domingo, 28 de febrero de 2010

Sanidad Divina Para Todos

Por: T. L. OSBORN

El propósito de este mensaje es clarificar todo dentro de tu corazón, amigo; que no haya lugar a ninguna sombra de duda...
Dios Desea Sanarte

Hasta que tú no estés completamente convencido que Dios desea que tú TE SIENTAS BIEN, totalmente; siempre habrá una duda en tu mente y dentro de tí en cuanto a si Tú serás sano, o no. Mientras dure esa duda en tu mente, en cuánto a si serás sano o no, la fe perfecta no existirá y es menester que la fe sea ejercitada, sin duda ni clase alguna de claudicación para que la sanidad llegue hasta tí. "Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan" (He. 11:6). "Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor", (Santiago 1: 6-7).

Una vez convencidas las gentes que DIOS DESEA SANARLOS y que NO ES LA VOLUNTAD DE DIOS que ellos estén enfermos, prácticamente son esos los que reciben sanidad cuando por ellos se ora. Otros reciben sanidad muchas veces antes de que se ore por ellos. El tener conocimiento de esto hace que el terreno sea completamente fértil para que la fe perfecta, pueda desarrollarse y crecer. No es asunto de pensar por más tiempo si es la voluntad de Dios o no; porque realmente sabemos que es LA VOLUNTAD DE DIOS. El leproso en el pasaje de Marcos 1:40 dijo: "Si quieres puedes". Jesús contestó: "QUIERO". Permite que ese "quiero" indique por completo para tí que Dios DESEA SANAR AL ENFERMO. Y si EL quiere sanar UNO, también es Su deseo SANAR A TODOS. "El no quiere que ninguno perezca" (2 Pedro 3:9). Santiago dice: "Está alguno entre vosotros enfermo?". Esto es universal para todas las gentes de todas las edades. Jesús "gustó la muerte por TODOS LOS HOMBRES". No existe ACEPCION DE PERSONAS con Dios. El nos dice que estamos pecando cuando tenemos privilegios para unos sobre los otros. Así es que con toda seguridad El no violará Sus propias leyes.

Está escrito (Números 21) acerca de aquellos que fueron mordidos por las serpientes ardientes que "cuando ALGUNO miraba a la serpiente de metal vivía". Hoy día, acontece de la misma manera, TODO AQUEL que mira a Cristo, como su REDENTOR, será salvo. Todos están sobre bases idénticas cuando se allegan a los beneficios de la Expiación. Las palabras "todo aquel" y "todo aquel que desee" siempre son usadas cuando hacemos la invitación a los pecadores, y las palabras "todos los que", "cada uno", "algunos" y "cualquiera" se usan al extender la invitación a los enfermos y a los adoloridos. Ambas invitaciones son siempre universales y sus resultados son siempre prometidos POSITIVAMENTE. Es decir: "Serán salvos", "tendrán vida", "sanarán" ' "se levantaran", "los sanó a todos" y "todos los que tocaron fueron sanados". Una DOBLE PROMESA conlleva IGUALES INVITACIONES, y promete IGUALES RESULTADOS.

A menudo los padres demuestran alguna clase de favoritismo en alguno de sus hijos, pero Dios no obra de esa manera. Cuando llenamos condiciones iguales recibimos cosechas iguales. Cuando hacemos nuestra parte, Dios siempre es fiel para hacer Su parte. Siempre, SIEMPRE. Los beneficios del Calvario son PARA TI. Si Dios san¿> a TODOS entonces, El todavía sana a TODOS; es decir todos los que vengan a El buscando sanidad. "Jesucristo, es el mismo ayer, y hoy y por los siglos" (Heb. 13:8). "Y le siguieron muchas gentes, Y SANABA A TODOS" (Mt. 12:15). "Y TODOS los que tocaron quedaron sanos" (Mt. 14:36). "Y TODA la gente procuraba tocarle; porque salía de El virtud, y SANABA A TODOS", (Lucas 6:19). "Y como fue tarde, trajeron a El muchos endemoniados; y echó los demonios con la Palabra y SANO A TODOS LOS ENFERMOS, para que se cumpliese lo que fue dicho por el profeta Isaías que dijo: El mismo tomó NUESTRAS enfermedades, y llevó NUESTRAS dolencias", (Mt. 8:16-17).

Cristo está sanando ENFERMOS todavía, de manera que se siguen cumpliendo las palabras del profeta: "El mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias". Siempre debes recordar que tú estás incluído en la palabra NUESTRAS de Mateo 8:17 y Dios está obligado por Su pacto a continuar SANANDO A TODOS los que están enfermos y débiles de modo que se cumplan las palabras de Isaías. "No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios" (Salmo 89:34).

"Al ponerse el sol, TODOS los que tenían enfermos de diversas enfermedades, los traían a El, y El, poniendo las manos sobre CADA UNO DE ELLOS, LOS SANABA " (Lc. 4:40).

"Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, Y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él, (Hechos 10:38). La SANIDAD ERA PARA TODOS en esos días, y Cristo el Sanador nunca ha cambiado, (Hebreos 13:8).

Tan listo estaba Jesús a sanar las enfermedades como lo estaba para perdonar los pecados. De hecho, en las Sagradas Escrituras, se registran más casos de sanidad divina obrados por El que los que existen del perdón de los pecados. Jesús NUNCA vaciló para sanar los enfermos que eran traídos hasta El.

Si Jesús gustó la muerte que debía gustar cada hombre, El con toda seguridad quiso hacer claro que CADA UNO habría de beneficiarse por el hecho de su muerte. Creemos que esto es cierto cuando se trata de la salvación del alma y el perdón de los pecados. El mismo cuerpo que fue quebrantado por nuestros pecados; llevó las heridas y llagas por nuestra sanidad, y si creemos eso, entonces debemos admitir el privilegio de la salvación y de la sanidad divina como dos cosas que funcionan sobre bases completamente iguales. Son similares. Si el pasaje de la Escritura que dice: "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy y por los siglos", es cierta y si predicamos la sanidad divina como un derecho legal para los "salvados" seguramente también los ENFERMOS SERAN SANADOS.


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lunes, 15 de febrero de 2010

La Compasión Sin Límite de Cristo

POR: DWIGHT LYMAN MOODY

«Y al salir Él vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos y sanó a los que de ellos estaban enfennos.» (Mateo 14:4).

Se nos dice con frecuencia en las Escrituras que Jesús se compadeció de alguno o que fue movido a compasión; en este versículo vemos que después que los discípulos de Juan el Bautista le dijeron que su maestro había sido decapitado Jesús se fue a un lugar desierto y que la multitud le siguió y que Él, al ver la multitud, «tuvo compasión de ellos» y sanó a sus enfermos.
Si Jesús estuviera esta noche aquí, de pie, en mi lugar, su corazón también se compadecería al mirar porque Él, al observar vuestro rostro podría ver las cargas, tribulaciones y aflicciones que tenéis que llevar.
Están escondidas a mis ojos, pero Él las conoce y por ello, cuando las multitudes se aglomeraban a su alrededor, Él sabía cuántos había allí con el corazón dolorido y el cuerpo quebrantado. Pero Él está aquí esta noche, aunque no le podemos ver con los ojos del cuerpo y no hay pena ni tribulación que alguien esté sufriendo que e1 no conozca, y Él es el mismo esta noche que cuando estaba sobre la tierra; el mismo Jesús, el mismo Jesús compasivo.
Cuando vio la multitud tuvo compasión de ellos y sanó a sus enfermos, y espero que Él va a sanar a muchas almas enfermas aquí y va a restañar muchas heridas y vendar muchos corazones. Y dejadme decir al empezar el sermón que no hay corazón magullado del que el Hijo de Dios se compadezca y sane si se le da oportunidad. «No quebrará la caña cascada ni apagará el pabilo que humea.» Él vino al mundo para traer misericordia, gozo, compasión y amor.
Si yo fuera un artista me gustaría bosquejar algunas escenas bíblicas esta noche y poner delante de vosotros esta gran multitud de la cual Él tuvo compasión. Y luego dibujaría otro apunte del leproso que se le acerca, lleno de manchas y costras, de pies a cabeza. Aquí hay un hombre a quien han echado de su casa, que ha sido abandonado por sus amigos, que va a Jesús con su historia desgraciada y triste. Y ahora, amigos, permitidme que
hagamos vívidas las historias de la Biblia
porque son todas reales. Pensemos en el leproso. Pensemos en lo mucho que ha sufrido. No sé cuántos años hace que está alejado de su esposa, hijos y hogar, pero sí sé que vive solo. Lleva puesto un vestido especial, como un sambenito, para que todo el que se le acerca se dé cuenta de que es inmundo.
Y cuando él veía a alguno tenía que advertirle, gritando: «¡Inmundo! ¡Inmundo! ¡Inmundo!» Sí, y si su propia esposa hubiera ido a decirle que uno de los hijos estaba muriéndose el leproso no se habría atrevido a acercarse a ella; tenía la obligación de apartarse.
Tenía que escuchar a los demás desde cierta distancia y no podía estar presente en los últimos momentos de su hijo. Era, por así decirlo, un hediondo cadáver vivo; algo peor que la muerte. Y aquí tenemos a este hombre, un desecho, un paria, hacia el cual no se extendía una mano amiga. ¡Oh, qué vida tan terrible Pensemos luego en que se está acercando a Cristo y que cuando Cristo le ve se nos dice: tuvo compasión de él.
El corazón de Jesús latía al unísono con el del pobre leproso: tuvo compasión de él y el leproso se acercó a Jesús y dijo: «Señor, si quieres puedes limpiarme.» Sabía que nadie podía hacer una cosa semejante excepto el mismo Hijo de Dios y
el gran corazón de Cristo
fue movido a compasión por el leproso. Oigamos las palabras de gracia que salen de los labios de Jesús: « ¡Quiero; sé limpio!», y el leproso se mira y se ve limpio en aquel mismo instante. Veámosle ahora camino de su casa y de sus hijos y amigos. Ya no es un paria, algo asqueroso, afectado por la terrible enfermedad de la le ra, sino que vuelve a los suyos con regocijo. Ahora bien, amigos, podéis decir que os produce lástima un hombre cuyas condiciones son tan tristes, pero ¿se os ha ocurrido alguna vez que vosotros estáis en condiciones mil veces peores?
La lepra del alma es mucho peor que la lepra del cuerpo. Y preferiría mil veces tener el cuerpo lleno de lepra que ir al infierno con el alma llena de pecado. Sería mucho mejor que me cortaran una mano o que se me secara un pie y que me quedara ciego todos los días de mi vida a ser expulsado de la presencia de Dios a causa de la lepra del pecado. Escucha los gemidos y la agonía que llena este mundo a causa del pecado. Si eres un alma enferma del pecado, llena de lepra, tu que estás aquí esta noche, si vienes a Cristo, Él tendrá compasión de ti y te dirá como dijo a este leproso: «Quiero, sé limpio.»

El muerto resucitado
Vayamos ahora al siguiente cuadro que representa a Jesús movido a compasión. Ved esta casita. En ella vive una pobre viuda. Quizás hace unos meses que enterraron a su marido y ahora sólo tiene un hijo. ¡Cómo le idolatra! Confía en que va a ser el apoyo y sostén de su edad avanzada. Le ama más que su propia sangre y vida.
Pero mirad, la enfermedad entra en la casa y la muerte viene y pone su mano helada sobre el muchacho. Podéis ver a la madre, viuda, velándole día y noche, pero al fin los ojos del enfermo se cierran y su dulce voz es apagada para siempre. Por lo menos así lo piensa ella. No va a oírle más una vez lo hayan enterrado. Ha llegado la hora del entierro. Muchos habéis estado en una casa que en que hay luto y habéis acompañado, con los amigos, el cadáver a la tumba, y dais una mirada a la persona amada por última vez. No hay ninguno aquí que no haya perdido algún deudo suyo.
Nunca he ido a un entierro y visto a una madre dando el último adiós a un hijo muerto sin que haya sentido un dardo que me penetraba el corazón o haya podido retener las lágrimas ante una vista semejante. Bien, la madre da el último beso a la frente fría; el último beso y la última mirada, y el cuerpo, tapado, en el ataúd, va a ser puesto en su lugar definitivo.
La madre tiene muchos amigos. La ciudad de Naín asistía en masa a este entierro. Veo la multitud que se empuja hacia las puertas de la ciudad, y más lejos, acercándose por el camino polvoriento veo a trece hombres, cansados, que se hacen a un lado para dejar paso a la comitiva. El grupo lo forman el Hijo de Dios y sus discípulos íntimos. Jesús mira la escena, ve la madre sollozando, abrumada, con el corazón hecho trizas, y Él mismo siente que se le conmueve el corazón. Sí, el gran corazón del Hijo de Dios tiene compasión y se acerca al féretro, lo toca y dice:
«Joven a ti te digo, levántate»
y el muchacho se incorpora y empieza a hablar. Puedo ver a la multitud atónita; puedo ver a la viuda, madre del chico, que regresa a su casa con los rayos matutinos de la resurrección brillando en su corazón. Sí, Jesús había tenido compasión de ella. Y no hay viuda en esta sala a cuya voz Cristo no responda dándole paz en sus tormentas.
Oh, queridos amigos, permitidme que diga que si vuestro corazón está dolorido necesitáis a un amigo como Jesús. Él es el amigo que necesita la viuda; Él es el amigo que todo corazón que sangra necesita; Él tendrá compasión de ti y vendará tus heridas si quieres acudir a Él tal como te encuentras. Él te recibirá sin reprenderte ni disciplinarse en su amoroso seno y te dirá: «Paz a ti», y andarás a la luz del sol de su amor a partir de este momento. Cristo vale más que todo el mundo junto. Él es el amigo que necesitas y ruego a Dios que cada uno de vosotros pueda conocerle en este momento como Salvador y amigo.

El hombre a quien robaron y maltrataron
El cuadro siguiente que voy a bosquejar para ilustrar la compasión de Cristo es el del hombre que desciende a Jericó y cae en manos de ladrones. Le han quitado el manto y el dinero que llevaba; le han apaleado y le han dejado medio muerto. Miradle, herido, sangrante, sin conocimiento. Y ved ahora por el camino un sacerdote que pasa y da una mirada a la escena. No siente compasión ni deseo alguno de ayudar al pobre hombre. Pasa de largo por el otro lado del camino sin acercarse demasiado. Después de este sacerdote
viene un levita, el cual dice: «Pobre hombre.» No, tampoco hace nada por él. ¡Ay, son muchos los que obran como el sacerdote y el levita! Quizás algunos, al venir a esta sala, habéis visto algún borracho tambaleándose por la calle y habéis dicho simplemente: «Pobre desgraciado», sino es que os habéis reído de alguna necedad que ha dicho o hecho el desgraciado.
Nosotros somos muy diferentes del Hijo de Dios. Al fin pasa un samaritano y da una mirada al herido y siente compasión de él. Se apea del asno y tomando aceite lo vierte sobre las heridas, se las venda y lo saca de la cuneta, lo coloca sobre su bestia y se lo lleva al mesón, donde dispone lo que hay que hacer para su cuidado. Este buen samaritano representa a vuestro Cristo y al mío. Vino al mundo para buscar y salvar
lo que se había perdido
Joven, tú has venido a Londres y has acabado juntándote con malas compañías. Has ido con ellos a lugares de vicio y tabernas y te han dejado mal herido y sangrando. ¡Oh, ven esta noche al Hijo de Dios y Él va a tener compasión de ti y te sacará de esta inmundicia y te transformará elevándote a su reino y llevándote a las alturas de su gloria si se lo permites. No importa quién seas; no importa cuál haya sido tu vida pasada. Como dijo Jesús a la pobre mujer adúltera: «Ni yo te condeno; vete y no peques más.» Jesús tuvo compasión de ella y tiene compasión de ti. Este hombre que desciende de Jerusalén a Jericó representa a millares aquí en Londres y este buen samaritano representa al Hijo de Dios. Joven, Jesucristo ha puesto su corazón para salvarte. ¿Quieres recibir su amor y compasión? No albergues pensamientos duros acerca del Hijo de Dios. No creas que te condena. Ha venido para salvarte.

El Hijo pródigo
Pero me gustaría pintar otro cuadro, otra escena, la del joven que se marchó de su casa, que encontramos en el capítulo quince de Lucas; un hijo ingrato que pidió a su padre la parte de la herencia que le correspondía ya antes de tener derecho a ella; la quería al instante. Le dijo a su padre: «Dame la parte de la hacienda que me corresponde», y su buen padre le dio su parte y él se marchó. Ahora le vemos que emprende su camino, lleno de orgullo, arrogante, y empieza a vivir con todo despilfarro en un país extranjero, pongamos Londres. ¿Cuántos habéis venido a Londres, que es para vosotros un país extranjero, para malgastar el dinero? Sí, y este joven fue popular en tanto que tuvo dinero. Sus amigos duraron lo mismo que el dinero.
En tanto lo tiene paga la cuenta en la taberna y todos sus compinches le dan el parabien y palmaditas a la espalda. ¡Qué locura! Pero ido el dinero se terminaron los amigos. ¡Oh, los que servís al diablo tenéis a un amo muy duro! Bien, cuando el dinero del hijo pródigo hubo desaparecido sus amigos se rieron de él y le llamaron necio, lo cual era una gran verdad. ¡Qué ciego y equivocado estaba este joven! Mirad lo que se perdió. Perdió el hogar de su padre, mesa y comida, la reputación, el confort y su trabajo, aunque más adelante consiguió otro en aquel país apacentando cerdos. Éste era un negocio ¡legítimo para él, no le correspondía hacerlo. Y esto es lo que hace el que se vuelve atrás está a sueldo del diablo. Ha perdido el tiempo y su reputación. Nadie tiene confianza en uno que se vuelve atrás, porque incluso el mundo desprecia a los tales. Este hombre no tiene ya reputación. Miradle entre los cerdos. Un día pasa uno en aquel país extraño y viéndole dice: «¿Qué hace este desgraciado, sin calzado, medio desnudo, vigilando cerdos?» «Ah», dice el pródigo, «no hables de mí de esta manera. Mi padre es rico y sus criados van me . or vestidos que tú» - « ¡Qué va! », dice el otro.
«Si tuvieras un padre tal como describes estoy seguro que no te reconocería.» Y nadie quería creerle.

Ha perdido su testimonio
Nadie da crédito ni cree a uno que se hace atrás. Si habla del goce que ha tenido con el Señor nadie le cree. ¡Oh, desgraciado, me das lástima! Sería mejor que regresaras al hogar. Por lo menos el pobre hijo pródigo volvió en sí y dijo: «Me levantaré e iré a mi padre»,y lo hace y se pone en marcha. Miradle por el camino, pálido, hambriento, con la cabeza gacha, sin fuerzas y quizás enfermo. Nadie puede reconocerle como no sea su padre. Pero el amor tiene una vista como un lince para distinguir su objetivo. El anciano ha estado esperándole. Podemos verle muchas noches en el terrado mirando en lontananza por si le ve de lejos.
Muchas noches ha estado orando a Dios, pidiendo que su hijo pródigo regrese. Todos los que le han hablado de él en aquel país extranjero le han dicho que el chico avanza rápidamente hacia su ruina total. El anciano pasa mucho tiempo orando por él y al fin su fe empieza a vigorizarse y dice: «Creo que Dios va a enviarme a mi hijo y un día ve, desde lejos, al hijo perdido, pero ahora hallado. No le reconoce por el vestido, pero sí por el paso y el porte y se dice: « Sí, éste es mi hijo.» Ved cómo el padre baja rápido las escaleras, cómo se precipita hacia el camino, cómo corre. ¡Ah!, es, podríamos decir, lo mismo que hace Dios. Muchas veces el Dios de la Biblia es representado apresurándose, corriendo; tiene gran prisa para recibir al que se ha hecho atrás.
Sí, el anciano está corriendo, ve de lejos a su hijo y tiene compasión de él. El muchacho quiere contarle la historia de lo que ha hecho y dónde ha estado y el padre quiere oírle; su corazón está lleno de compasión y lo abraza en su seno. El muchacho quiere entrar y quedarse en la cocina con los sirvientes, pero el padre no le deja. ¡No!, manda a los criados que le pongan zapatos en los pies y anillo en el dedo y que maten el becerro grueso y hagan todos una fiesta.
El hijo pródigo ha vuelto al hogar, el que se había hecho atrás ha regresado. ¡Oh, tú que te has vuelto atrás vuele al hogar y habrá gozo en tu corazón y en el corazón de Dios! ¡Que Dios haga que regresen al hogar todos los que se han hecho atrás presentes aquí esta noche y que lo hagan hoy mismo. Di como dijo el pródigo: «Me levantaré e iré a mi padre» y yo, bajo la autoridad de Dios, te digo que Él te recibirá, borrará todos tus pecados y te restaurará a su amor y volverás a andar a la luz de su rostro después de la reconciliación.

Cristo llora sobre Jerusalén
«Y al salir Él vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos y sanó a los que de ellos estaban enfennos.» (Mateo 14:4). Se nos dice con frecuencia en las Escrituras que Jesús se compadeció de alguno o que fue movido a compasión; en este versículo vemos que después que los discípulos de Juan el Bautista le dijeron que su maestro había sido decapitado Jesús se fue a un lugar desierto y que la multitud le siguió y que Él, al ver la multitud, «tuvo compasión de ellos» y sanó a sus enfermos.
Pero miremos otra vez. Jesús va al monte de los Olivos. Ya está casi bajo la sombra de la cruz. De repente la ciudad se presenta ante su vista. Allá a lo lejos se ve el templo; lo ve en toda su gloria y esplendor. El pueblo está gritando: «¡Hosanna al Hijo de David!» Arrancan hojas de palmera y quitándose los vestidos los extienden sobre el camino delante de Él y gritan aún más: «Hosanna al Hijo de David», inclinándose delante de Él. Pero Él no hace caso. Sí, incluso el Calvario, con toda su amargura, pone a un lado. Getsemani se halla al pie de la colina; también lo olvida. Al mirar la ciudad que Él ama el gran corazón del Hijo de Dios se llena de compasión y exclama a grande voz:
«¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas y no quisiste!
Amigos míos, miradle llorando sobre Jerusalén. ¡Qué ciudad tan hermosa debía ser! Exaltada hasta los cielos. ¡Oh, si hubiera conocido el día de su visitación y hubiera recibido a su rey en vez de rechazarle, qué bendiciones habrían caído sobre ella! ¡Oh, tú, desgraciado, que te has hecho atrás, contempla al Cordero de Dios, que está llorando sobre ti, clamando que vayas a Él para que recibas cobijo y refugio de la tempestad que va a abatirse sobre la tierra!

Mira al pobre Pedro
Mirad lo que hace. Está negando al Señor y jura y perjura que no le conoce. Si alguna vez Jesús ha necesitado simpatía, si alguna vez ha necesitado a los discípulos a su alrededor, era aquella noche, cuando estaban presentando testigos falsos contra Él, tratando de condenarle a muerte, y allí estaba Pedro, el discípulo más destacado, jurando que no conoce a Cristo. Jesús podría haberse vuelto a Pedro y decirle: «Pedro, ¿es cierto que no me conoces?
¿Es verdad que te has olvidado de que curé a tu suegra cuando estaba en trance de muerte? ¿Es verdad que te has olvidado de que te salvé cuando te hundías en el agua? ¿Es verdad, Pedro, que has olvidado lo que viste en el monte de la Transfiguración, cuando se unieron los cielos y la tierra y oíste la voz que hablaba desde las nubes? ¿Es verdad que has olvidado la escena en aquella montaña, cuando tú querías plantar tres tiendas? ¿Es verdad, Pedro, que me has olvidado? Sí, esto es lo que Jesús podría haberle echado en cara al pobre Pedro, pero en vez de esto le da una mirada llena de compasión que partió el corazón de Pedro, el cual, saliendo de allí, fue y lloró amargamente.

El perseguidor Saulo
Demos una mirada a este atrevido blasfemo y perseguidor que intenta extirpar la Iglesia primitiva y que está respirando amenazas y matanza cuando Cristo le atajó en el camino de Damasco. Es el mismo Jesús todavía. Escuchad para oír lo que dice: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» ¡Cómo! Podría haberle petrificado con una mirada o con su aliento dejarle sin vida, pero en vez de ello el corazón del Hijo de Dios siente compasión y exclama: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Si hay algún perseguidor aquí esta noche quiero preguntarte: ¿Por qué persigues a Jesús? Él te ama, pecador. Él te ama, perseguidor.
No has recibido de El sino bondades y amor. Y Saulo exclamó: «¿Quién eres, Señor?» Y Él le contestó: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.» Es una cosa dura luchar contra un amigo así, contender contra quien nos ama como nos ama El y el Saulo perseguidor, lleno de soberbia, se prosterna y exclama; «Señor, ¿qué quieres que haga?» Y el Señor se lo dijo y él lo hizo. Quiera el señor tener compasión del infiel, del escéptico, del perseguidor. Déjame que te pregunte, amigo: ¿Hay alguna razón por la que odies a Cristo, por la que tu corazón se haya vuelto contra Él?
Recuerdo una historia sobre una maestra de escuela dominical que dijo a sus alumnos que siguieran todos a Jesús y que todos podían ser misioneros y salir a trabajar para los otros. Y un día una de las niñas más pequeñas fue a ella y le preguntó: Le dije a una amiga mía (y le dijo el nombre) que viniera conmigo y me dijo que vendría de buena gana, pero que su padre es un incrédulo.»

¿Por qué no amas a Jesús?
Y la niña quería saber lo que era un incrédulo y la maestra se lo explicó. Y un día, cuando la niña iba camino a la escuela, este incrédulo salía de Correos con unas cartas de amor en la mano, y la niñita corrió hacia él y le preguntó: «¿Por qué no ama usted a Jesús?»
El hombre tuvo el impulso de apartarla con la mano y seguir su camino, pero la niña insistió: «¿Por qué no ama usted a Jesús?» Si hubiera sido un hombre el que le hubiera hecho la pregunta el incrédulo se habría molestado, pero no sabía qué hacer con una niñita, y ésta, con lágrimas en los OJOS le preguntó otra vez: «ioh, por favor!, dígame, ¿por qué no ama usted a Jesús? » El hombre prosiguió su camino hacia su oficina, pero le daba la impresión de que en cada carta que leía veía escrito: «¿Por qué no ama usted a Jesús?» Intentó escribir,pero obtuvo el mismo resultado; cada carta parecía preguntarle: «¿Por qué no ama usted a Jesús?»
Tiró la pluma, desesperado y se marchó de la oficina, pero no podía librarse de la pregunta; se la hacía una vocecita queda dentro y mientras andaba le parecía que el mismo suelo y los mismos cielos le susurraran: «¿Por qué no ama usted a Jesús?» Al fin se fue a su casa y allí le pareció que sus propios hijos le hacían la misma pregunta, por lo que le dijo a su esposa: «Me iré a la cama temprano esta noche», pensando que echándose a dormir la cosa terminaría, pero tan pronto hubo puesto la cabeza sobre la almohada le pareció que ésta le susurraba lo mismo.
Se levantó a medianoche y dijo: «Puedo buscar algún punto en que Cristo se contradiga a sí mismo, y lo hallaré y esto demostrará que es un mentiroso.» Bien, el hombre se levantó y empezó a leer el evangelio de Juan y leyó desde las primeras palabras hasta que llegó a «De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.» « ¡Qué amor! », pensó, y al fin el corazón del incrédulo se sintió conmovido. No podía encontar razón alguna para no amar a Jesús y arrodillándose oró y antes de que saliera el sol el antiguo incrédulo había entrado en el reino de Dios.
Reto a quien sea, en toda la faz de la tierra, a que halle una razón para no amar a Cristo. Es sólo aquí en la tierra que los hombres creen que tienen alguna razón para no hacerlo. En los cielos le conocen y cantan: «Digno es el Cordero que fue inmolado.» Oh, pecador, si le conocieras no procurarías hallar razones para no amarle. Él es «el primero entre diez miles, y grande es su hermosura.» Tengo idea de que muchos dicen aquí: «Me gustaría mucho hacerme cristiano y saber cómo puedo llegar a Él y ser salvo.»

Ve a Él como un amigo personal
Desde hace veinte años sigo esta regla: Cristo está siempre tan cerca como pueda estarlo personalmente cualquier otra persona viva, y cuando tengo problemas, tribulaciones, aflicciones, voy a Él con ellas. Cuando necesito consejo voy a Él tal como si estuviera cara a cara, hablando conmigo. Hace veinte años conocí a Dios una noche y Él me tomó en su seno y ahora preferiría renunciar a mi vida esta noche que renunciar a Cristo o dejarle o que Él me dejara a mí y que no tuviera a nadie a quien pudiera llevar mis cargas o mis penas.
Él vale para mí más que todo el mundo y esta noche Él tiene compasión de vosotros como tuvo de mí. Yo había estado intentando durante semanas hallar el camino a Él y por fin fui y puse mi carga sobre Él y entonces Él se me reveló y a partir de entonces he tenido en Él un amigo verdadero y afectuoso, el amigo que necesitaba. Ve directamente a Él. No tienes por qué ir a ningún hombre, a esta o aquella Iglesia. «Yo soy el camino, la verdad y la vida.»

No hay ningún nombre tan querido por los norteamericanos como el de Abraham Lincoln
y en una audiencia como ésta en nuestro país se puede conseguir que las lágrimas desciendan por las mejillas de los presentes con sólo mencionar este nombre: Lincoln es muy querido por los norteamericanos. ¿Queréis saber la razón? Voy a decírosla. Era un hombre compasivo, era amable y conocido por su tierno corazón hacia los oprimidos y los pobres. Nadie iba a él con una historia personal triste sin que él sintiera compasión, no importaba el nivel de la persona en la escala social. Siempre tenía interés en los pobres. Hubo un tiempo en nuestra historia cuando pensamos que Lincoln tenía demasiada compasión.
Muchos de nuestros soldados no entendían la disciplina del ejército y muchos no cumplían debidamente las reglas militares. Intentaban hacerlo, pero no lo hacían en realidad. Muchos, como resultado, cometieron delitos graves y se les hicieron consejos de guerra y fueron condenados a ser fusilados, pero Abraham Lincoln siempre los perdonaba y al fin la nación tuvo que levantarse en protesta diciendo que era demasiado misericordioso. Finalmente consiguieron que admitiera que si un soldado pasaba por un consejo de guerra y era condenado tenía que ser fusilado y que no podían concederse indultos.

El centinela dormido
Unas pocas semanas después de esto se descubrió a un soldado bisoño durmiendo en su puesto de guardia. Se le hizo pasar por un consejo de guerra y fue condenado a muerte. El muchacho escribió a su madre: «No quiero que creas que no amo a mi patria. La cosa sucedió de este modo: mi compañero estaba enfermo y yo fui a hacer guardia en su lugar, y la noche siguiente, cuando le tocaba a él como todavía seguía enfermo, fui a hacer guardia por él de nuevo y sin querer me quedé dormido.
No tenía intención de ser desleal.» Era una carta conmovedora, pero los padres reconocieron que no había posibilidad de hacer nada, porque no habría más indultos. Pero había un niña en aquella casa que sabía que Abraham Lincoln tenía un hijo pequeño y que amaba a este niño; la niña pensó que si Abraham Lincoln supiera lo que sus padres amaban a su hermano nunca permitiría que lo fusilaran, así que tomó el tren para ir a rogar al presidente en favor de su hermano, y cuando llegó a la mansión del presidente apareció la dificultad de tener que pasar el puesto del centinela. Así que le contó esta historia y el centinela, con lágrimas en los ojos, la dejó pasar. Pero la próxima dificultad fue pasar al secretario y a los otros funcionarios.
Sin embargo, consiguió llegar finalmente a la sala privada del presidente y allí había senadores y ministros, todos ocupados en asuntos del Estado. El presidente vio a la niña y la llamó y le dijo: «¿Niña, qué quieres?» Y la niña le contó la historia. Las lágrimas se le saltaron de los ojos al presidente. Era padre y su corazón estaba apesadumbrado; no podía resistirlo. Trató a la niña bondadosamente y luego indultó al muchacho, le dio treinta días de permiso y le envió a su casa para que fuera a ver a su madre. Su corazón rebosaba compasión.
Y dejadme que os diga, el corazón de Cristo está más lleno de compasión que el de hombre alguno. Vosotros estáis condenados a muerte por vuestros pecados, pero si vais a Él, como Lázaro, os dirá: «Desatadle, dejadle ir.» «Puedes irte, estás libre.» Él va a reprender a Satán y, como Lázaro, vivirás otra vez. Ve a El, como esta niña fue al presidente, y cuéntaselo todo, no omitas nada y Él dirá: «Vete en paz.»

El toque de compasión
Quiero preguntar al cristiano antiguo que se ha vuelto atrás: ¿Has sentido alguna vez el toque de la mano de Jesús? Si es así vas a conocerlo otra vez, porque hay amor en él. Se cuenta una historia en relación con nuestra guerra referente a una madre que recibió el informe de que su hijo estaba mortalmente herido. Fue al frente y allí se enteró de que los soldados destacados para cuidar a los enfermos y heridos no tenían mucha experiencia en hacerlo y que ella podría hacerlo mucho mejor. Así que fue al médico y le dijo: «¿Tiene inconveniente en que yo cuide a mi hijo?» Pero él médico le contestó: Ahora está durmiendo y si usted va y le despierta su sorpresa será tan grande que será peligroso para él.
Está en estado crítico. Yo le daré la noticia primero de que usted está aquí poco a poco.» «Pero», dijo la madre, «es posible que no se despierte más. Me gustaría mucho verle.» ¡Cuánto deseaba verle! Finalmente el doctor dijo: «Puede verle, pero si le despierta puede morir allí mismo y usted no se lo perdonará.» «Bueno», dijo ella, «no voy a despertarle; basta con que vaya a su camastro y pueda verle».
La madre fue a su lado. Sus ojos deseaban ver al hijo y al contemplarle su mano no pudo por menos que ponerse sobre la frente pálida del hijo y allí la mantuvo suavemente. Había amor y simpatía en aquella mano y en el momento que el muchacho la sintió dijo: « ¡Oh, madre, has venido'» Él sabía que había amor en el toque de aquella mano. Y si tú, oh, pecador, dejas que Jesús ponga su mano y toque tu corazón, tu también hallarás que hay amor y simpatía en ella. La oración de mi corazón es que toda alma perdida aquí sea salva y venga a los brazos de nuestro bendito Salvador.

Jesús, mi Salvador, vino a Belén,nació en un pesebre humilde y sencillo;¡Qué maravilla, pues vino a buscarme!Bendito sea su nombre.Jesús, mi Salvador, fue al Calvarioy allí pagó mi deuda, hizo libre mi alma;¡Qué maravilla que fuera esto así!¡Que muriera por mí, por mí!


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La Sangre

POR: DWIGHT LYMAN MOODY

«Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados.» (Hebreos 9:22).

Nadie puede dar una razón satisfactoria de la esperanza que hay en él si esta persona es extraña a la «sangre». Al mismo comienzo de la Biblia hallamos una referencia a ella, en Génesis 3:21: «Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles y los vistió.» El amor de una madre
En la época de la fiebre del oro, de California, un hombre se fue al área de excavaciones y dejó a su esposa para que le siguiera después. Cuando ésta iba a reunirse con él, acompañada de su hijo pequeño, el barco se incendió y como había un polvorín a bordo el capitán sabía que cuando las llamas alcanzaran el polvorín el barco volaría hecho pedazos. No había manera de dominar el fuego, así que decidieron abandonarlo y entrar en - los botes salvavidas, pero no había lugar para todos. Al ser empujado el último bote quedaban aún sobre cubierta la madre y su hijo. Uno de los marineros dijo que no había lugar para otro.
¿Qué iba a hacer la madre? Decidió perecer a fin de salvar a su hijo. Dejó caer a su hijo en el bote y dándole una última mirada dijo: «Si vives y ves a tu padre dile que he muerto en tu lugar.» ¿Creéis que cuando el hijo se hizo hombre pudo olvidar el amor que su madre le mostró al morir por él? Amigos, esto es un tipo más bien débil de lo que Cristo ha hecho por ti y por mí. Él murió por nuestros pecados. Él dejó el cielo con este propósito. ¿Vas a irte diciendo: No veo belleza en él'> ¡Qué Dios ablande el corazón de todos aquí! Vas a necesitarle cuando estés a punto de cruzar el Jordán. Vas a necesitarle para presentarte ante el tribunal de Dios. Dios no quiera que cuando venga la muerte te halle sin Cristo, sin Dios y sin esperanza.
No sólo es de importancia vital el tema de la «sangre de Cristo» en el Antiguo Testamento, sino que se halla en muchos lugares del Nuevo.
Podemos hallarlo en los Hechos de los apóstoles, capítulo segundo, versículos 22 al 26. «A éste, entregado por el determinado designio v previo conocimiento de Dios lo prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole.» ¿Qué es esto sino el derramamiento de la sangre y la muerte de Cristo? Leed también Hechos 4:10, 5:28, 7:52, 8:32, 10:39, 17:3, 18:21; Hebreos 9:22; l.' Pedro 1: 19 y muchos otros pasajes que pueden hallarse buscando la palabra sangre en una concordancia.

La redención
Un amigo mío estaba en Irlanda y vio a un muchacho que había cazado un gorrión y el pobre pajarito estaba temblando jadeante en su mano, de la cual deseaba escaparse. Estaba evidentemente aterrorizado. Mi amigo le dijo al muchacho que lo soltara, que no podía hacer nada con el pájaro, pero el muchacho no quiso dejarlo escapar, porque había estado persiguiéndole durante tres horas antes de pillarlo. Mi amigo entonces se ofreció para comprarlo y el muchacho estuvo de acuerdo en el precio. Pagado el precio mi amigo cogió el pájaro y lo sostuvo en la palma de su mano; el pájaro estuvo quieto un momento hasta que se dio cuenta de que había recobrado su libertad; dando un alegre pío se fue volando como para decirle a aquel hombre: «Tú me has rescatado.»
Ésta es una ilustración de lo que significa la redención. Satán es más fuerte que un hombre. Éste no puede competir con él. Sólo Cristo puede habérselas con Satán. El león del Calvario el león de la tribu de Judá- es más fuerte que el león del infierno. Cuando Cristo en el Calvario dijo: «¡Consumado es!», éste fue el grito del conquistador. Vino a redimir al mundo con su muerte.
Una vez, cuando fui a visitar mi aldea natal me dirigí a una población cercana para predicar y vi a un joven que salía con un carro de una casa y en el carro iba sentada una anciana. Me interesé en ellos y le pregunté a mi compañero quienes eran. Me dijo que mirara al prado y pastos cercanos y a los grandes graneros y establos de la casa de campo, así como a la casa. «Bien», dijo mi compañero, «el padre de este joven lo perdió todo por causa de la bebida y dejó a su esposa en el asilo. El joven se fue a otra parte del país y trabajando duro ganó el dinero necesario para volver a comprar la finca y ahora es suya y lleva a su madre a la Iglesia.» Ésta es otra ilustración de la redención.
En el primer Adán lo perdimos todo, pero el segundo Adán ha redimido todo con su muerte. Un amigo mío que vivía en París fue a una gran reunión de judíos presidida por uno de ellos, el cual dijo que los judíos tenían el honor de haber dado muerte al Dios de los cristianos; al oír esto los judíos presentes aplaudieron con entusiasmo. Los judíos, ciegos de pasión, habían exclamado: «Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos», y esta imprecación se ha cumplido literalmente en su historia. Ahora su sangre o bien clama en favor de nuestra paz y salvación o por nuestra condenación.

La paz
En Colosenses 1:20 está escrito: «Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo paz mediante la sangre de su cruz.» Esto es lo que hace la sangre de la cruz: traernos paz. En Romanos 5 está escrito: «Por tanto, justificados, pues, por la fe tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio del cual hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.» En este pasaje se afirman tres cosas: hay «justificación» para el pasado, así como paz. Cuando el creyente mira al Calvario la sangre habla de paz y perdón para la culpa. Luego hay «gracia» para el presente y hay «gloria» para el futuro.
En Juan 19:34 está escrito: «Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.» Hay un hecho sorprendente intimado por este versículo. La lanza que atravesó el costado del Hijo de Dios era el acto final del pecado, el crimen culminante de la tierra y el infierno. No considero que se pudiera haber hecho nada más cruel que esto. ¿Qué acto podría haber sido más negro e infernal? Y la sangre salió y cubrió la lanza y una fuente fue abierta de este modo en la casa de David para el pecado. La sangre tocó la lanza romana y antes de poco el gobierno de Roma, por lo menos nominalmente, era cristiano. La sangre cayó de su costado sobre la tierra y esta tierra ha sido redimida por Él, porque Él poseerá el mundo al fin. Él es El verdadero soberano y antes de poco echará al príncipe de las tinieblas y empuñará el cetro desde un cabo al otro de la tierra. Un poco más y Él vendrá personalmente a establecer su reinado del Milenio y a regir la tierra. Él ha redimido la tierra con su sangre y tendrá con Él a todos los que ha redimido.

La unidad en Cristo
¿Has sido tocado por la sangre? La sangre de Cristo nos hace uno, nos hace entrar en la familia de Dios y nos capacita para decir: «Abba, Padre.» Durante la guerra de los Estados Unidos, en los días de la esclavitud en este país, había muchas contiendas políticas y muchos prejuicios contra los negros, especialmente por parte de los irlandeses. Oí decir a un predicador que cuando él acudió a la cruz para obtener la salvación le pareció hallar a un pobre negro a un lado y a un irlandés en el otro y que la sangre goteaba sobre uno y otro y los hacía uno. Hay luchas en el mundo, pero aquellos que han sido redimidos por Cristo son una familia.
Son parientes de sangre. Cuando me presento ante una audiencia raramente hay en ella alguna persona a quien haya visto antes, pero cuando empiezo a hablar del rey los ojos de los presentes se iluminan y veo que todos son hermanos consanguíneos, y al cabo de poco me encuentro unido a ellos. Un hombre puede ir a una ciudad sin conocer a nadie en absoluto, pero tan pronto como encuentra a otros que aman a Dios todos serán uno. Desearía que los cristianos disfrutaran de una unidad mayor. Espero que llegará un día en que las paredes de los sectarismos serán derribadas y no habrá nadie que pregunte si el otro pertenece a una Iglesia anglicana o metodista o bautista. Si hemos sido limpiados por la sangre todos somos parientes de sangre. Creo que
Dios va a juzgar el mundo por la sangre
«¿Qué has hecho tú de la sangre?» será la gran pregunta aquel día. Si la has despreciado y devuelto con un mensaje insultante diciendo que no la necesitabas te quedarás sin palabras delante del tribunal de Dios. Si hemos despreciado esta sangre, ¿qué va a ser de nuestra alma?

La justificación
La única forma en que un hombre puede entrar a formar parte de la familia de Dios es por medio de la sangre, como se ve en Romanos 3:24: «Justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús», y de nuevo en Romanos 5:9: «Mucho más, pues, habiendo sido ya justificados en su sangre seremos salvos de la ira por medio de él.» Justificados de todas las cosas de las que no podíamos serlo por la ley de Moisés. Cuando Dios mira nuestro débito no halla nada en contra del hombre que ha sido lavado en la sangre. Al ser sumergidos en la fuente carmesí el pecador queda justificado a la vista de Dios.
Cristo fue levantado de la tumba para la justificación de todos aquellos que han puesto su confianza en Él y los tales no sólo están perdonados, sino también justificados. La justificación es más que el perdón. Se dice e un emperador de Rusia que en cierta ocasión mandó arrestar a dos nobles que habían sido acusados de participar en una conspiración y el uno fue hallado perfectamente inocente, de modo que pudo regresar a su casa justificado; el otro se vio que era culpable, pero fue perdonado. Los dos regresaron a su casa, pero siempre hubo una diferencia en la estimación de su soberano y sus vecinos. Aquí podemos ver la diferencia entre el perdón y la justificación.

La confianza
Cuando un hombre es justificado puede andar por el mundo con la cabeza alta. Satán puede acercársela y decir: «Tú eres un pecador», pero la respuesta será: «Ya lo sé, pero Dios me ha perdonado por medio de Cristo»; como está escrito en Apocalipsis 1:5: «Y de Jesucristo e testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó y nos liberó de nuestros pecados con su sangre e hizo de nosotros reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a Él sea la gloria y el dominio por los siglos de los siglos.»
Muchos tratan de ir a Cristo, pero creen que no pueden hacerlo a menos que antes sean buenos. Pero El ama a todos los cristianos incluso antes de que sean lavados en la sangre. ¡Qué amor tan maravilloso! Pensar que Él nos ama antes de que seamos lavados de nuestros pecados en su sangre! No hay demonio en el infierno que nos pueda arrebatar de su mano. Estamos completamente seguros, porque hemos sido lavados en la sangre del Cordero.
Sin sangre no hay remisión de pecados
Dice Hebreos 9:22: «Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre, y sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados.» Es totalmente imposible que un hombre se salve si desprecia la sangre. No hay otro nombre debajo del cielo en que podamos ser salvos excepto el nombre de Cristo Jesús. ¿Estamos dispuestos a recibir lo que Cristo ya ha hecho? La salvación de los que confían en Él ya fue realizada cuando Él dijo en la cruz: «Consumado es.»
En Mateo 26:28 leemos las palabras del mismo Jesús: «Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados.» Esto es lo que Cristo mismo dijo acerca de la sangre. Él podría haber conservado la vida, pero amaba a la familia humana tanto que derramó su sangre para realizar la redención de la misma. Abrió la fuente a la que nos referimos en las líneas:

«Hay una fuente llena de sangre
salida de las venas de Emanuel.»

Este himno va a durar en tanto que la Iglesia esté en el mundo y resonará en el Cielo por toda la eternidad.
«Roca de la eternidad, fuiste herida tú por mí. Déjame esconderte en ti.»
Se habla mucho acerca de la sangre en estos himnos y todos ellos van a perdurar. Todo himno cuya trama esté constituida por el hilo carmesí va a durar. Hay otro dulce himno que va a durar por los siglos:
«Tal como soy, sin una sola excusa, porque tu sangre diste en mi provecho.»

En Hebreos 10: 19 leemos: «Así que hermanos, tenemos entera libertad para entrar en el lugar santo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que Él abrió para nosotros a través del velo, esto es, de su carne.» Cuando quedó terminada la obra de Cristo el velo del templo se rasgó de arriba a abajo. Dios salió del lugar santísimo y ahora el hombre puede entrar en él. Dios hace a todas las personas en esta dispensación reyes y sacerdotes. Cada uno de ellos tiene el derecho de la presencia del mismo Dios. En la dispensación judía nadie excepto el sumo sacerdote podía entrar en el lugar santísimo, pero al rasgarse el velo Dios salió de él y el hombre puede entrar por medio del velo de su carne. «Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo los corazones purificados de mala conciencia y los cuerpos lavados con agua pura.» Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra fe. El camino nuevo y vivo ha sido abierto por su sangre. Lo único que Cristo dejó aquí abajo fue su sangre. Cuando ascendió al cielo se llevó consigo la carne y los huesos, pero la sangre que había derramado quedó en esta tierra.

La sangre clama en dos formas 0 bien clama para mi condenación o para mi salvación. Si desprecio la sangre y la pisoteo entonces clama a Dios pra mi condenación. Dios juzgó a Caín y cuando Pilato quería saber lo que tenía que hacer con Cristo se lavó las manos y dijo que era inocente. Los judíos dijeron: «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos, no para salvarnos, sino para condenarnos.» Hubiera sido mucho mejor para ellos que hubieran dicho: «Que su sangre caiga sobre nosotros para salvarnos y protegernos.» Hace casi 1.900 años desde entonces y los judíos son peregrinos sobre la faz de la tierra sin tener rey alguno.
El que hayan estado esparcidos todos estos años es una prueba de que la palabra de Dios es verdadera. Que nuestra oración hoy sea: que su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos, no para condenamos, sino para salvamos. Que nuestra oración sea para que podamos conocer lo que es ser resguardado tras la sangre del querido Hijo de Dios. La sangre de la cruz proclama paz. Si yo estoy cobijado por la sangre hay paz, pero no hay paz hasta que me proteja. Si has cometido un delito contra un hombre no vas a tener paz hasta que seas perdonado. Los hombres van en pos de la paz y si pudieran comprarla en el mercado estarían dispuestos a dar centenares de libras esterlinas para conseguirla. La sangre de Cristo da paz y traerá la paz a toda conciencia culpable y a todo corazón dolorido hoy que la busque.

En Hebreos 10:28, 29 leernos: «El que viola la ley de Moisés por el testimonio de dos o tres testigos muere sin compasión. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que haya hollado al Hijo de Dios y haya tenido por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado y haya ultrajado al Espíritu de gracia? Yo creo que éstos son versículos muy solemnes. No comprendo que nadie pueda estar sentado aquí y escuchar estas palabras y seguir tranquilo sin ser salvo. «Murieron sin misericordia», pero ¡cuánto más terrible será el castigo de aquellos que viven en esta época, con la Biblia abierta, que nos dice que Cristo murió para redimirnos y hacernos herederos del cielo! En el Apocalipsis 12:11 leemos: «Y ellos han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.» Han vencido por la sangre. No creo que haya una sola palabra en la Biblia que Satán tema más que la palabra «sangre».

Si he de juzgar por experiencias pasadas voy a recibir muchas cartas mañana atacándome por lo que he dicho. Estas cartas dirán que es paganismo el ponerse tras un púlpito y predicar un sermón que corresponde a una época sin luz o ilustración. Que Dios perdone a los que se atreven a decir cosas semejantes. Si lees la Biblia a la luz del Calvario vas a hallar que no hay otra manera de llegar al cielo sino por la sangre. El demonio no teme ni a diez mil predicadores que prediquen una religión sin sangre. El hombre que predica una religión sin sangre está haciendo la labor del diablo, no me importa quién sea.

La victoria por medio de la sangre
Se dice del doctor Alexander, presidente del seminario de Princeton, que cuando se despedía de los estudiantes que iban a predicar el evangelio les daba la mano y decía: «Joven, tienes que darle mucha importancia a la sangre; haz caso de la sangre.»
Cuando en mis viajes he cruzado de arriba abajo la cristiandad he visto que un ministro que hace resonar claramente esta doctrina consigue resultados. Un hombre que cubre la cruz, aunque pueda ser muy intelectual y atraiga a las multitudes, no puede llegar al corazón y la conciencia. No habrá vida allí y su Iglesia será un sepulcro dorado. A los hombres que predican la doctrina de la cruz levantando en alto a Cristo como la única esperanza del cielo para el pecador y como el único substituto para el pecador y dan mucha importancia a la sangre, Dios los honra y se salvan almas donde esta verdad es predicada. Yo digo: Dadle mucha importancia a la sangre

Quiera Dios ayudarnos a dar mucha importancia a la sangre de su Hijo. Le costó mucho a Dios darnos esta sangre ¿y nosotros vamos a apartarla del mundo que perece por falta de ella? El mundo puede prescindir de nosotros, pero no de Cristo. Predicamos a Cristo a tiempo y fuera de tiempo. Vayamos a los enfermos y a los que mueren y presentémosles al Salvador, que vino a buscar y a salvar a los perdidos y murió para redimirlos.

Cristo vencerá
Se dice de Julián el Apóstata, en Roma, que luchando en su intento de exterminar el cristianismo fue herido en el costado por una flecha. Arrancó la flecha y recogiendo con la palma de la mano la sangre que salía de la herida la arrojó al aire, gritando: «Galileo has vencido.» Sí, este galileo va a vencer. Que Dios nos ayude a dejar esto bien claro ante todos.
Más bien preferiría renunciar a la vida que a esta doctrina. Eliminadla y ¿cuál es mi esperanza del cielo? ¿He de fiarme de mis obras? Perezcan mis obras cuando se trata de la cuestión de la salvación. Debo obtener la salvación de todo aparte de las obras, porque la salvación es «no para el que obra, sino para el que cree a Cristo». Nadie va a andar por las calles de la ciudad celestial excepto los que han sido lavados en la sangre. El primer hombre que partió de esta tierra fue, con toda probabilidad, Abel. Podemos ver a Abel colocando el cordero sobre el altar, colocando así sangre entre él y su pecado. Abel cantó un cántico al que los ángeles no podían unirse. Tiene que haber sido un solo de redención en el cielo, porque no había nadie que pudiera juntar su voz a la de Abel. Pero hay un gran coro ahora, porque los redimidos han ido ascendiendo allí desde hace seis mil años y cantan a Aquel que es digno de recibir honor porque murió para salvarlos de la condenación.

Vestiduras emblanquecidas por medio de la sangre
En Apocalipsis 7:14 leemos: «Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y Él me dijo: Éstos son los que han lavado sus ropas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero.» Pecador, ¿Cómo vas a conseguir emblanquecer tus ropas si no las lavas en la sangre del Cordero? ¿Vas a lavarlas tú mismo y dejarlas limpias? ¡Oh, que todos lleguemos al paraíso arriba! Allí están cantando el dulce cántico de la redención, y que sea nuestra suerte el unirnos a ellas.
Puede que no falta mucho para que podamos hallarnos todos allí y entonar el cántico de la redención y cantar el dulce canto de Moisés y del Cordero. Allí «ya no tendrán hambre ni sed y el sol no caerá más sobre ellos ni ardor alguno, porque el Cordero que está en medio del trono los pastorearán y los guiará a fuentes de aguas de vida, y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos» (Apocalipsis 7:16, 17:). En aquel día los escépticos y los burladores pedirán a las rocas y a los montes que caigan sobre ellos y los escondan del rostro del que está sentado sobre el trono y de la ira del Cordero. Si mueres sin Cristo, sin esperanza y sin Dios, ¿dónde te hallarás? ¡Pecador, obra sabiamente! ¡No desprecies la sangre!

El santo moribundo
Un anciano ministro del evangelio, al morir, dijo: «Traedme la Biblia.» Poniendo el dedo sobre el versículo: «La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado», dijo: «Muero con la esperanza de este versículo.» No confiaba en los cincuenta años de predicación ni en su larga vida al servicio al Señor, sino en la sangre de Cristo. Cuando estemos ante el tribunal de Dios seremos puros, como Él es puro, si hemos sido lavados en la sangre del Cordero.

La preciosa sangre
Durante la guerra civil de los Estados Unidos un médico oyó a un soldado que decía: «.Sangre, sangre, sangre.» El médico pensó que lo decia porque había visto mucha sangre derramada en los campos de batalla y procuró calmarle. El hombre se sonrió y dijo: «No estaba pensando en la sangre de las batallas, sino en lo que será la preciosa sangre de Cristo para mi cuando muera.» Al morir sus labios repitieron «Sangre, sangre, sangre» y partió. ¡Oh!, será verdaderamente preciosa cuando lleguemos a nuestro lecho de muerte. Será más preciosa para nosotros que si poseyéramos todo el mundo. Un pecado es bastante para excluirnos del cielo, pero una gota de la sangre de Cristo basta para cubrir todos nuestros pecados.
Vigila la forma en que tratas el mensaje del evangelio de la redención por medio de la sangre.

Cuesta abajo
Un cochero, en la costa del Pacífico, según me dijeron cuando estuve allí hace tres años, en su lecho de muerte estuvo moviendo el pie arriba y abajo mientras decía: «Voy cuesta abajo y no puedo apretar el freno.» Cuando me lo dijeron pensé que son muchos los que van cuesta abajo y no pueden alcanzar el freno y están muriendo sin Dios y sin esperanza. Te ruego, compañero de viaje, que no salgas de esta sala sin poder decir: «El cielo es mi hogar y Dios es mi Padre.» No hagas caso de los burladores que se rían de ti; no se burlarán en el infierno. La sangre está sobre el propiciatorio y en tanto que está sobre el propiciatorio puedes entrar en el reino. Dios dice: «Aquí está la sangre; es todo lo que tengo que daros. En tanto que está aquí hay esperanza para vosotros. Estoy satisfecho con la obra consumada de mi Hijo. ¿No podéis estarlo vosotros?» No salgáis de esta reunión sin poder decir que esto es vuestro.
¡Qué oscuro y triste es estar junto al lecho de muerte de un incrédulo o un ateo, de uno que muere sin la luz de la mañana de la resurrección. Pero si confías en Cristo la muerte ha perdido su aguijón para ti y la tumba su victoria.
Un eminente ministro de los Estados Unidos, Alfred Cookman, el Robert McCheyne de aquel tiempo, estaba muriendo y cuando sus amigos se reunieron alrededor de su cama esperando verle partir para estar con Cristo levantó la cabeza y dando un grito de triunfo dijo: « ¡Estoy cruzando las puertas lavado en la sangre del Cordero!» Y esto se vuelve a oír una y otra vez en el país hoy día: «Estoy pasando las puertas lavado en la sangre del Cordero.» ¡Que éstas pueden ser tus últimas palabras y que se te conceda una calurosa bienvenida al cruzar estas puertas y entrar en la ciudad celestial!
¿Quiénes son éstos, junto a la ola fría, a la vera de la tumba silenciosa, proclamando el poder de Jesús para salvar lavados en la sangre del Cordero? ¿Que de Jerusalén cruzan las puertas lavados en la sangre del Cordero

En este versículo hallamos el primer rastro de sangre. Es indudable que Dios no podía vestir de pieles de animales a Adán y a Eva a menos que se hubiera derramado sangre. Aquí, pues, tenemos a inocentes que sufren por los pecadores, la doctrina de la substitución en el jardín del Edén.
Dios trató a Adán por medio de la gracia antes de tratarle respecto al juicio. La muerte vino por el pecado. Adán había pecado y el Señor descendió para darle un camino de escape. Dios fue a él como un amigo, no para echarle del paraíso. Adán podía haber dicho a Eva: «Aunque el Señor nos ha echado del jardín del Edén nos ama», porque esta túnica es una muestra de su amor.
Dios puso la lámpara de una promesa en la mano de Adán antes de echarle, porque le dijo: «La simiente de la mujer herirá la cabeza a la serpiente.» ¿Has pensado alguna vez en el terrible estado de cosas que habría resultado si se le hubiera permitido al hombree vivir para siempre en su estado perdido y de ruina? Fue por amor al mismo Adán que Dios le echó del Edén para que no viviera para siempre.

Dios puso el querubín allí, con una espada encendida. Pero ahora Cristo ha tomado la espada en su mano y ha abierto la puerta de par en par, para que nosotros podamos entrar y comer. Adán podría haber vivido en el Edén diez mil años y finalmente acabar siendo extraviado por Satán, pero ahora «nuestra vida está escondida con Cristo en Dios». El hombre está más seguro con el segundo Adán fuera del Edén que con el primer Adán en el Edén.

Vayamos ahora a Génesis 4:4: «Y Abel trajo también de los primogénitos de las ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y su ofrenda.» Caín y Abel fueron criados fuera del Edén y tenían los mismos padres y los dos recibieron la misma instrucción en cuanto a la forma en que tenían que acercarse a Dios, pero Caín se acercó a su propia manera en tanto que Abel lo hizo en la forma que Dios había ordenado. Caín se dijo: «No voy a traer ningún cordero sanguinolento. Aquí hay el grano y el fruto de la tierra, hermosos, conseguidos por mi esfuerzo, estoy seguro que es mejor que la sangre; yo no voy a llevar sangre.» Ahora bien, no es que hubiera alguna diferencia entre estos dos hombres, sino que la ofrenda que traían era diferente. El uno fue a Dios por el camino que Dios había señalado y el otro por su propio camino. Hay también muchos que piensan de esta manera en el día de hoy Prefieren lo que es agradable a los ojos, como Caín prefirió su trigo y su fruto, y a éstos no les gusta la doctrina de la expiación por la sangre

Pero toda religión que desprecia la sangre es la obra del diablo, por más que un ángel del cielo descendiera para predicar la salvación por otros medios.
~ Indudablemente al comienzo de la creación Dios señaló el camino por el que el hombre podía acercarse a Él y Abel anduvo por este camino y Caín por el suyo propio. Quizá Caín no podía tolerar la vista de la sangre derramada, por lo que tomó lo que Dios había maldecido y lo puso sobre el altar.

Hay muchos cainitas en la Iglesia incluso ahora, y algunos se hallan en el púlpito y predican contra la doctrina de la sangre y que podemos llegar al cielo sin la sangre. Desde el tiempo del Edén ha habido abelitas y cainitas. Los abelitas pasan por el camino de la sangre, el camino que Dios ha señalado. Los cainitas siguen su propio camino. Repudian la doctrina de la sangre y dicen que no expía el pecado. Pero es mejor aceptar la palabra de Dios que la opinión del hombre.
Volvamos de nuevo al Génesis, al capítulo 8:20: «Y edificó Noé un altar a Jehová y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia y ofreció holocausto en el altar.» Hemos ya pasado los dos primeros mil años y nos hallamos en la segunda dispensación. La idea que quiero hacer resaltar es ésta: lo primero que hizo Noé al salir del arca fue edificar un altar y matar animales, poniendo de esta forma sangre entre él y su pecado. La segunda dispensación se basa en la sangre y estos animales habían pasado el diluvio en el arca, para que pudieran ilustrar la indispensable necesidad de derramar sangre.

Abraham ofreció a Isaac
De nuevo, en Génesis 22:13 está escrito: «Entonces alzó Abraham sus ojos y miró y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por los cuernos, y fue Abraham y tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.» El camero era típico y fue ofrecido en lugar del hijo de Abraham. Dios amaba tanto a Abraham que eximió a su hijo, pero amó tanto al mundo que no eximió a su propio hijo, sino que lo ofreció gratuitamente por todos nosotros.
Es posible que desde la cima del monte Abraham viera una visión gloriosa. Que viera la cima del monte rociada con sangre; que viera que los sacrificios iban a proseguir hasta que el verdadero Isaac hiciera su aparición y se ofreciera por todos nosotros. Abraham había edificado el altar y se le mandó que tomara a su propio hijo, lo atara y lo inmolara; había atado al hijo y todo estaba dispuesto. Había tomado el cuchillo e iba a inmolarse, porque ésta era la orden y la voluntad de Dios. Él no comprendía aquello, pero obedecía.
Ojalá que hubiera muchos hombres así ahora, dispuestos a obedecer a Dios a ciegas sin preguntar las razones tras los actos ordenados. El anciano tomó a su hijo y le explicó el secreto que le había escondido durante todo el trayecto hasta allí: que Dios le había ordenado que le ofreciera como sacrificio. Y ató al muchacho de pies y manos y lo colocó sobre el altar, y estaba a punto de poner su mano sobre él cuando oyó una voz que decía: «Abraham, Abraham, no extiendas tu mano sobre el muchacho.» Dios fue más clemente y misericordioso para el hijo de Abraham que para el suyo propio, porque El lo dio gratuitamente por nosotros.
Descorrió un poco la cortina del tiempo y le mostró a Cristo que venía luego, en el futuro, y Abraham vio sus pecados sobre Cristo y se sintió gozoso.

La Pascua
En Éxodo 12:13 leemos: «Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis y veré la sangre y pasaré de largo en cuanto a vosotros y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto.» Dios no dijo: Cuando vea vuestras buenas obras, cuando vea que habéis orado, llorado y ayunado. No, sino «cuando vea la sangre pasaré de largo. La sangre será por señal». ¿Qué fue lo que salvó a los israelitas? Fueron las buenas resoluciones o quizá sus obras? Fue la sangre. «Cuando vea la sangre pasaré de largo.»
Es muy probable que cuando alguno de los señores y grandes hombres de Egipto cabalgaran de paso por Gosén y vieran los israelitas rociando los postes de sus casas se dijeran que nunca habían visto una necedad semejante; el ensuciar la propia casa. Estaban rociando los postes y el dintel de las casas con la sangre, pero no el umbral. Dios no quería la sangre pisoteada y esto es lo que está haciendo el mundo hoy.
Algunos predicadores no hablan de la muerte de Cristo, sino de su vida, porque esto es más agradable al oído natural, pero aunque se predique la vida de Cristo para siempre no va a salvar a nadie si se pone a un lado su muerte. Un cordero vivo no podía preservar de la muerte las casas de Gosén. Dios no dijo que quería un cordero vivo en cada puerta, sino que los dinteles y postes de las casas fueran rociadas con la sangre del cordero.
La gente a veces dice: «Si yo fuera tan bueno como este ministro que ha predicado el evangelio durante cincuenta años», 0 «si yo fuera tan bueno como esta madre, que ha hecho tanto por sus hijos», pero si estamos detrás de la sangre del Hijo de Dios estamos tan seguros como el mayor cristiano que ha andado sobre la faz de la tierra.
No es una larga vida de servicio lo que hace a los hombres y a las mujeres aceptables a Dios. Hemos de trabajar por Cristo, pero obtenemos la salvación como un don y después empezamos a trabajar porque no podemos por menos que hacerlo. Toda la obra que una persona hace antes de convertirse no sirve para nada.
El primogénito en Gosén, protegido por la sangre del Cordero, se hallaba tan seguro como Josué o como cualquier hombre entre la población. El ángel de la muerte pasó de largo cuando vio la sangre. La mosca minúscula estaba tan segura en el arca con Noé como el buey. Era el arca que salvaba a la mosca, lo mismo que al buey, y es
la sangre la que salva
tanto al más fuerte como al más débil. Cuando la muerte hizo acto de presencia aquella noche, al filo de la espada, entró en el palacio del príncipe y en las casas de los grandes y poderosos y todos ellos pagaron su tributo a la muerte, porque todo primogénito de Egipto pereció aquella noche. Lo único que impidió entrar a la muerte fue la misma muerte.
Yo he pecado y debo morir; o alguien ha de morir por mí. La gran pregunta es: «¿Tenemos nosotros la señal salvadera?» si la muerte viene a buscar a alguno esta noche, ¿estará protegido tras la sangre? Esto es lo importante. Es la muerte la que expía. No mis buenas resoluciones u oraciones 0 mi posición en la sociedad o lo que he hecho, sino lo que ha sido hecho por otro. Dios busca la señal
Pongamos otra ilustración. Supongamos que un hombre quiere ir de Londres a Liverpool y entra en el coche del tren; pronto va a oír la voz del revisor que pasa por el pasillo y va pidiendo los billetes. Una persona puede ser rica o pobre, blanca o negra, puede ser sabia o ignorante, esto no es lo que el revisor desea averiguar; lo que quiere son los billetes, porque el billete es la señal de que se puede viajar al destino deseado.

No hubo muerte donde había la sangre
Los egipcios miraban a los israelitas cuando mataban el cordero y rociaban con la sangre los postes y el dintel como una serie de actos incomprensibles, pero no escapó de recibir visita del ángel ninguna casa de la ciudad sobre la que no había la señal de la sangre; no importó si fuera una casa rica o pobre; aquella noche esto no hizo diferencia alguna. Hubo un prolongado gemido en cada casa, desde el palacio a la choza en que no había sangre rociada, pero donde la había la muerte no entró. Esto mostró claramente la verdad de que sin el derramamiento de sangre no hay remisión. Que ninguno se burle de esta doctrina, porque «la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado».
En el versículo once de este mismo capítulo leemos: «Y lo comeréis así; ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies y vuestro bordón en vuestra mano, y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová.» Si no tenemos más poder es porque no nos alimentamos del Cordero y es por esto que hay tantos cristianos débiles. El Cordero no sólo expía nuestros pecados, sino que hemos de alimentarnos del Cordero.
Tenemos un largo trayecto por el desierto delante, como los hijos de Israel. Después de haber sido salvos tenemos que ser alimentados de Cristo; Él es el verdadero pan del cielo. Si no alimento mi alma del verdadero pan del cielo estoy enfermizo y débil; no tengo poder para salir y trabajar por Cristo, y ésta es la razón, creo, de que hay tan pocos en la Iglesia que tengan poder. Algunos creen que con dar una mirada a Cristo ya basta. Algunos piensan mucho en lo que comen; ¿por qué los hijos de Dios no han de pensar mucho en su alimento espiritual?
No deberíamos pensar que una comida espiritual nos va a durar para diez años, como no pensamos que pueda durarnos la comida corporal. Hay muchas personas que viven de maná pasado y rancio. Un irlandés dijo a su hijo: «Quiero que comas dos almuerzos. ¿Sabes por qué?» El muchacho entendió que uno era para su cuerpo y el otro para su alma. Todos los cristianos deberían tomar dos almuerzos también para el alma y para el cuerpo.
La Pascua tenía que ser para los judíos el comienzo del recuento de los meses del año. «Este mes os será principio de los meses; para vosotros será éste el primero en los meses del año» (Éxodo 12:2@ Los 400 años que habían estado en servidumbre no contaban para nada porque éste fue el primer mes del año para ellos. Y de la misma manera todo el trabajo que hemos hecho durante los años que hemos servido al diablo que hemos estado en servidumbre en Egipto, por bueno que sea lo hecho no cuenta para nada.
Todo empieza a contarse a partir de la noche de la Pascua, el momento en que fue puesta la sangre en los postes de las puertas. Todo el tiempo que servimos al mundo no cuenta. Si no acudes al Calvario todo es tiempo perdido por lo que se refiere a la salvación. Todo lo que está en el lado que antecede a la cruz no cuenta; lo primero para ser salvo es la fe en Cristo y entonces empieza el peregrinaje al cielo. En nuestro viaje al cielo no empezamos, como suponen algunos, en la cuna. Empezamos en la cruz. Tenemos una naturaleza caída que nos arrastra a la condenación.
Hemos de nacer del Espíritu y Estar protegidos por la sangre
Si hemos de llagar a ser peregrinos para el cielo. Cada uno tenía que tener dispuesto un cordero para su casa «mas si su familia fuera tan pequeña que no baste para comer el cordero entonces él y su vecino inmediato a su casa tomarán uno según el número de las personas; conforme al comer de cada hombre haréis la cuenta sobre el cordero.» El cordero no era demasiado pequeño para la casa, pero la casa podía ser demasiado pequeña para el cordero. Cristo es bastante para cada casa, más que suficiente, y debemos orar para que esta salvación alcance a cada uno de los miembros de la casa.
Vayamos ahora a Éxodo 29:16: «Y matarás el carnero y con la sangre rociarás sobre el altar alrededor.» Incluso Aarón no podía presentarse ante Dios hasta que había rociado con sangre todo el altar, y, cuando el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo tenía que llevar sangre consigo. Desde el tiempo en que Adán cayó no ha habido otro medio por el cual el hombre pueda acercarse a Dios que la sangre. No puedes ser recibido por Dios hasta que acudes en la forma prescrita. Ha sido así desde hace 6.000 años. Cuando Adán cayó en Edén se rompió la cadena de oro que enlazaba a la humanidad con el trono de Dios, pero Cristo vino e hizo expiación de esta caída.
Observemos de nuevo en Levítico 8:23: «Y lo degolló y tomó Moisés de la sangre y la puso sobre el lóbulo de la oreja derecha de Aarón, sobre el dedo pulgar de su mano derecha y sobre el dedo pulgar de su pie derecho.» Antes yo leía un pasaje así y me parecía absurdo. Creo que ahora lo entiendo. La sangre sobre el lóbulo de la oreja significa que hemos de escuchar la voz de Dios. El hombre no convertido no entiende la voz de Dios y se nos dice que cuando el incircunciso oía la voz de Dios pensaba que eran truenos. No entendían la diferencia entre la voz de Dios y el trueno. Sin la sangre no podemos escuchar la voz de Dios y entenderla. El hombre debe estar protegido tras la sangre antes de que pueda escuchar la voz de Dios.

La sangre en la mano significa que el hombre ha de trabajar para Dios
No puedes trabajar para Dios hasta que estás protegido tras la sangre, y hasta que estás protegido por la sangre nada de lo que haces tiene valor. Puedes construir iglesias, dotar escuelas, sostener pastores y misioneros, pero todo ello es inútil hasta que estás resguardado tras la sangre. No dejes que nadie te engañe a este respecto. No le dejes a Satán que te engañe diciéndote que puedes ir al cielo por algún otro medio. Le preguntaron a Cristo: «¿Qué hemos de hacer para hacer las obras de Dios?» Quizá los que se lo preguntaron tenían la bolsa llena y estaban dispuestos a construir iglesias. Cristo les dijo que la obra de Dios era que debían creer en su Hijo. Pero ellos no estaban dispuestos a hacer algo tan pequeño; preferían hacer algo importante, pero esto era todo lo requerido. No puedes hacer nada que agrade a Dios hasta que creas.
«He aquí el obedecer es mejor que los sacrificios.» La gente pueden hacer obras día y noche y trabajar hasta agotarse, pero nunca harán nada aceptable hasta que hagan lo que Dios requiere de ellos.
La sangre del dedo del pie derecho muestra que Aarón tenía que andar con Dios. Cuando Adán cayó su comunión con Dios quedó interrumpida. Antes Adán andaba con Dios, pero en el momento que pecó perdió la comunión con p 1 y a partir de entonces hasta ahora
Dios ha procurado conseguir que el hombre entre de nuevo en comunión con Dios es un Dios de verdad y de justicia. Su justicia debe ser cumplida y una vez ha sido cumplida está satisfecho. Dios no había vuelto a andar con el hombre hasta que le hubo puesto tras la sangre, en Gosén. ¿Qué podía oponerse a ellos entonces? Pasaron el mar Rojo y Dios dijo a Josué: «Conquista este país y nadie va a poder oponerse a ti en todos los días de tu vida.» En los días de Josué había gigantes en la tierra que ellos tenían que alcanzar, pero un mozuelo de las huestes del Señor derrotó al gigante de Gat. Si Dios es con nosotros los gigantes son como saltamonte, pero si Dios no está con nosotros la cosa es diferente. Más bien quisiera tener a diez hombres apartados del mundo que a diez mil cristianos nominales que van a la reunión de oración esta noche y mañana al baile.
En Levítico 16:14 se nos dice: «Tomará luego de la sangre del becerro y la rociará con su dedo hacia el propiciatorio al lado oriental; hacia el propiciatorio esparcirá con su dedo siete veces de aquella sangre.» Parece como si Dios hubiera dado originalmente a Adán una vida que le permitiera tener comunión con Él, pero en el día en que quebrantó el mandamiento perdió esta comunión. Y a partir de entonces Dios ha procurado conseguir que el hombre vuelva a tener comunión con Él. Pero ¿cómo podía Dios ser a la vez justo Y justificar a los pecadores? Esto lo hizo por medio de la sangre de Cristo. «La vida de la carne está en la sangre.» Dios requiere sangre para la expiación del pecado.
La vida del hombre estaba destruida y tenía que morir o satisfacer la paga del pecado: la muerte. No podía pagar y vivir, así que necesitaba un substituto.
Todo hombre ha pecado y nadie podía ser un substituto de su prójimo, pero Cristo estaba sin pecado y podía ser el substituto del hombre y Él pasó a ser este substituto, porque murió en lugar del hombre para satisfacer la ley. Así que la pregunta que cada uno ha de responder es si va a amar y servir a Aquel que murió para redimirnos con su preciosa sangre.
En Levítico 17:11 leemos: «Porque la vida de la carne en la sangre está y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas, y la misma sangre hará expiación de la persona.» Puede haber algunos que digan: «Porque pide sangre Dios.» Algunos me han dicho: «Yo detesto a vuestro Dios; requiere sangre. No puedo creer en un Dios así, porque mi Dios es misericordioso para todos.» Yo quiero decirte que mi Dios está lleno de misericordia. Pero no seas tan ciego como para creer que Dios no es justo y que no tiene en su mano el gobierno.
Supongamos que la reina Victoria no quisiera que ningún hombre se viera privado de su libertad y abriera todas las prisiones y fuera tan misericordioso que no pudiera consentir que ninguno sufriera, aunque fuera por su culpa. ¿Cuánto tiempo duraría en el trono? ¿Cuánto tiempo seguiría rigiendo este imperio? Ni veinticuatro horas. Los mismos que claman diciendo que Dios ha de ser misericordioso dirían: «No queremos una reina así.»

Dios es justo
Dios es misericordioso, pero Él no va a aceptar ningún pecador no redimido en el cielo. Si lo hiciera los redimidos enarbolarían una bandera de protesta indignada contra el trono y habría una revuelta en el cielo. Dios dijo a Adán: El día que pecares ciertamente morirás. El pecado entró y con él la muerte en el mundo. La palabra de Dios tiene que ser mantenida. Yo debo morir o que alguien muera por mí, y en la plenitud de los tiempos Cristo vino para morir por el pecador.
Él era sin pecado, pero si Él hubiera cometido algún pecado habría tenido que morir por su propio pecado. La vida de la carne está en la sangre y no es la sangre la que Él exige realmente; es la vida y la vida está perdida. Todos hemos pecado y ha de venir la muerte o la justicia ha de seguir su curso. Gloria a Dios en lo alto porque Él envió a su Hijo, nacido de mujer, para tomar nuestra naturaleza y morir en nuestro lugar, sufriendo la muerte por los hombres. Si quitas la sangre de mi cuerpo desaparece la vida.

Dios exige sangre
Él exige la vida. El hombre ha pecado, por tanto, ha perdido su vida y tiene que morir o hay que hallar a alguien que muera en su lugar. Amigos míos, sólo he tocado este tema. Si leéis cuidadosamente hallaréis que este hilo escarlata discurre a lo largo de toda ella. Comienza en el Edén y fluye hasta el Apocalipsis. No puedo hallar nada que me enseñe el camino al cielo Excepto la sangre

No valdría la pena que nos lleváramos a casa este libro, la Biblia, si quitáramos de ella el hilo escarlata de la sangre, y no nos enseña nada más, porque la sangre empieza en el Génesis y sigue hasta el Apocalipsis. Es para esto que ha sido escrito. Nos cuenta su propia historia y si alguien viene y predica otro evangelio no le creáis. Si un ángel bajara del cielo y predicara algo distinto no le creáis. No juguéis con el tema de la sangre. A la hora de la muerte daríais más para estar resguardados por esta sangre que ninguna otra cosa en la tierra o en el Cielo.


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jueves, 4 de febrero de 2010

Confirmando el Testimonio de Cristo

por Charles Spurgeon

«Así como el testimonio acerca de Cristo ha sido confirmado en vosotros» (1 Corintios 1:6, RVR).

No es siempre la iglesia más dotada la que está en mejor estado. Una iglesia puede tener muchos miembros ricos, influyentes o eruditos; muchos que tengan el don de palabra y que comprendan todas las ciencias; pero esta iglesia puede estar en una condición insana. Esto era lo que sucedía con la iglesia en Corinto. Pablo, al comienzo de su epístola, les cuenta que da siempre gracias a Dios por ellos por la gracia que Dios les ha dado en Cristo Jesús, que en todo eran enriquecidos en toda palabra, y en todo conocimiento, de modo que no iban atrás en ningún don, esperando la venida de nuestro Señor Jesucristo. Los corintios eran lo que nosotros llamaríamos hoy, juzgando por la norma usual, una iglesia de primera. Había entre ellos muchos que comprendían mucha de la erudición griega; había gente de gusto clásico, y hombres entendidos, hombres de profundos conocimientos, y sin embargo, por lo que respecta a la salud espiritual, aquella iglesia era una de las peores en toda Grecia, y quizá del mundo. No se encontraría otra iglesia tan profundamente hundida entre todas ellas como ésta, aunque era la más dotada. Ahora bien, ¿qué debería enseñarnos esto, ya de entrada? ¿No debería enseñarnos que los dones nada son, ano ser que sean puestos sobre el altar de Dios? ¿Que de nada sirve tener el don de la oratoria, que nada es tener el poder de la elocuencia, que de nada sirve tener erudición, que de nada sirve tener influencia, a no ser que todo esto sea dedicado a Dios y consagrado a su servicio? Cuando he dicho que de nada sirve, me refiero que para nada bueno. ¡Ay!, peor que para nada bueno; se trata entonces de algo malo, de algo horrible; es horrendo que un hombre posea estos dones y que los emplee mal, porque sólo servirán como combustible para una llama más ardiente que la que habría soportado si no hubiera tenido estas dotes. El que sepulta sus diez talentos bien puede esperar ser entregado a los verdugos. Ésta es la lección que nos enseña. Nunca juzguemos a los hombres por sus talentos -nunca estimemos a nuestros semejantes por las cosas externas, sino por el uso que hacen de sus capacidades; por el fin al que dedican sus talentos; por el tipo de interés que ganan sobre aquellas libras que su Señor les ha confiado. San Pablo, al comienzo de su epístola, les indica muy gentilmente cuál es el uso adecuado de los dones y de los talentos, y les dice que nos son dados para que podamos «confirmar el testimonio de Cristo». Si no los empleamos para este propósito, los usamos mal; si no los dirigimos a esto, abusamos de ellos. Deberíamos emplear nuestras dotes de la manera en que los corintios izo los empleaban, pero como hubieran debido hacerlo, en la confirmación del testimonio de nuestro Señor Jesucristo. Los corintios tenían más poderes que ninguno de nosotros. Muchos de ellos podían obrar milagros; podían sanar a los enfermos; podían restaurar leprosos; podían hacer maravillas por medio de los dones sobrenaturales del Espíritu Santo. Algunos de ellos podían hablar diversas lenguas, y allí donde iban podían hablar la lengua de la gente entre la que estaban; debido a que no podían dedicar mucho tiempo al aprendizaje de lenguas, y se precisaba de algo que sostuviera a la recién nacida iglesia.

Era entonces tan sólo un vástago, y precisaba de un palo en el suelo a su lado, para poderse apoyar en él, crecer, y fortalecerse. Era una pequeña planta que necesitaba ser sustentada; y por ello es que Dios obraba milagros; pero ahora es un finase roble, y tiene raíces enroscadas alrededor de las más fuertes rocas de la creación; ahora no necesita el soporte de milagros, y por ello Dios nos ha dejado sin dones extraordinarios. Pero aquellos dones que tenemos debemos emplearlos para el propósito mencionado en el texto, esto es, para la confirmación del testimonio de Cristo Jesús.



Hay dos puntos de los que hablaremos según el Espíritu Santo nos capacite. Primero de todo, el testimonio de Chisto Jesús; y segundo, lo que se significa por nuestra confirmación del mismo.

I
Primero, entonces, el testimonio de Cristo Jesús.
Se nos dice en el texto que había un testimonio de Cristo que «ha sido confirmado en vosotros». Nuestra indagación es, qué es lo que se significa por el testimonio de Cristo.
La primera verdad en toda teología es que este mundo está caído. «Nos descarriamos como ovejas perdidas»; y si no hubiera habido misericordia en la mente de Dios, podría haber dejado en justicia que el mundo pereciera sin siquiera llamarlo al arrepentimiento; pero él, en su maravillosa longanimidad y en su poderosa paciencia, no se complació en ello. Lleno de tierna misericordia y de bondad, decidió enviar al Mediador al mundo, mediante quien pudiera restaurarlo a su prístina gloria, y salvar para sí a un pueblo a quien «nadie puede contar», que han de ser llamados los escogidos de Dios, amados con su amor eterno. A fin de poder rescatar al mundo, y salvar a los elegidos, el Señor de los Ejércitos ha ordenado constantemente un sacerdocio perpetuo de testigos. ¿Qué fue Abel con su cordero sino el primer testigo martirizado por la verdad? ¿Acaso Enoc no llevó el manto de Abel al andar con Dios y profetizar de la segunda vetada? ¿No fue Noé un predicador de justicia entre una generación contradictoria? La gloriosa sucesión nunca falla. Abraham sale de Ur de los Caldeos, y desde el momento de su llamamiento hasta el día en que durmió en Macpela fue un testigo fiel. Luego podríamos mencionar a Lot en Sodoma, a Melquisedec en Salem, a Isaac y Jacob en sus tiendas, y a José en Egipto. Lee la historia de la Escritura, y podrás observar una cadena dorada de eslabones unidos que cuelga sobre un mar de tinieblas, pero uniendo a Abel con el último de los patriarcas.


Hemos llegado ahora a una nueva era en la historia de la iglesia, pero no está carente de luz. Ved aquí al hijo de Amram, al glorioso Moisés. Este hombre fue un verdadero sol resplandeciente, porque había estado donde las tinieblas velaban la inenarrable luz de los ropajes de Jehová. Ascendió las empinadas laderas del Sinaí; subió adonde destellaban los rayos y los truenos levantaban su terrible voz; estuvo en pie sobre la ardiente cumbre de la montaña; y allí, en aquella cámara secreta del Altísimo, aprendió en cuarenta días, el testigo de cuarenta años, y fue el constante anunciador de la justicia y de la rectitud. Pero murió, como ha de suceder a los mejores hombres. ¡Duerme, oh Moisés, en un secreto sepulcro! No temas por la verdad, porque Josué declara ahora: «Yo y mi casa serviremos a Jehová.»
Los tiempos de los jueces y de los reyes fueron en ocasiones muy tenebrosos; pero en medio de sus guerras civiles, de su idolatría, de sus persecuciones y de sus visitaciones, el pueblo escogido seguía teniendo un remanente, según la elección de la gracia. Había siempre los que caminaban por la tierra, como los antiguos druidas de los bosques, vestidos en vestiduras blancas de santidad, y coronados con las glorias del Altísimo. El río de verdad podría correr como un riachuelo más poco profundo, pero nunca quedó seco del todo. Luego llega el tiempo de los profetas; y ahí, tras atravesar un período de desolación, cuando el mundo estaba sólo iluminado por lámparas como Natán, Abías, Gad o Elías, encontramos que llegamos a la luz del mediodía, o más bien a un cielo sin nubes, lleno de estrellas. Nos encontramos con un elocuente Isaías, con el plañidero Jeremías, el sublime Ezequiel, el amado Daniel, y, ¡he aquí!, detrás de estos cuatro sumos sacerdotes de la profecía, siguen doce revestidos de los mismos ropajes, ejercitando el mismo servicio.

Podría calificar a Isaías de estrella polar de la profecía; Jeremías se parece a las lluviosas Híadas de Horacio; Ezequiel era el ardiente Sirio; y en cuanto a Daniel, se parece a un llameante cometa, resplandeciente en nuestra visión por un momento, y luego perdido en la oscuridad. No me cuesta encontrar una constelación para los profetas menores; son un dulce grupo de intenso resplandor, aunque pequeño: son las Pléyades de la Biblia. Quizá en ningún tiempo anterior desfilaron las estrellas de Dios en mayor número; sin embargo, en medio de toda la anterior y posterior oscuridad, el cielo del tiempo nunca estuvo en total oscuridad; siempre había un vigilante, un ser resplandeciente, ahí. Dios malea ha abandonado el mundo, nunca ha apagado su lámpara del testimonio; nunca ha dicho: «Ve, tú, cosa vil», apartándolo con el pie. Pudo una vez inundarlo con agua; pudo llover fuego y azufre sobre Sodoma; pudo ahogar una nación en el mar; pudo destruir una generación en el desierto; pudo devorar reinos y desarraigarlos; pero nunca, nunca, iba a extinguir la llama eterna del testimonio de la verdad.

Estaba pensando ahora acerca de una pintura que vi hace pocos días; un hermoso cuadro de un arroyo, con unos estriberones en el agua sobre los que pasaba el caminante; y la idea acaba de pasar por mi mente ciertamente, el arroyo de la maldad del hombre, y el arroyo del tiempo, pueden ser cruzados gracias a estas piedras del testimonio. Ahí tenéis a Noé, y él es un estriberón, para pasar a Abraham; y de él a Moisés, y de Moisés a Elías; y así de Elías a Isaías, de Isaías a Daniel, y de Daniel a los valientes Macabeos. ¿Y cuál es el último estriberón? Es Jesucristo, el testigo fiel y verdadero; el Señor de los reyes de la tierra. Jesús fue, en cierto sentido, el último testigo de la verdad. A nosotros nos toca confirmarla a otros; y por unos momentos nos extenderemos acerca de cuál fue el testimonio de Jesucristo. Primero de todo, a fin de justificar que haya designado a Jesucristo como un testigo, quiero referirme a un pasaje o dos de la Escritura, donde veréis que vino a este mundo para ser testigo y declarador de la verdad. Pasemos al capítulo tres de Juan, versículo treinta y vino. Dice Juan: «El que viene de arriba está por encima de todos; el que es de la tierra, es terrenal, y habla de cosas terrenales; el que viene del cielo, está sobre todos. Y lo que ha visto y oído, de eso testifica; y nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio, ése certifica que Dios es veraz.» Ahí encontramos a Juan, que fue el heraldo de nuestro Salvador, hablando de Cristo como dador de testimonio; hablando de él como aquel que vino al mundo con el especial propósito de testificar de la verdad. Sigamos más adelante, en este mismo libro, y encontraréis, en el capítulo 8 y versículo 18, que nuestro Salvador dice esto de sí mismo: «Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da también testimonio de mí.» Luego me remito de nuevo al capítulo 18 de Juan, y al versículo 37, donde Pilato dice a Jesucristo: «Luego, ¿eres tú rey?» Y Jesús responde: «Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad.» Ahí de nuevo encontramos a nuestro Salvador hablando de sí como testigo. Luego podría remitiros a algunas porciones de la Escritura en Isaías, donde él habla de sí mismo como testigo; pero me limitaré a las obras de nuestro amigo Juan; y pasaremos ahora al libro de Apocalipsis. Pasemos al capítulo primero y versículo cinco, y le encontramos diciendo: «Jesucristo, el testigo fiel.»

El capítulo tres del mismo libro, versículo catorce: «Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: Esto dice el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios.» Ahora bien, creo que no deshonro a mi Señor al llamarle «testigo». Lo he puesto junto a ma gloriosa nube de testigos, y he dicho que es el último testigo; y creo que no he deshonrado su bendito nombre cuando veo que él se llama a sí mismo «testigo». Extendámonos un poco acerca de esto. Cristo es el rey mismo de los testigos; él es el mayor de todos los testigos, y superior a cada uno. No difiere de cualquier otro en las cosas de que testifica, porque todos ellos testifican de la misma verdad; pero hay algo en lo que este glorioso testigo es superior a todos los demás.

Primero dejadme observar que Cristo testifica directamente por sí mismo, y ésta es una cosa en la que es superior a todo el resto de los profetas -y a todos los otros santos hombres que testificaron de la verdad. ¿Qué dijo Isaías? ¿Y Elías? ¿O Jeremías? ¿O Daniel? Sólo dijeron cosas de segunda mano, dijeron lo que Dios les había revelado. Pero cuándo Cristo hablaba; siempre hablaba directamente desde él mismo. Todo el resto sólo hablaban lo que habían recibido de Dios. Ellos tenían que esperar hasta que un serafín halado trajera la brasa encendida; tenían que ceñirse el efod y el cinto primoroso con su Urim y Tumim; tenían que estar en pie escuchando hasta que la voz dijera: «Hijo del hombre, tengo un mensaje para ti.» Eran sólo instrumentos soplados por el aliento de Dios, y dando sones sólo a su placer; pero Cristo era una fuente de agua viva, abría su boca y la verdad se derramaba, y todo provenía directamente de él mismo. En esto, como testigo fiel, era superior a todos los demás. Él podía decir: «Lo que hemos visto, y oído, esto testificamos.» He estado dentro del velo; he entrado en el sanctum sanctormn; he ahondado en las profundidades, he remontado las alturas; no hay lugar en el que no haya estado, no hay verdad que no pueda llamar mía. No soy una voz para otro. Yo soy Él. A este respecto, era superior a todos.

En segundo lugar, Cristo era superior a todos los demás por el hecho de que su testimonio fue uniforme. Siempre era el mismo testimonio. No podemos decir eso de ningún otro. Mira a Noé; él fue un muy buen testigo de la verdad, excepto una vez, cuando se embriagó; en aquella ocasión fue un mísero testigo de la verdad. David fue testigo de la verdad, pero pecó contra Dios, e hizo matar a Urías. ¿Qué diremos de Elías, aquel hombre con ruda vestimenta? Él fue testigo de la verdad, pero no lo fue cuando estuvo en la cueva: «Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías?» Abraham fue otro testigo, pero no lo fue cuando dijo que su mujer era su hermana, y la negó. Lo mismo podría decirse dé Isaac; y si repasamos toda la lista de hombres santos, encontraréis alguna falta en ellos; y nos veremos obligados a decir que eran desde luego muy buenos testigos, pero su testimonio no es uniforme. Hay una marca de la llaga que el pecado ha dejado sobre todos ellos; había algo para mostrar que el hombre no es, después de todo, más que un vaso de barro. Pero el testimonio de Cristo fue uniforme. Nunca hubo una ocasión en que se contradijera; nunca hubo un caso en el que se pudiera decir: «Lo que dijiste lo estás contradiciendo ahora.» Vedlo en todas partes, sea en la fría cumbre del monte a medianoche, en oración, o en medio de la ciudad; observadle caminando a través de los campos en día de sábado, o cuando, en el mar, ordenó que las aguas se aplacaran; fuera donde fuera, su testimonio era uniforme. Esto no se puede decir de nadie más. Los mejores hombres tienen sus faltas. Dicen que el sol tiene manchas, y así supongo que sucede con los hombres más gloriosos, sean quienes sean, los que resplandecerán para siempre en el firmamento, tendrán sus manchas mientras estén en la tierra. El testimonio de Cristo era como su propia túnica, tejida de arriba abajo; no había en ella costura alguna; las túnicas de los otros hombres tienen costuras, pero su testimonio fue uniforme.

Además, el testimonio de Cristo fue perfecto en el testimonio de toda verdad. Otros hombres sólo dieron testimonio a partes de la verdad, pero Cristo la manifestó toda. Otros hombres tenían los hilos de la verdad, pero Cristo tomó los hilos y los tejió en un tapiz, los transformó en un ropaje glorioso, se lo puso, y salió vestido con todas las verdades de Dios. Hubo más revelación de Dios por medio de Cristo que en las obras de la creación, o que en todos los profetas. Cristo fue testigo de todos los atributos de Dios, y no dejó ninguno de ellos sin mencionar. Me preguntáis si Cristo dio testimonio de la justicia de Dios; os lo diré: Sí. Vedle colgando allí, muriendo en el Calvario, con todos sus huesos dislocados. ¿Dio testimonio de la misericordia de Dios? Sí. ¿Veis aquellas pobres criaturas abatidas? -el cojo salta como una gacela, el pobre ciego contemplando el sol y regocijándose. ¿Dio testimonio del poder de Dios? Os digo que sí. Le veis en pie a la proa del barco, diciendo a los vientos: «¡Enmudece!», y sosteniéndolos en su puño. ¿No ha dado testimonio de todo lo que hay en Dios? Su testimonio fue perfecto; nada quedó fuera; todo estaba allí. No podríamos decir esto de nadie más. Creo que no podríais decir esto de ningún predicador moderno. Algunos dicen: Me gusta oír a Fulano de Tal, porque predica muy doctrinalmente; a otros les gusta que todo sea experiencia; a algunos les gusta todo práctico. Muy bien, no esperáis que Dios haya hecho a un hombre para decirlo todo. Desde luego que no. Una clase de hombres defiende una clase de verdades, y otra, otras. Doy gracias a Dios de que hayan tantas denominaciones. Si no hubiera hombres que difirieran un poco en sus credos, nunca tendríamos tanto evangelio como tenemos. A un hombre le encanta la doctrina elevada, y piensa que está obligado a defenderla cada domingo. Tanto mejor. Algunos no hablan de ella en absoluto, de modo que ayudan a suplir las deficiencias de otros. A algunos les gustan las exhortaciones ardientes; las dan cada domingo, y no pueden predicar un sermón sin ellas. Pero otros nunca las dan; de manera que la 'falta de uno es suplida* por él otro. Dios ha enviado a diferentes hombres para defender diferentes clases de verdades. Pero Cristo las defendió y predicó todas. Las tomó, las ligó en un manojo, y dijo: «Aquí están la mirra, las especias y los áloes juntos; aquí está toda la verdad»: El testimonio de Cristo fue perfecto.

Observemos, una vez más, antes que llegue a la confirmación de este testimonio, que el testimonio de Cristo fue definitivo. El suyo fue el último testimonio, la última revelación que será jamás dada al hombre. Después de Cristo no hay nada. Cristo viene el último: él es el estriberón que salva el arroyo del tiempo. Todos los que vienen tras él son sólo confirmadores del testimonio de Cristo. Nuestros Agustines, nuestros Ambrosios, nuestros Crisóstomos, o cualquiera de los poderosos predicadores de la antigüedad, nunca pretendieron decir nada nuevo. Sólo avivaron el evangelio -aquel mismo antiguo evangelio que Cristo solía predicar. Y Lutero y Calvino, y Zuinglio y Knox, vinieron sólo para confirmar la verdad. Cristo dijo «finis» al canon de la revelación, y quedó cerrado para siempre. Nadie le puede añadir una sola palabra, ni quitársela. A nosotros los Inconformistas se nos acusa a veces de inventar un nuevo evangelio. Negamos esta acusación. Decimos que nuestros Owen, Howe, Henry, Charnock, Bunyan, Baxter o Janeway, y toda aquella galaxia de estrellas, no pretendieron dar nada nuevo; sólo predicaron lo mismo una y otra vez, sólo avivaron las cosas que Cristo dijo, sólo profesaron ser confirmadores de los testigos, y no testigos. Y así ha sido con los grandes hombres que hemos perdido a lo largo del siglo pasado. Whitefield y sus compañeros evangelistas, y hombres que estuvieron en la misma postura que Gill, Booth, Rippon, Carey, Ryland, o algunos de los que acaban de tiernos arrebatados -ellos no pretendieron dar nada nuevo. Sólo dijeron: Hermanos, hemos venido a contaron la misma antigua historia; hemos recibido aquello que Dios ha dado; no somos testigos de cosas nuevas; sólo somos confirmadores del testigo, Cristo Jesús.



II
Y ahora llegamos a la segunda parte de nuestro tema, que es: Cómo el testimonio de Cristo ha de ser confrontado en vosotros
. Aquí tenemos dos puntos: el testimonio de Cristo ha de ser confirmado en nosotros mismos, y ha de ser confirmado en otros.

1. En primer lugar, entonces, para cada cristiano el testimonio de Cristo tiene que ser confirmado en su propio corazón. Oh amados, ésta es la mejor confirmación de la verdad evangélica que cada cristiano lleva consigo. Me encanta la Antología de Butlet, es un libro muy poderoso. Me encanta Evidencias de Paley, pero nunca los necesito yo mismo, para mi propio uso. No necesito prueba alguna de que la Biblia es verdadera. ¿Por qué? Porque está confirmada en mí. Hay un testigo que mora en mí y que me hace desafiar toda incredulidad, de manera que puedo decir:
«Si todas las formas por hombres inventadas
Mi fe asaltaran con artes traicioneras,
Las llamaría vanidades y mentiras
Y ataría el evangelio a mi corazón.»

No me dedico a leer libros oponiéndose a las verdades de la Biblia. Nunca me ha gustado meterme en lodazales sólo para poderme lavar después. Cuando me piden que lea un libro herético, pienso en el buen John Newton. El doctor Taylor, de Norwich, le dijo: «Ha leído usted mi Clave a Romanos?» «Le he echado un vistazo», dijo Newton. «¿Y ése es el trato que le da a un libro que me ha costado tantos años de duro estudio? Usted debiera haberlo leído atentamente y ponderado de manera cuidadosa lo que expone acerca de una cuestión tan seria.» «Un momento», dijo Newton, «usted acaba de encomendarme una actividad plena para una vida tan larga como la de Matusalén. Mi vida es demasiado corta para dedicarla a leer contradicciones de mi religión. Si la primera página me dice que el autor está minando verdades, ya tengo suficiente. Si al primer bocado de un filete noto que está en mal estado, no quiero comérmelo todo para estar convencido de ello; lo aparto de mí.» Habiendo tenido la verdad confirmada en nosotros, podemos reírnos de todos los argumentos; estamos revestidos de una cota de malla cuando tenemos un testigo de la verdad de Dios dentro de nosotros. Todos los hombres de este mundo no nos pueden llevar a alterar una sola jota de lo que Dios ha escrito dentro de nosotros. Ah, hermanos y hermanas, necesitamos que la verdad de Dios sea confirmada dentro de nosotros. Dejadme que os diga algunas cosas que harán esto. Primero, el mismo hecho de nuestra conversión tiende a confirmarnos en la verdad. ¡Oh!, dirá el cristiano, no me digas que no hay poder en la religión, porque yo lo he experimentado. Yo era irreflexivo como los demás; escarnecía la religión y a aquellos que la seguían; mi lenguaje era: Comamos y bebamos, disfrutemos de la vida, pero ahora, por medio de Cristo Jesús, encuentro en la Biblia un panal de miel, que apenas si ha de ser apretado para que se derrame su dulzura; es tan dulce y preciosa para mi gusto que me gustaría sentarme y deleitarme con mi Biblia para siempre. ¿Qué ha llevado a este cambio? Así es cómo razona el cristiano. Dice: Ha de haber poder en la gracia, pues si no, nunca habría sido tan cambiado como lo he sido; debe haber verdad en la religión cristiana, pues si no este cambio nunca me habría sobrevenido. Algunos hombres han ridiculizado la religión y a sus seguidores, y sin embargo la gracia divina ha sido tan poderosa que aquellos mismos escarnecedores han sido convertidos y han sentido el nuevo nacimiento. A tales hombres no se les puede argumentar en contra de la verdad de la religión. Podéis quedaros con ellos y hablarles desde la temprana madrugada hasta la puesta del sol, pero nunca podréis llevarlos a creer que no hay verdad en la palabra de Dios. Tienen la verdad confirmada en ellos.

Luego hay otra cosa que confirma al cristiano en la verdad, y esto es cuando Dios contesta a sus oraciones. Creo que ésta es una de las más poderosas confirmaciones de la verdad, cuando descubrimos que Dios nos oye. Ahora os hablo, en esta cuestión, de cosas que he probado y manejado. El impío no lo creerá; dirá: Ah, ve y díselo a los que no lo saben. Yo os digo que he comprobado el poder de la oración cien veces, porque he ido a Dios, y le he pedido misericordias, y las he obtenido. Ah, dicen algunos, sólo es el curso común de la providencia. «¡El curso común de la providencia!» Es un bendito curso de la providencia; si estuvierais en mi posición no habríais dicho tal cosa; lo he visto como si Dios hubiera rasgado los cielos y sacado la mano y dicho: «Ahí, hijo mío, está la gracia.» Ha salido fuera de su camino de manera tan clara que no podría llamarlo el curso común de la providencia. A veces me he sentido deprimido y abatido, e incluso descorazonado en cuanto a salir a ponerme delante de esta multitud, y he dicho: ¿Qué haré? Podría haberme ido volando a cualquier lugar antes que estar más aquí. He pedido a Dios que me bendijera, y que me diera palabras que decir, y luego me he sentido lleno hasta rebosar, de manera que me he podido presentar ante esta congregación o cualquier otra. ¿Es éste el curso común de la providencia? Es una providencia especial, una respuesta especial a la oración. Y aquí hay algunos que pueden repasar las páginas de su diario, y ver allí la mano de Dios interponiéndose claramente; podemos decirle al incrédulo: ¡Lárgate! La verdad es confirmada en nosotros, y confirmada de tal manera que nada puede apartarnos de ella.

Vosotros habéis tenido la verdad confirmada en vosotros, mis queridos amigos, cuando habéis encontrado gran apoyo en tiempos de aflicción y tribulación. Algunos de vosotros habéis pasado por problemas, porque nunca podemos esperar una congregación que esté exenta de ellos. Algunos de vosotros habéis sido puestos a prueba y habéis sido llevados a un gran abatimiento; ¿y no podéis decir con David: «Fui abatido, y el Señor me ayudó»? ¿No podéis recordar lo bien que resististeis la última aflicción? Cuando perdiste aquel hijo, pensabas que no podrías soportarlo como lo soportaste. Pero dijiste: «El Señor dio, el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor.» Muchos de vosotros tenéis seres amados bajo tierra; vuestra madre, padre, marido 0 mujer. Pensaste que tu corazón se iba a partir cuando perdiste a tus padres; pero ¿no es cierta la promesa, que cuando tu padre ,y tu madre te dejaren, entonces el Señor te tomará? El te dijo, mujer, que sería padre para tus hijos, ¿y no ha sido así? ¿No puedes decir: No ha faltado nada de todo lo que el Señor ha prometido? Ésta es la mejor confirmación de la verdad de Dios. A veces me vienen personas al vestíbulo, y quieren que les confinase la verdad fuera de ellas. No puedo hacerlo; quiero que tengan la verdad confirmada en ellos. Ellos dicen: ¿Cómo sabemos que la Biblia es verdad? Oh, les digo, yo nunca tengo que hacer ahora una pregunta así, porque ha sido confirmada en mí. El Obispo me la ha confirmado -me refiero al «Obispo de nuestras almas»; porque nunca fui yo confirmado por nadie más, y me confirmó de tal manera en la verdad que nadie me puede confirmar fuera de ella. Yo digo: Prueba la religión por ti mismo, y verás su poder. Te quedas fuera de la casa, y quieres que te demuestre lo que está dentro de la casa; entra tú mismo; gusta y ve que el Señor es bueno: Oh, confiar en él es una cosa bienaventurada. Ésta es la mejor manera de confirmar la verdad.

2. El segundo pensamiento fue que no sólo es cosa nuestra tener la verdad confirmada en nuestras almas, sino vivir de tal manera que pudiéramos ser el medio para confirmar la verdad en otros. ¿Sabéis cuál es la Biblia que leen el hombre malvado y el mundano? No lee esta Biblia en absoluto. Lee al cristiano. «Mira», dice él, «aquel hombre va a la iglesia, y es un miembro; examinaré cómo vive, le leeré de arriba abajo»; y lo examina y lee su conducta. «Si es malo», dice él, «la religión es una farsa»; pero si es un hombre que vive de manera consecuente, dice: «Hay algo en la religión, después de todo.» Los malvados no leen la Biblia; leen a los cristianos; leen a los profesantes y a los miembros. Los vigilan, para ver cómo viven, con mirada atenta. Los cristianos tienen a Argos contemplándolos con cien ojos. El mundo malvado contempla cada falta con una lente de aumento, y convierte la menor mota en un monte; y si tenemos una mota en nuestro ojo, la convertirán en viga, y dirán en el acto que la persona es un hipócrita. Es el deber de todo hijo de Dios vivir de tal manera que pueda confirmar el testimonio de Cristo. Deberíamos esforzarnos para hacerlo en todas las cosas comunes de la vida diaria: «Sea que comáis, o bebáis, o cualquier cosa que hagáis, hacedlo todo para la gloria de Dios.» Algunas personas piensan que la religión reside en grandes cosas. No es así, sino que toca a las pequeñas. Aquel hombre que murió anoche y fue al cielo; si le preguntáis cómo fue su vida el día que murió -por qué comió, bebió, no hubo nada en particular acerca del día. Tomemos cualquier día de nuestras vidas. Comemos, bebemos, nos levantamos por la mañana, vamos a dormir por la noche; no hay nada muy en particular acerca de cada día. Nuestra vida está constituida por pequeñeces, y si no tenemos cuidado de las pequeñeces, no tendremos cuidado de las grandezas. Si no nos cuidamos de las cosas pequeñas, las grandes tendrán que ir mal. ¡Ah, ten gracia para vivir de tal manera que el mundo no pueda hallar falta en ti; y si ven en lo pequeño una exactitud y casi precisión (y demasiada precisión será mejor que la dejadez de la moralidad de algunos profesantes), entonces dirán: Algo hay en la religión; la vida de este hombre la ha confirmado en mi mente, porque vive conforme a ella.

Luego, otra vez, si puedes soportar los escarnios de los malvados sin devolverlos, ésta será una manera de confirmar la religión. Oh, cuando he entrado en controversia con algunos, y mi temperamento me ha traicionado, me habría mordido los dedos por ello. Si puedes controlar tu temperamento cuando la gente se ría de ti, y si, cuando te insultan, no lo devuelves, confirmarás la verdad. Dirán: Hay algo en este hombre, si no, no controlaría su temperamento. Habéis leído acerca de James Haldane. En una ocasión, cuando era inconverso, lanzó una pesada pieza de un ancla a la cabeza de un hombre que le había ofendido; pero cuando ya era regenerado, en otra ocasión en que fue insultado, simplemente dijo: «Me resentiría, pero he aprendido a perdonar ofensas y a pasar los insultos por alto.» La gente se vio obligada a decir de él: «Algo hay en la religión que pueda transformar a un león como éste, y hacer de él un cordero.» Así confirmarás el testimonio de Cristo, si soportas la persecución. Si puedes soportar las burlas y los escarnios de los malvados con paciencia, confirmarás la verdad.

Ahora, amigos míos, concluyamos. La última confirmación que tú y yo podremos jamás dar al testimonio de Cristo vendrá muy pronto. Hay una hora en la que no podremos ya confirmar más la verdad; porque hemos de morir, y ésta es la mejor confirmación de los principios del hombre --cuando muere bien. Una de las confirmaciones más nobles de la religión cristiana es el hecho de que un hombre muera una muerte pacífica, feliz y triunfante. Ah, si cuando te llegue el momento de venir puedes decir: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?», y si puedes asir en tu mano a la tirana Muerte, y lanzarla al suelo, y triunfas en aquel que dijo: «¡Oh muerte, yo seré tu muerte; oh Seol, yo seré tu destrucción!» Si puedes morir sin temor, ni lamentación ni remordimiento, sabiendo que estás perdonado -si puedes morir con el cántico de victoria en tus labios, y con la sonrisa de gozo sobre tu rostro, entonces confirmarás el testimonio de Cristo.
Una vez más, dejadme, como conclusión, que os apremie a vosotros como seguidores de Cristo Jesús, como aquellos a quienes él ha amado con amor eterno; como herederos de inmortalidad, como aquellos que han sido rescatados del hoyo de la destrucción, como profesantes de la religión, como miembros de una iglesia cristiana, dejad que os ruegue que vuestro primer y último objetivo sea confirmar el testimonio de Cristo. Allí donde estéis, sea lo que sea que estéis haciendo, decid dentro de vosotros: Tengo que vivir y morir de tal manera que pueda confirmar el testimonio de Cristo. Tengo que andar de tal manera entre mis amigos y vecinos, que vean que hay una verdad y un poder en la religión. Y dejad que os advierta que no emprendáis esto en vuestra propia fuerza; necesitaréis un poder de lo alto, del Espíritu Santo. Recibid un suministro renovado de gracia procedente del trono. Necesitaréis poder nuevo desde el trono de la gracia celestial. Es un buen plan el que adoptan algunas personas. Se van a casa, y cuando llegan allí tienen unos cuantos minutos de oración con Dios. Es una bendita manera de remachar el clavo, y de hacer que un sermón tenga efecto. Ah, si puedes ir a tu casa y decir: ¡Hago solemne voto, pero no lo hago con mis propias fuerzas; sin embargo, hago solemne voto por tu gracia, que desde ahora en adelante será mi objetivo vivir más como confirmador de la verdad! Antes no conocía mi excelsa posición, pero ahora lo sé, que soy confirmador de la verdad. Señor, ayúdame a vivir de tal manera que nunca haya techa en mi conducta, que nunca una palabra vil proceda de mi boca. Hazme vivir de tal manera que pueda confirmar la verdad. ¡Señor, ayúdame a confirmar el testimonio de Cristo! ¡Ve y registra este voto, v esta resolución, y busca la gracia de Dios para que no dejes. que se trate de un voto incumplido, sino que puedas ser capaz de vivir para la gloria de Dios, y para la honra de su bendito nombre!


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