Spurgeon Moody Osborn Edwards Stanley
jueves, 22 de septiembre de 2011
miércoles, 7 de septiembre de 2011
¿Quién me Necesita?
Recibí una llamada telefónica de un buen amigo, que me alegró mucho. Lo primero que me preguntó fue:
- ¿Cómo estás?
Sin saber porqué le contesté:
- Muy solo.
- ¿Quieres que hablemos?
L e respondí que sí y añadió:
- ¿Quieres que vaya a tu casa?
Dije que sí. Colgamos el teléfono y en menos de quince minutos estaba tocando a mi puerta. Yo hablé por horas de todo: mi trabajo, mi familia, mi novia, mis deudas; él atento siempre me escuchó. En esas se nos hizo de día. Yo estaba agotado mentalmente; me había hecho mucho bien su compañía y sobre todo que me escuchara, me apoyara y me hiciera ver mis errores. Cuando él notó que ya me encontraba mejor, me dijo:
- Bueno, me voy, tengo que trabajar.
Sorprendido le dije:
- ¿Por qué no me habías dicho que tenía que ir a trabajar? Mira la hora que es. No dormiste nada, te quité toda la noche.
Él sonrió y me dijo:
- No hay problema, para eso estamos los amigos.
Yo me sentía cada vez más feliz y orgulloso de tener un amigo así. Lo acompañé a la puerta de mi casa y cuando caminaba hacia su automóvil, le grité desde lejos:
- Y a todo esto, ¿Por qué llamaste anoche tan tarde?
Regresó y me dijo en voz baja:
- Quería darte una noticia.
- ¿Qué pasó ? – Le pregunté
- Fui al doctor y me dijo que estoy gravemente enfermo.
Yo me quedé mudo. Él sonrió de nuevo y agregó:
- Ya hablaremos de eso. Que tengas un buen día.
Pasó un largo rato hasta que pude asimilar la situación, y me pregunté una y otra vez: ¿Por qué cuando me preguntó cómo estaba me olvidé de él y sólo hablé de mí? ¿Cómo tuvo la fuerza para sonreírme, darme ánimos y decirme todo lo que me dijo? Esto es increíble.
Desde entonces mi vida ha cambiado: ahora soy menos dramático con mis problemas y disfruto más de las cosas buenas. Ahora aprovecho más el tiempo con la gente que quiero.
- ¿Cómo estás?
Sin saber porqué le contesté:
- Muy solo.
- ¿Quieres que hablemos?
L e respondí que sí y añadió:
- ¿Quieres que vaya a tu casa?
Dije que sí. Colgamos el teléfono y en menos de quince minutos estaba tocando a mi puerta. Yo hablé por horas de todo: mi trabajo, mi familia, mi novia, mis deudas; él atento siempre me escuchó. En esas se nos hizo de día. Yo estaba agotado mentalmente; me había hecho mucho bien su compañía y sobre todo que me escuchara, me apoyara y me hiciera ver mis errores. Cuando él notó que ya me encontraba mejor, me dijo:
- Bueno, me voy, tengo que trabajar.
Sorprendido le dije:
- ¿Por qué no me habías dicho que tenía que ir a trabajar? Mira la hora que es. No dormiste nada, te quité toda la noche.
Él sonrió y me dijo:
- No hay problema, para eso estamos los amigos.
Yo me sentía cada vez más feliz y orgulloso de tener un amigo así. Lo acompañé a la puerta de mi casa y cuando caminaba hacia su automóvil, le grité desde lejos:
- Y a todo esto, ¿Por qué llamaste anoche tan tarde?
Regresó y me dijo en voz baja:
- Quería darte una noticia.
- ¿Qué pasó ? – Le pregunté
- Fui al doctor y me dijo que estoy gravemente enfermo.
Yo me quedé mudo. Él sonrió de nuevo y agregó:
- Ya hablaremos de eso. Que tengas un buen día.
Pasó un largo rato hasta que pude asimilar la situación, y me pregunté una y otra vez: ¿Por qué cuando me preguntó cómo estaba me olvidé de él y sólo hablé de mí? ¿Cómo tuvo la fuerza para sonreírme, darme ánimos y decirme todo lo que me dijo? Esto es increíble.
Desde entonces mi vida ha cambiado: ahora soy menos dramático con mis problemas y disfruto más de las cosas buenas. Ahora aprovecho más el tiempo con la gente que quiero.
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