se podrá encontrar? Una vez hubo libre albedrío en el Paraíso, y un terrible caos fue generado allí por el libre albedrío, porque echó a perder todo el Paraíso y arrojó a Adán fuera del huerto. Una vez hubo libre albedrío en el cielo, pero arrojó fuera al glorioso arcángel, y una tercera parte de las estrellas del cielo cayó en el abismo.

    Yo no quiero tener nada que ver con el libre albedrío, pero trataré de ver si tengo libre albedrío dentro de mí. Y encuentro que lo tengo. Verdadero libre albedrío para el mal, pero muy pobre albedrío para lo que es bueno. Suficiente libre albedrío cuando peco, pero cuando quiero hacer el bien, el mal está presente en mí y cómo hacer lo que quisiera, no lo puedo descubrir. Sin embargo algunos presumen de libre albedrío. Me pregunto si aquellos que creen en él tienen algún poder mayor sobre las voluntades de las personas del que yo tengo. Yo sé que yo no tengo ninguno.

    Encuentro que el viejo proverbio es muy cierto: "Un hombre puede llevar un caballo al agua, pero cien hombres no pueden hacer que beba." Encuentro que yo puedo llevar a todos ustedes al agua y a muchos más de los que pueden caber en esta capilla. Pero yo no los puedo hacer beber y no creo que ni cien ministros puedan hacerlos beber a ustedes.

    He leído a Rowland Hill, Whitfield y a otros muchos, para ver qué hicieron ellos. Pero no puedo descubrir un plan para cambiar las voluntades de ustedes. No puedo persuadirlos. Y ustedes no cederán de ninguna manera. No creo que ningún hombre tenga poder sobre la voluntad de su compañero, pero el Espíritu de Dios sí lo tiene. "Los haré dispuestos en el día de mi poder." Hace que el pecador que no tiene voluntad quiera de tal manera, que vaya impetuosamente tras el Evangelio. El que era obstinado, ahora se apresura hacia la Cruz. El que se reía de Jesús, ahora se aferra a Su misericordia. Y el que no quería creer ahora es llevado a creer por el Espíritu Santo, no sólo con gusto, sino ansiosamente. Es feliz, está contento de hacerlo, se regocija con el sonido del nombre de Jesús y se deleita en correr por el camino de los mandamientos de Dios. El Espíritu Santo tiene poder sobre la voluntad.

    3. Y, sin embargo, creo que hay algo que es peor que la voluntad. Podrán imaginar a qué me refiero. La voluntad es algo más difícil de doblegar que el corazón. Pero hay una cosa que sobrepasa a la voluntad en su maldad y es la imaginación.

    Espero que mi voluntad esté dirigida por la Gracia Divina. Pero me temo que en ocasiones mi imaginación no lo está. Aquellos que tienen mucha imaginación saben cuán difícil es de controlar. No la pueden refrenar. Romperá las riendas. Nunca serán capaces de dominarla. La imaginación a veces volará hacia Dios con tal poder que las alas del águila no pueden igualarla. A veces tiene tal poder que casi puede ver al Rey en su belleza y la tierra distante. En lo que a mí respecta, mi imaginación me lleva a veces sobre las puertas de hierro, a través de ese infinito desconocido hasta las propias puertas de perlas y me permite descubrir al bendito Glorificado.

    Pero si es potente en un sentido también lo es en el otro. Pues también mi imaginación me ha hecho descender a los más viles escondrijos y cloacas de la tierra. Me ha traído pensamientos tan horribles, que a pesar de no poder evitarlos, he estado completamente aterrorizado por ellos. Estos pensamientos vendrán y cuando me siento en mi marco más santo, más devoto hacia Dios y más fervoroso en mi oración, a menudo sucede que es el preciso momento que estalla la plaga en su peor forma. Pero me gozo y pienso una cosa, que puedo clamar cuando esta imaginación viene a mí.

    Yo sé que se dice en el Libro de Levítico que cuando se cometía un acto de maldad, si la muchacha clamaba contra él, entonces salvaba su vida. Así sucede con el cristiano; si clama hay esperanza. ¿Pueden encadenar a la imaginación? No, pero el poder del Espíritu Santo sí puede hacerlo. Lo hará y ciertamente termina haciéndolo. Lo hace aún aquí en la tierra.

    III. Pero la última cosa es: EL FUTURO Y LOS EFECTOS DESEADOS, porque, después de todo, aunque el Espíritu Santo ha hecho tanto, no puede decir todavía: "Consumado es." Jesucristo pudo exclamar en lo que concierne a Su propia labor, "Consumado es"; pero el Espíritu Santo no puede decir eso, pues tiene todavía más que hacer. Y hasta la consumación de todas las cosas, cuando el propio Hijo llegue a ser sujeto al Padre, el Espíritu Santo no dirá: "consumado es." ¿Qué es lo que tiene que hacer el Espíritu Santo?

    1. Primero, tiene que perfeccionarnos en la santidad. Hay dos clases de perfección que un cristiano necesita: una es la perfección de la justificación en la persona de Jesús. Y la otra es la perfección de la santificación obrada en él por el Espíritu Santo.

    Por el momento, la corrupción todavía descansa en los pechos de los regenerados. Actualmente el corazón es parcialmente impuro. Todavía tenemos lujurias e imaginaciones malvadas. Pero, oh, mi alma se regocija al saber que viene el día cuando Dios terminará el trabajo que ha iniciado y presentará mi alma, no solamente perfecta en Cristo, sino, perfecta en el Espíritu, sin mancha o defecto, o nada parecido.

    ¿Y es verdad que este pobre corazón depravado, llegará a ser tan santo como el de Dios? Y este pobre espíritu que a menudo exclama: "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de pecado y de muerte?"; este mismo pobre espíritu, ¿será libre del pecado y de la muerte? ¿Y ya no oiré cosas malas que perturben mis oídos ni tendré pensamientos impuros que perturben mi paz? ¡Oh, feliz hora! ¡Que se apresure! Justo antes de que yo muera, se habrá terminado la santificación, pero hasta ese momento no puedo tener la perfección en mí mismo. Pero en aquel instante cuando parta mi espíritu tendrá su último bautismo en el fuego del Espíritu Santo. Será puesto en el crisol para su última prueba en el horno.

    Y entonces, libre de toda escoria y fino como una barra de oro puro, será presentado a los pies de Dios sin el mínimo grado de escoria o mezcla. ¡Oh, gloriosa hora! ¡Oh, momento bendito! Pienso que deseo morir aunque no hubiera un cielo, si tan solo pudiera tener esa última purificación y salir de la corriente del río Jordán totalmente limpio después de ser lavado. ¡Oh ser lavado, y quedar blanco, limpio, puro perfecto! Ni un ángel será más puro de lo que yo seré. ¡Sí! ¡Ni Dios mismo será más santo! Seré capaz de decir en un sentido doble, "¡Gran Dios, soy limpio, por medio de la sangre de Jesús soy limpio, y a través de la obra del Espíritu, también soy limpio!" ¿No debemos ensalzar el poder del Espíritu Santo que nos hace aptos para estar ante nuestro Padre en el cielo?

    2. Otra gran obra del Espíritu Santo que no está cumplida todavía es la de traer la gloria del último día. En unos cuantos años, no sé cuando, no sé cómo, el Espíritu Santo será derramado en una forma muy diferente que en el presente.

    Hay diversidad de operaciones. Y durante los últimos años ha ocurrido que las operaciones diversificadas han consistido en muy poco derramamiento del Espíritu. Los ministros siguen una rutina monótona, continuamente predicando, predicando, predicando y poco bien se ha hecho. Tengo la esperanza de que tal vez una nueva era haya amanecido sobre nosotros y que habrá un mayor derramamiento del Espíritu Santo ahora.

    ¡Porque llega la hora y puede ser justo ahora, cuando el Espíritu Santo será derramado otra vez de una manera tan maravillosa, que muchos correrán de un lado a otro y se incrementará el conocimiento! ¡El conocimiento del Señor cubrirá la tierra así como las aguas cubren la superficie de los grandes abismos!

    Vendrá Su reino y Su voluntad será hecha en la tierra como lo es en el cielo. No estaremos esforzándonos para siempre como Faraón sin las ruedas de su carruaje. Mi corazón se alegra y mis ojos brillan con el pensamiento de que muy probablemente viviré para ver cómo se vierte así el Espíritu cuando, "los hijos y las hijas de Dios otra vez profetizarán y los jóvenes verán visiones y los ancianos soñarán sueños."

    Tal vez no habrá dones milagrosos porque no serán requeridos. Pero sin embargo habrá tal cantidad milagrosa de santidad, tal extraordinario fervor de oración, tal real comunión con Dios y tanta religión vital y tanta difusión de las doctrinas de la cruz, que todo mundo verá que verdaderamente el Espíritu es derramado como agua y como las lluvias que descienden de arriba. Oremos por eso, laboremos continuamente por eso y busquémoslo de Dios.

    3. Otra obra adicional del Espíritu que manifestará de manera especial Su poder, será la resurrección general. Tenemos razón para creer por la Escritura que la resurrección de los muertos, aunque será efectuada por la voz de Dios y de Su Palabra (el Hijo), también será efectuada por el Espíritu. Ese mismo poder que levantó a Jesucristo de entre los muertos, también vivificará los cuerpos mortales. El poder de la resurrección es tal vez una de las mejores pruebas de las obras del Espíritu. ¡Ah, mis amigos, si pudiéramos desprender el manto de esta tierra por un momento, si el verde césped pudiera cortarse y pudiéramos ver dos metros abajo en sus profundidades, qué mundo se revelaría! ¿Qué veríamos? Huesos, esqueletos, podredumbre, gusanos, corrupción Y ustedes dirían, ¿Vivirán estos huesos secos? ¿Se pueden levantar? "¡Sí, en un momento! En un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta, los muertos serán resucitados." Él habla, ¡están vivos! ¡Véanlos dispersos, pero el hueso se junta con su hueso! ¡Véanlos desnudos, pero la carne los recubre nuevamente! Véanlos aún sin vida. "¡Ven de los cuatro vientos, oh, aliento y sopla sobre estos muertos!" Cuando el viento del Espíritu Santo viene, ellos vivirán y estarán de pie como un gran ejército.

    De esta forma he intentado hablarles del poder del Espíritu y confío que se los he podido mostrar. Ahora debemos dedicar un momento o dos para una conclusión práctica:

    ¡Cristiano, el Espíritu es muy poderoso! ¿Qué concluyes de ese hecho? ¡Pues que tú nunca debes desconfiar del poder de Dios para llevarte al cielo! ¡Oh, qué dulce verso es ése que impresionó mi alma el día de ayer!

    "Su probado brazo todopoderoso
    Está levantado para tu defensa.
    ¿Dónde está el poder que pueda
    Alcanzarte en tu refugio
    O que pueda arrancarte de allí?


    El poder del Espíritu Santo es tu baluarte y toda Su omnipotencia te defiende. ¿Pueden conquistar tus enemigos a la omnipotencia? Entonces pueden conquistarte. ¿Pueden luchar con la Deidad y arrojarla al suelo? Entonces ellos pueden conquistarte. Pero eso no sucederá, porque el poder del Espíritu es nuestro poder, el poder del Espíritu es nuestra fortaleza.

    Y además, cristianos, si éste es el poder del Espíritu ¿por qué habrían de dudar de Su poder? Ahí está tu hijo, ahí está tu esposa por la que has suplicado con tanta frecuencia: no dudes del poder del Espíritu. "Aunque tardare, espéralo; porque sin duda vendrá, no tardará." Ahí está tu esposo, oh santa mujer; tú has luchado por su alma y aunque es un infeliz tan endurecido y desesperado que te trata mal, hay poder en el Espíritu.

    Oh ustedes que han salido de iglesias desoladas, con muy escasas hojas en el árbol, no duden que el poder del Espíritu los levante. Porque será "lugar donde descansen asnos monteses, y ganados hagan majada." Abierto, pero deshabitado hasta que el Espíritu se derrame desde arriba. Y entonces el suelo árido será convertido en un estanque y la sedienta tierra tendrá fuentes de agua. Entonces en las habitaciones de los dragones, en donde cada uno de ellos yace, habrá pasto con carrizos y juncos.

    Y ustedes, ¡oh miembros de este templo!, que recuerdan lo que Dios ha hecho especialmente para ustedes, no desconfíen nunca del poder del Espíritu. Ustedes han visto el desierto florecer como el Carmelo. Ustedes han visto el desierto florecer como una rosa. Confíen en Él para el futuro. Salgan pues y laboren con esta convicción: el poder del Espíritu Santo es capaz de todo. Vayan a su escuela dominical, vayan a distribuir sus folletos, vayan a su empresa misionera, vayan a predicar en sus habitaciones con la convicción de que el poder del Espíritu es nuestra gran ayuda.

    Y ahora, por último, a ustedes pecadores, ¿qué más tenemos que decirles acerca de este poder del Espíritu? Estoy convencido de que hay esperanza para algunos de ustedes. Yo no puedo salvarlos, yo no puedo conmoverlos; a veces puedo hacer que lloren, pero luego se secan sus ojos y todo termina, pero yo sé que mi Señor sí puede. Ese es mi consuelo.

    Tú, que eres el primero de los pecadores, hay esperanza para ti; este poder te puede salvar como a cualquiera. Es capaz de romper tu corazón aunque sea de hierro, puede hacer que de tus ojos broten las lágrimas aunque hayan sido como rocas anteriormente. Su poder es capaz hoy, si Él lo quisiera, de cambiar tu corazón, de modificar la corriente de todas tus ideas, de hacerte de inmediato un hijo de Dios, de justificarte en Cristo.

    Hay poder suficiente en el Espíritu Santo. Él puede traer a los pecadores a Jesús. Él es capaz de hacerte querer en el día de Su poder ¿Quieres esta mañana? ¿Ha ido Él tan lejos como para hacer que desees Su nombre, para hacer que desees a Jesús?

    Entonces, ¡oh pecador!, mientras Él te atrae di: "atráeme, soy infeliz sin Ti." Síguelo, síguelo y a medida que Él te conduzca, pisa sobre Sus huellas y regocíjate de que Él haya iniciado una buena obra en ti, porque hay una evidencia de que Él continuará haciéndolo hasta el final. Y ¡oh, tú que estás abatido!, pon tu confianza en el poder del Espíritu, descansa en la sangre de Jesús y tu alma es salva, no solamente ahora, sino a través de toda la eternidad. Que Dios los bendiga a ustedes, amados lectores. Amén.



    Volver a Indice de Mensajes de Spurgeon

    ¿Una Desgracia o una Bendición?




    En un pequeño pueblo vivía un anciano con su hijo de 17 años. Un día, el único caballo con que trabajaba saltó la cerca y se fue con varios caballos salvajes. La gente del pueblo murmuraba: ¡Que desgracia la suya don Cipriano!, y él tranquilo, contestaba: ¡Quizás una desgracia o quizás una bendición!.

    Días después, el caballo blanco volvió junto a un hermoso caballo salvaje, y la gente saludaba al anciano diciéndole: ¡Que bendición la suya don Cipriano!, a lo que inmediatamente replicaba: ¡Quizás una desgracia o quizás una bendición!

    Alos pocos días, el hijo adolescente, mientras montaba el caballo salvaje para domarlo, fue derribado y se fracturó una pierna, a raíz de lo cual empezó a cojear, y la gente le decía al anciano: ¡Que desgracia la suya don Cipriano!, y él tranquilo contestaba: ¡Quizás una desgracia o quizás una bendición!

    Días después inició la guerra y todos los jóvenes del pueblo fueron llevados al frente de batalla, pero a su hijo no o llevaron por su cojera, y toda la gente del pueblo saludaba al anciano y le decían: ¡Que bendición la suya don Cipriano! Y él con su fe inquebrantable, contestó una vez mas diciendo: Sólo Dios lo sabe, ¡Quizás una desgracia o quizás una bendición!

    domingo, 5 de diciembre de 2010

    Con el Tiempo

    Con el tiempo...
    comprendes que solo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.

    Con el tiempo...
    te das cuenta que si estas al lado de esa persona solo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás deseando no volver a verla.

    Con el tiempo...
    te das cuenta que los amigos verdaderos valen mucho más que cualquier cantidad de dinero.

    Con el tiempo...
    entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos, tarde o temprano se verá rodeado solo de amistades falsas.

    Con el tiempo...
    aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida.

    Con el tiempo...
    aprendes que disculpar, cualquiera lo hace, pero perdonar es solo de almas grandes.

    Con el tiempo...
    comprendes que si has herido a un amigo duramente, muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual.

    Con el tiempo...
    te das cuenta que aunque seas feliz con tus amigos, algún día lloraras por aquellos que dejaste ir.

    Con el tiempo...
    te das cuenta que cada experiencia vivida con cada persona, es irrepetible.

    Con el tiempo...
    te das cuenta que el que humilla o desprecia a un ser humano, tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones o desprecios multiplicados.

    Con el tiempo...
    aprendes a construir todos tus caminos en el hoy, porque el terreno del mañana es demasiado incierto para hacer planes.

    Con el tiempo...
    comprendes que apresurar las cosas o forzarlas a que pasen, ocasionará que al final no sean como esperabas.

    Con el tiempo...
    te das cuenta que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.

    Con el tiempo...
    aprenderás que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo... ante una tumba... ya no tiene ningún sentido.


    Regresar a Reflexiones de Edificación

    miércoles, 24 de noviembre de 2010

    Dios la Salvación de su Pueblo

    Por Charles Spurgeon

    "El solamente es mi roca y mi salvación." Salmo 62: 2

    Cuán noble título. Cuán sublime, sugestivo y subyugador. "MI ROCA." Es un símil tan divino, que únicamente debería aplicarse a Dios.

    Miren aquellas rocas y consideren su antigüedad, pues desde sus más altos picos, miles de edades nos han espiado. Cuando esta gigantesca ciudad no había sido fundada todavía, esas rocas ya estaban grises por los años. Cuando nuestra humanidad no había respirado todavía el aire, se nos informa que esas rocas ya eran cosas muy antiguas; son hijas de épocas idas. Miramos estas antiguas rocas con respeto, pues se encuentran entre las primicias de la naturaleza. Descubrimos, escondidos en sus entrañas, vestigios de mundos desconocidos sobre los cuales los sabios sólo pueden suponer, pero que, sin embargo, no pueden conocer, a menos que el propio Dios les enseñe lo que ha existido antes de ellos. Ustedes contemplan la roca con reverencia, pues imaginan todas las historias que podría contarles si tuviera voz; podría relatarles cómo a través de múltiples agentes ígneos y acuosos, ha sido torturada hasta asumir su presente figura.

    De la misma manera nuestro Dios es preeminentemente antiguo. Su cabeza y Sus cabellos son blancos como la lana, tan blancos como la nieve, pues Él es "el Anciano de días," y la Escritura siempre nos enseña a recordar que Él "no tiene principio de días." Mucho antes que la creación fuese engendrada, "Desde el siglo y hasta el siglo," Él era Dios.

    "¡Mi roca!" Qué historia podría contarles la roca acerca de las tormentas a las que ha estado expuesta; de las tempestades que han asolado su base en el océano, y los truenos que han turbado los cielos por encima de su cabeza; pero ella misma ha permanecido incólume frente a las tempestades, e inconmovible ante los embates de las tormentas. Así ocurre con nuestro Dios. ¡Cuán firme ha estado (cuán inmutable ha sido), aunque las naciones le hayan injuriado, y "aunque los reyes de la tierra consultaran unidos!" ¡Simplemente se queda quieto y pone en desbandada a las filas enemigas, y no necesita extender Su mano! En Su grandeza estática como una roca, Él ha combatido a las olas, y ha esparcido a los ejércitos de Sus enemigos, batiéndolos en retirada en medio de la confusión.

    Miren otra vez a la roca: ¡vean cuán firme y cuán inconmovible permanece! No resbala de un sitio a otro, sino que permanece firme para siempre. Otras cosas han cambiado, las islas se han hundido bajo el mar, y los continentes han sido sacudidos; pero vean, la roca permanece tan firme como si fuese el propio cimiento de todo el mundo, y no podrá ser conmovida mientras no naufrague la creación, o mientras no se desaten las ligaduras de la naturaleza. Así es con Dios: ¡cuán fiel es Él a Sus promesas! ¡Cuán inalterable en Sus decretos! ¡Cuán firme! ¡Cuán inmutable!

    La roca es inalterable; ninguna de sus partes se ha desgastado. Aquel pico de granito ha brillado bajo el sol, y ha llevado el blanco velo de la nieve invernal. Algunas veces ha adorado a Dios con su cabeza descubierta, y otras veces las nubes le proporcionaron alas discretas para que, como un querube, adorara a su Hacedor; pero ella misma, sin embargo, ha permanecido inalterable. Las heladas invernales no han podido destruirla, y los calores veraniegos no han logrado derretirla. Lo mismo sucede con Dios. He aquí, Él es mi roca. Él es el mismo, y Su reino no tendrá fin. Él es inmutable en Su ser, firme en Su propia suficiencia. Él se mantiene a Sí mismo inmutablemente el mismo, y "por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos." Los diez mil usos de la roca, además, están llenos de ideas en cuanto al ser de Dios. Ustedes ven aquella fortaleza sobre una alta roca: cuán difícilmente pueden escalarla las propias nubes, y ningún asalto puede perpetrarse tratando de remontar sus precipicios, pues los hombres armados no pueden avanzar, y los sitiados se burlan de ellos desde la cima.

    Así, nuestro Dios, es una defensa segura, y no seremos conmovidos pues Él "puso nuestros pies sobre peña, y enderezó nuestros pasos." Muchas rocas gigantescas son una fuente de admiración por su altura. Desde sus picos podemos ver al mundo extendido a la distancia, como un pequeño mapa. Identificamos un río o un arroyo que serpea a lo largo, como si fuese una vena de plata recostada sobre un manto de esmeralda. Descubrimos a las naciones a nuestros pies, "como gotas de agua en una cubeta," y las islas son "unos puntitos" en la distancia, mientras que el propio océano no parece sino una palangana de agua, sostenida por la mano de un poderoso gigante.

    El Dios todopoderoso es como una roca. Estamos en Él, y desde allí miramos al mundo abajo, y lo consideramos como algo insignificante. Hemos subido a la cumbre de Pisga, desde cuya cima podemos ver a través de este mundo de tormentas y adversidades hasta la resplandeciente tierra de los espíritus: ese mundo que todo ojo y todo oído desconocen, pero que Dios nos ha revelado por medio del Espíritu Santo. Esta roca poderosa es nuestro refugio y es nuestro observatorio alto, desde donde vemos lo invisible y tenemos la evidencia de cosas que no hemos gozado todavía. Sin embargo, no necesito detenerme para decirles todo lo concerniente a una roca, pues podríamos predicar durante una semana entera acerca de ella; pero les dejamos esas consideraciones para que las mediten durante la semana. "Él es mi roca." ¡Qué glorioso pensamiento! Cuán seguro estoy, y cuán protegido: y ¡cómo puedo regocijarme al saber que cuando tenga que vadear la corriente del Jordán, Él será mi roca! No caminaré sobre un cimiento resbaloso, sino que me apoyaré en Aquel que no puede traicionar mi pie; y podré cantar, cuando me esté muriendo: "Jehová mi fortaleza es recto, y en él no hay injusticia."

    Ahora dejamos el pensamiento de la roca, y procederemos al tema de nuestro mensaje, que es: Dios solamente es la salvación de Su pueblo.

    "El solamente es mi roca y mi salvación."

    Notaremos, primero, la grandiosa doctrina que Dios únicamente es nuestra salvación; en segundo lugar, la grandiosa experiencia de conocer y de aprender que "El solamente es mi roca y mi salvación"; y, en tercer lugar, el gran deber, que ya podrán suponer, de dar toda la gloria y todo el honor y poner nuestra fe en Él que "es solamente mi roca y mi salvación."

    I. Lo primero es, LA GRANDIOSA DOCTRINA: Que Dios "solamente es nuestra roca y nuestra salvación." Si alguien nos preguntase qué elegiríamos por lema, como predicadores del Evangelio, responderíamos: "Dios solamente es nuestra salvación." El desaparecido y lamentado señor Denham puso al pie de su retrato, un texto sumamente admirable: "la salvación es de Jehová". Ahora, ese es precisamente el epítome del calvinismo; es su suma y sustancia. Si alguien les preguntase qué significa ser un calvinista, pueden responder: "es alguien que dice: la salvación es de Jehová." No puedo encontrar en la Escritura ninguna otra doctrina diferente a esta. Es la esencia de la Biblia. "El solamente es mi roca y mi salvación." Mencionen cualquier cosa que difiera de esto y será una herejía; díganme una herejía, y yo descubriré su esencia en esto: que se ha apartado de esta grandiosa, fundamental, y sólida verdad: "Dios es mi roca y mi salvación." ¿Cuál es la herejía de Roma sino añadir algo a los méritos perfectos de Jesucristo: agregar las obras de la carne para que ayuden a alcanzar nuestra justificación? Y, ¿cuál es la herejía del arminianismo sino la secreta adición de algo para completar la obra del Redentor? Descubrirán que cada herejía, si es traída a la piedra de toque, se manifestará en esto, negará esto: "El solamente es mi roca y mi salvación."

    Vamos a explicar a fondo esta doctrina. Por el término "salvación" aquí, yo entiendo, no solamente la regeneración y la conversión, sino algo más. Yo no reconozco como salvación lo que regenera, pero luego me pone en una posición tal que puedo quedar fuera del pacto y perderme; yo no puedo llamar puente a una estructura que sólo llega hasta la mitad del río; no puedo llamar salvación a aquello que no me lleve al cielo, que no me lave hasta dejarme perfectamente limpio, y no me ponga en medio de los glorificados que cantan hosannas constantes alrededor del trono.

    Si la analizamos en sus componentes, la salvación comprende la liberación, la preservación continua a lo largo de la vida, la sustentación, y al final la reunión de todos esos elementos en el perfeccionamiento de los santos en la persona de Jesucristo.

    1. Por salvación entiendo la liberación de la casa de servidumbre en la que nací por naturaleza, y la entrega a la libertad con que Cristo nos hizo libres, cuando "Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos." Esto, entiendo, es enteramente de Dios. Y yo pienso que estoy en lo correcto en lo relativo a esa conclusión, pues la Escritura me informa que el hombre está muerto; y, ¿cómo puede alcanzar un muerto su propia resurrección? Me enseña que el hombre es totalmente depravado, y odia el cambio divino. ¿Cómo puede un hombre, entonces, provocar ese cambio que él mismo odia? Encuentro que el hombre ignora lo que significa ser nacido de nuevo, y como Nicodemo, hace la necia pregunta: "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?" No puedo concebir que un hombre haga lo que no puede entender: y si no sabe lo que significa nacer de nuevo, no puede nacer de nuevo por sí mismo. No. Yo creo que el hombre es totalmente impotente en la primera obra de su salvación. No puede romper sus cadenas, pues no son cadenas de hierro, sino cadenas de su propia carne y sangre; primero debe romper su propio corazón antes de poder romper los grilletes que lo aprisionan. Y ¿cómo puede un hombre romper su propio corazón? ¿Qué martillo puedo usar para quebrar mi propia alma, o qué fuego puedo encender para disolver mi corazón? No, la liberación es únicamente de Dios. La doctrina es afirmada continuamente en la Escritura; y quien no crea en ella, no recibe la verdad de Dios. La liberación es solamente de Dios; "la salvación es de Jehová."

    2. Y si somos liberados y somos vivificados en Cristo, la preservación es únicamente del Señor. Si soy un hombre de oración, Dios es quien me conduce a orar: si tengo gracias, Dios me da esas gracias; si doy frutos, Dios me da los frutos; si permanezco en una vida consistente, Dios me sostiene en esa vida consistente. Yo no hago absolutamente nada tendiente a mi propia preservación, excepto lo que Dios hace primero en mí. Toda la bondad que pueda existir en mí, me es dada únicamente por el Señor. Los pecados que cometo, esos son míos. Pero cuando actúo correctamente, eso me es dado por Dios, entera y completamente. Si he repelido a un enemigo, Su fortaleza dio vigor a mi brazo. ¿Derribé al suelo a un enemigo? Su potencia afiló mi espada y me dio valor para asestar el golpe. ¿Predico Su palabra? No soy yo, sino la gracia que está en mí. ¿Vivo una vida santa para Dios? No soy yo, sino Cristo que vive en mí. ¿Soy santificado? Yo no me he santificado a mí mismo; el Espíritu Santo de Dios me santifica. ¿Estoy apartado del mundo? Estoy apartado por la disciplina de Dios. ¿Crezco en conocimiento? El grandioso Instructor me enseña. Encuentro en Dios todo lo que necesito; pero en mí no encuentro nada. "El solamente es mi roca y mi salvación."

    3. Y además: la sustentación es absolutamente indispensable. Necesitamos sustentación de la providencia para nuestros cuerpos, y sustentación de la gracia para nuestras almas. Las misericordias providenciales son enteramente del Señor. Es verdad que la lluvia desciende del cielo y riega la tierra, y "la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come;" pero ¿de qué manos proviene la lluvia y qué dedos destilan el rocío? Es cierto que el sol brilla y hace crecer y brotar y florecer a las plantas, y su calor hace que los frutos maduren en los árboles; pero, ¿quién da al sol su luz, y quién lo usa para esparcir su calor protector? Es cierto que yo trabajo y me afano; mi frente suda; mis manos están cansadas; me arrojo sobre mi cama, y allí descanso, pero no estoy "extinguiendo mis propias fuerzas," ni atribuyo mi preservación a mi propio poder. ¿Quién fortalece mis músculos? ¿Quién hace a mis pulmones como el hierro, y quién hace estos nervios de acero? "Dios solamente es mi roca y mi salvación." Él solamente es la salvación de mi cuerpo y la salvación de mi alma. ¿Me alimento de la palabra? Esa palabra no sería alimento para mí, a menos que el Señor la convierta en alimento para mi alma, y me ayude a alimentarme de ella. ¿Vivo del maná que desciende del cielo? ¿Qué es ese maná, sino el propio Jesucristo encarnado, cuyo cuerpo y cuya sangre como y bebo? ¿Estoy recibiendo continuamente frescos incrementos de poder? ¿De dónde saco mi poder? Mi salvación es de Él: sin Él no puedo hacer nada. Como el pámpano no puede llevar fruto a menos que permanezca en la vid, yo tampoco puedo llevar fruto a menos que permanezca en Él.

    4. Luego, juntemos los tres pensamientos en uno. La perfección que pronto tendremos, cuando estemos allá, cerca del trono de Dios, será enteramente del Señor. Esa reluciente corona que brillará en nuestra frente como una constelación de refulgentes estrellas, habrá sido elaborada únicamente por nuestro Dios. Voy a una tierra, pero es una tierra que el arado terrenal jamás ha removido, aunque es más verde que los mejores pastos de la tierra, y aunque es más rica que todas las cosechas que la tierra jamás vio. Voy a un edificio con una arquitectura más grandiosa que la que el hombre haya podido concebir jamás; no está construido por una arquitectura de mortales, es "una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos." Todo lo que sabré en el cielo, me lo enseñará el Señor; y cuando al fin me presente delante de Él, diré:
    "La gracia coronará toda la obra
    A través de los días sin fin;
    En el cielo está la principal piedra del ángulo,
    Digna de toda la alabanza."


    II. Y ahora, amados, llegamos a LA GRAN EXPERIENCIA. La más grande de todas las experiencias, yo creo, es saber que "El solamente es mi roca y mi salvación." Hemos estado insistiendo sobre una doctrina; pero la doctrina no es nada, a menos que sea demostrada en nuestra experiencia. La mayoría de las doctrinas de Dios deben aprenderse únicamente en la práctica: llevándolas al mundo y dejando que aguanten el desgaste de la vida. Si yo le preguntara a cualquier cristiano, en este lugar, si esta doctrina es verdadera, si él hubiera tenido alguna experiencia profunda, me respondería: "¡Ay, es verdaderamente cierta!, ninguna palabra en la Biblia de Dios es más verdadera que esa, pues ciertamente la salvación es solamente de Dios." "El solamente es mi roca y mi salvación." Pero, amados, es sumamente difícil tener tal conocimiento experimental de la doctrina, que siempre nos impida apartarnos de ella. Es muy difícil creer que "la salvación es de Jehová." Hay momentos en que ponemos nuestra confianza en algo más que no es Dios, y entonces pecamos cuando vinculamos con Dios cualquier otra cosa que no provenga de Él. Permítanme reflexionar un poco más detenidamente en la experiencia que nos llevará al conocimiento de que la salvación es solamente de Jehová.

    El verdadero cristiano estará dispuesto a confesar que la salvación es efectivamente sólo de Dios; esto es, que "Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad." Recordando mi vida pasada, veo que desde su comienzo todo ha sido de Dios; efectivamente de Dios. Yo no tomé una antorcha para iluminar al sol; pero el sol efectivamente me alumbró. Yo no comencé mi vida espiritual, no. Yo más bien di coces y luché en contra de las cosas del Espíritu: cuando Él me atrajo, por un tiempo, no corrí tras Él. Había en mi alma un odio natural contra todo lo santo y lo bueno. Sus galanteos eran desperdiciados en mí; las advertencias eran arrojadas al viento; los truenos eran despreciados; y en cuanto a los susurros de Su amor, eran rechazados como cosas sin valor y pura vanidad. Pero estoy seguro que ahora puedo decir, hablando por mí, y a nombre de todos los que conocen al Señor: "El solamente es mi salvación, y la salvación de ustedes también." Él fue el que hizo volver sus corazones, y los puso de rodillas. Pueden decir con toda verdad, entonces:

    "La gracia enseñó la oración a mi alma,
    La gracia llenó mis ojos de llanto."

    Y llegando a este momento, ustedes podrán decir:
    "La gracia me ha guardado hasta este día,
    Y no permitirá que me aleje."


    Yo recuerdo que cuando me estaba acercando al Señor, pensaba que lo estaba haciendo todo por mí mismo, y aunque buscaba al Señor con sinceridad, no tenía la menor idea que el Señor me estaba buscando a mí. No creo que el joven convertido esté consciente de esto al principio. Un día cuando estaba sentado en la casa de Dios, no estaba concentrado en el sermón que predicaba el hombre, porque no creía en lo que decía. De pronto me asaltó el pensamiento: "¿Cómo llegaste a ser cristiano?" Yo busqué al Señor. "Pero, ¿por qué te pusiste a buscar al Señor?" Este pensamiento atravesó mi mente como un relámpago: yo no lo habría buscado a menos que hubiese existido alguna influencia previa en mi mente que me condujera a buscarle. Estoy seguro que no pasarán muchas semanas, después de que se conviertan en cristianos, no pasarán muchos meses, antes de que digan: "yo atribuyo enteramente mi cambio a Dios." Yo deseo que esta sea mi confesión constante. Yo sé que hay algunas personas que predican un evangelio por la mañana y otro por la noche: que predican un sano y buen evangelio en la mañana, porque están predicando a los santos, pero predican falsedad por la noche, porque están predicando a los pecadores. Pero no hay necesidad de predicar la verdad en una ocasión y la falsedad en la otra. "La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma." No hay necesidad de agregar nada más para atraer a los pecadores al Salvador. Pero, hermanos míos, deben confesar que "la salvación es de Jehová." Cuando recuerden su pasado, deben decir: "mi Señor, todo lo que tengo, Tú me lo has dado. ¿Tengo las alas de la fe? Yo fui una vez una criatura sin alas. ¿Tengo los ojos de la fe? Yo fui una vez una criatura ciega; yo estaba muerto hasta que Tú me diste vida; ciego, hasta que Tú abriste mis ojos; mi corazón era un repugnante nido de suciedad, pero Tú pusiste perlas allí, si están allí, pues las perlas no son el producto de un estercolero; Tú me has dado todo lo que poseo."

    Y así, si miran al presente, si su experiencia es la de un hijo de Dios, todo lo atribuirán a Él; no únicamente todo lo que han tenido en el pasado, sino todo lo que tienen ahora. Aquí están ahora, sentados en una banca esta mañana; hoy, sólo quiero que consideren dónde se encuentran. Amados, ¿creen ustedes que estarían donde están si no fuera por la gracia divina? Sólo piensen en la severa tentación que tuvieron ayer; ellos "consultaron para arrojarte de tu grandeza;" tal vez fueron tentados como yo lo soy a veces. Algunas veces el diablo parece arrastrarme justo al borde de un precipicio de pecado por algún tipo de ensalmo, llevándome a olvidar el peligro por la dulzura que lo rodea; y en el preciso momento cuando está a punto de arrojarme al abismo, y veo al abismo bostezando a mis pies, una mano poderosa me saca, y oigo una voz que me dice: "evitaré que caigas en el abismo; he encontrado un rescate." ¿Acaso no sienten que, antes de que el sol se ponga serían condenados, si la gracia no los guardara? ¿Tienes algo bueno en tu corazón que la gracia no te haya dado? Si yo supiera que tengo una gracia que no hubiera venido de Dios, la pisotearía con mis pies, porque no sería una virtud piadosa; la consideraría una falsificación, pues no sería legítima si no procediera de la casa de moneda de la gloria. Podría ser muy semejante a lo legítimo; pero ciertamente es mala, a menos que proceda de Dios. ¡Cristiano!, ¿puedes decir de todas las cosas pasadas y presentes: "El solamente es mi roca y mi salvación?"

    Y ahora, miren hacia adelante, hacia el futuro. ¡Hombre!, considera cuántos enemigos tienes; cuántos ríos tienes que cruzar, cuántas montañas tienes que escalar, con cuántos dragones tienes que luchar, de cuántas fauces de leones debes escapar, cuántos fuegos tienes que atravesar, cuántas corrientes tienes que vadear. Hombre, ¿qué piensas? ¿Puede venir tu salvación de cualquier otra fuente que no sea Dios? ¡Oh!, si yo no tuviese el brazo eterno que me apoya, gritaría: "¡Muerte!, arrebátame a cualquier parte; a cualquier parte fuera de este mundo." Si no tuviera esa especial esperanza, esa única confianza, ¡entiérrenme a diez mil brazas de profundidad, al fondo de la creación, donde mi ser desaparezca! ¡Oh!, pónganme lejos, pues soy un miserable si no tengo a Dios para que me ayude a lo largo de mi jornada. ¿Acaso son ustedes lo suficientemente fuertes para luchar con alguno de sus enemigos sin la ayuda de su Dios? No lo creo. Una insignificante criada insensata puede descorazonar a Pedro, y puede abatirte a ti también, si Dios no te guarda. Te suplico que recuerdes esto; espero que lo sepas por la experiencia del pasado; pero procura recordarlo en el futuro, hacia donde te diriges: "la salvación es de Jehová." No se queden mirando a su corazón, no se queden examinándose para ver si tienen algo bueno que los recomiende, sino que deben recordar que "la salvación es de Jehová." "El solamente es mi roca y mi salvación."

    Efectivamente, todo nos viene de Dios; y estoy seguro que debemos agregar, todo lo relativo a los méritos. Hemos experimentado que la salvación es enteramente de Él. ¿Qué méritos tengo yo? Si yo pudiera amontonar poco a poco todo lo que he tenido jamás, y luego me acercara a ustedes y les pidiera todo lo que tienen, no podríamos recoger nada de valor entre todos. Nos hemos enterado de algún católico que dijo alguna vez que cuando se pesaran sus buenas obras contra sus malas obras, la balanza se inclinaría a su favor, y que por tanto iría al cielo. Pero no hay tal cosa. He visto a muchas personas, muchos tipos de cristianos, y muchos cristianos singulares, pero nunca me he encontrado con ninguno que haya dicho que tuviera méritos propios al ser examinado muy de cerca. Nos hemos enterado de hombres perfectos, y nos hemos enterado de hombres perfectamente insensatos, y hemos considerado a ambas categorías perfectamente iguales. ¿Acaso tenemos méritos propios? Estoy seguro que no los tenemos, si hemos sido enseñados de Dios. Una vez creímos que los teníamos; pero un hombre llamado Convicción visitó nuestra casa una noche, y se llevó todos los motivos que teníamos de gloriarnos. ¡Ah!, todavía somos viles. Yo no sé si Cowper lo expresó lo suficientemente bien cuando dijo:

    "Desde la hora bendita que fui traído a Tus pies,
    Y todas mis necedades fueron desarraigadas,
    No he confiado en brazo que no sea el Tuyo,
    ¡Ni espero en nada sino en Tu justicia divina!"


    Pienso que él cometió un error, pues la mayoría de los cristianos confían algunas veces en el ego, pero estamos obligados a reconocer que "la salvación es de Jehová," si la consideramos desde el punto de vista de los méritos.

    Mis queridos amigos, ¿han experimentado esto en sus propios corazones? ¿Pueden decir "amén" a eso, al oírlo? ¿Pueden decir: "Yo sé que Dios es quien me ayuda"? Me atrevo a decir que pueden, la mayoría de ustedes puede; pero no lo dirán tan bien como lo harán pronto si Dios les enseña. Nosotros lo creemos, cuando comenzamos la vida cristiana; lo sabemos posteriormente; y entre más vivimos, más descubrimos que es verdad: "Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová." De hecho, la corona de la experiencia cristiana debe ser despojada de toda confianza en el yo o en el hombre, y debe ser conducida a confiar entera y simplemente en Jesucristo. Yo afirmo, cristiano, que la experiencia más elevada y más noble, no consiste en estar gimiendo acerca de tu corrupción, en llorar por tus descarríos, sino que consiste en decir:

    "A pesar de todos mis pecados, afanes y miserias,
    Su Espíritu no me soltará."


    "Señor, creo; ayuda mi incredulidad." Me gusta lo que dice Lutero: "yo correría a los brazos de Cristo, aunque tuviera una espada desenvainada en Sus manos." A eso se le llama una fe atrevida; pero como dice un viejo teólogo, no existe tal cosa como una fe atrevida; no nos estamos aventurando cuando se trata de Cristo; no hay ningún riesgo; no hay ninguna contingencia en el más mínimo grado. Es una experiencia santa y celestial, cuando podemos ir a Cristo en medio de la tormenta, y decirle: "¡Oh! Jesús, yo creo que estoy cubierto por Tu sangre;" cuando sentimos que estamos cubiertos de harapos, y a pesar de ello decimos: "Señor, yo creo que por medio de Cristo Jesús, a pesar de ser andrajoso, estoy completamente absuelto." La fe de un santo es poca fe cuando cree como un santo; pero la fe de un pecador es verdadera fe cuando cree como un pecador. La fe, no la de un ser sin pecado, sino la fe de una criatura pecadora: esa es la fe que deleita a Dios. Anda, entonces, cristiano; pide que esta sea tu experiencia, que aprendas cada día que "El solamente es mi roca y mi salvación."

    III. Y ahora, en tercer lugar, vamos a hablar DEL GRAN DEBER. Hemos tenido la gran experiencia; ahora contraemos un gran deber.

    El gran deber es: si únicamente Dios es nuestra roca, y lo sabemos, ¿no estamos obligados a poner toda nuestra confianza en Dios, a dar todo nuestro amor a Dios, a poner toda nuestra esperanza en Dios, a entregar toda nuestra vida para Dios, y a someter todo nuestro ser a Dios? Si Dios es todo lo que tengo, entonces, todo lo que tengo será de Dios. Si únicamente Dios es mi esperanza, entonces, yo pondré toda mi esperanza en Dios; si el amor de Dios es solamente lo que salva, Él únicamente tendrá mi amor.

    Vamos, déjame hablarte por un momento, cristiano, pues quiero advertirte que no tengas dos Dioses, dos Cristos, dos amigos, dos esposos, dos grandiosos Padres; que no tengas dos fuentes, dos ríos, dos soles, o dos cielos, sino que tengas solamente uno. Quiero pedirte ahora, que ya que Dios ha puesto toda la salvación en Él mismo, que te entregues por entero a Dios. ¡Vamos, permíteme que hable contigo!

    En primer lugar, nunca le agregues nada a Cristo. ¿Quieres coser tus viejos harapos a las nuevas vestiduras que Él da? ¿Quieres verter el nuevo vino en las viejas botellas? ¿Quieres juntar a Cristo con tu ego? Sería como uncir a un elefante con una hormiga; nunca podrían arar juntos. ¡Qué!, ¿quisieras aparejar a un arcángel con un gusano, con la esperanza que te arrastren a lo largo del cielo? ¡Cuánta inconsistencia! ¡Cuánta insensatez! ¡Qué!, ¿tú y Cristo? De seguro, Cristo sonreiría; ¡no, Cristo lloraría al pensar en una cosa así! ¿Cristo y el hombre juntos? ¿CRISTO Y COMPAÑÍA? No, eso no sucederá nunca; Él no aceptará nada parecido; Él debe serlo todo. Observen cuán inconsistente sería poner cualquier cosa junto a Él; y noten, además, cuán errado sería. Cristo no soportará jamás que se ponga nada junto a Él. Él llama adúlteros y fornicarios a quienes aman otra cosa que no sea Él; Él demanda que tu corazón entero confíe en Él, que toda tu alma le ame, y que toda tu vida le honre. Él no vendrá a tu casa mientras no le entregues todas las llaves y las pongas en Su cinturón; Él no tolerará que le des todas las llaves menos una; Él no vendrá mientras no le abras el desván, la sala, el comedor, todo, incluyendo el sótano. Te hará cantar:

    "Si pudiera reservarme algo,
    Y ningún deber me obligara,
    Amo a mi Dios con tan grande celo,
    Que todo le entregaré."


    Fíjate bien, cristiano; es un pecado no entregarle todo a Dios.

    Además, Cristo es agraviado cuando no le entregas todo. Seguramente no deseas ofender a Quien derramó Su sangre por ti. De seguro no hay ningún hijo de Dios aquí que quisiera vejar a su bendito Hermano mayor. No puede haber una sola alma redimida con sangre, que quisiera ver esos benditos ojos dulces de nuestro Bienamado llenos de lágrimas. Yo sé que ustedes no quieren afligir a su Señor; ¿no es cierto? Pero les diré que vejarán Su noble espíritu si aman algo que no sea Él; pues Él los ama tanto, que es muy celoso del amor de ustedes. Se dice, en lo relativo a Su Padre, que es "un Dios celoso," y con quien tienen que tratar es con un Cristo celoso; por lo tanto, no pongan su confianza en carros, no se apoyen en caballos, sino que digan: "El solamente es mi roca y mi salvación."

    Les ruego que consideren también una razón por la cual no deben mirar a ningún otro lado; y es que si miras a cualquier otra cosa no podrás ver tan claramente a Cristo. ¡Oh!" dices, "puedo ver a Cristo en Sus misericordias;" pero no puedes verle tan bien allí, como si vieses Su persona. Nadie puede mirar a dos objetos a la vez, y verlos a ambos muy claramente. Podrás dar un vistazo al mundo y un vistazo a Cristo; pero no puedes mirar atentamente a Cristo con tus ojos bien abiertos, y todavía echar un vistazo al mundo. Te lo suplico, cristiano, no lo intentes. Si miras al mundo, será una basurita en tu ojo; si confías en cualquier cosa que no sea Él, estarías sentado entre dos banquitos y te caerías al suelo, y tu caída sería terrible. Por lo tanto, cristiano, míralo únicamente a Él. "El solamente es mi roca y mi salvación."

    Además observa, cristiano, yo te pido que nunca mezcles nada con Cristo; pues en verdad, cada vez que lo hagas recibirás azotes por ello. Nunca ha habido un hijo de Dios que albergara en su corazón a uno de los traidores del Señor, que no hubiera recibido una acusación en su contra. Dios ha emitido una orden de cateo contra todos nosotros; y ¿saben ustedes qué es lo que le ha pedido a Sus oficiales que busquen? Les ha pedido que busquen a todos nuestros amantes, todos nuestros tesoros, y a todos nuestros ayudadores. A Dios le importan menos nuestros pecados como pecados, que nuestros pecados e incluso nuestras virtudes, como usurpadores de Su trono. Yo te digo, no hay nada en el mundo sobre lo que pongas tu corazón, que no sea colgado de una horca más alta que la de Amán. Si amas cualquier cosa que no sea Cristo, hará que te sirva de penitencia; si amas tu casa más que a Cristo, la convertirá en una prisión para ti; si amas a tu hijo más que a Cristo, lo convertirá en una víbora en tu pecho y te picará; si tú amas a tus provisiones diarias más que a Cristo, hará que tu bebida sea amarga y la comida sea como arena en tu boca, hasta que entregues tu vida entera a Él. No hay nada que tengas, que Él no pueda convertir en una vara, si amas eso más que a Él; y puedes estar seguro que lo hará, si lo conviertes en algo que robe a Cristo.

    Y además considera que si miras a cualquier otra cosa excepto a Dios, pronto caerás en el pecado. Nunca ha habido un hombre que haya fijado sus ojos en cualquier otra cosa, salvo en Cristo, que no se haya extraviado. Si el marinero guía su timón por la estrella polar, irá al norte; pero si conduce algunas veces siguiendo a la estrella polar y otras veces a alguna otra constelación, no sabe hacia dónde se dirige. Si no mantienes tu ojo fijo enteramente en Cristo, pronto estarás perdido. Si alguna vez renuncias al secreto de tu fuerza, es decir, a tu confianza en Cristo; si alguna vez te diviertes con la Dalila del mundo, y te amas a ti mismo más que a Cristo, los filisteos caerán sobre ti, y te raparán las siete guedejas de tu cabeza, y te llevarán para que muelas en la cárcel, hasta que tu Dios te otorgue la liberación haciendo que tus cabellas vuelvan a crecer una vez más, conduciéndote a confiar plenamente en el Salvador. Pon, entonces, tus ojos en Jesús; pues si te apartas de Él, ¡te va a ir muy mal! Te suplico, cristiano, que cuides tus gracias; cuida tus virtudes; cuida tu experiencia; cuida tus oraciones; cuida tu esperanza; cuida tu humildad. No hay una sola de tus gracias que no pudiera condenarte, si la descuidas. El viejo Brooks dice: cuando una mujer tiene un marido, y ese marido le entrega algunos anillos caros, los lleva en sus dedos; y si es tan insensata como para amar a los anillos más que a su marido, si sólo se preocupara por las joyas, y olvidara al marido que se las regaló, ¡cuán airado estaría el marido, y cuán insensata sería ella misma! ¡Cristiano! Te lo advierto, cuida tus gracias; pues podrían llegar a ser más peligrosas que tus pecados. Te advierto que te cuides de todo en este mundo; pues todo tiene esta influencia, en especial un elevado patrimonio. Si tenemos cómodos ingresos, tendremos la tendencia a no mirar mucho a Dios. ¡Ah!, cristiano con una fortuna independiente, cuidado con tu dinero; cuidado con tu oro y con tu plata; serán una maldición para ti si se interponen entre tú y tu Dios. Siempre debes mantener tu ojo en la nube y no en la lluvia, en el río y no en la barca que flota sobre la superficie. No mires a los rayos del sol, sino al sol; atribuye tus misericordia a Dios, y di perpetuamente: "El solamente es mi roca y mi salvación."

    Por último, te pido una vez más que fijes enteramente tus ojos en Dios, y no en algo en ti, ¡porque lo que ahora eres, y lo que fuiste siempre, es que serías un pobre pecador condenado si estuvieses sin Cristo! El otro día, estaba predicando y toda la primera parte del sermón la prediqué como un ministro; de pronto recordé que yo era un pobre pecador, y entonces, ¡de qué manera tan diferente comencé a hablar! Los mejores sermones que predico siempre son aquellos que predico, no en mi condición de ministro, sino como un pobre pecador predicando a pecadores.

    Encuentro que no hay nada tan bueno como que un ministro recuerde que no es nada sino un pobre pecador, después de todo. Se dice del pavo real que, aunque posee hermosas plumas, está avergonzado de sus patas negras: yo estoy convencido que debemos sentir vergüenza de nuestros negros pies. Aunque nuestras plumas parezcan muy brillantes a veces, debemos recordar lo que seríamos si no tuviéramos la ayuda de la gracia. ¡Oh!, cristiano, pon tus ojos en Cristo, porque fuera de Él no eres nada mejor que los condenados del infierno; no hay ningún demonio en el abismo que no pudiera hacerte sonrojar, si estás fuera de Cristo. ¡Oh, que fueras humilde! Recuerda que tienes un corazón perverso dentro de ti, aun cuando la gracia esté allí. Tú tienes la gracia: Dios te ama; pero recuerda, tú tienes todavía un tumor maligno en tu corazón. Dios ha quitado mucho de tu pecado, pero todavía permanece la corrupción. Sentimos que aunque el viejo hombre esté de alguna manera sujetado, y el fuego esté más o menos controlado por las dulces aguas de la influencia del Espíritu Santo, podría arder otra vez más que antes, si Dios no lo contuviera. Entonces, no nos gloriemos en nosotros. El esclavo no necesita estar orgulloso de su linaje. Tiene su marca en la mano, hecha con hierro candente. ¡Fuera con el orgullo! ¡Despójense de él! Descansemos enteramente y solamente en Jesucristo.

    Ahora, sólo una palabra para el impío: tú, que no conoces a Cristo. Has oído lo que te he dicho, que la salvación es solamente de Cristo. ¿No es esa una buena doctrina para ti? Ya que tú no tienes nada, ¿no es buena? Tú eres un pobre pecador, perdido y arruinado. Entonces, escucha esto, pecador: tú no tienes nada, y no necesitas nada, pues Cristo lo tiene todo. "¡Oh!" dices tú, "yo soy un esclavo." ¡Ah!, pero Él tiene la redención. "No," dices tú, "yo soy un negro pecador." Ay, pero Él tiene la bañera que puede dejarte muy limpio. ¿Acaso dices: "yo soy un leproso"? Sí, pero el Médico bueno puede quitarte tu lepra. ¿Acaso dices: "estoy condenado"? Ay, pero Él tiene tu absolución firmada y sellada, si en verdad crees en Él. ¿Acaso dices: "pero yo estoy muerto"? Ay, pero Cristo tiene la vida, y Él te puede dar vida. No necesitas nada tuyo: nada en qué confiar excepto en Cristo; y si hay un hombre, o una mujer, o un niño aquí, que estén preparados a repetir solemnemente conmigo, con todo su corazón:
    "confieso que Cristo es mi Salvador, y que no tengo poderes ni méritos míos en los cuales confiar; veo mis pecados, pero veo que Cristo los vence; veo mi culpa, pero creo que Cristo es más poderoso que mi culpa"
    yo afirmo, que si alguien de ustedes puede decir eso, pueden retirarse y regocijarse, pues son herederos del reino de los cielos.

    Debo contarles una singular historia, que fue contada en nuestra reunión de la iglesia, porque podría haber algunas pobres personas que entendieran el camino de la salvación por medio de ella. Uno de los amigos fue a ver a una persona que estaba a punto de unirse a la iglesia; y le preguntó: "¿podrías decirme qué le dirías a un pobre pecador que viniera a preguntarte cuál es el camino de la salvación?" "Bien," respondió, "no lo sé: difícilmente podría decírtelo; pero da la casualidad que me ocurrió ayer una situación parecida. Una pobre mujer vino a mi taller, y le expliqué el camino; pero fue de una manera tan sencilla que no me gustaría repetirla." Oh, sí, dímelo; me encantaría oírlo." Pues bien, ella es una pobre mujer, que siempre está empeñando sus cosas, y cuando pasa el tiempo, las rescata otra vez. No supe cómo explicárselo excepto de esta manera. Le dije: "mira; tu alma está empeñada al diablo; Cristo ha pagado el dinero de la redención; toma a tu fe como el pago, y sacarás a tu alma del empeño." Ahora, eso fue algo muy sencillo, pero fue la forma más excelente de impartir un conocimiento de salvación para esta mujer. Es cierto que nuestras almas estaban empeñadas a la venganza del Todopoderoso; éramos pobres, y no podíamos pagar el dinero de la redención; pero Cristo vino y lo pagó todo, y la fe es el comprobante que usamos para sacar a nuestras almas del empeño. No necesitamos poner ni un solo centavo; sólo tenemos que decir: "Señor, yo creo en Jesucristo. No he traído dinero para pagar por mi alma, pero aquí está el comprobante; el dinero se pagó hace mucho tiempo. Esto está escrito en Tu palabra: "La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado." Si presentas ese comprobante, podrás sacar a tu alma del empeño; y dirás: "he sido perdonado, he sido perdonado, soy un milagro de la gracia." Que Dios les bendiga, amigos míos, por Cristo nuestro Señor.



    Volver a Indice de Mensajes de Spurgeon