miércoles, 27 de enero de 2010

Certificado de Exito en la Oración

Por: Charles Spurgeon

"Y yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá." Lucas 11: 9-10



Buscar ayuda de un ser sobrenatural en tiempo de angustia es un instinto de la naturaleza humana. No decimos que la naturaleza humana no renovada ofrezca una oración verdaderamente espiritual, o pueda ejercer la fe salvadora en el Dios vivo. Pero, no obstante, como niño que llora en la oscuridad con angustioso anhelo de recibir ayuda de uno u otro lugar, difícilmente puede saber de dónde, el alma un profundo pesar casi invariablemente clama a algún ser sobrenatural en demanda de socorro. No hay personas más dispuestas a orar en tiempo de angustia que aquellas que han ridiculizado la oración en tiempos de prosperidad; y probablemente no hay oraciones más reales y en conformidad con los sentimientos de la hora que las que el ateo ha ofrecido bajo la presión del temor de la muerte.

En uno de sus papales en el Tattler, Addison describe a un hombre que, a bordo de un barco, se jactaba ruidosamente de su ateísmo. A1 sobrevenir un repentino vendaval, cayó de rodillas y confesó al capellán que había sido ateo. Los rudos marineros que nunca antes habían oído esa palabra pensaban que se trataba de algún extraño pez, y se sorprendieron en extremo cuando vieron que era un hombre, y supieron de su propio boca "que nunca, hasta ese día había creído que hubiera un Dios." Uno de los viejos marineros le dijo al contramaestre que sería una buena obra echarlo por la borda, pero consideró que era una sugerencia cruel, porque la pobre criatura ya estaba en un estado tan miserable que su ateísmo se había evaporado, y en medio de un terror mortal clamaba a Dios pidiendo que tuviera misericordia de él.

Han ocurrido incidentes similares no una ni dos veces. En realidad, el escepticismo jactancioso se bate en retirada tan frecuentemente que siempre esperamos vuelva a ocurrir lo mismo. Quítese toda restricción artificial de la mente, y puede decirse de todos los hombres que, al igual que los compañeros de viaje de Jonas, cada uno clama a su Dios estando en tribulación. Como las aves en sus nidos, y los ciervos a sus matorrales, los hombres en su angustia vuelan en busca de socorro a un ser superior en la hora de la necesidad.

Por instinto, el hombre se volvió a su Dios en el Paraíso; y ahora, aunque en un grado lamentable es un monarca destronado, permanecen en su memoria vestigios de lo que era, y memoria en cuanto a donde encontrar su fuerza. Por lo tanto, no importa dónde encontráis a un hombre, si está en angustia, pedirá ayuda sobrenatural. Creo en la veracidad de este instinto, y que el hombre ora porque hay algo en la oración. Como cuando Dios da a sus criaturas el don de la sed, es porque existe el agua para saciarla. Y cuando crea el hambre es porque existe el alimento correspondiente al apetito. Así cuando él inclina a los hombres a orar es porque la oración tiene una bendición correspondiente unida a ella.

Encontramos una poderosa razón para esperar que la oración sea efectiva en el hecho de que es una institución de Dios. En la palabra de Dios repetidas veces se nos da el mandamiento de orar. Las instituciones de Dios no son necedad. ¿Puedo yo creer que el Dios infinitamente sabio me ha ordenado un ejercicio que es ineficaz y que no es más que un juego de niños? ¿Me ordena orar, y sin embargo, la oración no tiene más resultado que si silbo al viento, o le canto, a un matorral? Si no hay respuesta a la oración, la oración es un monstruoso absurdo y Dios es el autor de ella. Y esto es una blasfemia si alguien se atreve a afirmarlo. Ningún hombre que no sea un tonto seguirá orando una vez que se le ha probado que la oración no hace ningún efecto delante de Dios, y que nunca recibe una respuesta. La oración es una tarea de idiotas y locos, y no para personas sanas, si fuera verdad que sus efectos terminan en el mismo hombre que ora.

Esta mañana no entraré a argumentar sobre la materia, más bien, voy a considerar mi texto, el cual para mí, por lo menos, y para vosotros que sois seguidores de Cristo, es el fin de toda controversia. Nuestro Salvador sabía muy bien que surgirían muchas dificultades en relación con la oración, y podrían hacer vacilar a sus discípulos, así que contrarrestó toda oposición mediante una afirmación incontrovertible. Leed las palabras: "Y yo os digo: Yo, vuestro Dios: Yo os digo, pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá."

En el texto nuestro Señor hace frente a todas las dificultades, en primer lugar, dándonos el peso de Su autoridad, "Yo os digo;" en segundo término, obsequiándonos una promesa, "Pedid y se os dará," etcétera; y luego recordándonos un hecho indiscutible, "todo el que pide, recibe." Tenemos aquí tres heridas mortales para las dudas que el cristiano pueda tener en cuanto a la oración.

I. En primer lugar, NUESTRO SALVADOR NOS DA EL PESO DE SU PROPIA AUTORIDAD: "Y yo os digo."

La primera marca de un seguidor de Cristo es que cree a su Señor. De ningún modo podemos seguir al Señor si levantamos dudas acerca de puntos que El ha establecido positivamente. Aunque una doctrina esté rodeado de diez mil dificultades, el ipse dixit del Señor Jesús las suprime todas, en lo que concierne a los cristianos verdaderos. La declaración de nuestro Maestro es todo el argumento que nescesitamos: :''Yo os digo" es nuestra lógica. ¡Razón! te vemos majestuosa en Jesús, porque El nos ha sido hecho por Dios sabiduría. El no puede errar, no puede mentir y si El dice: "Yo os digo," todo debate llega a su fin.

Pero, hermanos, hay algunas razones que nos deben llevar a descansar más confiadamente en la palabra de nuestro Señor Jesús, pero en la explicación que tenemos en consideración hay una fuerza especial. Se ha objetado que no es posible que la oración pueda ser contestada, porque las leyes de la naturaleza son inalterables, y todo debe seguir su curso y así será sea que los hombres oren o no. No nos parece necesario demostrar que las leyes de la naturaleza sufren perturbaciones. Dios puede obrar milagros, y puede obrarlos todavía como lo hiciera antaño, pero no es parte de la fe cristiana que Dios tenga que obrar milagros para responder las oraciones de sus siervos. Cuando un hombre, para cumplir una promesa tiene que desorganizar todos sus asuntos, y por decirlo así, tiene que detener toda su maquinaria, ello demuestra que es sólo un hombre, y que su sabiduría y poder son limitados; pero El es verdadero Dios, y sin dar marcha atrás a su maquinaria, o sin quitar un solo diente a la rueda, cumple los deseos de su pueblo cuando los presenta delante de El. El Señor es tan omnipotente que puede lograr resultados equivalentes a milagros sin necesidad de suspender en él más mínimo grado alguna de sus leyes. En el pasado, por decirlo así, detuvo la maquinaria del universo en respuesta a la oración, pero ahora, con una gloria igualmente divina, El ordena los sucesos de modo que pueda responder las oraciones de los creyentes, y sin suspender no obstante una sola ley natural.

Pero esto está lejos de ser nuestro único y principal consuelo; ello radica en el hecho de que oímos la voz de uno que es competente para hablarnos de la materia, y El dice: "Yo os digo, pedid y recibiréis." Sea que las leyes de la naturaleza sean irreversibles o no, "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis." Ahora bien, ¿quién es el que lo dice? Es el que ha hecho todas las cosas, sin el cual nada de lo que ha sido hecho fue hecho. ¿No puede hablar hasta este punto? ¡Oh, tú Verbo eterno, que en el principio estabas con Dios, pesando las nubes y amarrando los cimientos de la tierra, tú sabes cuáles son las leyes de la naturaleza y su inalterable constitución, y si tú dices "Pedid y se os dará," entonces, ciertamente será así, sean lo que fueren las leyes de la naturaleza. Además, nuestro Señor es adorado por nosotros como el sustentador de todas las cosas, y viendo que todas las leyes de la naturaleza son operativas solamente por su poder, y que son sostenidas en su acción por su poder, el debe ser conocedor del mecanismo de todas las fuerzas del universo, y si dice: "Pedid y se os dará," El no habla por ignorancia, más conoce lo que afirma. Podríamos estar seguros que no hay fuerzas que puedan impedir el cumplimiento de la palabra del Señor. De parte del Creador y Sustentador de todas las cosas, la expresión "yo os digo," pone fin a toda controversia para siempre.
Pero se ha presentado otra objeción que es muy antigua y tiene apariencia de gran fuerza. No es presentada por los escépticos, sino por los que sustentan parte de la verdad, y es este: que la oración no puede producir resultados ciertos, porque los decretos de Dios han establecido todas las cosas y esos decretos son inmutables. Ahora no tenemos deseos de negar la afirmación de que los decretos de Dios han establecido todos los sucesos. Creemos plenamente que Dios en su presencia ha predestinado todo lo que sucede en el cielo 0 abajo en la tierra, y que el conocimiento anticipado de la posición de un junco a la orilla del río es tan fija como la posición del rey en el trono y "el tamo del amo del aventador es dirigido como las estrellas en sus órbitas." La predestinación abarca lo grande y lo pequeño, y alcanaza a todas las cosas. La pregunta es, "entonces, ¿por qué orar?" Con la misma lógica, ¿no se nos podría pedir que respiremos, comamos, nos movamos o hagamos algo? Tenemos una respuesta que nos satisface: nuestras oraciones están en la predestinación, y que Dios ha ordenado las oraciones de su pueblo al igual que todas las demás cosas, y cuando oramos, estamos produciendo eslabones en la cadena de los hechos ordenados. El destino decreta que ore; yo oro; el destino decreta que me sea respondida, y recibo la respuesta.

Pero tenemos una respuesta mejor que todo esto. El Señor Jesús se adelanta, y nos dice esta mañana: "Querido hijo mío, no debes preocuparte del decreto de Dios, nada hay en ellos que sea incongruente con el hecho de que tus oraciones sean contestadas. `Yo os digo, pedid y os será dado.' " Ahora, quién es el que dice esto? ¡Vamos! es el que ha estado con el Padre desde el principio --"Este era en el principio con Dios"-- y él conoce cuales son los propósitos de Dios y cómo es el corazón de Dios, porque ha dicho en otro lugar, "el Padre mismo os ama." Ahora, puesto que El conoce el decreto del Padre, y el corazón del Padre, nos puede decir con la absoluta certeza de un testigo ocular que no hay nada en el consejo eterno que entre en conflicto con esta verdad y que el que pide recibe, y el que busca halla. El ha leído los decretos de principio a fin. ¿No ha tomado el libro y ha desatado los siete sellos, declarando las ordenanzas del cielo? El os dice que nada hay que esté en contra de tu rodilla doblada y tus ojos mojados con lágrimas, y con el hecho de que el padre abra las ventanas de los cielos para hacer llover sobre ti las bendiciones que estás buscando. Más aun, El mismo es Dios: los propósitos de los cielos son sus propósitos, y aquel que ordenó el propósito aquí da la seguridad de que nada hay en él que impida la eficacia de la oración. "Yo os digo." ¡Oh, vosotros que creéis en El, vuestras dudas son esparcidas a los vientos, porque sabéis que El oye la oración.

Pero a veces surge en nuestra mente una tercera dificultad, que está asociada con nuestro propio juicio acerca de nosotros mismos y nuestra evaluación de Dios. Sentimos que Dios es muy grande, y temblamos en la presencia de su majestad; sentimos que somos muy pequeños, y que, además, somos viles; y parece una cosa increíble que una insignificancia culpable tenga poder para mover el brazo que mueve el universo. Me pregunto si no es ese temor culpable el que nos impide frecuentemente que oremos. Pero Jesús contesta dulcemente. Dice: "Yo os digo: pedid y se os dará." Y pregunto nuevamente, ¿quién es el que dice "Yo os digo?" Es aquel que conoce tanto la grandeza de Dios como la debilidad del hombre. El es Dios y desde su excelsa majestad, imagino oírle decir: "Yo os digo: `Pedid, y se os dará.' " Pero El también es hombre como nosotros, y dice: "No tengas miedo de tu insignificancia, porque yo, hueso de tu hueso, y carne de tu carne te aseguro que Dios oye la oración del hombre."

Y, sin embargo, si el terror del pecado nos espanta, y nuestro pesar nos deprime, yo os recordaría que cuando dice, "Yo os digo," Jesús nos da la autoridad, no solo de su persona, sino de su experiencia. Jesús era dado a orar. Nunca nadie ha orado como él lo hizo. El pasaba las noches en oración, y días enteras en ferviente intercesión. El es quien nos dice: "Yo os digo, `Pedid y se os dará.'" Los veo descender fresco de entre los brezos del monte, entre los cuales arrodillado había pasado la noche en oración, y dice: "Discípulos míos, pedid y se os dará, porque yo he orado y me ha sido dado. "Fue oído en aquello que temía, y por lo tanto, nos dice: "Yo os digo, llamad y se os abrirá." E imagino oírle hablar así desde la cruz, con su rostro resplandeciente por el primer rayo de luz después que hubo sufrido nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, y hubo sufrido nuestros dolores hasta el último tormento. El había clamado: "Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?" y ahora, habiendo recibido una repuesta, clama triunfante: "Consumado es," y hecho esto, nos manda: "Pedid y se os dará." Jesús ha probado el poder de la oración.

Además, recordad que si Jesús nuestro Señor, podía hablar positivamente aquí, hay razones mayores aun para creer en El ahora, porque ha traspasado el velo, se ha sentado a la diestra de Dios el padre, y la voz que ahora nos viene no nos llega del hombre pobre que usa una túnica sin costura, sino del sacerdote entronizado que lleva sobre sus lomos un cinto d~ sobre sus lomos, porque es él quien ahora dice, desde la diestra de Dios : "Yo os digo, pedid y se os dará," ¿No crees en su nombre? Sí crees. Entonces, ¿cómo podría caer en tierra una oración que se ofrece sinceramente en ese nombre? Cuando presentas tu petición en el nombre de Jesús, una parte de su autoridad refuerza tus oraciones. Si tu oración es rechazada, Cristo es deshonrado. No puedes creer que ello pueda ocurrir. Puesto que has confiado en él, cree que la oración ofrecida por medio de él debe tener éxito y lo tendrá.
No podemos quedar por más tiempo en este punto, pero confiamos en que el Espíritu Santo impresionará con él los corazones de todos nosotros.

II. Ahora recordaremos que NUESTRO SEÑOR NOS OBSEQUIA UNA PROMESA
Nótese que la promesa se da para diversas variedades de oración: "Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá." El texto claramente afirma que todas las formas de oración verdadera serán escuchadas, con la condición de ser presentadas por intermedio de Jesucristo, y son para bendiciones prometidas. Algunas son oraciones vocalizadas los hombres piden; no debemos jamás dejar de ofrecer la oración expresada por la lengua, porque la promesa es que el que pide será oído. Pero, hay otros que sin descuidar la oración activa, porque por el uso humilde y diligente de los medios ellos buscan las bendiciones que necesitan. Sus corazones hablan a Dios por medio de sus anhelos, sus esfuerzos, sus emociones y sus trabajos. Que no cesan de buscar, porque ciertamente hallarán. Hay otros que, en su ardor combinan las formas más apasionadas, actuando y hablando, porque llaman es una forma intensa de pedir y una forma vehemente de buscar. Así la oración crece desde el pedir --que es su vocalización, su declaración--, hacia el buscar, --que es suplicar--; y llamar --que es importunar. Para cada una de estas etapas de la oración hay una promesa clara. El que pide, tendrá aquello que más pidió. Pero en el que busca yendo más allá, encontrará, disfrutará, estrechará entre sus manos, sabrá que ha obtenido. Y el que llama, irá más lejos aún, porque entenderá, y se le abrirán las cosas preciosas. No solamente tendrá la bendición y la disfrutará, sino que la comprenderá, "entenderá con todos los santos cuáles sean las alturas y las profundidades."

Sin embargo, quiero que notéis lo siguiente, que lo abarca todo: sea cual fuere la forma de oración tendrá éxito. Si solamente pedís recibiréis; si buscáis, hallaréis, si llamáis, os será abierto, pero en cada caso os será hecho conforme a vuestra fe. Las cláusulas de la promesa que tenemos ante nuestros ojos no se nos presentan colectivamente, como decimos en derecho: el que pide y busca y llama, recibirá, el que busca hallará y al que llama le será abierto. No es cuando combinamos las tres cosas que recibimos la bendición, aunque indudablemente si las combinamos recibiremos una respuesta combinada; pero si ejercemos solamente una de estas tres formas de oración, de todos modos tendremos lo que nuestra alma necesita.
Estos tres métodos de oración ejercitan una variedad de nuestra gracia. Los padres comentan en cuanto a este pasaje que la fe pide, la esperanza busca y el amor llama, y vale la pena repetir ese comentario. La fe pide porque cree que Dios dará; habiendo pedido, la esperanza espera, y en consecuencia busca la bendición; el amor lleva más cerca aún, y no recibirá una negativa de Dios, antes bien desea entrar en su casa, cenar con El, y por eso llama a su puerta hasta que le abre. Pero, regresamos a nuestro punto original. No importa cuál es la gracia que se ejerce, una bendición corresponde a cada una. Si la fe pide, recibirá; si la esperanza busca, hallará; y si el amor llama, le será abierto.

Estos tres modos de orar nos convienen en diferentes estados de angustia. Allí estoy, pobre mendigo, a la puerta de la misericordia; pido y recibiré. Pero me extravío, de modo que no puedo hallar a Aquel a quien una vez pedí tan exitosamente; entonces puedo buscarlo con la certeza de que la hallaré. Y si estoy en la última de las etapas, no solamente pobre y confundido, sino también inmundo como para sentirme separado de Dios, como leproso que es echado fuera del campamento, entonces puedo llamar y la puerta se me abrirá.

Cada una de estas diferentes descripciones de las oraciones es sobremanera sencilla. Si alguien dijese: "No puedo pedir," nuestra respuesta sería: "no entiendes la palabra." Con toda seguridad toda persona puede pedir. Un niño pequeño puede pedir. Mucho antes que el bebé sepa hablar, ya puede pedir. No necesita palabras para pedir lo que necesita, y no hay uno solo entre nosotros que esté incapacitado para pedir. No es necesario que las oraciones sean hermosas. Creo que Dios aborrece las oraciones hermosas. Cuando oramos, mientras más sencilla nuestra oración mejor; el lenguaje más sencillo, el más humilde que expresa lo que queremos significar, es el mejor de todos.

La segunda palabra es buscad, y ciertamente no hay dificultades con buscar. Podría haber dificultades para encontrar, pero no las hay en el buscar. Cuando la mujer de la parábola perdió el dinero, ella encendió una luz y lo buscó. No creo que haya estado alguna vez en la universidad, o que fuera calificada como doctora en medicina, o que hubiera estado ante la Junta Escolar como mujer de sentido superior, pero ella podía buscar. Todo el que desea hacerlo, puede buscar, sea hombre, mujer o niño; y para estimularles, no se da la promesa en alguna forma filosófica en particular en cuanto al buscar, sino establece simplemente "el que busca encuentra." Luego tenemos el llamar: bueno, eso es algo que no reviste mayor dificultad. Nosotros lo hacíamos cuando éramos niños, lo que a veces era demasiado para la comodidad de los vecinos. Y en casa, si el aldabón estaba demasiado elevado para nuestra estatura, siempre encontrábamos métodos y medios para llamar. Una piedra nos daba el mismo servicio, o el tacón de la bota. Cualquier cosa servía para golpear la puerta. De ningún modo estaba más allá de nuestra capacidad. Por tanto, Jesús lo pone de esta manera como para decirnos: "No necesitas tener escolaridad, preparación, talento ni ingenio para orar. Pide, busca, llama, eso es todo, y hay una promesa para cada una de estas formas de orar."
¿Creeréis la promesa? Es Cristo quien la da. Jamás ha salido de sus labios una mentira. Oh, no dudéis de El. Si has orado, sigue orando, y si nunca has orado, Dios te ayude para que comiences hoy.

III. Nuestro tercer punto es que JESUS DA TESTIMONIO DEL HECHO DE QUE LA ORACION ES OIDA

Habiendo dado una promesa, luego añade, en efecto: "Podéis estar completamente seguros de que esta promesa será cumplida, no solamente porque yo lo digo, sino porque es y ha sido siempre así." Cuando un hombre dice que mañana por la mañana saldrá el sol, le creemos, porque siempre ha sido así. Nuestro Señor nos dice, como hecho indiscutible, que a través de todas las edades el verdadero pedir ha sido seguido por el recibir. Recordad que quien afirma este hecho lo conoce. Si yo afirmara un hecho, podrías responderme: "Sí, en lo que respecta a lo que tú has observado, es verdad," pero la observación de Cristo no tiene límites. Jamás ha habido una oración verdadera que no la haya conocido él. Las oraciones aceptables al altísimo le llegan por la vía de las heridas de Cristo. De aquí que el Señor Jesús puede hablar por conocimiento personal, y su declaración es que la oración ha tenido éxito: "Todo el que pide recibe, y el que busca encuentra."

En este punto debemos suponer, desde luego, las limitaciones que iniciaría el sentido común ordinario, y que son establecidas por las Escrituras. No es que todo el que pida con frivolidad o maldad a Dios vaya a lograr lo que pidió. Dios no contestará cada petición necia, ociosa y deconsiderada del corazón no regenerado. De ningún modo. El sentido común panTñ el límite. Además las Escrituras pone su límite. "No tenéis porque no pedís, o pedís mal." Hay un pedir mal que nunca obtendrá lo que pide. Pero teniendo en cuenta estas cosas, la declaración de nuestro Señor no tiene otra limitación: "Todo el que pide recibe."

Cabe recordar que frecuentemente, aun cuando los impíos y los malvados han pedido a Dios, han recibido. Con mucha frecuencia en el día de angustia han clamado a Dios, y él les ha respondido. "¿Cómo te atreves a decir eso?,» dice alguno. No lo digo yo, lo dice la Escritura: La oración de Acab fue contestada y el Señor dijo: "¿No has visto cómo Acab se ha humillado delante de mí? Pues por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días; en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa." Así también, el Señor oyó la oración de Jocaz, el hijo de Jehú, que hizo lo malo delante de Jehová (2 Reyes 13:1-4). Los israelitas también, cuando por sus pecados fueron entregados a sus enemigos, clamaron a Dios pidiendo liberación, y recibieron su respuesta, sin embargo, el Señor mismo testifica respecto de ellos que sólo lisonjean con sus bocas.

¿Esto te hace vacilar? ¿No escucha él a los jóvenes cuervos cuando claman?" Piensas que no oíra al hombre que está hecho a Su imagen? ¿Lo dudas? Recuerda a Nínive.Las oraciones ofrecidas en Nínive, ¿eran oraciones espirituales? ¿Has oído hablar alguna vez de una iglesia de Dios en Nínive? Yo no, y creo que los ninivitas no fueron visitados por la gracia de la conversión; más bien fueron convencidos por la predicación de Jonás de que estaban en peligro delante del gran Jehová, y proclamaron ayuno y se humillaron, y Dios oyó su oración, y por un tiempo Nínive fue preservada. Muchas veces, en el tiempo de la enfermedad yen el tiempo de dolor, Dios ha atendido a las oraciones de los ingratos y los malos. ¿Piensas que nada da sino a los buenos? ¿Te has quedado al pie del Sinaí y has aprendido a juzgar según la ley de los méritos? ¿Qué eras cuando comenzaste a orar? ¿Eras bueno y justo? ¿No te ha mandado Dios que hagas bien a los malos? ¿Crees que El te mandaría hacer algo que él mismo no haría? ¿No ha dicho que envía la lluvia sobre justos e injustos, y es así? ¿No está dando cotidianas bendiciones a quienes le maldicen? y hace bien a aquellos que despectivamente le utilizan? Esta es una de las glorias de la gracia de Dios. Y cuando ya no queda nada de bueno en el hombre, si de su corazón se eleva un clamor, el Señor se digna con mucha frecuencia a enviarle alivio en su tribulación. Ahora bien, si Dios ha oído las oraciones aun de Hombres que no le han buscado de la manera más elevada, y les ha dado liberación temporal en respuesta a sus clamores, ¿no te oirá con mayor razón cuando te humillas en su presencia, y desea ser reconciliado con El? Por cierto que éste es un argumento.

Pero para entrar de lleno en el punto respecto de las oraciones verdaderas y espirituales, todo el que pide, recibe sin ninguna limitación. No ha habido un solo caso de un hombre que estuviera realmente buscando bendiciones espirituales de Dios, que no las haya recibido. El publicano estaba de pie alejado, y tan quebrantado de corazón que no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Sin embargo, Dios lo miró desde arriba. Manasés yacía en la oscura mazmorra. Había sido un cruel perseguidor de los santos; nada había en él que pudiera servirle de recomendación ante los ojos de Dios. Pero Dios lo oyó desde sus prisiones y concedió libertad a su alma. Por su propio pecado Jonás llegó al vientre del gran pez. En el mejor de los casos era un siervo de Dios petulante. Sin embargo, desde el seno del infierno clamó y Dios le oyó. Todo el que pide recibe, y el que busca halla y al que llama se abrirá." Todo el que. Si necesitara evidencias podría encontrarlas en este tabernáculo. Lo podría preguntar a cualquiera que haya encontrado a Cristo, para dar testimonio de que Dios oyó sus oraciones. Yo no creo que entre los condenados al infierno haya alguien que se atreva a decir, "Yo busqué al Señor y él me rechazó."

No se hallará en el día final de la rendición de cuentas una sola alma que pueda decir: "Llamé a la puerta de la misericordia, pero Dios se negó a abrirla." No habrá una sola alma que se puede poner de pie ante el gran trono blanco y pueda reclamar: "Oh Cristo, yo habría sido salvado por ti, pero tú no me quisiste salvar. Me puse en tus manos, pero me rechazaste. Arrepentido pedí que tuvieras misericordia de mí, pero no la obtuve." Todo el que pide recibe. Ha sido así hasta el día de hoy, y será así hasta que Cristo venga. Si tienes dudas, haz la prueba, y si ya has probado, prueba nuevamente. ¿Estás vestido de harapos? No importa, todo aquel que pide recibe. ¿Está inmundo por el pecado? No tiene importancia, Todo el que busca, encuentra. ¿Te sientes como si estuvieras del todo destituido de Dios? Tampoco importa," llamad y se os abrirá, porque todo e1 que pide recibe." "¿No hay alternativa allí?" Sin duda la hay, pero ello no altera esta verdad que no tiene limite alguno; "todo el que." ¡Qué rico es este texto!" "Todo el que puede, recibe.
Cuando nuestro Señor dijo estas palabras, él podría haber recurrido a su propia vida como evidencia. En todo caso, nosotros podemos referirnos a ella ahora y demostrar que nadie pidió de Cristo sin recibir. La mujer sirofenicia al principio fue rechazada cuando el Señor la llamó perrillo, pero cuando ella tuvo el valor de decir: "Sin embargo, los perrillos comen las migajas que caen de la mesa," ella descubrió que todo aquel que pide recibe. Aquella mujer que desde atrás vino al Señor, apretado por la multitud, y tocó el borde de su túnca, no estaba pidiendo, estaba buscando, y encontró.

En respuesta a todo esto me parece oír la queja lamentable de alguien que dice: "He estado clamando a Dios por mucho tiempo pidiéndole salvación; le he pedido, le ha buscado y he llamado, pero no me ha venido todavía." Bien, querido amigo, si se me pregunta, quien tiene la verdad, Dios o tú, yo sé qué partido tomar, y te aconsejaría que creas en el Señor antes de creer en ti mismo. Dios oirá la oración, pero, ¿sabes que hay algo antes de la oración? ¿Qué es? El evangelio no es todo el que ora será salvo. No, ese no es el evangelio. Creo que será salvo, pero ese no es el evangelio que se me ha ordenado predicaron. "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura; el que"-- ¿quién? ¿qué cosa?-- "el que creyere y fuere bautizado será salvo." Ahora, tú le has estado pidiendo a Dios que te salve, ¿esperas que él te salve sin que creas y seas bautizado? Seguramente no has tenido la insolencia de pedir a Dios que anule su propia palabra. ¿No podría decirte: "Haz lo que te he ordenado, cree en mi Hijo: el que cree en el, dice alguien-- "confío en él plenamente." ¡Alma, no pidas más salvación! ¡Y la tienes¡ ¡Eres salvo! Si confías en Jesús de todo corazón, tus pecados te son perdonados y eres salvo. Y la próxima vez que te acerques al Señor, vé a él con alabanza unida a tu oración, y canta bendiciendo su nombre.

"Pero, ¿cómo puedo saber que soy salvo? dice alguien. Dios dice: "El que creyere y fuere bautizado será salvo." ¿Has creído? ¿Has sido bautizado? ¿Sí? Entonces eres salvo. ¿Cómo lo sé? Lo sé en base a la mejor de las evidencias de todo el mundo. Dios dice que lo eres. ¿Necesitas otra evidencia aparte de esta? "Quiero sentirlo." ¡Sentirlo! ¿Son los sentimientos tuyos mejores que el testimonio de Dios? ¿Tratarás a Dios de mentiroso pidiéndole más señales y evidencias aparte de su segurísima palabra de testimonio? No tengo otra evidencia aparte de su segurísima palaba de testimonio. No tengo otra evidencia en este día en que me atreva a confiar respecto de mi salvación sino esta: que descanso en Cristo solamente con todo mi corazón, alma y fortaleza. "Otro refugio no tengo," y si tienes esa evidencia, es toda la evidencia que necesitas buscar este día. Después vendrán a ti otros testimonios de la gracia en tu corazón, y en ti formarán racimos y adornarán la doctrina que profesas, pero ahora, tu primera preocupación debe ser creer en Jesús.

"He pedido fe," dice uno. Bueno, ¿qué quieres decir con ello? Creer en Jesucristo es en don de Dios, pero además debe ser un acto tuyo. ¿Piensas que Dios creerá por ti, o que el Espíritu Santo cree en lugar de nosotros? ¿Qué tiene que creer el Espíritu Santo? Tú debes creer por ti mismo o te pierdes .El no puede mentir. ¿No creerás en El? El tuerce que se le crea, confía en él y serás salvo, y tu oración será contestada.

Me parece oír a otra que dice: Cono en que ya he sido salvado; pero estoy esperando la salvación de otros en respuesta a mis oraciones"; Querido amigo, lo tendrás. "El que pide recibe; y el que busca encuentra, y el que llama, se abrirá." "Pero yo he buscado la conversión de tal persona durante años con mucha oración." La tendrás, o sabrás algún día por qué no ha podido ser, y quedarás contento con ello.

Sigue orando con esperanza. Hay muchos que han tenido la respuesta a sus oraciones por otros después de muertos. Creo que les ha hecho recordar otra ocasión del padre que durante muchos años oró por sus hijos e hijas, y sin embargo, no solo no se convirtieron sino que se hicieron sobremanera mundanos. Llegó el tiempo de morir. Reunió sus hijos alrededor de su lecho, esperando dar un testimonio tal de Cristo en el último momento que pudiera ser bendecido por la conversión de ellos. Pero infelizmente para él, tuvo gran angustia en su alma, porque tenía dudas de su propio interés en Cristo. El era uno de los hijos de Dios que llegan al lecho de muerte en tinieblas. Pero el peor de todos sus temores era que sus queridos hijos se dieran cuenta de su angustia y quedaran con prejuicios en contra de la religión. El buen hombre fue sepultado y sus hijos estuvieron en el funeral, y Dios contestó la oración del hombre ese mismo día, porque cuando se retiraban del sepulcro, se decían unos a otros: "Hermano, nuestro padre tuvo una muerte muy infeliz." "Sí, hermano; yo estaba muy asombrado por ello, porque nunca vi un mejor hombre que nuestro padre. "Ah," dijo el primer hermano, "si un hombre santo como nuestro padre encontró que era difícil morir, para nosotros será una cosa terrible cuando llegue el momento, porque no tenemos fe." El mismo pensamiento los había golpeado a todos, y los condujo hasta la cruz, de modo que la oración del buen hombre fue oída de un modo misterioso. El cielo y la tierra pasarán, pero mientras Dios viva, la oración debe ser oída. Mientras Dios sea fiel a su palabra, las súplicas no son vanas. El Señor os dé gracia para ejercitaros en ellas continuamente. Amén.

Arrepentimiento Para Vida

Por: Charles Spurgeon

"¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! Hechos 11: 18.



Uno de los mayores obstáculos que haya tenido que superar jamás la religión cristiana, fue el prejuicio inveterado que se apoderó de las mentes de sus primeros seguidores. Los creyentes judíos, los doce apóstoles y aquellos que Jesucristo había llamado de entre los esparcidos de Israel, estaban tan apegados a la idea de que la salvación era de los judíos, y que nadie sino los discípulos de Abraham, o, por lo menos, los circuncidados, podían ser salvos, que no podían aceptar la idea de que Jesús hubiera venido para ser el Salvador de todas las naciones, y que en Él serían benditos todos los pueblos de la tierra. Con mucha dificultad podían aceptar esa suposición; era tan opuesta a toda su educación judía, que los vemos convocando a Pedro a un concilio de cristianos, y preguntándole: "¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con ellos?" Y Pedro no pudo exonerarse a sí mismo hasta no haber referido plenamente el asunto, y haber declarado que Dios se le apareció en una visión, diciéndole: "Lo que Dios limpió, no lo llames tú común," y que el Señor le ordenó predicar el Evangelio a Cornelio y a su casa, ya que eran creyentes. Después de esto el poder de la gracia fue tan enorme, que esos judíos no pudieron resistirle más: y pese a toda su previa educación, de inmediato asumieron el principio comprehensivo del cristianismo: "y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!"Bendigamos a Dios porque ahora estamos libres de los impedimentos del judaísmo, y porque tampoco estamos bajo los impedimentos de un gentilismo que a su vez ha excluido a los judíos; sino que vivimos muy cerca del bienaventurado tiempo que se aproxima, cuando judío y gentil, esclavo o libre, se sentirán uno en Jesucristo, nuestra Cabeza.



No me propongo abundar sobre este tópico, sino que mi tema el día de hoy será: "el arrepentimiento para vida." Pido gracia a Dios para hablarles de tal manera que Su palabra sea como una espada cortante "que penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos."Por "arrepentimiento para vida" creo que debemos entender aquel arrepentimiento que va acompañado de vida espiritual en el alma, y que asegura la vida eterna a todo aquel que lo posee. "El arrepentimiento para vida," afirmo, trae consigo vida espiritual, o, más bien, es la primera consecuencia procedente de esa vida. Hay arrepentimientos que no son signos de vida -excepto de vida natural- porque sólo son efectuados por el poder de la conciencia y la voz de la naturaleza que habla en los hombres; pero el arrepentimiento del que se habla aquí, es producido por el Autor de la vida, y cuando viene, engendra tal vida en el alma que aquellos que estaban "muertos en sus delitos y pecados," son revividos conjuntamente con Cristo; aquellos que no tenían receptividad espiritual, ahora "reciben con mansedumbre la palabra implantada"; aquellos que dormitaban en el propio centro de la corrupción, reciben el poder de convertirse en hijos de Dios, y de estar cerca de Su trono. Yo creo que este es el "arrepentimiento para vida": aquel arrepentimiento que da vida a un espíritu muerto. También he dicho que este arrepentimiento asegura la vida eterna; pues hay arrepentimientos de los cuales oyes hablar a los hombres, que no aseguran la salvación del alma.Algunos predicadores afirman que aunque los hombres pueden arrepentirse y creer, también pueden apostatar y perecer.



No pretendemos consumir nuestro tiempo haciendo un alto para exponer su error ahora; a menudo hemos considerado eso antes, y hemos refutado todo lo pudieran decir en defensa de su dogma. Pensemos en un arrepentimiento infinitamente mejor. El arrepentimiento de nuestro texto no es ese arrepentimiento, sino que es un "arrepentimiento para vida"; un arrepentimiento que es un verdadero signo de salvación eterna en Cristo; un arrepentimiento que nos preserva en Jesús a través de este estado temporal, y que, cuando hayamos pasado a la eternidad, nos proporciona una bienaventuranza que no puede ser destruida. "Arrepentimiento para vida" es la salvación real del alma, es el germen que contiene todos los elementos esenciales de la salvación, que los resguarda para nosotros, y que nos prepara para ellos. En este día hemos de prestar una atención, acompañada de oración, al "arrepentimiento" que es "para vida." Primero, voy a dedicar unos cuantos minutos a la consideración del arrepentimiento falso; en segundo lugar, voy a considerar los signos que caracterizan al verdadero arrepentimiento; y, posteriormente, enalteceré la caridad divina, de la cual está escrito: "¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!"



I. Primero, entonces, consideraremos ciertos FALSOS ARREPENTIMIENTOS. Voy a comenzar haciendo esta observación: que espantarse bajo el sonido del Evangelio no es "arrepentimiento." Hay muchas personas que cuando oyen un fiel sermón evangélico, permanecen agitadas y conmovidas. Mediante un cierto poder que acompaña a la Palabra, Dios da testimonio de que se trata de Su propia Palabra, y provoca en aquellos que la oyen un cierto temblor involuntario. He visto a algunas personas, -cuando las verdades de la Escritura han resonado desde este púlpito- cuyas rodillas han temblado chocando entre sí, cuyos ojos han derramado lágrimas como si hubiesen sido fuentes de agua. He sido testigo de la profunda depresión de su espíritu, cuando -según me han dicho algunos de ellos- fueron sacudidos hasta el punto de no saber cómo soportar el sonido de la voz, pues era semejante a la terrible trompeta del Sinaí, tronando únicamente su destrucción. Queridos lectores, ustedes podrían estar sumamente turbados bajo la predicación del Evangelio, y, sin embargo, podrían no tener ese "arrepentimiento para vida." Ustedes podrían saber lo que es estar muy seria y profundamente afectados cuando asisten a la casa de Dios, y sin embargo, podrían ser pecadores endurecidos. Permítanme confirmar esta observación mediante un ejemplo: Pablo compareció ante Félix con sus manos encadenadas, y cuando disertaba acerca de "la justicia, del dominio propio y del juicio venidero," está escrito que "Félix se espantó," y, sin embargo, por buscar dilaciones, Félix se encuentra en la perdición, en medio del resto de personas que han dicho: "prosigue tu camino por esta vez; cuando encuentre un tiempo adecuado te buscaré." Hay muchas personas que no pueden asistir a la casa de Dios sin alarmarse; ustedes saben lo que es estar espantados ante el pensamiento de que Dios los castigará; puede ser que con frecuencia hayan sido inducidos a una emoción sincera bajo la influencia del ministro de Dios; pero, permítanme decirles que, a pesar de todo, podrían ser desechados porque no se han arrepentido de sus pecados ni se han vuelto a Dios. Peor aún. Es muy posible que no solamente se espanten ante la Palabra de Dios, sino que podrían volverse Agripas amigables, y estar "por poco persuadidos" a volverse a Jesucristo, y, sin embargo, no tener ningún "arrepentimiento"; podrían ir más allá y llegar a desear el Evangelio; podrían decir: "¡Oh!, este Evangelio es algo tan bueno, que yo quisiera recibirlo. Asegura tanta felicidad aquí y tanto gozo en el más allá, que quisiera poder llamarlo mío." ¡Oh, es bueno oír de esta manera esta voz de Dios! Pero podrían quedarse tranquilos, y, mientras algún texto poderoso es predicado adecuadamente, podrían decirse: "creo que es verdad"; pero tiene que entrar en el corazón antes de que puedan arrepentirse. Puedes incluso caer de rodillas en oración y puedes pedir con labios aterrados que esto sea de bendición para tu alma; y, después de todo, podría ser que no fueras un hijo de Dios. Podrías decir como Agripa le dijo a Pablo: "Por poco me persuades a ser cristiano"; sin embargo, igual que Agripa, podrías no pasar más allá del "por poco." Agripa estaba "casi persuadido a ser cristiano," pero no "plenamente convencido." Ahora, cuántos de ustedes han estado "por poco persuadidos" y, sin embargo, no están realmente en el camino a la vida eterna. Cuán a menudo la convicción los ha conducido a caer de rodillas y "por poco" se han arrepentido, pero han permanecido allí, sin arrepentirse realmente.¿Ven aquel cadáver? Murió recientemente. Todavía no ha adquirido la lividez mortal, su color se semeja todavía a la vida. Su mano está tibia todavía; podría pensarse que está vivo, y casi pareciera respirar. Todo está íntegro: el gusano escasamente lo ha tocado; la descomposición escasamente se ha presentado; no hay ningún olor fétido. Sin embargo, la vida se ha ido; no hay ninguna vida allí. Lo mismo sucede con ustedes: por poco están vivos; por poco tienen cada órgano externo de la religión que tiene el cristiano; pero no tienen vida. Podrían tener un arrepentimiento, pero no el arrepentimiento sincero. ¡Oh, hipócrita! Te advierto el día de hoy, que no solamente podrías sentir espanto sino hasta una complacencia por la Palabra de Dios, y, sin embargo, después de todo, no tener "arrepentimiento para vida". Todavía podrían hundirse en el pozo del abismo, y escuchar que se diga: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles."Pero, además, es todavía posible que los hombres progresen inclusive más allá de esto, y que positivamente se humillen bajo la mano de Dios, pero que sean completos extraños al arrepentimiento. Su bondad no es como la nube mañanera y el rocío temprano que se desvanecen, sino que después que escuchan el sermón, regresan a casa y realizan lo que ellos conciben que es la obra del arrepentimiento, es decir, renuncian a ciertos vicios y necedades, se visten de cilicio y sus lágrimas se derraman muy abundantemente por causa de lo que han hecho; se lamentan delante de Dios; y, sin embargo, con todo eso, su arrepentimiento no es sino un arrepentimiento pasajero, y regresan otra vez a sus pecados. ¿Acaso niegan que exista tal penitencia? Permítanme contarles un caso. Un cierto hombre llamado Acab codiciaba la viña de su vecino Nabot, que se rehusaba a venderla a cualquier precio ni hacer un intercambio.



Acab consultó con su esposa Jezabel, que urdió el plan de matar a Nabot para que el rey se apropiara de la viña. Después que Nabot murió, y Acab hubo tomado posesión de la viña, el siervo del Señor se reunió con Acab y le dijo: "¿No mataste, y también has despojado?. . .Así ha dicho Jehová: En el mismo lugar donde lamieron los perros la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu sangre, tu misma sangre. . . .He aquí yo traigo mal sobre ti, y barreré tu posteridad." Leemos que Acab se fue y anduvo humillado; y el Señor dijo: "Pues por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días." Él le había concedido una suerte de misericordia; pero leemos a continuación, en el siguiente capítulo, que Acab se rebeló, y en una batalla en Ramot de Galaad, de conformidad al siervo del Señor, fue muerto allí; así que "los perros lamieron su sangre" exactamente en la viña de Nabot. Ustedes también, les digo, podrían andar humillados delante de Dios por un tiempo, y, sin embargo, podrían seguir siendo los esclavos de sus transgresiones. Ustedes tienen miedo de la condenación, pero no tienen miedo de pecar: tienen miedo del infierno, pero no le temen a sus iniquidades; tienen miedo de ser arrojados al pozo, pero no temen endurecer sus corazones contra Sus mandamientos. ¿No es verdad, oh pecador, que le tienes pavor al infierno? No es el estado de tu alma el que te turba, sino el infierno. Si el infierno fuera extinguido, tu arrepentimiento se extinguiría; si los terrores que te esperan fuesen eliminados, pecarías más pérfidamente que antes, y tu alma se endurecería, y se rebelaría contra su soberano. No se engañen, hermanos míos, en este punto; examínense para comprobar si andan en fe; pregúntense si tienen el "arrepentimiento para vida"; pues podrían andar humillados por un tiempo, y, sin embargo, no arrepentirse nunca delante de Dios.



Muchos avanzan más allá de esto, y, sin embargo, están destituidos de la gracia. Podría ser posible que confieses tus pecados sin arrepentirte. Podrías acercarte a Dios, y decirle que eres un miserable; podrías enumerar una larga lista de tus transgresiones y de los pecados que has cometido, sin un sentido de la horripilación de tu culpa, sin una sola chispa de odio real a tus acciones. Podrías confesar y reconocer tus transgresiones, y, sin embargo, no sentir un aborrecimiento del pecado; y si no resistes al pecado, en la fortaleza de Dios, si no lo abandonas, este supuesto arrepentimiento no sería sino el color dorado que luce la pintura decorativa; no se trata de la gracia que realmente transforma en el oro que soporta el fuego. Digo que podrían llegar a confesar sus faltas, y, sin embargo, no tener arrepentimiento. Además, y entonces habré tocado el más lejano pensamiento que he de dar sobre este punto. Podrían hacer alguna obra digna del arrepentimiento, y sin embargo ser impenitentes. Déjenme darles una prueba de esto en un hecho autenticado por la inspiración. Judas traicionó a su Señor, y después de haberlo hecho, un sobrecogedor sentido del enorme mal que había cometido se apoderó de él. Su culpa enterró toda esperanza de arrepentimiento, y en el abatimiento de la desesperación, mas no en el dolor de la verdadera compunción, confesó su pecado a los sumos sacerdotes, clamando: "Yo he pecado entregando sangre inocente." Ellos le dijeron: "¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!" Entonces arrojó las piezas de plata en el templo, para mostrar que no podía soportar cargar con el precio de la culpa; y las dejó allí. Salió, y, ¿fue salvo? No. "Salió, y fue y se ahorcó." Y aun entonces la venganza de Dios le siguió: pues cuando se colgó cayó desde la altura donde estaba suspendido, y quedó destrozado; se perdió y su alma pereció. Pueden ver lo que este hombre hizo. Él pecó, confesó su error, y devolvió el oro; sin embargo, después de eso, fue un réprobo. ¿Acaso no nos pone a temblar esto? Pueden ver cuán posible es ser tan aproximadamente el remedo de un cristiano, que la propia sabiduría, si solamente fuera mortal, sería engañada.



II. Ahora, habiéndoles advertido así que hay muchas falsas clases de arrepentimiento, tengo el propósito de ocupar un corto tiempo haciendo algunas observaciones sobre EL VERDADERO ARREPENTIMIENTO, y los signos mediante los cuales podremos discernir si contamos con ese "arrepentimiento" que es "para vida".Antes que nada, permítanme corregir uno o dos errores que aquellos que están viniendo a Jesucristo cometen con frecuencia. Uno es que creen a menudo que deberían experimentar profundas, horribles y pavorosas manifestaciones de los terrores de la ley y del infierno antes de que se pueda decir que se arrepintieron. Con cuántas personas he conversado que me han dicho lo que solamente puedo traducirles en español a ustedes, en esta mañana, más o menos de esta manera: "no me arrepiento lo suficiente, no me siento lo suficientemente pecador. No he sido un transgresor tan indisculpable y perverso como muchos otros: yo casi quisiera haberlo sido; no porque ame al pecado, sino debido a que entonces tendría convicciones más profundas de mi culpa, y me sentiría más seguro de haber venido verdaderamente a Jesucristo." Ahora, sería un grave error imaginar que estos pensamientos terribles y horribles de un juicio venidero tengan algo que ver con la validez del "arrepentimiento." Con frecuencia no son el don de Dios para nada, sino las insinuaciones del diablo; e incluso allí donde la ley obra y produce estos pensamientos, no deberían considerarlos como constituyentes de una parte y una porción del "arrepentimiento." No entran en la esencia del arrepentimiento.



El "arrepentimiento" es un odio al pecado; consiste en apartarse del pecado y en una determinación, en la fuerza de Dios, de abandonarlo. Es posible que un hombre se arrepienta sin un horripilante despliegue de los terrores de la ley; podría arrepentirse sin haber oído los sonidos de la trompeta del Sinaí, sin haber escuchado algo más que un distante rumor de su trueno. Un hombre puede arrepentirse enteramente por medio de la voz de la misericordia. Dios abre algunos corazones a la fe, como en el caso de Lidia. A otros acomete con el martillo grueso de la ira venidera; a algunos abre con la ganzúa de la gracia, y a otros con la palanca de hierro de la ley. Puede haber muchas formas de llegar allí, pero la pregunta es: ¿has llegado allí? ¿Te encuentras allí? Sucede con frecuencia que el Señor no está en la tempestad ni en el terremoto, sino en el "silbo apacible y delicado."Hay otro error que muchas pobres personas cometen cuando están pensando en la salvación, y es: que no se pueden arrepentir lo suficiente; se imaginan que si se arrepintiesen hasta un cierto grado, serían salvos. "¡Oh, señor!", -dirán algunos de ustedes- "no tengo suficiente contrición". Amados, permítanme decirles que no hay ningún grado eminente de "arrepentimiento" que sea necesario para la salvación. Ustedes saben que hay grados de fe, y sin embargo la mínima fe salva; también hay grados de arrepentimiento, y el mínimo arrepentimiento, si es sincero, salvará al alma. La Biblia dice: "El que creyere será salvo"; y cuando dice eso, incluye el grado más pequeño de fe. También cuando dice: "Arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados," incluye al hombre que tiene el grado más bajo de arrepentimiento real. El arrepentimiento, además, no es nunca perfecto en ningún hombre en este estado mortal. Nunca alcanzaremos la fe perfecta que esté enteramente libre de dudas; y nunca alcanzaremos el arrepentimiento que sea libre de alguna dureza de corazón. El más sincero penitente que conozcan se sentirá parcialmente impenitente.



El arrepentimiento es también un acto continuo durante la vida entera. Crecerá continuamente. Yo creo que un cristiano en su lecho de muerte se arrepentirá más amargamente de lo que lo hizo jamás. Arrepentirse es algo que ha de hacerse durante toda la vida. Pecar y arrepentirse, pecar y arrepentirse, resume la vida de un cristiano. Arrepentirse y creer en Jesús, arrepentirse y creer en Jesús, conforma la consumación de su felicidad. No deben esperar ser perfectos en "arrepentimiento" antes de ser salvos. Ningún cristiano puede ser perfecto. El "arrepentimiento" es una gracia. Algunas personas lo predican como una condición de salvación. ¡Condición de insensatez! No hay condiciones para la salvación. Dios mismo da la salvación; y Él únicamente la da a los que Él quiere. Dice: "Tendré misericordia del que yo tenga misericordia."Si, entonces, Dios te ha dado el mínimo arrepentimiento, y es un arrepentimiento sincero, alábalo por ello, y espera que ese arrepentimiento crezca más y más profundamente conforme sigas adelante. Entonces esta observación ha de ser aplicada a todos los cristianos. Hombres y mujeres cristianos, ustedes sienten que no tienen un arrepentimiento lo suficientemente profundo. Sienten que no tienen una fe lo suficientemente grande. ¿Qué han de hacer? Pidan un aumento de fe, y crecerá. Lo mismo sucede con el arrepentimiento. ¿Han tratado alguna vez de alcanzar un profundo arrepentimiento? Amigos míos, si han fracasado en el intento, confíen en Jesús, y traten cada día de obtener un espíritu penitencial. No esperen tener -lo repito- un perfecto arrepentimiento al principio; han de tener contrición sincera, y luego, bajo la gracia divina irán de poder en poder, hasta que al final odiarán y aborrecerán el pecado como a una serpiente o una víbora, y entonces estarán cerca, muy cerca, de la perfección del arrepentimiento.



Les he dado estas consideraciones, entonces, como inicio del tema. Y ahora ustedes preguntarán: ¿cuáles son los signos del verdadero "arrepentimiento" a los ojos de Dios?Primero, les digo, que hay pena en él. Nadie se arrepiente jamás del pecado sin sentir algún tipo de tristeza a la vez. Puede ser más o menos intensa, de acuerdo a la manera en que Dios les llama, y a su previa manera de vida; pero debe haber alguna tristeza. No nos importa cuándo llega, pero en algún momento o en otro debe llegar, o no sería el arrepentimiento de un cristiano. Conocí una vez a un hombre que profesaba que se había arrepentido, y en verdad su carácter había cambiado externamente; pero nunca pude ver que tuviera un dolor real por el pecado; tampoco vi jamás algunas señales de contrición en él cuando profesó creer en Jesús. Yo consideré que en ese hombre se trataba de un salto extático a la gracia; y encontré después que tuvo exactamente un salto igualmente extático a la culpa otra vez. Él no era una oveja de Dios, pues no había sido lavado en contrición: pues todo el pueblo de Dios ha de ser lavado en contrición cuando es convertido de sus pecados. Nadie puede venir a Cristo y conocer Su perdón sin sentir que el pecado es una cosa odiosa, pues llevó a la muerte a Cristo. Ustedes que tienen sus ojos secos, sus rodillas sin doblar y sus corazones empedernidos, ¿cómo podrían pensar que son salvos? El Evangelio promete salvación únicamente a aquellos que realmente se arrepienten.Sin embargo, para no herir a ninguno de ustedes, y hacerles sentir algo que no es mi intención hacerles sentir, permítanme observar que no quiero decir que deban derramar lágrimas reales.



Algunos hombres tienen una constitución tan dura que no podrían derramar una sola lágrima. He conocido a algunas personas que han sido capaces de suspirar y de gemir, pero las lágrimas no brotan. Bien, yo digo que aunque las lágrimas suministran a menudo evidencias de contrición, podrían tener "arrepentimiento para vida" sin ellas. Lo que yo quisiera que entendieran es que debe haber un dolor real. Si la oración no es vocal, debe ser secreta. Para mostrar el arrepentimiento, aunque sea mínimo, debe haber un gemido aunque no haya palabras, debe haber por lo menos un suspiro aunque no haya lágrimas. En este arrepentimiento ha de haber, pienso, no únicamente dolor, sino que ha de haber algo práctico: debe ser un arrepentimiento práctico.



"No basta con decir que lo sentimos, y arrepentirnos, Y luego continuar día a día como siempre caminamos."


Muchas personas están muy apenadas y muy penitentes por sus pecados pasados. Óiganlos hablar. "¡Oh!", -dicen- "lamento profundamente haber sido un borracho un día; y sinceramente deploro haber caído en ese pecado; lamento profundamente haber hecho eso." Luego se van directo a casa; y cuando llega la una de la tarde del día domingo los encontrarán bebiendo otra vez. Y, sin embargo, esa gente dice que se ha arrepentido. ¿Acaso les creerían ustedes cuando dicen que son pecadores, pero que no aman el pecado? Puede ser que no lo amen durante un tiempo; pero ¿podrían ser sinceros penitentes, y luego ir y transgredir otra vez inmediatamente, en la misma forma en que lo hicieron antes? ¿Cómo podríamos creerles si transgreden una y otra vez, y no abandonan su pecado? Conocemos a un árbol por sus frutos; y ustedes que son penitentes producirán obras de arrepentimiento.A menudo he considerado como un muy hermoso ejemplo que refleja el poder de la contrición, una anécdota aportada por un piadoso ministro. Él había estado predicando sobre el arrepentimiento, y en el curso de su sermón habló del pecado del robo. Cuando iba camino a su casa, un trabajador se le acercó, y el ministro observó que tenía algo bajo su uniforme de obrero. El ministro le dijo que no tenía que acompañarle más lejos; pero el hombre persistió. Por fin le dijo: "traigo un azadón bajo mi brazo que robé en aquella finca; lo escuché predicar acerca del pecado de robo, y debo ir y ponerlo en su lugar otra vez." Eso fue un sincero arrepentimiento, pues lo motivó a regresar y devolver el artículo robado. Sucedía lo mismo con los isleños de los Mares del Sur, de quienes leemos que robaban la ropa y los muebles de los misioneros, y todo lo que se podían llevar de sus casas; pero cuando eran convertidos salvadoramente, les llevaban todo de regreso. Pero muchos de ustedes dicen que se arrepienten, y sin embargo no producen fruto; eso no sirve para nada. La gente se arrepiente sinceramente, dicen, de haber cometido un robo, o de haber mantenido una casa de juegos; pero se cuidan de que todas las ganancias sean empleadas en el mejor bienestar de su corazón. El verdadero "arrepentimiento" producirá obras dignas de "arrepentimiento"; será un arrepentimiento práctico. Pero vamos más lejos. Ustedes pueden saber si su arrepentimiento es práctico mediante esta prueba. ¿Tiene alguna duración o no? Muchos de sus arrepentimientos se asemejan al rubor hético de la persona tísica, que no es ninguna señal de salud. Muchas veces he visto a algún joven en un trance de piedad recién adquirida pero poco firme; y él ha creído que ha estado a punto de arrepentirse de sus pecados. Durante algunas horas, tal persona está profundamente contrita delante de Dios, y por semanas renuncia a sus necedades. Asiste a la casa de oración, y conversa a la manera de un hijo de Dios. Pero regresa a sus pecados como el perro vuelve a su vómito. El espíritu inmundo "ha vuelto a su casa, y ha tomado consigo otros siete espíritus peores que él,. . .y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero." ¿Cuánto tiempo ha durado tu contrición? ¿Duró algunos meses, o te sobrevino y se alejó súbitamente? Tú dijiste: "me uniré a la iglesia; haré esto, aquello y lo otro, por amor a Dios." ¿Son tus obras duraderas? ¿Crees que tu arrepentimiento dure seis meses? ¿Continuará por doce meses? ¿Durará hasta que estés envuelto en tu mortaja?Pero, además, he de hacerles una pregunta más. ¿Ustedes creen que se arrepentirían de sus pecados si no hubiese un castigo delante ustedes? ¿O se arrepienten porque saben que serán castigados para siempre si permanecieran en sus pecados? Supongan que les dijera que no existe el infierno del todo; que, si quisieran, podrían blasfemar; y, si quisieran, podrían vivir sin Dios. Supongan que no hubiere recompensa para la virtud, y no hubiere castigo para el pecado, ¿cuál elegirían? ¿Podrían decir con toda honestidad esta mañana: "creo que, por la gracia de Dios, sé que elegiría la justicia aunque no hubiere recompensa para ella, aunque no se ganase nada por medio de la justicia, y no se perdiera nada por el pecado?" Todo pecador odia su pecado cuando se acerca a la boca del infierno; todo asesino odia su crimen cuando se aproxima al patíbulo; nunca he visto que un niño odie tanto su falta como cuando va a ser castigado por ella. Si no tuvieran un motivo para temer al abismo, si supiesen que pudieran entregar su vida al pecado, y que pudieran hacerlo con impunidad, aun así, ¿sentirían que odiaban al pecado, y que no podrían, y no querrían cometer el pecado, excepto por causa de la debilidad de la carne? ¿Todavía desearían la santidad? ¿Todavía desearían vivir como Cristo? Si así fuera, -si pudieran decir eso sinceramente- si de esta manera se volvieran a Dios y odiaran su pecado con un odio eterno, no tienen que temer pues tienen un "arrepentimiento" que es "para vida".



III. Ahora viene el tercer encabezado y el último, y es LA BENDITA BENEFICENCIA DE DIOS en conceder a los hombres "arrepentimiento para vida". El "arrepentimiento," mis queridos amigos, es el don de Dios. Es uno de esos favores espirituales que aseguran la vida eterna. Es una maravilla de la gracia divina que no solamente provea el camino de salvación, que no solamente invite a los hombres a recibir la gracia, sino que positivamente haga que los hombres estén dispuestos a ser salvos. Dios castigó a Su Hijo Jesucristo por nuestros pecados, y por ello proveyó la salvación para todos Sus hijos perdidos. Envía a Su ministro; el ministro pide a los hombres que se arrepientan y crean, y se esfuerza por llevarlos a Dios. Ellos no quieren escuchar el llamado, y desprecian al ministro. Pero entonces otro mensajero es enviado, un embajador celestial que no puede fallar. Emplaza a los hombres a que se arrepientan y se vuelvan a Dios. Sus pensamientos están un poco descarriados, pero después que Él, el Espíritu Divino, argumenta con ellos, olvidan el tipo de personas que eran, y se arrepienten y se vuelven. Ahora, ¿qué haríamos nosotros si hubiésemos sido tratados como lo fue Dios? Si hubiésemos preparado una cena, o una fiesta, y hubiéremos enviado mensajeros para invitar a los convidados a venir, ¿qué haríamos? ¿Ustedes creen que nos tomaríamos el trabajo de ir por todos lados visitándolos a todos y de hacer que vinieran? Y cuando se hubieren sentado y dijeran que no pueden comer, ¿acaso abriríamos sus bocas? Si todavía declararan que no pueden comer, ¿los haríamos comer? ¡Ah!, amados, estoy inclinado a pensar que no harían eso. Si hubieran firmado las invitaciones, y los invitados no vinieran a su fiesta, ¿acaso no dirían: "no habrá fiesta"? Pero, ¿qué hace Dios? Él dice: "Ahora haré una fiesta, e invitaré a la gente, y si no vinieren, mis ministros saldrán y los traerán personalmente. Diré a mis siervos: vayan por los caminos y por los vallados, y fuércenlos a entrar, para que puedan participar de la fiesta que he preparado." ¿Acaso no es un acto estupendo de la misericordia divina que efectivamente los vuelva dispuestos? No lo hace por medio de la fuerza, sino que usa una dulce persuasión espiritual. Primero están renuentes al máximo a ser salvados; "pero" -dice Dios- "eso no es nada, Yo tengo el poder de hacerlos volverse a Mí, y lo haré".



El Espíritu Santo hace penetrar entonces la Palabra de Dios en las conciencias de Sus hijos de una manera tan bendita, que no pueden rehusarse más a amar a Jesús. Les pido que observen que no lo hace por medio de alguna fuerza en contra de su voluntad, sino mediante una dulce influencia espiritual que cambia la voluntad.Él coloca no únicamente un festín de cosas buenas delante de los hombres, sino que los induce a venir y participar de ellas, y los constriñe a continuar festejando mientras los lleva a la mansión permanente y eterna. Y al llevarlos arriba, le dice a cada uno: "Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. Ahora, ¿me amas tú a Mí? "Oh, Señor," -claman- "Tu gracia al traernos aquí demuestra que nos amas, pues nosotros estábamos renuentes a venir. Tú dijiste: irán, y nosotros dijimos que no iríamos, pero Tú nos hiciste ir. Y ahora, Señor, te bendecimos y te amamos por esa fuerza. Fue un apremio divino." Yo era un cautivo que forcejeaba, pero fui conducido a estar dispuesto.



"¡Oh, gracia soberana, somete mi corazón!Quiero ser conducido en triunfo también;Un cautivo dispuesto para mi Señor,Para cantar los honores de Su Palabra."



Bien, ahora, ¿qué dicen ustedes? Algunos dirán: "señor, he estado tratando de arrepentirme durante largo tiempo. En penas y aflicciones he estado orando y tratando de creer, y haciendo todo lo que pueda." Les diré algo: lo intentarán por tiempo indefinido antes de ser capaces de hacerlo. Esa no es la forma de alcanzarlo. Oí la historia de dos caballeros que iban de viaje. Uno de ellos le dijo al otro: "no sé cómo haces, pero da la impresión que tú recuerdas siempre a tu esposa y tu familia, y todo lo que están haciendo en casa, y da la impresión que tú conectas todas las cosas que te rodean con ellos; pero yo trato de recordar a mi familia constantemente, y, sin embargo, nunca logro hacerlo." "No," -respondió el otro- "esa es precisamente la razón por qué no puedes: porque lo intentas. Si pudieras conectarlos con cada pequeña circunstancia que encontramos, fácilmente los recordarías. En tal y tal momento pienso: ahora se están levantando; y en tal y tal momento: ahora están en oración; en tal y tal hora: ahora están desayunando. De esta manera los tengo siempre delante de mí." Creo que lo mismo sucede con relación al "arrepentimiento." Si un hombre dijera: "quiero creer", y tratara, mediante algún medio mecánico, de inducirse al arrepentimiento, sería un absurdo, y nunca lo lograría. Pero la manera en que puede arrepentirse es, por la gracia de Dios, creyendo, creyendo y pensando en Jesús. Si viera el costado sangrante, la corona de espinas, las lágrimas de angustia; si tuviera una visión de todo lo que Cristo sufrió, no tengo temor de afirmar que se volvería a Él en arrepentimiento. Apostaría la reputación que yo pudiera tener en las cosas espirituales afirmando que un hombre no puede, bajo la influencia de Espíritu Santo de Dios, contemplar la cruz de Cristo sin un corazón quebrantado. Si no fuera así, mi corazón sería diferente del de todos los demás. No he conocido nunca a nadie que hubiere reflexionado, y mirado la cruz, que no hubiere descubierto que la cruz engendró "arrepentimiento" y engendró fe.



Miramos a Jesús si queremos ser salvos, y luego decimos: "¡Sacrificio admirable!, que Jesús haya muerto así para salvar a los pecadores." Si quieres la fe, debes recordar que Él la da; si quieres el arrepentimiento, ¡Él lo da!, si quieres vida eterna, Él la da liberalmente. Él puede forzarte a sentir tu gran pecado, y llevarte al arrepentimiento por la mirada de la cruz del Calvario, y el sonido del mayor y más profundo clamor de muerte: "Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?" "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Eso engendrará "arrepentimiento"; eso te hará llorar y decir: "¡Ay!, ¿y mi Salvador sangró; y mi Soberano murió por mí?" Entonces, amado amigo, si quisieras tener "arrepentimiento", este es mi mejor consejo para ti: mira a Jesús. Y que el bendito Dador de todo "arrepentimiento para salvación" te guarde de los falsos arrepentimientos que he descrito, y te dé ese "arrepentimiento" que existe para vida.


"¡Arrepiéntete!, clama la voz celestial,Y no oses demorarte;El infeliz que desdeña el mandato, muere,Y se enfrenta a un fiero día.El ojo soberano de Dios, ya noPasa por alto los crímenes de los hombres;Sus heraldos son despachados por doquierPara advertir al mundo de pecado.Los emplazamientos abarcan toda la tierra;Que la tierra concurra y tema;¡Escuchen, hombres de cuna real,Y que sus vasallos oigan también!Juntos ante Su presencia dóblense, Y confiesen toda su culpa;Abracen al bendito Salvador ahora,No minimicen Su gracia.Dobléguense antes de que la terrible trompeta suene,Y los llame a Su tribunal;Pues la misericordia conoce el límite establecido,Y se convierte en venganza allí."

¡Adelante!

por Charles Spurgeon


Hermanos, el tema básico de mi discurso esta mañana, se encuentra en las palabras de Dios a su siervo Moisés: «Di a los hijos de Israel que marchen». «Adelante» es la consigna de nuestra Conferencia. ¡Adelante, elegidos de Dios! La victoria está ante vosotros; vuestra misma seguridad está en esa dirección. Retroceder es perecer. La mayoría de vosotros habéis leído la historia del muchacho que, en una población americana, escaló el muro del famoso Puente Natural, grabó su nombre en la roca encima de las iniciales de sus compañeros, y repentinamente se dio cuenta de la imposibilidad de descender. Se oían voces que gritaban: « ¡No mires abajo! ¡Trata de subir!» Su única esperanza estribaba en subir hasta alcanzar lo más alto. Subir era terrible, pero bajar significaba perecer. Ahora bien, queridos hermanos, todos nosotros nos encontramos en situación semejante. Por la ayuda de Dios, nos hemos abierto camino hasta ciertas posiciones de servicio; descender significa la muerte. Para nosotros adelante es hacia arriba; y por lo tanto, vayamos adelante y hacia arriba. Mientras orábamos esta mañana, nos hemos comprometido irrevocablemente. Lo hicimos de todo corazón cuando por primera vez predicamos el Evangelio y declaramos públicamente: «Soy del Señor, y Él es mío». Entonces pusimos la mano en el arado; gracias a Dios, aún no hemos mirado atrás, y nunca debemos hacerlo. El único camino abierto para nosotros es arar en línea recta hasta terminar el surco, y no pensar nunca en abandonar el campo hasta que el Señor nos llame a Su presencia. Mas esta mañana os habéis dedicado de nuevo al trabajo del Señor; no conferisteis con carne y sangre, sino que sin vacilación renunciasteis a todo por Jesús; y, a menos que seáis reprobados, os habéis alistado en Su servicio para el resto de vuestras vidas. Sois los siervos sellados de Cristo, y lleváis en vuestros cuerpos Sus marcas. No sois libres de servir a otro: sois soldados juramentados del Crucificado. Adelante es vuestro único camino; estáis obligados a recorrerlo. No tenéis armadura para vuestras espaldas; y cualquiera que sea el peligro con que os enfrentéis, detrás vuestro tenéis diez mil otros. Se trata de adelantar-- o ser deshonrados, adelantar o morir.



Anoche, en el elocuente discurso de Mr. Gange, se nos comparaba al pequeño ejército de Sir Garnett Wolseley marchando hacia Coomassie; y el paralelo fue trazado maravillosamente en todos los aspectos. Compañeros de armas: somos pocos, y tenemos una lucha desesperada en perspectiva; por lo tanto es preciso que cada uno rinda el máximo provecho, y sea esforzado hasta el límite de su resistencia. Es de desear que seáis la flor de la Iglesia, más aún, del universo entero, pues nuestra era exige los tales; por lo tanto, estoy especialmente interesado en que seáis vosotros precisamente los que avancéis. Es preciso que adelantéis en cuanto a aptitudes personales, creciendo en dones y en gracia, en capacidad para la obra de Dios, y en semejanza a la imagen de Jesús. Los puntos de los cuales hablaré empiezan de abajo arriba.



I. Primeramente, amados hermanos, creo necesario decirme a mí mismo y a vosotros que hemos de ADELANTAR EN NUESTRAS ADQUISICIONES INTELECTUALES.
Nunca será bueno que nosotros nos presentemos continuamente delante de Dios indignamente. Aún presentándonos con nuestras mejores obras, no merecemos que Él nos oiga; pero, de todos modos, que la ofrenda no sea mutilada y empañada por nuestra ociosidad. «Amarás a Jehová tu Dios con todo tu corazón» es, quizá, más fácil de obedecer que amarle con toda nuestra mente; sin embargo, debemos darle nuestra mente tanto como nuestros afectos, y esa mente debe estar bien equipada, para que no le ofrezcamos un frasco vacío. Nuestro ministerio exige intelecto. No insistiré en aquella frase tan oída en nuestros días: «Las luces de la época»; pero no obstante, es bien cierto que hay mucho progreso educacional en todas las clases, y que habrá mucho más de él. Pasó la época en que era suficiente que el predicador supiera hablar, aunque fuese con poca gramática. Aun en un pueblo donde según la tradición « nadie sabe nada», el maestro suele salir de casa, y la falta de preparación pondrá impedimentos, que antes no existían, en el servicio del predicador pues cuando el orador desee que sus oyentes recuerden el Evangelio, ellos, por otra parte, recordarán sus expresiones poco gramaticales, y las repetirán como motivo de chistes, cuando tu que desearíamos es que hubiesen repetido el Evangelio de Jesucristo unos a otros con solemne fervor.


Queridos hermanos, es preciso que nos cultivemos hasta donde nos sea posible, y que lo hagamos, primeramente, adquiriendo conocimientos para que podamos llenar el granero; luego, adquiriendo discriminación para poder aventar tu recogido; y finalmente, ejerciendo firme retención intelectual que preserve el grano aventado en el almacén. Estos tres puntos quizá no tengan exactamente la misma importancia, pero son necesarios para un hombre cabal.


Es preciso, digo yo, que ante todo hagamos grandes esfuerzos para adquirir información, especialmente la de tipo bíblico. No debemos limitarnos a un solo tópico de estudio, pues no ejercitaríamos toda nuestra virilidad mental. Dios hizo el mundo para el hombre, hizo al hombre con una mente destinada a ocupar y usar todo el mundo; el hombre es el arrendatario, y la naturaleza es por un tiempo su casa; ¿por qué abstenerse de entrar en alguna de sus habitaciones? ¿Por qué negarse a saborear algunos de los manjares limpios que el gran Padre ha puesto sobre la mesa? Nuestro negocio principal sigue siendo estudiar las Escrituras. El negocio principal del herrero es herrar caballos; que procure saber hacerlo, pues aunque pudiera ceñir a un ángel con un cinto de oro, fracasará como herrero si no sabe hacer y colocar una herradura. Poco importa que sepáis escribir las más brillantes poesías, si no podéis predicar un buen sermón convincente, que tenga el efecto de consolar a los santos y convencer a los pecadores. Queridos hermanos, estudiad la Biblia a fondo, con todas las ayudas que podáis obtener. Recordad que los medios que ahora están al alcance de los cristianos ordinarios son mucho más extensos que en tiempos de nuestros padres, y por lo tanto es preciso que seáis eruditos bíblicos si pretendéis enfrentaros debidamente con vuestros oyentes. Familiarizaos con toda clase de conocimientos ; pero, sobre todo, meditad día y noche en la ley de Jehová.


Sed bien instruidos en teología, y no hagáis caso del desprecio de los que se burlan de ella porque la ignoran. Muchos predicadores no son teólogos, y de ello proceden los errores que cometen. En nada puede perjudicar al más dinámico evangelista el ser también un teólogo sano, y a menudo puede ser el medio que le salve de cometer enormes disparates. Hoy día oímos a los hombres arrancar, de su contexto, una frase aislada de la Biblia y clamar: «¡Eureka! ¡Eureka!» como si hubieran hallado una nueva verdad ; y, sin embargo, no han descubierto un diamante, sino tan sólo un pedazo de vidrio roto. Si hubiesen podido comparar lo espiritual con lo espiritual, si hubiesen entendido la analogía de la fe, y si hubiesen estado familiarizados con la erudición santa de los grandes estudiantes de la Biblia de épocas pasadas, no se habrían apresurado tenlo en jactarse de sus maravillosos conocimientos. Estudiemos las grandes doctrinas de la Palabra de Dios, y seamos poderosos en la exposición de las Escrituras. Estoy seguro de que ninguna predicación durará tanto tiempo o edificará una iglesia de modo tan excelente como la expositora. Renunciar enteramente a los discursos exhortatorios para reducirse a los expositorios sería ir a extremos descabellados; pero puedo aseguraros sin excesivo fervor que si vuestro ministerio ha de ser útil durante largo tiempo, tenéis que ser expositores. Para ello, tenéis que entender la Palabra por vosotros mismos, y así poder comentarla de modo que el pueblo pueda ser edificado por ella. Hermanos, dominad vuestras Biblias; sean cuales sean las demás obras que no hayáis escudriñado, familiarizaos completamente con los escritos de los profetas y de los apóstoles. «La Palabra de Cristo habite en vosotros en abundancia».


Habiendo tenido en cuenta esta prioridad, no descuidéis ningún campo de conocimiento. La presencia de Jesús en la tierra ha santificado la naturaleza ; y lo que Dios limpió, no lo llaméis inmundo. Todo lo que vuestro Padre ha hecho es vuestro, y debéis aprender de ello. Podéis leer el diario de un naturalista, Q la narración que un viajero hace de sus singladuras, y hallar provecho en ello. Sí, a incluso un herbario antiguo, o un manual de alquimia puede, a semejanza del león muerto de Sansón, daros miel. Hay perlas en las ostras, y frutos dulces en las matas de espinos. Los senderos de la verdadera ciencia, especialmente la historia natural y la botánica, destilan grosura. La geología, hasta donde se ocupa de hechos, y no de ficción, está llena de tesoros. La historia, con las maravillosas visiones que hace desfilar ante vosotros, es eminentemente instructiva; ciertamente, todas las porciones de los dominios de Dios en la naturaleza rebosan de preciosas enseñanzas. Familiarizaos con toda suerte de conocimientos, según el tiempo, la oportunidad y las facultades peculiares de que dispongáis; y no vaciléis en hacerlo por aprensión de que podáis educaros demasiado. Cuando la gracia abunde, la erudición no os hinchará, ni perjudicará vuestra simplicidad en el Evangelio. Servid a Dios con la educación que poseéis, y dadle gracias por soplar a través vuestro si sois un rústico cuerno; pero si hay la posibilidad de que lleguéis a ser una trompeta de plata, escoged lo segundo.


Decía que, asimismo, es preciso aprender a discriminar siempre entre las cosas que difieren; y en este tiempo en particular, es necesario insistir muy enfáticamente en este punto. Muchos corren tras las novedades, encantados de todas las cosas nuevas; aprended a juzgar entre la verdad y las falsificaciones de la misma, y no seréis llevados al extravío. Otros se adhieren a las antiguas enseñanzas, como las lapas se adhieren a la roca; mas puede tratarse tan sólo de errores antiguos, por lo cual, « examinadlo todo» y «retened lo bueno». El empleo del tamiz y del aventador es muy encomiable. Un hombre que ha pedido al Señor le dé vista clara por medio de la cual vea la verdad y discierna su sentido, y que por el constante ejercicio de sus facultades no obtenido un discernimiento exacto, es apto para ser líder en el ejercito del Señor; pero no todos los ministros están calificados hasta este punto. Es lamentable observar cuántos abrazan cualquier causa si se les presenta fervorosamente. Tragan los medicamentos de cualquier charlatán espiritual que tiene suficiente desfachatez para parecer sincero. Os digo, como Pablo escribió a los corintios : «Hermanos, no seáis niños en el sentido» ; poned a prueba todo lo que aspira a vuestra fe. Pedid al Espíritu Santo que os dé la facultad de discernir entre el bien y el mal, de modo que conduzcáis a vuestros rebaños lejos de los prados venenosos y los llevéis a pastos a cubierto de peligros.
Mas entonces, si tenéis el poder de adquirir conocimientos, y también de discriminar, buscad a continuación la capacidad de retener y preservar firmemente lo que habéis aprendido. Lástima que en estos tiempos ciertos hombres se glorían en ser veletas: no sostienen nada; de hecho, no tienen nada que valga la pena sostener. Creyeron ayer, pero no lo que creen hoy, no lo que creerán mañana ; y el que fuese capaz de decir lo que creerán para la luna llena próxima, sería mayor profeta que Isaías, pues están cambiando constantemente, y parecen haber nacido bajo la égida de la mencionada luna, y participar de sus variaciones. Estos hombres pueden ser tan sinceros como afirman ser, pero, ¿cuál es su utilidad? A semejanza de los buenos árboles trasplantados a menudo, quizá sean de naturaleza noble, pero no producen nada; su fortaleza se gasta en echar raíces repetidamente, no les queda savia para el fruto. Aseguraos de que poseéis la verdad, y entonces aseguraos de retenerla. Sed abiertos para recibir más verdad, si lo es ; pero sed muy cautelosos en suscribir la creencia de que ha sido descubierta una luz mejor que la del sol. Los que pregonan una verdad nueva por la calle, como hacen los vendedores con una nueva edición del periódico vespertino, no suelen ser mejores de lo que debieran. La hermosa doncella de la verdad no se pinta las mejillas ni se pone diadema en la cabeza como Jezabel, siguiendo todas las nuevas modas filosóficas; se contenta con su propia belleza nativa, y en su aspecto es la misma ayer, hoy y por los siglos.


Cuando los hombres cambian a menudo, lo que generalmente necesitan es ser cambiados en el sentido más enfático. Nuestro «pensamiento moderno» es representado por gentes que están haciendo daños incalculables a las almas de los hombres. Las almas inmortales se están condenando, y estos hombres siguen hilando teorías. E1 infierno abre sus fauces de par en par, y traga miles de miles, y los que debieran publicar las nuevas de salvación están «siguiendo nuevas líneas de pensamiento». Los refinados asesinos de almas descubrirán que su pretendida «cultura» no será excusa en el día del juicio. Por el amor de Dios, sepamos cómo han de ser salvos los hombres y pongámonos manos a la obra ; estar siempre deliberando en cuanto a la mejor manera de hacer pan cuando una nación está muriendo de hambre, es una burla detestable. Es hora de que sepamos qué hay que enseñar o, de lo contrario, que renunciemos a nuestra función. «Siempre aprenden, y nunca pueden acabar de llegar al conocimiento de la verdad», es el lema de los peores, y no el de los mejores entre los hombres. ¿Han de ser modelos nuestros? «Cada semana doy forma a mi credo», era la confesión que me hizo uno de estos teólogos. ¿A qué asemejaré tales inconstantes? ¿No es cierto que son como aquellas aves que frecuentan el Cuerno de Oro, y que se ven desde Constantinopla, de las cuales se dice que siempre están volando, y nunca reposan? Nadie las vio jamás posarse en el agua o en tierra, están perpetuamente en el aire. Los nativos las llaman a almas perdidas», buscando descanso sin hallarlo; y se me antoja que los hombres que no tienen descanso personal en la verdad, si son salvos, es por lo menos improbable que sean ellos medio de salvación para otros. E1 que no tiene una verdad segura que contar no debe extrañarse si sus oyentes conceden poca importancia a lo que dice. Es preciso que conozcamos la verdad, la comprendamos, y no se nos escape de la mano, pues de lo contrario no podremos ser útiles a los hijos de los hombres. Hermanos, os exhorto a que procuréis saber, y sabiendo, que discriminéis; y habiendo discriminado, os exhorto a que «retengáis lo bueno». Laborad constantemente en los tres procesos de llenar el granero, aventar el grane y almacenarlo en los alfolíes ; de esta manera adelantaréis intelectualmente.


II. También necesitamos ADELANTAR EN APTITUDES ORATORIAS.
Estoy empezando por abajo; pero todas estas cosas son importantes, pues es lástima si los pies de esta imagen son aún de barro. Nada es de poca importancia si puede ser de utilidad para nuestra grandiosa meta. Sólo por la falta de un clavo, el caballo perdió su herradura, quedando así inútil para la batalla; aquella herradura no era sino una insignificante llanta de hierro que tocaba el suelo, y no obstante el corcel lleno de fuego era inútil sin ella Un hombre puede quedar irremisiblemente arruinado en cuanto a utilidad espiritual, no por un fallo en el carácter o el espíritu, sino por un derrumbamiento mental a oratorio; y por lo tanto, insisto nuevamente en que debemos mejorar la manera de expresarnos.


No todos nosotros podemos hablar como algunos, y aun estos pocos no pueden hablar conforme a su ideal propio. Si hay algún hermano aquí que cree sabe predicar tan bien como debiera, le aconsejaría que lo abandonara totalmente. Si lo hiciese, actuaría con la misma prudencia que el gran pintor que rompió su paleta, y volviéndose a su esposa, dijo: «Han terminado mis días de pintor, pues estoy satisfecho de mí mismo, y por lo tanto estoy seguro de que he perdido el poder». Por más que haya perfecciones que se puedan alcanzar, estoy seguro que el que cree haber alcanzado la perfección en oratoria confunde la volubilidad por la elocuencia, y la verborrea por la argumentación. Sepáis lo que sepáis, no podéis ser verdaderamente ministros eficaces si no sois «aptos para enseñar». Todos probablemente conocéis ministros que han errado su vocación, y que evidentemente no tienen dones para la predicación; aseguraos de que nadie piense lo mismo de vosotros. Hay hermanos en el ministerio cuyo hablar es, intolerable; o bien os importunan hasta la muerte, a os hacen dormir. Ninguna droga puede compararse con sus discursos en cuanto a propiedades soporíferas. Ningún ser humano, a menos de estar dotado de paciencia infinita, podría soportar por mucho tiempo el escucharles, y la naturaleza hace bien en liberar alas víctimas por medio del sueño. El otro día oía a alguien decir que cierto predicador no tenía más dones para el ministerio que una ostra, y a mí juicio esto era una calumnia para la ostra, pues ese digno bivalvo despliega una gran discreción en abrirse, y también sabe cuándo cerrarse. Si algunos hombres fueran sentenciados a oír sus propios sermones, sería un justo juicio para ellos; pero pronto clamarían con Caín: «Grande es mi iniquidad para ser perdonada». No caigamos en semejante condenación por algún defecto de nuestra predicación que nosotros podamos subsanar.


Hermanos, hemos de cultivar un estilo claro. Cuando un hombre no me hace entender lo que quiere decir, es porque él mismo no sabe lo que quiere decir. El oyente medio, que no puede seguir el curso de los pensamientos del predicador, no debe preocuparse, sino echar la culpa al predicador, que tiene la responsabilidad de presentar las cosas claramente. Si miráis en un pozo, y está vacío, parecerá muy profundo; pero si en él hay agua, veréis su brillantez. Creo que si muchos predicadores son «profundos», es sencillamente porque son como pozos en los cuales no hay nada excepto hojas secas, unas cuantas piedras, y quizás uno o dos gatos muertos. Si hay agua de vida en vuestra predicación, podrá ser muy profunda, pero la luz de la verdad le dará claridad. Sea como sea, esforzaos en ser sencillos, de modo que las verdades que enseñáis puedan ser fácilmente recibidas por vuestros oyentes.
Es preciso que cultivemos un estilo convincente al mismo tiempo que claro ; es preciso que seamos poderosos. Algunos se imaginan que esto consiste en hablar con voz fuerte, pero puedo asegurarles que están equivocados. Las tonterías no se corrigen vociferando. Dios no nos exige que gritemos como si estuviésemos hablando a tres millones de personas cuando sólo nos estamos dirigiendo a trescientas. Seamos impetuosos debido a la excelencia de nuestro asunto, y a la energía del espíritu que ponemos en pronunciarlo. En una palabra, que nuestro hablar sea natural y vivo. Espero que habremos abandonado los trucos de los oradores profesionales, el esfuerzo en lograr efectos, el clímax estudiado, la pausa premeditada, el amaneramiento teatral, el hablar afectado, y qué sé yo cuántas cosas más, que podéis ver en ciertos teólogos pomposos que sobreviven todavía sobre la faz de la tierra. Ojalá que tales predicadores lleguen a ser especies extinguidas dentro de breve tiempo, y que todos nosotros aprendamos una manera viva, natural, sencilla, de predicar el Evangelio; pues estoy persuadido de que es probable que Dios bendiga semejante estilo.


Entre muchas otras cosas, hemos de cultivar la persuasión. Algunos de nuestros hermanos tienen gran influencia sobre los hombres, y sin embargo otros, con mayores dones, carecen de ella. No parecen acercarse a las personas, no pueden influir en ellas y hacerles sentir algo. Hay predicadores que, en sus sermones, parece como si tomaran a sus oyentes uno a uno por la solapa y metieran la verdad en sus almas, mientras que otros generalizan tanto, y son tan fríos, que se diría están hablando a los habitantes de algún planeta remoto, cuyos asuntos no les importan mucho. Aprended el arte de argüir con los hombres. Esto lo haréis bien si veis al Señor a menudo. Si no recuerdo mal, la antigua historia clásica nos dice que cuando un soldado estaba a punto de matar a Darío, su hijo, que había sido mudo desde la infancia, exclamó, súbitamente sorprendido «¿No sabes que es el rey?» Su lengua silenciosa se soltó por amor a su padre, y bien puede la nuestra hablar fervorosamente cuando vemos al Señor crucificado por el pecado. Si hay palabras en nosotros, esto las despertará. E1 conocimiento del «pavor de Jehová» debe también animarnos a persuadir a los hombres. No podemos hacer otra cosa que argüir con ellos para que se reconcilien con Dios. Hermanos, fijaos en aquellos que ganan a los pecadores para Jesús, buscad su secreto, y no descanséis hasta que alcancéis el mismo poder. Si los encontráis muy sencillos y llanos, aunque los veáis realmente útiles, decíos a vosotros mismos: «ese método me servirá» ; pero si, por otro lado, escucháis un predicador muy admirado, y al preguntar descubrís que no hay almas convertidas para salvación bajo la influencia de su ministerio, decíos a vosotros mismos: «este estilo no es para mí, pues yo no busco ser grande, sino ser verdaderamente útil».


Que vuestra oratoria, por tanto, mejore constantemente en claridad, fuerza lógica, naturalidad y persuasión. Queridos hermanos, tratad de conseguir un estilo de oratoria que se adapte a vuestros oyentes. Es mucho lo que de ello depende. El predicador que se dirigiera a una congregación educada, con el lenguaje que usaría para hablar a un grupo de vendedores ambulantes, demostraría ser un necio; y, por otra parte, el que va a estar entre mineros, y usa términos teológicos técnicos y frases de salón, obra como idiota. La confusión de lenguas en Babel fue más completa de lo que imaginamos. No dio meramente diferentes idiomas a las grandes naciones, sino que hizo que el lenguaje de cada clase variase del de las demás. Ahora bien, ya que el vendedor ambulante no puede aprender el lenguaje de la universidad, que el universitario aprenda el lenguaje del vendedor ambulante. «Usamos el lenguaje del mercado», decía Whitefield, y esto le honraba mucho; sin embargo, cuando estaba en el salón de la Condesa de Huntingdon, y su discurso fascinaba a los nobles infieles que ella traía para que le oyesen, adoptaba otro estilo. Su lenguaje era igualmente llano en ambos casos, porque era igualmente adecuado a sus oyentes; pero no usaba las mismas palabras exactamente, pues de lo contrario sus discursos habrían perdido su llaneza en uno a otro caso y habrían sido, o bien jerga para la nobleza, o griego para el vulgo. En nuestra manera de hablar, debemos aspirar a ser « todo a todos». E1 mayor maestro de oratoria es el que puede dirigirse a cualquier clase de personas de manera adecuada a su condición, y de modo que sea probable que sus corazones sean alcanzados.


Hermanos, que nadie nos supere en cuanto a capacidad de oratoria; que nadie nos sobrepase en el dominio de nuestra lengua materna. Amados compañeros de armas: nuestras lenguas son las espadas que Dios nos ha dado para usarlas para É1, como se dice de nuestro Señor: «De su boca salía una espada aguda de dos filos». Que estas espadas sean verdaderamente agudas. Cultivad vuestro poder de oratoria, y estad en primera fila en el campo de la expresión hablada no os exhorto a ello porque seáis especialmente deficientes; lejos de ello, pues todos me dicen : «Conocemos a los hombres de su Colegio por su forma de hablar, llana y atrevida». Esto me lleva a creer que tenéis en gran medida este don en vosotros, y os ruego que os esforcéis en perfeccionarlo.


III. Hermanos, debemos ser aún más fervorosos para ADELANTAR EN CUALIDADES MORALES.
Que los puntos que voy a mencionar aquí sirvan para aquellos que los necesiten, pero yo os aseguro que no tengo en mente a ninguna persona especial entre vosotros. Deseamos elevarnos hasta el tipo de ministerio más sublime; pero aunque obtengamos las aptitudes mentales y oratorias que he mencionado, fracasaremos a menos que poseamos también cualidades morales elevadas. Hay males de los que debemos desprendernos enérgicamente, tal como Pablo se sacudió la víbora de la mano, y hay virtudes que debemos conquistar a cualquier precio. La autocomplacencia ha herido sus miles. Más vale que temblemos y no perezcamos a manos de esta Dalila. Que nuestras pasiones y nuestros hábitos estén bajo el debido control; si no somos dueños de nosotros mismos no somos aptos para ser líderes en la Iglesia de Cristo.
Es preciso que también desechemos toda noción de nuestra propia importancia. Dios no bendecirá al hombre que se cree grande. Gloriarse aunque sea en la obra de Dios Espíritu Santo en uno mismo, es acercarse peligrosamente a la auto adulación. «Alábate el extraño y no lo boca», y date por satisfecho cuando ese extraño tenga el suficiente sentido común para callar.


Debemos también controlar debidamente nuestro humor. Un carácter violento no es del todo un mal. Estos hombres que son tan acomodaticios, valen generalmente poco. Yo no os diría nunca: «Amados hermanos, sed hombres de carácter» ; pero sí digo «Si lo tenéis, controladlo cuidadosamente». Doy gracias a Dios cuando veo que un pastor tiene el suficiente genio para indignarse ante la injusticia, y para ser firme en pos de la justicia; pero sin embargo, el genio es una herramienta de dos filos, y a menudo corto al que la maneja. Debemos preferir soportar el mal antes que infligirlo; éste ha de ser nuestro espíritu. Si algún hermano aquí time tendencia a indignarse con demasiada prontitud, piense que cuando lo hace no va a obtener ningún beneficio de ello.


Es preciso que, especialmente algunos de nosotros, dominemos nuestra tendencia a la liviandad. Hay una gran diferencia entre la alegría santa, que es una virtud, y la liviandad general, que es un vicio. Hay una liviandad que no time la suficiente cordialidad para reír, pero juega con todo; es caprichosa, hueca y poco real. Una buena carcajada no es más liviandad que el llanto del corazón. Estoy hablando de aquellas apariencias religiosas con mucha pretensión pero delgadas, superficiales, poco sinceras en lo tocante a las cosas de más importancia. La piedad no es una broma, ni tampoco mera apariencia. Cuidado con representar comedia. Nunca deis a las personas serias la impresión de que no habláis en serio, y que sois meros profesionales. Tener labios ardientes y alma helada es una señal de reprobación, Dios nos libre de ser excesivamente finos o superficiales; que nunca seamos las mariposas del jardín de Dios.


A1 mismo tiempo, debemos evitar todo lo que se parezca a la ferocidad del fanatismo. Hay en torno nuestro personas religiosas que sin duda nacieron de mujer; pero parecen haber sido amamantadas por un lobo. No les hago ninguna deshonra con esta comparación, pues ¿no fueron Rómulo y Remo, fundadores de la ciudad de Roma, alimentados as!? Algunos hombres guerreros de este orden han tenido poder para fundar dinastías del pensamiento; pero la bondad humana y el amor fraternal armonizan mejor con el Reino de Cristo. No hemos de estar siempre yendo por el mundo en busca de herejías, como los perros que husmean en busca de ratas, ni estar siempre tan confiados en nuestra propia infalibilidad, que montemos hogueras eclesiásticas en las cuales asar a todos los que difieren de nosotros, utilizando carbones consistentes en prejuicios extremados y sospechas crueles.
Además de todo esto, hay manierismos y actitudes, que ahora no puedo describir, contra los cuales debemos luchar, pues los pequeños defectos pueden muchas veces ser la fuente del fracaso, y librarnos de ellos quizá sea el secreto de la eficacia. No tengáis por pequeña una cosa que os hace aunque sea sólo un poquito más útiles; limpiad el templo de vuestra alma de los bancos de los que venden palomas así como de traficantes en ovejas y bueyes.


Y, queridos hermanos, debemos adquirir ciertas facultades y hábitos morales, al mismo tiempo que desechamos lo que les es contrario. E1 que no tenga integridad de espíritu nunca hará mucho para Dios. Si somos dirigidos por la política propia, si hay algún tipo de acción para nosotros que no sea el recto, naufragaremos pronto. Resolveos, queridos hermanos, a pensar que podéis ser pobres, que podéis ser despreciados, que podéis perder la vida misma, pero que no podéis hacer nada deshonesto. Que la única política para vosotros sea la honradez.
¡Que también poseáis la gran característica moral del valor! Con esto no quiero decir la impertinencia, la insolencia. o la presunción; sino el valor verdadero para hacer y decir tranquilamente lo más apropiado, y para ir al encuentro de todos los peligros, aunque no haya nadie que os conceda una buena palabra. Me asombra el número de cristianos que temen decir la verdad a sus hermanos. Doy gracias a Dios de poder decir que no hay ningún miembro de mi iglesia, ningún oficial eclesiástico, y ningún hombre en el mundo a quien tema decir en su cara lo que diría a sus espaldas. Gracias a Dios, y con su ayuda, debo mi posición en mi propia iglesia a la ausencia de toda política, y al hábito de decir siempre lo que opino. El plan que consiste en hacer que todas las cosas sean agradables siempre y para todos, es peligroso y al mismo tiempo maligno. Si dices algo a un hombre, y otra cosa a otro, un día compararán notas, lo alcanzarán, y entonces serás despreciado. El hombre que tiene dos caras será, más tarde o más temprano, objeto del desprecio de los demás, y con justicia. Así pues, sobre todas las cosas, evitad esto. Si tenéis algo que creáis debierais decir acerca de alguien, que la medida de lo que decís sea ésta: « ¿Cuánto me atrevería a decir en su presencia?» Es preciso que no nos permitamos ni una palabra más de esto, al censurar a cualquiera. Si tenéis esta regla, vuestro valor os salvará de mil dificultades y os adquirirá un respeto duradero.


Teniendo la integridad y el valor, desearía que fueseis dotados con celo invencible. ¿Qué es el celo? ¿Cómo lo describiré? Poseedlo, y sabréis lo que es. Consumíos de amor por Cristo, y que la llama arda continuamente; no ardiendo en las reuniones públicas y apagándose en el rutinario trabajo cotidiano. Necesitamos perseverancia indomable, celo obstinado, y una combinación de tozudez santificada, de abnegación, de mansedumbre sagrada y de valor invencible.
Destacad también en aquel poder que es tanto mental como moral, a saber, el poder de concentrar todas vuestras fuerzas en el trabajo a que sois llamados. Reunid vuestros pensamientos, unid todas vuestras facultades, amontonad vuestras energías, y enfocad vuestras capacidades. Dirigid todos los resortes de vuestra alma hacia un canal, haciendo que fluya hacia adelante en forma de corriente unificada. Algunos hombres carecen de esta cualidad. Se esparcen, y por lo tanto fracasan. Convocad vuestros batallones y lanzadlos sobre el enemigo. No tratéis de ser grandes en esto y en aquello, de serlo « todo al principio y nada durante mucho tiempo» ; mas permitid que vuestra naturaleza entera sea llevada en cautividad por Jesucristo, y ponedlo todo a sus amados pies, ya que É1 sangró y murió por vosotros.


IV. Por encima de todas estas cosas, necesitamos ADELANTAR EN APTITUDES ESPIRITUALES, las gracias que deben ser obradas en nosotros por el Espíritu Santo en Persona.

Estoy seguro de que esto es lo principal. Otras cosas son preciosas, pero ésta no tiene precio.
Primeramente, necesitamos conocernos a nosotros mismos. El predicador debe familiarizarse con la ciencia del corazón, la filosofía de la experiencia interna. Hay dos escuelas de experiencia, y ninguna de ellas está contenta con sólo aprender de la otra; dispongámonos, sin embargo, a aprender de ambas. Una de estas escuelas habla del hijo de Dios como de aquél que conoce la profunda depravación de su corazón, que entiende lo repulsivo de su naturaleza, y que diariamente ve que en su carne no mora el bien. «Un hombre no tiene la vida de Dios en su alma», dicen los hombres de esta escuela, «si no sabe y ve esto, si no lo experimenta amarga y dolorosamente día tras día». Es en vano hablarles de libertad y de gozo en el Espíritu Santo; no quieren tenerlos. Sin embargo, aprendamos de la parcialidad de éstos. Saben mucho de lo que debe saberse, y _¡ay del ministro que ignore su sistema de verdades! Martín Lutero solía decir que la tentación es el mejor maestro de un pastor. Este aspecto de la cuestión contiene su parte de verdad.


Los creyentes de la otra escuela tienen en gran estima, lo cual es justo y de bendición, la gloriosa obra del Espíritu de Dios. Creen en el Espíritu de Dios como poder purificador, beneficioso para el alma al hacer de ella un templo para Dios. Pero frecuentemente hablan como si hubieran dejado de pecar, o de ser acosados por la tentación; se glorían como si la batalla estuviera ya terminada y la victoria alcanzada. No obstante, aprendamos también lo que podamos de estos hermanos. Conozcamos toda la verdad que pueden enseñarnos. Familiaricémonos con los puntos principales de la salvación y la gloria que en ellos resplandece: los Hermones y los Tabores, donde podemos ser transfigurados con nuestro Señor. No temáis llegar a ser demasiado santos, o demasiado llenos del Espíritu Santo.


Quisiera que fueseis sabios en todo, y capaces de tener tratos con los hombres tanto en sus conflictos como en sus alegrías, siendo experimentados en ambas cosas. Conoced dónde os dejó Adam; conoced dónde os ha colocado el Espíritu de Dios. No conozcáis ninguna de estas dos cosas de modo tan exclusivo, como para olvidar la otra. Creo que, si hay hombres que hayan de clamar: «¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?» serán siempre los ministros del Evangelio, porque nosotros necesitamos ser tentados en todas las cosas, para poder consolar a otros. En un vagón de ferrocarril, la semana pasada, vi a un pobre hombre con la pierna apoyada sobre el asiento. Un empleado que le vio en aquella postura, observó: «Esos cojines no fueron hechos para que usted ponga las botas sucias encima». Tan pronto como el funcionario se marchó, el hombre volvió a poner la pierna en el asiento, diciéndome: « Estoy seguro de que nunca se ha rolo la pierna en dos puntos diferentes, pues en este caso no sería tan brusco conmigo». Cuando he oído a hermanos de los que viven acomodadamente, disfrutando de buenos ingresos, condenar a otros que están pasando por grandes pruebas, porque no podían gozarse de la misma manera, he visto que no sabían nada de los huesos rotos que otros tienen que arrastrar durante toda su peregrinación.


Conoced al hombre, en Cristo, y fuera de Cristo. Estudiadle en su mejor aspecto, y también en el peor; conoced su anatomía, sus secretos y sus pasiones. Este conocimiento no podéis adquirirlo en los libros; es preciso que tengáis contaclo personal con los hombres si habéis de ayudarles en su multifacética experiencia espiritual. Sólo Dios puede daros is sabiduría que necesitaréis para tratar prudentemente con ellos, pero Él os la dará en respuesta a la oración de fe.
Entre las adquisiciones espirituales, conocer a1que es remedio seguro para todas las enfermedades humanas está por encima de toda otra cosa necesaria. Conoced a Jesús. Sentaos a sus pies. Considerad su naturaleza, su obra, sus sufrimientos, su gloria. Gozaos en su presencia; tened comunión con Él día tras día. Conocer a Crislo es entender la más excelente de todas las ciencias. No podéis dejar de ser sabios si tenéis comunión con la Sabiduría Encarnada; no podéis carecer de fortaleza si tenéis constante comunión con Dios. Hermanos, morad en Dios; no se trata de ir a Él a veces, sino de habitar en É1. En Italia dicen que donde no entra el sol, tiene que entrar el médico. Donde Jesús no resplandece, el alma está enferma. Bañaos en sus rayos, y seréis vigorosos en el servicio de vuestro Señor.


El pasado Domingo por la noche, meditamos en un texto que me había dominado: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre». Dije que los pobres pecadores que habían ido a Jesús y puesto su confianza en Él, pensaban que le conocían, pero sólo conocían un poquito de Él. Hay santos con sesenta años de experiencia y que han andado con Él cada día. que creen conocerle ; pero no están sino empezando a conocerle. Los espíritus perfectos que están ante el trono, que han estado adorándole perpetuamente desde hace cinco mil años, quizás crean que le conocen, pero no le conocen plenamente. « Nadie conoce al Hijo sino el Padre. Es tan glorioso, que sólo el Dios infinito tiene pleno conocimiento de É1, y por lo tanto no habrá límite para nuestros estudios, ni pobreza en nuestra línea de pensamiento, si hacemos de nuestro Señor el gran objeto de todos nuestros pensamientos e investigaciones.


Así que, si hemos de ser hombres fuertes, como resultado de este conocimiento, es preciso que seamos hechos semejantes a nuestro Señor. Bienaventurada aquella cruz en que sufriremos, si sufrimos por ser hechos a semejanza del Señor Jesús. Si obtenemos esta semejanza, tendremos una unción maravillosa en nuestro ministerio; y sin ello, ¿qué vale un ministerio? En resumen, debemos esforzarnos en tener santidad de carácter. ¿Qué es la santidad? ¿No es entereza de carácter? Un estado equilibrado en que no sobra ni falta nada. No es moralidad, la cual es una estatua fría y sin vida; la santidad es vida. Es preciso que tengáis santidad; y, aunque os falten aptitudes mentales (aunque espero que no), y aunque tengáis pocas facultades oratorias (aunque confío en que no), podéis estar seguros de que una vida santa es en sí misma un poder maravilloso, y compensará muchas deficiencias; es, de hecho, el mejor sermón que el mejor de los hombres puede jamás predicar. Resolvámonos a tener toda la pureza que se pueda tener, toda la santidad que se pueda alcanzar, y toda la semejanza a Cristo que sea posible en este mundo de pecado, confiando en la obra eficaz del Espíritu de Dios. Que el Señor nos levante a todos, como Colegio, hasta una plataforma más elevada, y tl tendrá la gloria.


V. Aún no he terminado mi mensaje, pues tengo que deciros también: ADELANTAD TRABAJANDO DE VERAS.
Bien mirado, seremos conocidos por lo que demos hecho más que por lo que hemos dicho. A semejanza de los apóstoles, espero que nuestro monumento sea el de nuestros hechos. Hay en el mundo muchos buenos hermanos que son muy poco prácticos. La gran doctrina de la segunda venida les hace estarse con la boca abierta, mirando al cielo, de tal modo que estoy dispuesto a decides decirles: «Varones de Plymouth, ¿qué estáis mirando al cielo?» E1 hecho de que Jesús ha de volver de nuevo, no es una razón para estarse contemplando el firmamento, sino para trabajar en el poder del Espíritu Santo. No os enfrasquéis hasta tal punto en especulaciones, como para preferir una lección bíblica sobre un oscuro pasaje de Apocalipsis a enseñar en una escuela dominical o hablar a los pobres tocante a Jesús. Es preciso que suprimamos los ensueños y nos pongamos manos a la obra. Creo en los huevos, pero hay que sacar polluelos de los mismos. No me importa el tamaño del huevo; si queréis, que sea un huevo de avestruz; pero si no hay nada en é1, os ruego que no os entretengáis con la cáscara. Si vuestras especulaciones producen algo, que Dios las bendiga; y aun si fuerais un poco más lejos de lo que creo prudente aventurarse en tal dirección, si con ello sois más útiles, ¡alabad a Dios por ello!

Queremos hechos: acciones realizadas, almas salvadas. Está muy bien escribir ensayos; pero, ¿qué almas habéis sido llevados a salvar de ir al infierno? Me interesa la excelente administración de vuestra escuela; pero, ¿cuantos niños han sido llevados a formar parte de la iglesia mediante esta administración vuestra? Nos alegramos de saber de ciertas reuniones especiales; pero, ¿cuántos han sido realmente nacidos para Dios en ellas? ¿Son los santos edificados? ¿Son convertidos los pecadores? ¡Dios nos libre de vivir en la comodidad espiritual mientras los pecadores se hunden en el infierno! Viajando por las carreteras en las montañas de Suiza, veréis continuamente las señales de las perforadoras: y en la vida de todo ministro debe haber señales de la ruda labor. Hermanos, haced algo; haced algo; HACED ALGO. Mientras las Comisiones desperdician el tiempo redactando resoluciones, haced algo. Mientras las Sociedades y las Uniones están preparando constituciones, ganemos almas. Con demasiada frecuencia discutimos, consideramos y ponderamos, mientras Satanás se ríe disimuladamente de nosotros. Os ruego a todos que seáis hombres de acción. Poned manos a la obra, y desenvolveos como hombres. Comparto la idea que el viejo Suwarrow tenía de la guerra: «Adelante y al ataque! ¡Nada de teorías! ¡Atacad! ¡Formad columna! Fijad las bayonetas, y cargad directamente contra el mismo centro del enemigo». Nuestro objetivo único es salvar pecadores, y no hemos de hablar meramente de esto, sino efectuarlo en el poder de Dios.


VI. Finalmente, y ahora voy a daros un mensaje que me abruma, ADELANTAD LN CUANLO A LA ELECCIÓN DE VUESTRA ESFERA DE ACTIVIDAD.
Hoy os estoy rogando por aquellos que no pueden rogar por sí mismos, a saber, las grandes masas del exterior, del mundo pagano. Los púlpitos existentes están ya tolerablemente bien suplidos, pero necesitamos hombres que quieran edificar en nuevos fundamentos. ¿Quiénes lo harán? ¿Somos, como grupo de hombres fieles, limpios en nuestras conciencias en cuánto a los paganos? Hay millones que no han oído jamás el nombre de Jesús. Cientos de millones han visto un misionero sólo una vez en su vida, y no saben nada de nuestro Rey. ¿Dejaremos que perezcan? ¿Podemos ir a nuestros lechos y dormir, mientras la China, la India, el Japón y otras naciones se están condenando? ¿Estamos limpios de su sangre? ¿No tienen ningún derecho sobre nosotros? Deberíamos plantearlo así: en vez de decir: « ¿Puedo demostrar que debiera ir?», decir: «¿Puedo demostrar que no debiera ir?» Cuando uno puede honradamente demostrar que no debiera ir, entonces está limpio, pero no de otro modo. ¿Qué respondéis, hermanos míos? Os lo pregunto uno a uno. No os estoy planteando una cuestión que yo no me haya planteado honradamente a mí mismo. He visto que si algunos de nuestros principales ministros dieran el paso, tendría un gran efecto como estímulo de nuestras iglesias, y me he preguntado sinceramente si yo debiera ir. Después de sospesarlo todo, me siento obligado a seguir en mi lugar, y creo que el discernimiento de la mayoría de los cristianos confirmaría mi decisión; pero confío que iría al extranjero fácil, voluntaria y alegremente si no viese que debo quedarme aquí. Hermanos, haced vosotros el mismo experimento. Hemos de convertir a los paganos; Dios tiene miles y miles de sus elegidos entre ellos, es preciso que vayamos y los busquemos de un modo a otro. Ahora han desaparecido muchas dificultades, todos los países nos están abiertos, y las distancias han sido casi suprimidas. Cierto que no tenemos el don de lenguas de Pentecostés; pero los idiomas se aprenden ahora pronto, mientras el arte de la imprenta es un equivalente completamente satisfactorio para reemplazar el don perdido. Los peligros propios de las misiones no deberían retener a ningún hombre sincero, aunque fuesen grandes peligros; pero ahora están reducidos al mínimo. Hay centenares de lugares donde la cruz de Cristo es desconocida, a los cuales podemos ir sin riesgo. ¿Quién irá?
Los hombres que deberían ir son los hermanos jóvenes, de buena capacidad que aún no han echado sobre sí los cuidados de una familia. Cada uno de los estudiantes que entra en el Colegio debe considerar este asunto, y entregarse a la obra a menos que haya razones concluyentes para no hacerlo. Es un hecho que, incluso para las colonias, es muy difícil hallar hombres, pues he tenido oportunidades en Australia que me he visto obligado a abandonar. No debería ser así. Seguramente debe haber entre nosotros todavía algún espíritu de sacrificio, y algunos de nosotros que estén dispuestos a ser exiliados por Jesús. La Misión languidece por falta de hombres. Si vinieran hombres, la liberalidad de la iglesia supliría sus necesidades ; y, de hecho, la liberalidad de la iglesia ha ofrecido la provisión, y aún no hay hombres que vayan. Hasta que veamos a nuestros camaradas luchando por Jesús en todas las tierras, a la vanguardia del conflicto, no pensaré que hemos cumplido con nuestro deber. Creo que si Dios os mueve a ir, seréis los mejores misioneros, porque haréis de la predicación del Evangelio la gran característica de vuestro trabajo, y ésta es la manera segura en que Dios muestra su poder.

Ojalá que nuestras iglesias imitaran a la del Pastor Harms en Alemania. donde cada miembro está consagrado al Señor en hecho y en verdad. Los campesinos dan del producto de sus tierras, los obreros de su trabajo; uno entregó una enorme casa para que fuese usada como Colegio misionero, y el Pastor Harms obtuvo dinero para adquirir un barco que equipó para hacer viajes a África, y entonces envió misioneros y pequeños grupos para formar comunidades cristianas entre los bosquímanos. ¿Cuándo serán nuestras iglesias así de abnegadas y activas? Fijaos en los Moravos, cómo cada hombre y cada mujer se convierte en misionero, y cuanto hacen por el Señor como consecuencia. Captemos su espíritu. ¿Es un espíritu recto? Entonces es acertado que lo tengamos. No basta decir : «Esos Moravos son maravillosos». Nosotros deberíamos ser también maravillosos. Crispo no adquirió a los moravos de manera más completa que a nosotros mismos ; no tienen más obligación de sacrificarse que nosotros. ¿Por qué entonces esta reticencia? Cuando leemos acerca de los hombres heroicos que Lodo lo dieron por Jesús, no sólo debemos admirarlos, sino imitarlos. ¿Quién loa imitará ahora? ¿Veis la importancia de la cuestión? ¿No hay algunos entre vosotros que estén dispuestos a consagrarse al Señor? ¡Adelante es la consigna hoy! ¿No hay espíritus audaces para acaudillar las vanguardias? Orad todos vosotros para que, durante este Pentecostés, el Espíritu pueda decir: «Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra para la cual los he llamado».
Subid y volad hacia adelante en alas del amor. Amén.