lunes, 21 de marzo de 2011
La Ranita Sorda
Un grupo de ranas viajaba por el bosque, cuando de repente dos de ellas cayeron en un pozo profundo. Las demás se reunieron alrededor del agujero y, cuando vieron lo hondo que era, le dijeron a las caídas que, para efectos prácticos, debían darse por muertas.
Sin embargo, ellas seguían tratando de salir del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras les decían que esos esfuerzos serían inútiles.
Finalmente, una de las ranas atendió a lo que las demás decían, se dio por vencida y murió. La otra continuo saltando con tanto esfuerzo como le era posible.
La multitud le gritaba que era inútil pero la rana seguía saltando, cada vez con más fuerza, hasta que finalmente salió del hoyo.
Las otras le preguntaron: “¿No escuchabas lo que te decíamos?”
La ranita les explicó que era sorda, y creía que las demás la estaban animando desde el borde a esforzarse más y más para salir del hueco.
Sin embargo, ellas seguían tratando de salir del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras les decían que esos esfuerzos serían inútiles.
Finalmente, una de las ranas atendió a lo que las demás decían, se dio por vencida y murió. La otra continuo saltando con tanto esfuerzo como le era posible.
La multitud le gritaba que era inútil pero la rana seguía saltando, cada vez con más fuerza, hasta que finalmente salió del hoyo.
Las otras le preguntaron: “¿No escuchabas lo que te decíamos?”
La ranita les explicó que era sorda, y creía que las demás la estaban animando desde el borde a esforzarse más y más para salir del hueco.
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Auxilio en la Lluvia
Una noche a las 11:30 P.M., una mujer afroamericana de edad avanzada estaba parada en el borde de una autopista de Alabama bajo una fuerte tormenta. Su automóvil se había descompuesto y necesitaba desesperadamente que alguien la llevara. Empapada, decidió hacerle señas al próximo carro que pasara. A pesar de ser una época de agudos conflictos raciales, un joven blanco se detuvo a ayudarla, la llevó a un lugar seguro y la puso en un taxi. La señora, que parecía bastante apurada, anotó la dirección del joven, le agradeció y se fue.
Siete días después, tocaron a la puerta de la casa del joven. Para su sorpresa, era un paquete a su nombre: un televisor de pantalla gigante con una nota que decía:
“Muchísimas gracias por ayudarme en la autopista la otra noche. La lluvia anegó no sólo mi ropa sino también mi espíritu. Entonces apareció usted. Gracias a usted, pude llegar al lado de la cama de mi marido agonizante, justo antes de que muriera. Dios lo bendiga por ayudarme y por servir a otros desinteresadamente.”
“Sinceramente,
La señora de Nat King Cole”
Siete días después, tocaron a la puerta de la casa del joven. Para su sorpresa, era un paquete a su nombre: un televisor de pantalla gigante con una nota que decía:
“Muchísimas gracias por ayudarme en la autopista la otra noche. La lluvia anegó no sólo mi ropa sino también mi espíritu. Entonces apareció usted. Gracias a usted, pude llegar al lado de la cama de mi marido agonizante, justo antes de que muriera. Dios lo bendiga por ayudarme y por servir a otros desinteresadamente.”
“Sinceramente,
La señora de Nat King Cole”
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