sábado, 22 de diciembre de 2012

El Cielo y el Infierno

Por: Charles Spurgeon
"Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes"
(Mateo 8:11-12).



En nuestra tierra es permitido hablar claro, y su gente está siempre anuente a prestar un oído atento a cualquiera que le pueda decir algo digno de atención. Por eso tengo la certeza que dispondremos de un auditorio atento, pues no hay ninguna razón para suponer otra cosa. Este campo, como están conscientes todos ustedes, es de propiedad privada. Y yo quisiera sugerir a quienes salen a predicar al aire libre, que es mucho mejor ir a un campo o a un terreno desprovisto de edificios, que bloquear caminos e interrumpir negocios; y es todavía mucho mejor estar en un lugar que tenga protección, para poder prevenir de inmediato cualquier disturbio.

Esta tarde pretendo animarlos para que busquen el camino al cielo. Tendré que expresar también algunas cosas severas relativas al fin de los hombres que se pierden en el abismo del infierno. Sobre estos dos temas voy a predicar, con la ayuda de Dios. Pero les suplico, por amor de sus almas, que disciernan entre lo que es correcto y lo que no lo es; comprueben si lo que yo les digo es la verdad de Dios. Si no lo es, rechácenlo totalmente y arrójenlo lejos; pero si en verdad lo es y lo desprecian, será bajo su propio riesgo; pues como tendrán que responder ante Dios, el grandioso Juez de cielos y tierra, no les irá bien si desprecian las palabras de este siervo y de Su Escritura.

Mi texto consta de dos partes. La primera es muy agradable para mí, y me proporciona gran placer; la segunda es terrible en extremo; pero puesto que ambas son verdades, ambas deben ser predicadas. La primera parte de mi texto es, "Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos." La frase que yo llamo la parte negra, oscura y amenazadora es esta: "Mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes."

I. Tomemos la primera parte. Aquí hay una PROMESA SUMAMENTE GLORIOSA. Voy a leerla de nuevo: "Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos." Me gusta mucho este texto, porque me descubre lo que es el cielo, y me presenta un hermoso cuadro de él. Dice que es un lugar donde voy a sentarme con Abraham, e Isaac y Jacob. Oh, qué pensamiento tan dulce es ese para el trabajador. A menudo se limpia el tibio sudor de su frente, y se pregunta si hay una tierra donde no tendrá que afanarse más. Muy raramente come un mendrugo de pan que no esté humedecido con el sudor de su rostro. A menudo viene a casa agotado y se deja caer en un sillón, tal vez demasiado cansado para poder dormir. Se pregunta: "¡Oh!, ¿no hay una tierra donde yo pueda descansar? ¿No hay algún lugar donde pueda quedarme quieto? Sí, tú que eres hijo del trabajo arduo y agotador,
"Hay una tierra feliz
Lejos, lejos, muy lejos,

donde ese trabajo arduo y agotador es desconocido. Más allá del firmamento azul, hay una hermosa ciudad luminosa, cuyos muros son de jaspe, y cuya luz brilla más que el sol. Allí "los impíos dejan de perturbar, y allí descansan los de agotadas fuerzas." Allí están los espíritus inmortales que no necesitan limpiarse el sudor de su frente, pues "no siembran, ni siegan," ni están sometidos a un trabajo arduo y agotador.
"Allí en un monte verde y florido
Sus cansadas almas se sentarán:
Y con gozos arrobadores harán
Un recuento de las fatigas de sus pies."

Para mi mente, una de las mejores visiones del cielo es que es una tierra de reposo; especialmente para el trabajador. Quienes no tienen que trabajar duro, piensan que amarán el cielo como un lugar de servicio. Eso es muy cierto. Pero para el trabajador, para el hombre que labora arduamente con su cerebro o con sus manos, siempre será un dulce pensamiento que haya una tierra donde vamos a descansar.

Pronto, esta voz no será forzada ya más: pronto, estos pulmones no tendrán que ejercitarse nunca más allá de su poder; pronto, este cerebro no será atormentado por el pensamiento; pero me sentaré a la mesa del banquete de Dios; sí, estaré reclinado en el pecho de Abraham, y estaré tranquilo para siempre. ¡Oh!, hijos e hijas de Adán que están cansados, no tendrán que empujar el arado en un ingrato suelo en el cielo, no tendrán que levantarse para desempeñar arduas labores antes que salga el sol, y trabajar todavía cuando el sol se ha ido a descansar desde hace un buen rato; sino que estarán tranquilos, estarán quietos, descansarán, pues todos son ricos en el cielo, todos son felices allá, todos están en paz. Trabajo arduo, problemas, fatigas, esfuerzos, son palabras que no se pueden deletrear en el cielo; no existen tales cosas allá, pues siempre reposan.

Y noten con qué buena compañía comparten. Ellos "se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob." Algunas personas piensan que no conoceremos a nadie en el cielo. Pero nuestro texto declara aquí que nos "sentaremos con Abraham e Isaac y Jacob." Entonces tengo la certeza que estaremos conscientes que ellos son Abraham e Isaac y Jacob. He escuchado la historia de una buena mujer que le preguntó a su marido, cuando estaba a punto de morir: "querido mío, ¿crees que me conocerás cuando tú y yo lleguemos al cielo?" "¿Que si te conoceré?", respondió él, "vamos, siempre te he conocido mientras has estado aquí, y ¿piensas que voy a ser más insensato cuando llegue al cielo?" Pienso que fue una excelente respuesta.

Si nos hemos conocido aquí en la tierra, nos reconoceremos allá. Yo tengo queridos amigos que han partido hacia allá, y siempre es un pensamiento dulce para mí que, cuando ponga mi pie, como espero hacerlo, en el umbral del cielo, vendrán mis hermanas y hermanos y me tomarán de la mano, diciendo: "sí, amadísimo, ya estás aquí." Parientes queridos que han sido separados, se encontrarán otra vez en el cielo. Alguno de ustedes ha perdido una madre que se ha ido al cielo; y si tú sigues la huella de Jesús, te encontrarás con ella allá.

En otro caso, me parece que veo a alguien que viene a recibirte a la puerta del paraíso; y aunque los lazos de afecto natural pueden haberse olvidado en cierta medida (se me puede permitir usar una figura) cuán bendecida sería ella cuando se volviera hacia Dios, y le dijera: "Aquí estoy yo, y los hijos que me has dado." Reconoceremos a nuestros amigos: esposo, tú conocerás a tu esposa. Madre, conocerás a tus amados hijitos; tú observabas sus figuras cuando yacían jadeantes, quedándose sin aliento. Tú recuerdas cómo te abalanzaste sobre sus tumbas al momento de ser echada la fría tierra sobre ellos, y se dijo: "La tierra a la tierra, el polvo al polvo, las cenizas a las cenizas." Pero tú volverás a oír esas amadas voces de nuevo; tú escucharás esas dulces voces una vez más; tú todavía sabrás que las personas que amaste, han sido amadas por Dios. ¿Acaso no sería un cielo lúgubre para nuestra habitación, uno donde no pudiéramos conocer a nadie ni nadie nos reconociera? No me interesaría ir a un cielo así.

Yo creo que el cielo es la comunión de los santos, y que nos conoceremos unos a otros allí. A menudo he pensado que me dará mucho gusto ver a Isaías; y, tan pronto como llegue al cielo, creo que voy a preguntar por él, porque él habló más acerca de Jesús que todos los demás profetas. Estoy seguro que voy a querer encontrar a George Whitfield, quien continuamente predicó a la gente, y se desgastó con un celo más que seráfico. ¡Oh, sí!, tendremos una compañía elegida en el cielo, cuando lleguemos. No habrá distinción entre cultos e incultos, clero y laicado, sino que caminaremos libremente entre todos; sentiremos que somos hermanos; nos sentaremos "con Abraham e Isaac y Jacob."

He escuchado acerca de una dama que recibió la visita de un ministro en su lecho de muerte, y le dijo: "quiero hacerle una pregunta, ahora que estoy a punto de morir." "Bien," preguntó el ministro, "¿cuál es?" "¡Oh!", respondió ella muy afectada, "quiero saber si hay dos lugares en el cielo, pues yo no podría soportar que Betsy, la cocinera, estuviera en el cielo junto conmigo. Es tan poco refinada." El ministro dio la vuelta y respondió: "oh, no se preocupe por eso, señora. No hay temor de eso; mientras no se despoje de su orgullo maldito, usted no entrará nunca al cielo." Todos nosotros debemos despojarnos de nuestro orgullo. Debemos humillarnos y estar sobre una base de igualdad ante los ojos de Dios, y ver en cada hombre un hermano, antes de poder esperar ser recibidos en la gloria.

Bendecimos a Dios, y le damos gracias porque no preparará mesas separadas para unos y para otros. El judío y el gentil se sentarán juntos. El grande y el pequeño se alimentarán de los mismos pastos, y nos "sentaremos con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos."

Pero mi texto tiene todavía una dulzura más profunda, pues afirma que "vendrán muchos y se sentarán." Algunos fanáticos de mente estrecha piensan que el cielo será un lugar muy pequeño, donde habrá muy poca gente que asistió a su capilla o a su iglesia. Yo confieso que no tengo ningún deseo de un cielo pequeño, y me da mucho gusto leer en las Escrituras que en la casa de mi Padre hay muchas mansiones. Cuán a menudo escucho que la gente dice: "¡Ah!, estrecha es la puerta y angosto el camino, y pocos son los que la hallan. Habrá pocas personas en el cielo; la mayoría se perderá." Amigo mío, yo no estoy de acuerdo contigo. ¿Acaso crees tú que Cristo permitirá que el diablo le gane? ¿Que permitirá que el diablo tenga más personas en el infierno de las que Él tenga en el cielo? No, eso es imposible. Pues entonces Satanás se reiría de Cristo. Habrá más personas en el cielo de las que habrá entre los que se pierden. Dios dice: "He aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero;" pero Él nunca dice que habrá una multitud que nadie puede contar que se perderá. Habrá huestes incontables que llegarán al cielo. ¡Qué buenas noticias para ti y para mí! Pues si hay tantos que serán salvados, ¿por qué no habría de ser salvo yo? ¿Por qué no dice también, aquel hombre que está allá en medio de la multitud: "no podría ser yo uno entre esa multitud?" Y ¿no podría esa pobre mujer que está allá cobrar valor y decir: "Bueno, si sólo se salvara media docena de personas, yo temería no estar entre esas; pero, puesto que vendrán muchos, por qué no habría de ser salva yo? ¡Anímate, tú que estás desconsolado! ¡Alégrate, hijo del dolor y de la aflicción, todavía hay esperanza para ti!

Yo no puedo creer que alguien esté más allá del alcance de la gracia de Dios. Habrá unos cuantos que han cometido ese pecado que es para muerte y Dios los ha abandonado; pero la vasta mayoría de la humanidad está todavía dentro del alcance de la misericordia soberana: "Y vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán en el reino de los cielos."

Miren otra vez mi texto, y ustedes verán de dónde vienen estas personas. Ellos "vendrán del oriente y del occidente." Los judíos decían que todos ellos vendrían de Palestina, cada uno de ellos, cada hombre, cada mujer y cada niño; que no habría nadie en el cielo que no fuera judío. Y los fariseos pensaban que si todos ellos no eran fariseos, no podrían ser salvos. Pero Jesucristo dijo que vendrán muchos del oriente y del occidente. Habrá una multitud de aquella tierra muy lejana, China, pues Dios está haciendo una obra grandiosa allí, y nosotros esperamos que el Evangelio será victorioso en esa tierra. Habrá una multitud de esta tierra occidental de Inglaterra; y también del país occidental que está más allá del mar, de América; y del sur, de Australia; y del norte, de Canadá, Siberia y Rusia. Desde los confines de la tierra vendrán muchos que se sentarán en el reino de Dios.

Pero yo creo que este texto no debe entenderse tanto en sentido geográfico, como en sentido espiritual. Cuando dice que "vendrán muchos del oriente y del occidente," yo pienso que no se refiere particularmente a las naciones, sino a diferentes tipos de personas. Ahora, "el oriente y el occidente" quiere decir aquellos que se encuentran más lejos de la religión; sin embargo, muchos de ellos serán salvados y llegarán al cielo. Hay una clase de personas que será considerada siempre como desahuciada. A menudo he escuchado, ya sea de un hombre o de una mujer, un comentario acerca de esas personas, "él no puede ser salvado: es demasiado disipado. ¿Para qué es bueno él? Pídele que vaya a un lugar de adoración: estaba borracho la noche del sábado. ¿De qué serviría razonar con él? No hay esperanza para él. Es un tipo endurecido. Mira lo que ha hecho durante todos estos años. ¿De qué servirá hablarle?

Ahora, escuchen esto, ustedes que piensan que sus compañeros son peores que ustedes; que condenan a otros cuando ustedes son tan culpables como ellos: Jesucristo dice: "vendrán muchos del oriente y del occidente." Habrá muchos en el cielo que una vez fueron borrachos. Yo creo que, en medio de esa muchedumbre comprada con sangre, habrá muchos que se tambalearon entrando y saliendo de una taberna durante la mitad de sus vidas. Pero por el poder de la gracia divina ellos fueron capaces de arrojar la copa de licor contra el suelo. Ellos renunciaron al desenfreno de la intoxicación (huyeron de ella) y sirvieron a Dios. ¡Sí! Habrá muchos en el cielo que fueron borrachos en la tierra.

Habrá también muchas prostitutas: algunas de las más disipadas serán encontradas allí. Ustedes recuerdan la historia de Whitfield que dijo una vez que habrá personas en el cielo que fueron "desechadas por el diablo;" algunos que el diablo difícilmente pensaría que son lo suficientemente buenos para él, pero que Cristo salvará. Lady Huntingdon le sugirió una vez con delicadeza que ese lenguaje no era decoroso. Pero justo en ese momento se escuchó el timbre y Whitfield bajó las escaleras y se dirigió a la puerta. Después subió y dijo: "señora, ¿qué cree que me acaba de decir una pobre mujer? Ella era una triste perdida y me dijo: 'Oh, señor Whitfield, cuando usted estaba predicando nos dijo que Cristo recibiría los desechos del diablo y yo soy uno de ellos.'" Y ese fue el instrumento de su salvación.

¿Alguna vez alguien nos impedirá que prediquemos a los más bajo de lo bajo? A mí se me ha acusado de reunir a toda la plebe de Londres a mi alrededor. ¡Dios bendiga a la plebe! ¡Dios salve a la plebe! Luego yo digo: supongamos que ellos son "¡la chusma!" ¿Quién podría necesitar el Evangelio más que ellos? ¿Quiénes requieren que Cristo sea predicado más que a ellos? Tenemos a muchos que predican a las damas y a los caballeros, pero necesitamos que alguien le predique a la chusma en estos días degenerados.

¡Oh!, aquí hay consuelo para mí, pues muchos elementos de la plebe vendrán del oriente y del occidente. ¡Oh!, ¿qué pensarían si vieran la diferencia que hay entre algunos que están en el cielo y otros que estarán allá? Podría encontrarse alguien allí cuyo cabello cuelga enfrente de sus ojos, sus greñas están enmarañadas, se ve horrible, sus ojos congestionados se ven saltones, sonríe casi como un idiota, ha bebido hasta consumir su cerebro de tal forma que la vida parece haber partido en lo concerniente al sentido y al ser; sin embargo yo te diría: "ese hombre es susceptible de salvación", y en unos pocos años yo podría decir: "mira hacia allá;" ¿ves aquella estrella brillante? ¿Descubres aquel hombre con una corona de oro fino sobre su cabeza? ¿Adviertes aquel ser cubierto con vestiduras de zafiro y ropajes de luz? Ese es aquel mismo hombre que se sentaba allí como un pobre ser descarriado, casi idiotizado; sin embargo, ¡la gracia soberana y la misericordia lo han salvado!

No hay nadie excepto esos que he mencionado antes, que han cometido el pecado imperdonable, que esté más allá de la misericordia de Dios. Tráiganme a los peores hombres, y aun así yo les predicaría el Evangelio; tráiganme a los más viles, y yo les predicaría, porque recuerdo que el Señor dijo: "Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa." "Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos."

Hay una palabra más que debo resaltar antes de terminar con esta dulce porción: esa es la palabra: van a venir (vendrán). ¡Oh, yo amo los "yo haré" y por consiguiente los "ellos harán," de Dios! No hay nada comparable a esas expresiones. Si el hombre dice: "se hará," ¿qué hay con ello? "Yo voy a" dice un hombre, pero nunca lo cumple; "yo haré," dice, pero quebranta su promesa. Pero no ocurre lo mismo con los "Yo haré" de Dios. Si Él dice "será," así será; cuando Él dice "sucederá," así será. Ahora Él ha dicho aquí, "muchos vendrán, muchos van a venir." El diablo dice, "no vendrán;" pero "ellos vendrán." Sus pecados dicen: "ustedes no pueden venir;" Dios dice: "ustedes van a venir." Ustedes mismos dicen: "no vendremos;" Dios dice: "ustedes van a venir." ¡Sí!, hay algunas personas aquí que se están riendo de la salvación, que se burlan de Cristo y ridiculizan el Evangelio; pero yo les digo que inclusive algunos de ustedes vendrán. "¡Cómo!, responden, "¿puede Dios conducirme a ser cristiano?" Les digo que sí, pues allí radica el poder del Evangelio. No les pide su consentimiento; lo obtiene. Él no dice, ¿quieres recibirlo?, pero hace que ustedes quieran en el día del poder de Dios. No en contra de su voluntad, pero hace que ustedes quieran. Les muestra su valor, y luego ustedes se enamoran de él, y corren directamente tras él y lo obtienen.

Mucha gente ha dicho: "no aceptamos nada que tenga que ver con la religión," y sin embargo, ha sido convertida. He oído la historia de un hombre que una vez asistió a una capilla para escuchar los himnos, y tan pronto como el ministro comenzó a predicar, se tapó los oídos con sus dedos, para no oír. Pero pronto, un pequeño insecto se posó en su cara, por lo que se vio obligado a apartar el dedo con que se tapaba el oído, para ahuyentarlo. En ese preciso instante el ministro dijo: "El que tiene oídos para oír, oiga." El hombre oyó; y Dios se encontró con él en ese instante para la conversión de su alma. Salió convertido en un hombre nuevo, con un carácter cambiado. Él, que había venido para reírse, se retiró para orar; quien vino para burlarse, salió para doblar su rodilla en penitencia: el que vino para pasar una hora en el ocio, regresó a casa para pasar una hora en devoción con su Dios. El pecador se volvió un santo; el libertino se convirtió en un penitente. Quién sabe si no habrá alguien así aquí, esta noche. El Evangelio no necesita su consentimiento, lo obtiene. Quita la enemistad de su corazón. Ustedes dicen: "no quiero ser salvado;" Cristo dice que serán salvados. Él hace que tu voluntad dé un giro completo, y en consecuencia tú clamas: "¡Señor, sálvame, que perezco!" Ah, entonces el cielo exclama: "Yo sabía que haría que dijeras eso;" y entonces, Él se regocija por tu causa, porque ha cambiado tu voluntad y te ha conducido a querer en el día de Su poder.

Si Jesucristo subiera a esta plataforma esta tarde, ¿qué haría con Él mucha gente? "¡Oh!", dirá alguien, "lo haríamos un Rey." No lo creo. Lo crucificarían de nuevo si tuvieran la oportunidad. Si Él viniera y dijera: "Aquí estoy, yo los amo, ¿quieren que Yo los salve?" Nadie de ustedes daría su consentimiento si fueran dejados a su voluntad. Si Él los mirara con esos ojos ante cuyo poder el león se habría encogido; si Él hablara con esa voz que derramó cataratas de elocuencia como un arroyo de néctar vertido desde los acantilados, ni una sola persona vendría para ser Su discípulo; no, se requiere el poder del Espíritu para hacer que los hombres vengan a Jesucristo. Él mismo dijo: "Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere." ¡Ah!, necesitamos eso; y aquí lo tenemos.

¡Ellos vendrán! ¡Ellos vendrán! Ustedes podrán reírse, podrán despreciarnos; pero Jesucristo no morirá en vano. Si algunos de ustedes lo rechazan, habrá otros que no lo rechazarán. Si hay algunos que no son salvados, otros lo serán. Cristo verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Algunos creen que Cristo murió pero que algunas de las personas por quienes murió, se perderán. Yo no podría entender nunca esa doctrina. Si Jesús, mi garantía, llevó mis dolores y cargó con mis aflicciones, yo me considero tan seguro como los ángeles en el cielo. Dios no puede pedir el pago dos veces. Si Cristo pagó mi deuda, ¿tendré que pagarla yo otra vez? No.
"Libre del pecado camino en libertad,
La sangre del Salvador es mi completa absolución;
Estoy contento a Sus amados pies,
Soy un pecador salvado, y homenaje Le rindo."

¡Vendrán! ¡Vendrán! Y nada en el cielo, ni en la tierra, ni en el infierno, puede impedir que vengan.

Y ahora, tú que eres el primero de los pecadores, escucha un momento mientras te llamo para que vengas a Jesús. Hay una persona aquí esta noche, que se considera la peor alma que haya vivido jamás. Hay alguien que se dice a sí mismo, "¡yo estoy seguro que no merezco ser llamado para venir a Cristo!" ¡Alma! ¡Yo te llamo! Tú que eres el más miserable perdido, esta noche, por la autoridad que Dios me ha dado, te exhorto a que vengas a mi Salvador.

Hace algún tiempo, cuando fui a la Corte de un condado, para ver lo que hacían, oí que llamaban a alguien por su nombre, e inmediatamente el hombre respondió: "¡Abran paso! ¡Abran paso! ¡Me están llamando!" Y se acercó con prontitud. Ahora, esta tarde, yo llamo al primero de los pecadores, y le pido que diga: "¡Abran paso! ¡Apártense, dudas! ¡Apártense, temores! ¡Apártense, pecados! ¡Cristo me llama! ¡Y si Cristo me llama, eso es suficiente!"
"Yo me acercaré a Sus pies llenos de gracia,
Cuyo cetro ofrece misericordia;
¡Tal vez Él me ordenará que Lo toque!
Y entonces el suplicante vivirá."

"Yo podría perecer si voy;
Pero estoy resuelto a intentar;
Pues si me quedo lejos, yo sé
Que debo morir para siempre."

"Pero si muero con la misericordia buscada,
Habiendo probado al Rey,
Eso sería morir (¡deleitable pensamiento!)
Como un pecador nunca murió."

¡Ven y prueba a mi Salvador! ¡Ven y prueba a mi Salvador! Si te echa afuera después que Lo hayas buscado, divulga en el abismo que Cristo no quiso escucharte. Pero nunca te será permitido hacer eso. Sería una deshonra para la misericordia del pacto, que Dios eche afuera a un pecador penitente; y nunca ocurrirá eso mientras esté escrito "Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos."

II. En la segunda parte, mi texto es desgarrador. Yo predico con gran deleite acerca de la primera parte; pero aquí hay una triste tarea para mi alma, porque encontramos palabras tenebrosas. Sin embargo, como les he dicho, lo que está escrito en la Biblia debe ser predicado, ya sea tenebroso o alegre. Hay algunos ministros que nunca mencionan nada acerca del infierno. Escuché de un ministro que una vez dijo a su congregación: "Si ustedes no aman al Señor Jesucristo, serán enviados a ese lugar cuyo nombre no es cortés mencionar." A ese ministro no se le debió permitir que predicara de nuevo, si era incapaz de usar palabras claras. Ahora, si yo veo que aquella casa se está incendiando, ¿creen ustedes que me quedaría inmóvil diciendo: "me parece que allá se está desarrollando una operación de combustión"? "No; yo gritaría: "¡Fuego! ¡Fuego!" y entonces todo mundo entendería lo que estoy diciendo.

Así, si la Biblia dice: "Los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera," ¿debo pararme aquí y presentar las cosas favorablemente? Dios no lo quiera. Debemos decir la verdad, tal como está escrita. Es una verdad terrible, pues dice: "¡los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera!" Ahora, ¿quiénes son esos hijos? Les diré. "Los hijos del reino" son esas personas que se hacen notar por sus muestras externas de piedad, pero que no tienen sus características interiores. Personas que ustedes verán marchando hacia la capilla, tan religiosamente como es posible, con sus Biblias y sus himnarios, o yendo hacia la iglesia, tan devota y modestamente como pueden, mostrándose tan sombríos y serios como bedeles parroquiales, imaginándose que están seguros de ser salvos, aunque su corazón no esté allí, nada sino sólo sus cuerpos. Estas son las personas que son "los hijos del reino." No tienen gracia, ni vida, ni a Cristo, y serán echados a las tinieblas de afuera.

Además, estas personas son hijos de padres y madres piadosos. No hay nada que conmueva tanto el corazón de un hombre, fíjense bien, como hablar acerca de su madre. He oído la historia de un marinero blasfemo, que nadie podía controlar, ni siquiera la policía, que por donde pasaba creaba disturbios. Una vez, él asistió a un lugar de adoración, y nadie podía mantenerlo quieto; pero un caballero se le acercó y le dijo: "Juan, tú tuviste una madre una vez." Con eso, las lágrimas rodaron por sus mejillas. Él dijo: "¡Ja!" Bendito seas, amigo, es cierto que la tuve; y yo llevé sus cabellos grises con dolor a la tumba, y soy un descarado al estar aquí esta noche." Luego se sentó, muy sereno y sumiso por la simple mención de su madre.

¡Ah!, y hay algunos de ustedes, "hijos del reino" que pueden recordar a sus madres. Tu madre te sentó en sus rodillas y te enseñó muy temprano a orar: tu padre te instruyó en los caminos de la piedad. Y sin embargo, tú estás aquí esta noche sin gracia en tu corazón: sin la esperanza del cielo. Estás descendiendo hacia el infierno tan rápido como tus pies te lo permiten. Hay algunos de ustedes que han quebrantado el corazón de su pobre madre. ¡Oh!, si pudiera decirles lo que ella ha sufrido por ustedes mientras han estado entregándose al pecado durante la noche. ¿Se dan cuenta de cuál será su culpa, "hijos del reino," después que las oraciones y las lágrimas de una madre piadosa han caído sobre ustedes? No puedo concebir que nadie entre al infierno con una peor gracia que el hombre que va allá con las gotas de lágrimas de su madre sobre su cabeza, y con las oraciones de su padre siguiendo sus talones.

Algunos de ustedes soportarán inevitablemente esta condenación; algunos jóvenes y mujeres se despertarán un día y se encontrarán en las tinieblas de afuera, mientras sus padres estarán arriba en el cielo, mirándolos hacia abajo con ojos de reproche, como queriendo decir: "¡Cómo!, ¿después de todo lo que hicimos por ti, todo lo que te dijimos, has llegado a esto?" "¡Hijos del reino!" No crean que una madre piadosa pueda salvarlos. No piensen que porque su padre fue un miembro de tal y tal iglesia, su piedad los salvará. Puedo suponer a alguien parado a la puerta del cielo rogando, "¡déjenme entrar! ¡Déjenme entrar!" "¿Por qué?" "Porque mi madre está allí adentro." Tu madre no tuvo nada que ver contigo. Si fue santa, fue santa para ella; si fue perversa, fue perversa para ella. "Pero mi abuelo oró por mí." Eso no te sirve de nada. ¿Oraste tú por ti mismo? "No; no oré." Entonces las oraciones del abuelo y las oraciones de la abuela, y las oraciones del padre y de la madre, pueden amontonarse unas sobre otras hasta que alcancen las estrellas, pero nunca podrán formar una escalera que tú puedas usar para subir al cielo. Debes buscar a Dios por ti mismo; o más bien, Dios debe buscarte. Debes tener una experiencia vital de piedad en tu corazón, pues de lo contrario estás perdido, aunque todos tus amigos estén en el cielo.

Una piadosa madre soñó un sueño terrible y se lo contó a sus hijos. Ella pensó que el día del juicio había llegado. Los grandes libros fueron abiertos. Todos ellos estaban ante Dios. Y Jesucristo dijo: "Separen la paja del trigo; pongan los cabritos a la izquierda, y las ovejas a la derecha." La madre soñó que ella y sus hijos estaban de pie justo en el centro de la gran asamblea. Y el ángel vino, y dijo: "tengo que llevarme a la madre: ella es una oveja: ella debe ir a la derecha. Los hijos son cabritos: ellos deben ir a la izquierda." Ella soñó que al retirarse, sus hijos la agarraban, y le decían: "Madre, ¿acaso podemos separarnos? ¿Acaso debemos estar separados?" Entonces ella los abrazó mientras les decía: "Hijos míos, si fuera posible, los llevaría conmigo." Pero en un instante el ángel la tocó: sus mejillas estaban secas, y ahora, sobreponiéndose al afecto natural, siendo transformada en un ser supernatural y sublime, rendida a la voluntad de Dios, dijo: "hijos míos, yo les enseñé bien, yo los eduqué, y ustedes abandonaron los caminos de Dios, y ahora todo lo que tengo que decir es Amén a su condenación." Entonces, en ese momento, ellos fueron arrebatados lejos, y ella los vio en tormento perpetuo, mientras ascendía al cielo.

Joven, ¿qué pensarás tú, cuando venga el último día, y escuches que Cristo dice: "¡Apártate de mí, maldito!"? Y habrá una voz justo detrás de Él, diciendo, Amén. Y mientras investigas de dónde procede esa voz, descubrirás que fue la voz de tu mamá. O también, jovencita, cuando seas echada a las tinieblas de afuera, ¿qué pensarás al oír una voz diciendo, Amén? Y cuando mires, allí está sentado tu papá, y sus labios todavía se agitan con la solemne maldición. "¡Ah!, hijos del reino," los réprobos penitentes entrarán en el cielo, muchos de ellos; publicanos y pecadores llegarán allá; borrachos arrepentidos y blasfemos serán salvos; pero muchos de "los hijos del reino" serán echados a las tinieblas de afuera.

¡Oh!, pensar que tú que has sido educado tan bien, te pierdas, mientras que muchas de las peores personas serán salvadas. Será el infierno del infierno para ti cuando eleves tu mirada y veas allí al "pobre Juan," el borracho, reclinado en el pecho de Abraham, mientras tú que has tenido una madre piadosa eres echado al infierno, ¡simplemente porque no creíste en el Señor Jesucristo; apartaste de ti Su Evangelio, y viviste y moriste sin él! ¡Ese será el peor aguijón de todos, verse ustedes mismo echados a las tinieblas de afuera, cuando el primero de los pecadores encuentra la salvación!

Ahora, escúchenme un momentito (no los detendré por largo tiempo), mientras asumo la triste tarea de decirles qué es lo que sucederá a estos "hijos del reino." Jesucristo dice que ellos "serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes."

Primero, observen, ellos serán echados. No dice que van a ir; pero cuando lleguen a las puertas del cielo serán echados. Tan pronto como el hipócrita arribe a las puertas del cielo, la Justicia dirá: "¡Allí viene! ¡Allí viene! Él menospreció las oraciones de un padre, y se burló de las lágrimas de una madre. Él ha forzado su camino de descenso contra todas las ventajas que la misericordia le ha provisto. Y ahora allí viene. Gabriel, agarra a ese hombre." Entonces el ángel, atándote de pies y manos, te sostiene un instante sobre las fauces del abismo. Te ordena que mires hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo. No existe fondo: y tú oyes que se elevan desde el abismo unas palabras: "tétricos gemidos, quejidos profundos, y alaridos de espíritus torturados." Tú te estremeces, tus huesos se derriten como cera, y tu médula se sacude dentro de ti. ¿Dónde está ahora tu poder? Y ¿dónde tu jactancia y tus fanfarronadas? Das un alarido y lloras, y pides misericordia; pero el ángel, con su tremendo puño, te sostiene firme, y luego te arroja al abismo, con el grito: "¡Lejos, lejos!" Y tú caes al hoyo que no tiene fondo, y te deslizas para siempre hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo, sin encontrar nunca un lugar de descanso para la planta de tus pies. Serás echado afuera.

Y ¿dónde serás echado? Debes ser echado "a las tinieblas de afuera;" serás colocado en el lugar donde no habrá esperanza. Pues, por "luz," en la Escritura, nosotros entendemos "esperanza;" y tú serás echado "a las tinieblas de afuera," donde no hay luz: no hay esperanza. ¿Hay algún hombre aquí que no tenga esperanza? No puedo imaginar a una persona así. Tal vez, alguno de ustedes diga: "Tengo una deuda de treinta libras esterlinas, y pronto seré vendido; pero tengo la esperanza de obtener un préstamo, y así podré escapar de mi dificultad."

Otro dice: "Mi negocio está en la ruina, pero las cosas todavía pueden cambiar: tengo la esperanza." Otro dice: "Yo estoy sumido en la angustia, pero espero que Dios me provea." Otro dice: "yo debo cincuenta libras esterlinas; lo siento; pero voy a poner mis fuertes manos a trabajar, y voy a hacer un gran esfuerzo para salir del problema." Alguien piensa que su amigo está muriéndose; pero tiene la esperanza que tal vez la fiebre dé un giro: espera que pueda vivir. Pero en el infierno no hay esperanza. Ni siquiera tienen la esperanza de morir: la esperanza de ser aniquilados. ¡Ellos están perdidos para siempre, para siempre, para siempre! En cada cadena del infierno está escrito: "para siempre." En los fuegos, allá, sobresalen las palabras: "para siempre." Encima de sus cabezas, ellos leen: "para siempre." Sus ojos están amargados y sus corazones están adoloridos por el pensamiento que es para siempre. ¡Oh!, si yo pudiera decirles esta noche que el infierno va a desaparecer quemado un día, y que los que estaban perdidos podrán ser salvos, habría un jubileo en el infierno motivado por el simple pensamiento de eso. Pero no puede ser: es "para siempre" que "son echados a las tinieblas de afuera."

Pero yo quisiera terminar con esto tan pronto como pueda, pues ¿quién puede soportar hablar de esta manera a sus compañeros? ¿Qué es lo que están haciendo los perdidos? Están "llorando y crujiendo sus dientes." ¿Crujes tú ahora los dientes? No lo harías a menos que sintieras dolor y estuvieras en agonía. Bien, en el infierno siempre hay un crujir de dientes. Y ¿sabes por qué? Hay uno que cruje sus dientes a su compañero, y murmura: "yo fui conducido al infierno por ti; tú me condujiste al extravío, tú me enseñaste a beber por primera vez." Y otro cruje también sus dientes y le responde: "Y qué si lo hice, tú me hiciste más malo de lo que yo hubiera sido."

Hay un niño que mira a su madre y le dice: "Madre, tú me entrenaste en el vicio." Y la madre cruje sus dientes otra vez al niño, y le responde: "no siento piedad por ti, pues tú me sobrepasaste en el vicio y me condujiste a lo profundo del pecado." Los padres crujen sus dientes a sus hijos, y los hijos a sus padres. Y me parece que si hay algunos que tendrán que crujir sus dientes más que otros, serán los seductores, cuando vean a quienes desviaron de los caminos de virtud, y los oigan decir: "¡Ah!, nos da gusto que tú estés en el infierno con nosotros, te lo mereces, pues tú nos condujiste aquí."

¿Tiene alguno de ustedes sobre su conciencia el día de hoy, el hecho que ha conducido a otros al abismo? Oh, que la gracia soberana te perdone. "Yo anduve errante como oveja extraviada," dice David. Ahora, una oveja extraviada nunca se extravía sola si pertenece al rebaño. Recientemente leí acerca de una oveja que saltó sobre la baranda de un puente, y cada una de las ovejas de ese rebaño la siguió. Así, si un hombre se extravía, conduce a otros al extravío con él. Algunos de ustedes tendrán que dar cuentas por los pecados de otros cuando lleguen al infierno, así como por los pecados propios. ¡Oh, qué "lloro y crujir de dientes" habrá en ese abismo!

Ahora cierro el libro negro. ¿Quién quiere decir algo más sobre él? Les he advertido solemnemente. ¡Les he hablado de la ira venidera! La tarde se oscurece, y el sol se está poniendo. ¡Ah!, y las tardes se oscurecen para algunos de ustedes. Veo aquí a hombres con cabellos grises. ¿Acaso son sus cabellos grises una corona de gloria o la gorra de un insensato? ¿Están ustedes en el propio borde del cielo, o están tambaleándose a la orilla de su tumba, y hundiéndose hacia la perdición?

Permítanme advertirles, hombres de cabellos grises; su atardecer se aproxima. Oh, pobre hombre de cabellos grises que vacilas, ¿darás tu último paso al abismo? Deja que un pequeño niño se ponga frente a ti y te suplique que reconsideres. Allí está tu cayado: no tiene ningún trozo de tierra sobre el cual descansar; y ahora, antes que te mueras, recapacita esta noche; deja que se levanten precipitadamente setenta años de pecado; deja que los fantasmas de tus olvidadas transgresiones marchen enfrente de tus ojos. ¿Qué harás con setenta años desperdiciados por los cuales tienes que responder, con setenta años de crimen que vas a traer ante Dios? Que Dios te dé esta tarde gracia para que te arrepientas y para que pongas tu confianza en Jesús.

Y ustedes hombres de edad mediana, no estén tan seguros: la tarde cae para ustedes también; pueden morir pronto. Hace unos cuantos días, fui levantado temprano de mi cama por una petición para que me apresurara a visitar un moribundo. Yo fui a toda velocidad para ver a la pobre criatura; pero cuando llegué a la casa, él ya había muerto: era un cadáver. Mientras estaba en la habitación pensé: "¡Ah!, ese hombre no tenía la menor idea que moriría tan pronto." Allí estaban su esposa y sus hijos y sus amigos: no pensaron que se iba a morir, pues era sano, robusto y vigoroso sólo unos cuantos días antes.

Ninguno de ustedes tiene un arrendamiento de su vida. Si lo tienen, ¿dónde está? Vayan y vean si lo tienen escondido en los baúles de su hogar. ¡No!, ustedes pueden morir mañana. Por tanto, permítanme advertirles por la misericordia de Dios; déjenme hablarles como les podría hablar un hermano; pues yo los amo, y ustedes saben que así es, y yo quisiera que se grabaran esto en sus corazones. ¡Oh, estar entre las muchas personas que serán aceptadas en Cristo: qué bendición será esa! Y Dios ha dicho que todo aquél que invoque Su nombre será salvo: no echa a nadie que venga a Él por medio de Cristo.

Y ahora, jóvenes y jovencitas, una palabra para ustedes. Tal vez piensen que la religión no es para ustedes. "Seamos felices," se dicen: "estemos alegres y llenos de gozo." ¿Por cuánto tiempo, jovencito, por cuánto tiempo? "Hasta que cumpla veintiún años." ¿Estás seguro que alcanzarás esa edad? Déjame decirte una cosa. Si en efecto vives hasta esa edad, pero no tienes un corazón para Dios, no lo tendrás tampoco en esa fecha. Si los hombres son dejados a sí mismos, no se vuelven mejores. Sucede con ellos lo mismo que con un jardín: si lo abandonas y permites que crezcan hierbas malas, no esperes encontrarlo en mejor estado en seis meses: estará peor. ¡Ah!, los hombres hablan como si pudieran arrepentirse cuando quieran. Es obra de Dios darnos el arrepentimiento. Algunos inclusive llegan a decir: "voy a volverme a Dios tal y tal día." ¡Ah!, si sintieras de manera correcta dirías: "debo correr a Dios, y pedirle que me dé el arrepentimiento ahora, para que no muera antes de haber encontrado a Jesucristo mi Salvador."

Y ahora, una palabra para concluir este mensaje. Les he hablado del cielo y del infierno, ¿cuál es el camino, entonces, para escapar del infierno y para ser encontrado en el cielo? No les voy a repetir mi viejo cuento esta noche. Yo recuerdo que cuando se los conté anteriormente, un buen amigo que se encontraba entre la multitud, me dijo: "Dinos algo que sea fresco, viejo amigo." Ahora, realmente, cuando se predica diez veces a la semana, no siempre podemos decir cosas frescas. Han oído hablar de John Gough, y ustedes saben que él repite sus historias una y otra vez. Yo no tengo nada sino el viejo Evangelio. "El que creyere y fuere bautizado, será salvo." Aquí no hay ninguna referencia a obras. No dice: "Aquel que sea un buen hombre será salvo." Bien, ¿qué significa creer? Significa poner enteramente tu confianza en Jesús. El pobre Pedro una vez creyó, y Jesucristo le dijo: "Vamos, Pedro, camina hacia a mí sobre el agua." Pedro fue, pisando las crestas de las olas, sin hundirse; pero cuando miró las olas, comenzó a temblar, y se hundió.

Ahora, pobre pecador, Cristo te dice: "Vamos; camina sobre tus pecados; ven a Mí;" y si lo haces, Él te dará poder. Si tú crees en Cristo, serás capaz de caminar sobre tus pecados: pisar sobre ellos, y vencerlos. Yo puedo recordar aquel tiempo cuando mis pecados me miraron por primera vez a mi cara. Yo me consideré el más execrable de todos los hombres. No había cometido grandes transgresiones visibles contra Dios; pero tenía presente que había sido educado y guiado muy bien, y por eso pensaba que mis pecados eran peores que los de otras personas. Clamé a Dios por misericordia, pero Él no me oyó, y yo no sabía lo que era ser salvo. Algunas veces estaba tan cansado del mundo que deseaba morir: pero entonces me acordaba que había un mundo peor después de este, y que no sería bueno apresurarme a presentarme ante mi Señor sin estar preparado. A veces, pensaba perversamente que Dios era un tirano sin corazón, porque no respondía mi oración; y luego, otras veces, pensaba: "yo merezco Su disgusto; si Él me envía al infierno, será justo." Pero recuerdo la hora cuando entré a un lugar de adoración, y vi a un hombre alto y delgado subir al púlpito: nunca lo he vuelto a ver después de ese día, y probablemente nunca lo vea, hasta que nos encontremos en el cielo. Abrió la Biblia, y leyó, con una débil voz: "Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más." ¡Ah!, pensé yo, yo soy uno de los términos de la tierra; y entonces, volteándose, y fijando su mirada en mí, como si me conociera, ese ministro dijo: "Mira, mira, mira." Vamos, yo pensaba que había muchas cosas que yo debía hacer, pero descubrí que sólo tenía que mirar. Yo pensaba que tenía que tejerme un vestido: pero descubrí que si miraba, Cristo me daría un vestido.

Mira, pecador, eso es ser salvado. Mirad a Él, todos los términos de la tierra, y sed salvos. Esto es lo que los judíos hicieron, cuando Moisés sostuvo en alto la serpiente de bronce. Él dijo: "¡Miren!" y ellos miraron. Las serpientes andaban retorciéndose a su alrededor, y ellos llegaban a estar casi muertos; pero simplemente miraban, y en el instante en que miraban, las serpientes quedaban fulminadas, y ellos eran sanados. Mira a Jesús, pecador. "Nadie sino Jesús puede hacer bien a los pecadores desvalidos." Hay un himno que cantamos a menudo, pero que no es muy correcto, que dice:
"Aventúrate en Él, aventúrate enteramente;
No dejes que ninguna otra confianza se entrometa."

Ahora, no es una especulación confiar en Cristo, para nada. El que confía en Cristo está muy seguro. Yo recuerdo que cuando el querido John Hyatt se estaba muriendo, Matthew Wilks le dijo: "Y bien, John, ¿puedes confiar ahora tu alma en las manos de Jesucristo?" "Sí," respondió él, "¡un millón! ¡Un millón!" Yo estoy seguro que cada cristiano que haya confiado en Cristo puede decir: "Amén" a eso. Confía en él; nunca te va a engañar. Mi bendito Señor nunca te echará afuera.

Debo terminar mi mensaje, y sólo me resta agradecerles su amabilidad. Nunca he visto a tantas personas reunidas, que estén tan tranquilas y tan quietas. Realmente pienso, después de todas las duras cosas que se han dicho, que los ingleses saben quién los ama, y que ellos estarán con el hombre que esté con ellos. Doy gracias a cada uno de ustedes, y sobre todas las cosas, les suplico, si hay razón o sentido en lo que he dicho, reflexionen sobre lo que son, y ¡que el bendito Espíritu les revele su verdadera situación! Que les muestre que están muertos, que están perdidos, arruinados. ¡Que les haga sentir qué cosa tan terrible sería hundirse en el infierno! ¡Que les señale el camino al cielo! Que los tome, como lo hizo el ángel en tiempos antiguos, y ponga su mano en ustedes, diciendo: "¡Escapa! ¡Escapa! ¡Escapa! Mira al monte; no mires tras de ti; no pares en toda esta llanura." Y que todos nos reunamos al fin en el cielo; y allá seremos felices para siempre.

Un comentario de Spurgeon: "Este sermón ha sido regado con muchas oraciones de los fieles de Sion. El predicador no pretendía que fuera publicado, pero viendo ahora que lo han imprimido, no se disculpará por su composición defectuosa ni por su estilo difuso; en lugar de eso, el predicador suplica las oraciones de sus lectores, para que este débil sermón pueda exaltar el honor de Dios, por la salvación de muchas personas que lo lean. "La excelencia del poder es de Dios, y no del hombre."


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El Cántico de los ángeles

Por: Charles Spurgeon
"!Gloria a Dios en las alturas, y en la Tierra paz, buena voluntad para con los hombres!"
(Lucas 2:14).


    Los ángeles habían presenciado muchos acontecimientos gloriosos y tomado parte en muchos coros de gran solemnidad alabando a su Creador todopoderoso. Asistieron a la creación: «Cuando las estrellas todas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios» (Job 38:7).

    Vieron formarse la multitud de planetas en la palma de la mano de Jehová y ser lanzados, por esa misma omnipotente mano, al espacio infinito. Habían entonado himnos solemnes sobre numerosos mundos creados por el Todopoderoso. Habían cantado, no lo dudamos, con frecuencia: «La bendición, y la gloria y la sabiduría, y la acción de gracias y la honra y la potencia y la fortaleza, sean a nuestro Dios para siempre jamás» (Apoc. 7:12).

    Tampoco dudo que su canto hubiese aumentado en fuerza durante el transcurso de las edades. Así como al ser creados, su primer canto fue un suspiro al ver a Dios crear nuevos mundos, se añadió a este canto nueva armonía; se fueron elevando en la escala de la adoración. Pero esta vez, al ver a Dios descender de su trono, al Creador hacerse criatura y reposar en el seno de una mujer, elevaron aún más la nota, y llegando al límite de la extensión de la música angélica, entonaron las notas más sublimes de la escala divina de las alabanzas y cantaron: Gloria a Dios en las alturas, porque sintieron que a mayor altura no se puede llegar, ni aun la misma bondad divina. Así, el tributo de su alabanza más sublime se rindió al acto más sublime de la divinidad.

    Si es verdad que existe diferentes categorías de ángeles, elevándose por grado su magnificencia y dignidad, según enseña el apóstol que hay «ángeles, tronos, dominios, principados y potestades», entre estos habitantes benditos del mundo superior e invisible, puedo imaginar que cuando la noticia primero se comunicó a los ángeles en los confines del mundo celeste, cuando miraban desde el cielo y vieron al niño recién nacido, reexpidieron el mensaje al punto de origen de tal milagro, cantando:

    «Oh, seres celestes del reino de gloria,

    Que hoy de los astros recitáis la historia,

    Al mundo, veloces, ya todos bajemos,

    Al Rey de los reyes, nacido, cantemos.»

    Y conforme iba el mensaje pasando de categoría en categoría, por fin los de la «presencia», que perpetuamente sirven alrededor del trono de Dios, cogieron la melodía y reasumiendo el canto de todos los grados inferiores, sobrepujaron a todos en armoniosa sinfonía de adoración, a lo que prorrumpió todo el ejército: «Alabadle, cielos de los cielos: Gloria a Dios en las alturas.»

    ¡Ah! No hay mortal capaz de imaginar la magnificencia de aquel canto. Y recuérdese que si los ángeles cantaban antes y cuando el mundo se formó, sus alabanzas salían más llenas, más potentes, más sublimes, si no más cordiales, al ver a Jesucristo nacido de la virgen María, para ser el Redentor del hombre caído: «Gloria a Dios en las alturas.»

La salvación, la mayor gloria de Dios

    Qué podemos aprender de esta palabra primera del cántico de los ángeles? Naturalmente, se desprende de ésta: que la obra de la salvación constituye la mayor gloria de Dios. Es glorificado por cada gota de rocío que brilla al primer rayo del sol. Es magnificado su nombre en cada flor que abre su corola a la luz, en la copa de los árboles del bosque, aun cuando viva oculta y ostente sus colores fuera de la vista humana y sólo para esparcir su perfume en la ignorada selva. Dios es glorificado por cada pájaro que gorjea en la rama, por cada corderillo que salta en la pradera. ¿No le alaban los peces del mar, desde el monstruo hasta el más pequeño pececillo? ¿No le alaba toda la creación, excepto el hombre? ¿No le subliman las estrellas al escribir con letras de oro su santo nombre sobre el lienzo azul de los cielos? Dice el salmista: «Los cielos cuentan la gloria de Dios. Y la expansión denuncia la obra de sus manos. Él un día emite palabras, al otro día. Y la una noche a la otra noche declara sabiduría (Sal. 19:1, 2). ¿No le adoran los relámpagos cuando reflejan su resplandor al volar como saetas de luz, iluminando la oscuridad a media noche? ¿No le proclaman los truenos al retumbar en el espacio, como el redoble de un inmenso tambor, a la marcha de los ejércitos de Dios? ¿No le ensalzan todas las cosas, desde las más pequeñas hasta las más grandes? ¡Canta, canta, universo, hasta agotarse toda tu fuerza; pero jamás nos ofrecerás canto más bello que el cántico de la encarnación! Aun cuando toda la creación sea como un órgano majestuoso de alabanza, no expresará jamás el contenido glorioso del cántico de la encarnación. Hay más en ella que en la creación, más melodía en Jesús, puesto en el pesebre, que en mundos sobre mundos girando en majestad y gloria alrededor del trono del Altísimo.

    Parémonos a pensar en ello por un momento. He aquí cómo cada atributo divino se magnifica. ¡Qué sabiduría! Dios se hace hombre para que pueda ser justo siendo Justificador del impío. ¡Qué poder! Porque, ¿cuándo resulta más grande el poder, que cuando se oculta? ¡Qué poder, el de la divinidad, cuando se despoja de sí misma y se hace carne! ¡Qué amor! Es incomparable el que se revela en Jesús hecho hombre. ¡Qué fidelidad! ¡Cuántas promesas se cumplen en este día! ¡Qué gracia! Y al mismo tiempo, ¡qué justicia! Porque en la persona del recién nacido se había de cumplir la ley y en su cuerpo precioso la venganza había de hallar satisfacción por las injurias hechas a la justicia divina. Todos los atributos de Dios estaban maravillosamente velados y revelados. Decidme un atributo de Dios que no esté manifestado en Jesús y no será difícil demostrar que sólo la ignorancia es la causa de no haberlo visto antes. La divinidad entera está glorificada en Cristo, y aunque parte del nombre de Dios está escrito en el universo se lee con mayor claridad en aquel que fue el Hijo del hombre y sin embargo el Hijo de Dios.

    Imaginaos todo el resplandor del sol enfocado en un punto, y no obstante, tan suavemente revelado, que pueda percibirse por el ojo humano; así, el Dios glorioso se ha dignado bajar para que le contemplemos nacido de mujer. Meditémoslo. ¡La misma imagen de Dios en carne mortal! ¡El heredero de todo, acostado en un pesebre! ¡Maravilloso! ¡Gloria a Dios en las alturas! Nunca antes se reveló Dios como ahora se manifiesta en Cristo Jesús.

    Una palabra más. Es preciso que aprendamos de esto que si la salvación glorifica a Dios, y le glorifica en grado supremo, haciendo que le glorifiquen las criaturas superiores, se debe recordar que la doctrina que glorifica al hombre, en vez de glorificar a Dios, en la obra de la salvación, no puede ser el Evangelio. Los ángeles cantaron: «Gloria a Dios en las alturas.» No creen ellos doctrina alguna que quite la corona de Cristo colocándola en la frente de los mortales. No creen en teologías que hagan depender de la criatura humana la obra de salivación, concediendo así la gloria al hombre. Hay predicadores que se deleitan en predicar doctrinas que ensalzan al hombre; pero en el Evangelio de éstos no hallan deleite ninguno los ángeles de Dios. Las únicas «buenas nuevas» que hicieron cantar a los ángeles fueron las que ponen a Dios al principio, al centro y al fin, en la obra de la salvación de sus criaturas y dedican la corona sola y exclusivamente al que salva, sin auxilio humano. «Gloria a Dios en las alturas.»

Paz en la tierra

    Cantando esto, cantaron lo que nunca habían pronunciado antes. «Gloria a Dios en las alturas» era un Cántico muy antiguo. Lo habían cantado desde antes de la fundación del mundo. Pero ahora cantaban lo que podríamos llamar un cántico nuevo, ante el trono de Dios, pues añadieron el verso: «Paz en la tierra.» Esto no lo cantaron en el huerto de Edén aunque allí había paz; pero parecía cosa natural y apenas digna de celebrarse. Más que paz era lo que reinaba allí, pues la gloria de Dios lo inundaba. Pero, a estas horas, el hombre había caído y desde la caída en que un querubín con la espada candente había echado al hombre de allí, no había habido paz en la tierra, salvo en el pecho de algunos creyentes que habían hallado paz en la viva fuente de esta encarnación de Cristo. Las guerras habían devastado la tierra de un extremo a otro. Los hombres se habían degollado mutuamente, a montones. Guerras adentro y guerras afuera. La conciencia había luchado con el hombre; el diablo había atormentado al hombre, sugiriéndole la maldad. Desde la caída de Adán no había habido paz en la tierra. Pero ahora aparecía el Rey recién nacido; sus pañales eran su bandera blanca, la bandera de paz. El pesebre fue el lugar famoso donde se firmó el tratado, según el cual cesaría la guerra entre la conciencia y él mismo, entre la conciencia del hombre y su Dios. Entonces, en aquel día, resonó la trompeta: «Envaina la espada, oh hombre; envaina la espada, oh conciencia, porque ahora están en paz Dios con el hombre, el hombre con su Dios.»

    ¿No sentís, hermanos, que el Evangelio de Dios os proporciona la paz? ¿Dónde se podrá hallar la paz, fuera del mensaje de Jesús? Anda, moralista; trabaja y sufre por conseguir la paz, pero jamás la hallarás. Acude al Sinaí, tú que confías en el cumplimiento de los mandamientos; contempla las llamas que vio Moisés y tiembla y desespera; porque la paz no se encuentra fuera de aquel de quien aludió el profeta cuando dijo: Un niño nos es nacido... y se llamará su nombre... Príncipe de Paz.

    Y ¡qué paz, amigos; paz como un río y justicia como las olas del mar! Es la paz que sobrepuja todo entendimiento, que guarda nuestro corazón y nuestro entendimiento en Jesucristo nuestro Señor. Esta paz sacrosanta entre el alma perdonada y Dios el Perdonador, esta maravillosa reconciliación entre el pecador y su juez, esta pacificación es la que cantaron los ángeles al prorrumpir: «Paz en la tierra.»

    Mediante nuestro Señor Jesucristo venido en carne, hay algo de paz en la tierra, pero la paz infinita vendrá. Se levantan voces en contra de la guerra y se rinde testimonio fiel contra este gran crimen. La religión inmaculada de Cristo levanta su escudo de protección sobre los oprimidos y declara detestables ante Dios la tiranía y crueldad. Cualquiera que fuera el abuso y escarnio que se echaran sobre el verdadero ministro de Cristo, no callará en su protesta mientras existan naciones y razas oprimidas que requieran que se abogue en su favor, ni los siervos de Dios, si son fieles al Príncipe de Paz, cesarán de mantener la paz entre los hombres hasta el punto a que alcance su poder. Día vendrá en que este testimonio saldrá triunfante y las naciones no se ensayarán más para la guerra. El Príncipe de Paz quebrará la lanza de guerra sobre la rodilla. Él, el Señor de todos, romperá las saetas del arco, la espada y el escudo, poniendo fin a toda batalla, y lo hará en su propia morada, en Sión, que es más gloriosa y excelente que todas las montañas de caza (Sal. 76:3). Tan cierto como es que Jesús nació en Bethlehem, lo es que todavía hermanará a todos los hombres y establecerá la monarquía universal de paz, de la cual no habrá fin. Así pues, cantemos, si apreciamos la gloria de Dios, porque el Niño recién nacido nos la revela; y cantemos si apreciamos la paz en la tierra, porque ha venido a traérnosla.

    Y ahora, a la práctica respecto a la paz. Amigo, ¿no quieres recibir a tu hijo en casa? ¿Te ha ofendido? Hazle entrar. «Paz en la tierra.» Haya paz en tu familia.

    Hermano, ¿has hecho voto de no hablarte más con tu hermano- Búscale y dile: «¡Oh, hermano, no se ponga el sol de este día sobre nuestro enojo.» Hazle entrar y dale la mano. Señor comerciante, ¿tienes algún rival contra quien has hablado estos días? Arreglaos hoy o mañana; tan pronto como podáis. Y si por algo te inquieta la conciencia, si algo te impide que tengas paz, pídele a Dios que lo remueva. Dile: «Oh Dios, conmigo y contigo haz que ya disfrute hoy de dulce paz», pues notemos bien que se trata de paz en la tierra, paz en ti mismo, paz para contigo mismo, paz con los que te rodean, paz con Dios. No descanses hasta que la tengas.

Buena voluntad para con los hombres

    Sabiamente, terminaron los ángeles su canto con el tercer verso, diciendo: «Buena voluntad par con los hombres.» Los filósofos han dicho que Dios tiene buena voluntad para con los hombres, pero nunca he conocido persona alguna que fuese consolada por semejante afirmación. Los sabios han sacado en consecuencia de lo que han visto en la creación que Dios debe tener muy buena voluntad para con los hombres; porque si no fuese así, nunca hubiera hecho tantas cosas para nuestro bienestar; pero nunca he hallado persona alguna cuya alma se atreviese a descansar en esperanza tan débil. Pero no sólo he oído hablar de miles, sino he conocido a miles que están absolutamente ciertos de que Dios tiene buena voluntad para con ellos, y si les preguntamos el porqué, están dispuestos a dar contestación categórica, plena y consciente. Dicen: «Tiene buena voluntad para con los hombres porque «de tal manera amo Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.» No se puede dar mayor prueba de bondad entre el Creador y sus criaturas que ésta: que dé su Hijo unigénito y bien amado para que muera por las culpas de ellas.

    Aunque la parte primera es divina y la segunda llena de paz, esta tercera conmueve más mi alma. Algunos piensan de Dios como si fuese un ser frío que odia a la humanidad entera. Algunos le representan como existiendo sin tomarse interés alguno en nuestros asuntos. Escuchad todos: Dios tiene «buena voluntad para con los hombres». Ya sabéis qué quiere decir «buena voluntad». Pues bien; todo lo que implica la palabra y mucho más tiene Dios para con vosotros, hijos e hijas de Adán. Maldiciente, has maldecido a Dios, mas Él no te ha maldecido en cambio; todavía te tiene buena voluntad, aun cuando tú la tengas mala para con El. Incrédulo, has pecado gravemente contra el Altísimo. Él, en cambio, no ha empleado su poder contra ti, porque todavía te tiene buena voluntad. Pobre pecador, has quebrantado su ley y tienes miedo de acercarte a su trono de misericordia, por temor de que te rechace. Escucha esto tú y cobra aliento: Dios tiene buena voluntad para contigo, y tan buena, que aun con juramento ha dicho: «No quiero la muerte del impío, sino que se torne el impío de su camino y que viva» (Ezequiel 32:11). Tan buena voluntad, que además ha tenido a bien decir: «Venid luego, y estemos a cuenta; si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.» Y si preguntas: «Señor, ¿cómo sabré que tienes tan buena voluntad para conmigo?», te dirige al pesebre, diciendo: «Pecador, si no tuviera buena voluntad para contigo, ¿habría descendido a esa cuna? Si no tuviera buena voluntad para con la raza humana, ¿habría entregado al Hijo unigénito para que se identificara con esa raza, para que redimiese de la muerte a sus miembros?» Vosotros que dudáis del amor del Maestro, contemplad este coro de ángeles; contemplad el brillo de su gloria; escuchad su canto y que en él se ahoguen vuestras dudas y que se entierren en esa armonía. Tiene buena voluntad para con los hombres: está dispuesto a perdonar, dispuesto a remitir la iniquidad, la transgresión y el pecado. Y notad que si Satanás añadiera: «Si bien Dios tiene buena voluntad, no puede prescindir de su justicia; y por lo mismo, su bondad puede resultar ineficaz y tú puedes morir y perecer.» Si tal sucediese, escucha tú la primera parte del cántico: «Gloria a Dios en las alturas», y responde al enemigo en todas sus tentaciones, que cuando Dios manifiesta su buena voluntad para con el pecador arrepentido, no sólo le viene la paz al corazón, sino el acto proporciona gloria a cada atributo de Dios; siendo El justo y, sin embargo, Justificador del pecador que cree.


Expresiones proféticas

    En las palabras de nuestra meditación hay expresiones proféticas. Cantaron los ángeles:

    "Gloria a Dios en las alturas. En la tierra paz, Y buena voluntad para los hombres".

    Pero miro a mi alrededor y ¿qué veo? No veo a Dios honrado. Veo al mundo pagano inclinarse ante los ídolos. Miro a mi alrededor y veo a los tiranos enseñorearse de los cuerpos y de las almas. Viven olvidados de Dios. Contemplo la carrera de codiciosa multitud en pos de Mammón; veo la carrera sangrienta de la multitud en pos de Moloc; veo la ambición olvidada de Dios cabalgando a trav6s del país cual Nimrod, deshonrando su nombre. ¿Fue esto acaso lo que hizo cantar a los ángeles: «Gloria a Dios en las alturas»? Ciertamente que no. Pero mejores días nos aguardan. Cantaron: «Paz en la tierra.» Pero todavía oigo el clarín de la guerra y el estampido horrible del cañón. Todavía no se han trocado las espadas en rejas de arado y las lanzas en hoces. Prevalece todavía la guerra. ¿Cantaron acerca de esto los ángeles? Viendo como veo guerras por todas partes, ¿creeré que los ángeles no esperaban otra cosa? No, y mil veces no; hermanos: Cl cántico de los ángeles está lleno de profecías que se cumplirán el día señalado.

    Algunos años más, y quien los viva, verá por qué cantaron los ángeles. Algunos años más, y el que ha de venir vendrá v no tardará. Cristo el Señor vendrá otra vez, y cuando venga echará los ídolos de sus altares. Aniquilará toda forma de herejía y todo vestigio de idolatría. Reinará de polo a polo, sin límite en potencia y poderío. Reinará cuando aquel azulado cielo se repliegue como vestidura y pase. Ni riña ni discordia afectarán al reinado del Mesías y no se verterá sangre jamás. Colgarán alto el inútil escudo y no estudiarán más para la guerra. Se acerca la hora cuando se cerrará para siempre el templo de Jano y cuando el cruel Marte se desterrará del mundo. Viene el día cuando el león comerá paja como el buey y cuando se acostará el tigre con el cabrito, cuando el niño destetado extenderá su mano sobre la caverna del basilisco y se entretendrá sobre la cueva del áspid. La hora se acerca. Los primeros albores se observan. He aquí que viene con las nubes en majestad y gloria. Vendrá quien aguardamos con esperanza y gozo, cuya venida será gloria para sus redimidos y confusión para sus enemigos. Ah!, hermanos, cuando los ángeles cantaron «Gloria», resonó un eco que se percibe de edad en edad hasta realizarse el glorioso porvenir que nos aguarda.  

    «¡Aleluya! Cristo el Señor Dios Omnipotente Reinará eternamente.»


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El Amor a Jesús

Por: Charles Spurgeon
"Oh tú a quien ama mi alma"
(Cantar de los Cantares 1:7).




Si se pudiese comparar la vida de un cristiano con un sacrificio, entonces la humildad cava el cimiento para el altar; la oración trae las piedras sin labrar y las apila unas sobre otras; la penitencia llena de agua la zanja alrededor del altar; la obediencia ordena la madera; la fe argumenta con Jehová-jireh, y coloca a la víctima sobre el altar; pero el sacrificio está incompleto en ese momento, pues, ¿dónde está el fuego? El amor, sólo el amor puede consumar el sacrificio proveyendo desde el cielo el fuego necesario. Independientemente de lo que nos haga falta en nuestra piedad, así como es indispensable que tengamos fe en Cristo, así también es absolutamente imprescindible que amemos a Cristo. El corazón que está desprovisto de un sincero amor por Jesús, está muerto en sus delitos y pecados todavía. Y si alguien se aventurara a afirmar que tiene fe en Cristo, pero no le amara, de inmediato nos aventuraríamos a afirmar con certeza que su religión es vana.

Tal vez la gran carencia de la religión de nuestros tiempos es el amor. Algunas veces considero al mundo en general, y a la iglesia que está demasiado comprometida en su seno, y tiendo a pensar que la iglesia posee luz, pero carece de fuego; que tiene un cierto grado de fe verdadera, un claro conocimiento, y muchas otras cosas que son preciosas, pero que carece, en gran medida, de ese amor ardiente con el que una vez caminó con Cristo a través del fuego del martirio, como una casta virgen; cuando le mostraba, en las catacumbas de la ciudad y desde las cavernas de la roca, su amor puro e inextinguible; cuando las nieves de los Alpes podían testificar acerca de la pureza virginal del amor de los santos, por la mancha púrpura que señalaba el derramamiento de su sangre en defensa de nuestro sangrante Señor, sangre que fue derramada en defensa de Aquél a quien "incesantemente adoraban", aunque no hubiesen visto Su rostro.

Mi agradable tarea el día de hoy es motivar las mentes conocedoras de la verdad, para que, como parte de la Iglesia de Cristo, de alguna manera sientan hoy amor a Él en sus corazones, y puedan dirigirse a Él, no sólo según la expresión, "oh tú en quien confía mi alma", sino, "oh tú a quien ama mi alma". El domingo pasado, si recuerdan, hablamos acerca de la fe simple, y procuramos predicar el Evangelio a los impíos; en esta hora, nos dedicaremos a hablar de la llama del amor puro, nacido del Espíritu, semejante a Dios.

Al reflexionar sobre mi texto, lo voy a considerar de esta manera: primero, vamos a escuchar la retórica del labio, oída en estas palabras: "Oh tú a quien ama mi alma". Luego analizaremos la lógica del corazón, que nos justifica al dar a Cristo un título como este; y, en tercer lugar, vamos a llegar a algo que sobrepasa incluso a la retórica y a la lógica: el ejemplo absoluto en la vida diaria; y ruego que seamos capaces de demostrar constantemente, por medio de nuestros actos, que Jesucristo es Él, a quien aman nuestras almas.

I. Entonces, primero, debemos considerar que el amoroso título de nuestro texto expresa la RETÓRICA DEL LABIO. El texto llama a Cristo "Tú a quien ama mi alma". Tomemos este título y hagamos en cierta medida su disección.

Una de las primeras cosas que llama nuestra atención, cuando nos ponemos a analizarlo, es la realidad del amor expresado aquí. Digo: realidad, entendiendo por el término "real", no lo que contrasta con lo falso o ficticio, sino lo que está en contraste con lo tenebroso y confuso. ¿No ven que la esposa habla aquí de Cristo como de alguien que ella sabía que existía en realidad; no como una abstracción, sino como una persona. Habla de Él como de una persona real, "Tú a quien ama mi alma". Bien, estas parecen ser las palabras de una mujer que lo está estrechando contra su pecho, que lo ve con sus ojos, que sigue activamente sus huellas, que sabe que existe y que recompensará al amor que le busque diligentemente.

Hermanos y hermanas, a menudo hay una gran deficiencia en nuestro amor a Jesús. No creemos en la realidad de la persona de Cristo. Pensamos en Cristo, y luego amamos el concepto que nos hemos formado de Él. Pero, oh, cuán pocos cristianos ven a su Señor como una persona real como nosotros mismos, -hombre verdadero: un hombre que sufrió, un hombre que murió, carne y sangre sustanciales-, Dios verdadero tan real como si no fuese invisible, y tan verdaderamente existente como si pudiésemos comprenderlo en nuestras mentes. Quisiéramos que el Cristo real fuera predicado más plenamente, y fuera amado más plenamente por la iglesia. Fallamos en nuestro amor, porque Cristo no es real para nosotros como lo fue para la Iglesia primitiva. La Iglesia primitiva no predicaba mucha doctrina. Ellos predicaban a Cristo. Poco hablaban de las verdades relativas a Cristo; predicaban al propio Cristo, Sus manos, Sus pies, Su costado, Sus ojos, Su cabeza, Su corona de espinas, la esponja, el vinagre, los clavos. Oh, anhelamos al Cristo de María Magdalena, más bien que al Cristo del teólogo analítico; denme el cuerpo herido de la divinidad, en vez del más sano sistema de teología. Permítanme explicarles lo que quiero decir.

Supongan que a su madre le fuera arrebatado un bebé, y ustedes buscaran fomentar en él su amor por su progenitora, mostrándole constantemente el retrato de la idea de una madre, procurando imbuirle el pensamiento de lo que es la relación de una madre con su hijo. En verdad, amigos míos, tendrían una tarea difícil si trataran de fijar en el niño el amor verdadero y real que debería sentir hacia la madre que le dio a luz. Pero denle una madre a ese niño; que sea mecido por el pecho real de esa madre; que sea nutrido de alimento por el propio corazón de la madre: que vea a su madre; que sienta a la madre; que ponga sus bracitos alrededor del cuello real de la madre, y entonces no tendrían una difícil tarea para que amara a su madre.

Lo mismo sucede con el cristiano. Necesitamos a Cristo, -no a un Cristo pintado, abstracto y doctrinal-, sino a un Cristo real. Yo podría predicarles durante muchos años, procurando infundir en sus almas un amor a Cristo; pero mientras no sientan que Él es un hombre real y una persona real, realmente presente con ustedes, y a quien pueden hablarle, conversar con Él, y comentarle sus necesidades, no habrían alcanzado un amor semejante al del texto, de tal manera que pudieran expresarle "Tú a quien ama mi alma".

Cristiano, quiero que sientas, que tu amor a Cristo no es un mero afecto pío; sino que así como amas a tu esposa, así como amas a tu hijo, como amas a tu progenitor, así amas a Cristo; que aunque tu amor a Él sea de una forma más fina, y de un molde más elevado, sin embargo, es tan real como el de una pasión terrenal. Permítanme sugerirles otra figura. Una guerra ruge en Italia por la causa de la libertad. El simple pensamiento de libertad alienta al soldado. El pensamiento del héroe convierte al hombre en héroe. Aunque yo fuera y me pusiera en medio del ejército y les arengara acerca de lo que deben ser los héroes, y lo que deben ser los hombres valientes que luchan por la liberad; mis queridos amigos, la elocuencia más encendida tendría poco poder. Pero pongan delante de estos hombres a un Garibaldi, -el heroísmo encarnado-; pongan delante de sus ojos a ese hombre enaltecido, parecido a un antiguo romano recién salido de su tumba, y verían delante de ellos el significado de la libertad, y lo que el reto significa, e inflamados por su presencia real, sus brazos se fortalecerían, sus espadas se agudizarían, y se lanzarían a la batalla con presteza; su presencia aseguraría la victoria, porque con su presencia comprenderían el pensamiento que vuelve a los hombres aguerridos y fuertes.

De la misma manera, la iglesia necesita sentir y ver a un Cristo real en su medio. No es la idea de desinterés; no es la idea de devoción; no es la idea de la propia consagración lo que tornará poderosa a la iglesia: tiene que ser esa idea, pero encarnada, consolidada, personificada en la existencia real de un Cristo hecho realidad en el campamento de los ejércitos del Señor. Yo oro por ustedes, y ustedes oren por mí, para que cada uno de nosotros tenga un amor en el que Cristo es una realidad, y que se pueda dirigir a Él así: "Tú a quien ama mi alma".

Pero además, miren al texto y percibirán claramente, algo más. La Iglesia, en la expresión que utiliza relativa a Cristo, habla no únicamente con una conciencia de Su presencia, sin con una firme seguridad de su propio amor. Muchos de ustedes, que efectivamente aman a Cristo, raras veces pueden ir más allá de decir: "¡Oh Tú a quien mi alma desea amar! ¡Oh Tú a quien espero amar!" Pero esta frase no dice eso para nada. Esta expresión no encierra la menor sombra de duda o de miedo: "¡Oh Tú a quien ama mi alma!"

¿Acaso no es una circunstancia feliz para un hijo de Dios que sepa que ama a Cristo? ¿Que pueda hablar del tema como un asunto de conciencia? ¿Que es algo a lo que no se pueden contraponer todos los razonamientos de Satanás? ¿Que es algo por lo cual puede poner su mano en su corazón y apelar a Jesús y decir: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo?" Pregunto: ¿acaso no es este un delicioso marco mental? O, más bien, invierto la pregunta: ¿acaso no es miserable la condición del corazón cuando hablamos de Jesús de una manera que no refleje un afecto seguro?

Ah, hermanos y hermanas míos, pueden venir tiempos cuando el corazón más amante tenga dudas acerca de su amor, provenientes del propio hecho que ama intensamente y ama sinceramente. Pero esos tiempos serán tiempos de angustia, ocasiones de examinar cuidadosamente al alma, noches de zozobra. El que ama verdaderamente a Cristo no permitirá que sus ojos se cierren, ni que dormiten sus pestañas, cuando tenga dudas de que su corazón le pertenezca a Cristo. "No" -dice- "este un asunto demasiado valioso para mí y debo cuestionarme si realmente poseo amor o no; esto es algo tan vital, que no lo puedo pasar por alto con un 'tal vez', como un asunto del azar. No, debo saber si amo a mi Señor o no, si soy Suyo o no."

Si me estoy dirigiendo a alguien el día de hoy que tenga dudas de amar a Cristo, pero que desee hacerlo, te suplico, mi querido amigo, no permanezcas tranquilo en tu estado mental presente; no te quedes satisfecho mientras no sepas que estás apoyado en la roca, y mientras no estés absolutamente seguro que en verdad amas a Cristo.

Imaginen por un momento que alguno de los apóstoles le hubiera dicho a Cristo que creía que le amaba. Figúrense por un instante que su propia esposa les dijera que ella esperaría amarlos. Imaginen a su hijo, sentado en sus rodillas, diciéndoles: "padre, creo que te amo a veces." ¡Eso equivaldría a que les dijera algo muy doloroso! Sentirían lo mismo que si les hubiese dicho: "te odio". Porque, ¿qué es lo que pasa? ¿Acaso aquél, al que cuido tanto, simplemente piensa que me ama? ¿Acaso la hija, que estrecho contra mi pecho, duda, y lo hace tema de conjetura, si su corazón es mío o no? ¡Oh, Dios no quiera ni que soñemos que tal cosa nos suceda en nuestras relaciones ordinarias de la vida! Entonces, ¿a qué se debe que la toleramos en nuestra piedad? ¿Acaso no se trata de una piedad enfermiza y sensiblera? ¿No es un mórbido estado del corazón, el que nos conduce siempre a un lugar así? ¿Acaso no es incluso una condición mortal del corazón la que nos permite contentarnos con eso? No, no nos quedemos tranquilos hasta que seamos conducidos a la seguridad y a la certeza, mediante la obra completa del Espíritu Santo, para que podamos decir con una lengua convencida: "Oh tú a quien ama mi alma".

Ahora, noten algo más, igualmente digno de nuestra atención. La Iglesia, la esposa, cuando habla así de su Señor, dirige nuestros pensamientos, no simplemente a su confianza de amor, sino a la unidad de sus afectos con relación a Cristo. No tiene dos amantes, sino sólo uno. La Iglesia no dice: "¡Oh ustedes en los que está puesto mi corazón!" Dice: "¡Oh tú!" No tiene sino Uno por quien su corazón jadea. Ha juntado sus afectos en un manojo y los ha convertido en un solo afecto, y luego ha colocado ese manojo de mirra y de especias sobre el pecho de Cristo. Él es para la Iglesia el "Todo Codiciable", la suma de todos los amores que una vez anduvieron desperdigados. Ha puesto delante del sol de su corazón un espejo ustorio (1) que ha reunido todos los rayos de su amor en un foco, y todo su amor está concentrado, con todo su calor y su vehemencia, en el propio Cristo Jesús. Su corazón, que una vez semejaba una fuente de la que brotaban muchos arroyos, se ha vuelto como una fuente que sólo cuenta con una vertiente para sus aguas. Ha tapado todas las otras salidas, ha cortado toda la otra tubería, y ahora el arroyo, provisto de una fuerte corriente, corre hacia Él y únicamente a Él.

La Iglesia, en nuestro texto, no es una adoradora de Dios y a la vez de Baal; ella no es una contemporizadora que tenga un corazón para todos los que se acerquen a ella. No es como la ramera, cuya puerta está abierta para cualquier caminante; sino que es como la mujer casta, que no ve a nadie sino a Cristo, y no conoce a nadie a quien su alma desee, con la excepción del Señor crucificado.

La esposa de un noble persa fue invitada para asistir a la fiesta de bodas del rey Ciro. A su regreso, su marido le preguntó animadamente si no consideraba que el novio-monarca era un hombre sumamente noble. Su respuesta fue: "no sé si sea noble o no; mi esposo era tan noble delante de mis ojos, que no vi a nadie aparte de él; no vi ninguna belleza sino en él". Así, si le preguntaran al alma cristiana de nuestro texto: "¿no es Fulano de tal dulcísimo y todo él codiciable?" "No" -respondería-, "mis ojos están fijados en Cristo, y mi corazón está tan entregado a Él, que desconozco si hay belleza en alguna otra parte; yo sé que toda la belleza y todo el encanto se encuentran resumidos en Él".

Sir Walter Raleigh solía decir: "que si todas las historias de los tiranos, la crueldad, la sangre, la concupiscencia, la infamia, fuesen todas olvidadas, todas estas historias podrían ser escritas de nuevo partiendo de la vida de Enrique VIII." Y yo podría decir por vía de contraste: "si toda la bondad, todo el amor, toda la mansedumbre, toda la fidelidad que hayan existido jamás fueran borrados por completo, todos podrían ser escritos de nuevo partiendo de la historia de Cristo." Cristo es lo único que ama el alma del cristiano; el cristiano no tiene diversos objetivos, no tiene dos amantes; habla de Él como de alguien a quien ha entregado su corazón entero, y nadie más participa de esa entrega. "Oh tú a quien ama mi alma."

Respondan, hermanos y hermanas, ¿amamos a Cristo de esta manera? ¿Le amamos de tal forma que podamos decir: "comparados con nuestro amor por Jesús, todos los otros amores no son nada"? Es cierto que poseemos esos dulces amores que vuelven a la tierra muy querida para nosotros; efectivamente amamos a nuestros parientes según la carne, pues estaríamos por debajo de las bestias si no lo hiciéramos. Pero algunos podemos afirmar: "nosotros, de cierto, amamos a Cristo más que al esposo o a la esposa, al hermano o a la hermana". Algunas veces podríamos decir con San Jerónimo: "si Cristo me ordenara ir por este camino, y si mi madre se colgara de mi cuello para llevarme por otro camino; y si mi padre estuviera en mi senda, implorándome de rodillas y con lágrimas en los ojos que no fuera; y si mis hijos, aferrados a mis piernas, buscaran conducirme por otro camino, yo me soltaría de mi madre, empujaría al suelo a mi padre, y haría a un lado a mis hijos, pues debo seguir a Cristo." No podremos decir a quién amamos más mientras no entren en conflicto. Pero cuando llegamos a ver que el amor de los mortales requiere que hagamos esto, y el amor de Cristo, que hagamos lo contrario, entonces sabremos a quién amamos más.

Oh, los tiempos de los mártires fueron muy difíciles. Tomemos el caso de ese buen hombre, el señor Nicolás Ferrar, padre de doce hijos, todos ellos pequeñitos. Sus enemigos habían concebido el plan de que su esposa se encontrara con él, acompañada de todos sus hijitos, camino de la hoguera. Ella los colocó de rodillas a todos en una fila a lo largo de la calle. Sus enemigos esperaban que en ese momento de seguro se retractaría, y que buscaría salvar su vida por causa de esos amados niños. Pero, ¡no! ¡No! Ya él se los había entregado a Dios, y podía confiarlos a su Padre celestial; pero no podría hacer nada malo, ni por la felicidad de cubrir a esos pajaritos bajo sus alas y abrigarlos bajo sus plumas. Atrajo a cada uno de ellos a su pecho, y contempló a cada uno, una y otra vez; y plugo a Dios poner en boca de su esposa y de sus hijos palabras de aliento en vez de desaliento para él, y antes de alejarse de ellos, sus propios niños habían pedido a su padre que se esforzara y muriera valerosamente por Cristo Jesús.

Ay, amigos, debemos tener un amor sin rival como este, que no sea compartido; un amor que fuera como una pleamar: otras mareas pueden subir mucho sobre la costa, pero esta llega hasta las propias rocas y golpea allí, llenando nuestras almas hasta el propio borde. Pido a Dios que lleguemos a conocer un amor semejante hacia Cristo.

Además, quiero cortarles otra flor. Si ven la expresión ante nosotros, tendrán que aprender no sólo su realidad, ni su seguridad, ni su unidad; también tendrán que advertir su constancia, "oh tú a quien ama mi alma". No, "que amó ayer"; o, "que pueda comenzar a amar mañana"; sino "tú a quien ama mi alma", "Tú a quien he amado desde que te conocí, y cuyo amor se ha vuelto tan necesario como mi aliento vital o mi aire básico." El verdadero cristiano es alguien que ama a Cristo para siempre. No juega 'tira y afloja' con Jesús, apretujándolo hoy contra su pecho para luego dar la vuelta y buscar a cualquier Dalila para que lo dañe con sus maleficios. No, él siente que es un nazareo para el Señor; él no puede ser ni será contaminado por el pecado en ningún momento y en ningún lugar. El amor a Cristo en el corazón fiel, es como el amor de la paloma por su pareja; ella, si su pareja muriera, no puede ser tentada para casarse con otro, sino que se queda quieta sobre la percha y exhala en suspiros su alma apesadumbrada hasta morir también.

Lo mismo sucede con el cristiano; si no tuviese a un Cristo a quien amar, tendría que morir, pues su corazón le pertenece a Cristo. Y así si Cristo se fuera, el amor no podría ser; su corazón se iría también, y un hombre sin corazón es un hombre muerto. ¿Acaso el corazón no es el principio vital del cuerpo? Y el amor, ¿no es el principio vital del alma? Sin embargo, hay algunos que profesan amar al Señor, pero únicamente caminan con Él a empujones, y luego salen como Dina a las tiendas del país de Siquem. Oh presten atención, ustedes profesantes, que buscan tener dos esposos; mi Señor no será nunca un esposo a medias. Él no es de los que aceptarían la mitad de su corazón. Mi Señor, aunque esté lleno de compasión y sea muy tierno, tiene un espíritu sumamente noble para permitirse ser propietario a medias de cualquier reino.

Canuto, el rey danés, compartió Inglaterra con el rey Edmundo Ironside, porque no podía conquistar todo el país, pero mi Señor poseerá cada pulgada tuya, o no querrá ninguna. Él reinará en ti de un extremo de la isla del hombre hasta el otro, pues de lo contrario no pondría ni siquiera un pie sobre el suelo de tu corazón. Él nunca fue propietario a medias de un corazón, y no se rebajaría a algo así. ¿No dijo el viejo puritano: "un corazón es algo tan diminuto, que escasamente sirve de desayuno para un milano, pero ustedes dicen que es algo demasiado grande para que Cristo lo posea por entero"? No, entréguenselo por entero. Es muy poca cosa cuando pesas su mérito, y muy pequeño cuando se le mide por su encanto. Entréguenselo todo. Que su corazón unido, su afecto indiviso sea entregado a Él constantemente, cada hora.
"¿Puedes aferrarte a tu Señor? ¿Puedes aferrarte a tu Señor,
Cuando los muchos se apartan?
¿Puedes testimoniar que Él tiene la Palabra viva,
Y nadie más sobre la tierra?
Y, ¿puedes resistir con el grupo de las vírgenes,
Con los humildes y puros de corazón,
Quienes doquiera que su Cordero los guíe,
De Sus huellas nunca se apartan?

¿Responden acaso: 'podemos'? ¿Responden acaso: 'podemos,
Por medio de Su poder que sostiene'?
Ah, pero recuerden que la carne es débil,
Y tratará de huir a la hora de la prueba.
Pero, sométanse a Su amor, que alrededor de ustedes ahora,
Los lazos de un hombre arrojará;
Las cuerdas de Su amor, que fue entregado por ustedes,
Los ligan firmemente al altar."

Que esa sea su porción, constante, que permanezcan en Él, que los ha amado.

Sólo haré una observación adicional, para no cansarlos, tratando de disecar de esta manera la retórica del amor. Percibirán claramente en nuestro texto una vehemencia de afecto. La esposa dice de Cristo: "Oh tú a quien ama mi alma". Ella no quiere decir que le ama un poco, que lo ama con una pasión ordinaria, sino que lo ama en todo el sentido profundo de esa palabra.

Oh, hombres y mujeres cristianos, protesto ante ustedes que me temo que hay miles de profesantes que no han conocido nunca el significado de esta palabra "amor" relativa a Cristo. Lo han conocido referido a los mortales; han sentido su flama, han visto cómo cada poder del cuerpo y del alma es transportado por el amor; pero no lo han conocido en relación con Cristo. Yo sé que pueden predicar acerca de Él, pero ¿le aman? Sé que pueden orar a Él, pero ¿le aman? Sé que confían en Él, -piensan que así es-, pero ¿le aman? ¡Oh!, ¿hay en su corazón un amor por Jesús semejante al de la esposa, que dijo: "¡Oh, si él me besara con besos de su boca! Porque mejores son tus amores que el vino." "No" -respondes- "eso es demasiado íntimo para mí." Entonces me temo que no le amas, pues el amor es siempre íntimo. La fe puede permanecer a la distancia, pues su mirada es salvadora; pero la esposa amante se acerca, pues debe besar, debe abrazar. Vamos, amados, algunas veces el cristiano ama tanto a su Señor, que su lenguaje se torna sin significado para los oídos de quienes no han experimentado nunca su estado. El amor tiene una lengua celestial propia, y algunas veces he oído al alma cristiana hablando de tal forma que los labios de los mundanos se burlan, y los hombres han dicho: "ese hombre delira y dice disparates; no sabe lo que dice". Por esta razón el Amor a menudo se vuelve un Místico, y habla en lenguaje místico, en el cual no se inmiscuye el extraño. ¡Oh, deberían ver al Alma amante cuando tiene su corazón lleno de la presencia de su Salvador, cuando sale de su tálamo de novia! De cierto, ella es como un gigante refrescado con vino nuevo. La he visto derribar dificultades, caminar sobre los hierros candentes de la aflicción pero sus pies no se han chamuscado; la he visto alzar su lanza contra diez mil, y ella los ha matado de un golpe. La he visto renunciar a todo lo que tenía, hasta desnudarse de sí misma, por Cristo; y sin embargo, se volvió más rica, e iba siendo ataviada con ornamentos conforme ella misma se despojaba, para poder arrojarse sobre su Señor, y entregarle todo.

Hermanos y hermanas cristianos, ¿conocen este amor? Sé que algunos de ustedes lo conocen porque lo han evidenciado en sus vidas. En cuanto a los demás, espero que lo puedan conocer, para que estén por encima de la baja posición que ocupa la mayoría de la Iglesia de Cristo en el presente día. Levántense de las ciénagas y de los fangales y de los pantanos de la tibieza de Laodicea, y álcense, y elévense hasta la cima del monte, donde estarán bañando sus frentes a la luz del sol, viendo la tierra hacia abajo, con las propias tempestades de la tierra bajo sus pies, y sus nubes y sus tinieblas desplegándose abajo en el valle, mientras ustedes hablan con Cristo, que les habla desde la nube y son casi subidos al tercer cielo para habitar con Él allí.

De esta manera he intentado explicar la retórica de mi texto: "Oh tú a quien ama mi alma".

II. Ahora permítanme abordar LA LÓGICA DEL CORAZÓN, que yace en el fondo del texto. Corazón mío, ¿por qué debes amar a Cristo? ¿Con qué argumento te justificarás? Los extraños están allí y me oyen hablar de Cristo, y dicen: "¿por qué amas así a tu Salvador? Corazón mío, tú no puedes responderles como para hacerles ver Su encanto, pues ellos están ciegos, pero al menos puedes ser justificado a oídos de quienes tienen entendimiento; pues sin duda las vírgenes le amarán, si les dices por qué lo amas tú.

Nuestros corazones dan como razón de su amor a Él, primero esta: Le amamos por Su infinito encanto. Si no hubiese ninguna otra razón, si Cristo no nos hubiese comprado con Su sangre, sentimos que si tuviéramos corazones regenerados deberíamos amarle porque murió por otros. Yo a veces he sentido en mi propia alma, haciendo a un lado el beneficio que recibí por Su amada cruz y por Su preciosísima pasión, que, por supuesto, debe ser siempre el más profundo motivo de amor, "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero"; sin embargo, haciendo eso a un lado, hay tal belleza en el carácter de Cristo, -tal encanto en Su pasión- tal gloria en esa abnegación, que uno debe amarle. ¿Puedo mirar en tus ojos y no ser herido por Tu amor? ¿Puedo contemplar Tu cabeza coronada de espinas sin que mi corazón sienta las espinas en su interior? ¿Puedo verte en la fiebre de la muerte, y no arderá mi alma con la fiebre del amor apasionado hacia Ti? Es imposible ver a Cristo y no amarle; no puedes estar en Su compañía sin sentir de inmediato que estás soldado a Él. Anda y arrodíllate a Su lado en el huerto de Getsemaní, y estoy persuadido que conforme las gotas de sangre caigan al suelo, cada una de ellas será una razón irresistible para que le ames. Óyelo clamar: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Recuerden que Él soportó esto por amor a otros, y tendrán que amarle.

Si han leído alguna vez la historia de Moisés lo considerarían el más grande de los hombres, y le admirarían, y lo mirarían hacia arriba como a un gran coloso, algún gigante vigoroso de tiempos antiguos. Pero nunca sienten una partícula de amor en sus corazones hacia Moisés; no podrían; él es un carácter que no se puede amar; hay algo que admirar, pero nada que genere apego.

Cuando ven a Cristo, miran hacia arriba, pero hacen algo más que eso, se sienten atraídos hacia arriba; no admiran tanto, sino aman; no adoran tanto, sino abrazan; Su carácter encanta, subyuga, sobrecoge, y con el irresistible impulso de la propia atracción sagrada de Su carácter, atrae directamente su espíritu hacia Él. Bien dijo el doctor Watts:
"Su valor, si todas las naciones lo conocieran,
De cierto la tierra entera le amaría también."

Pero el Alma amante todavía tiene otro argumento para amar a Cristo, es decir, el Amor de Cristo hacia ella. ¿Me amaste Tú a mí, Jesús, Rey del cielo, Dios de los ángeles, Señor de todos los mundos; fijaste tu corazón en mí? ¿Cómo, me amaste desde tiempos antiguos, y en la eternidad me elegiste para Ti? ¿Me seguiste amando cuando las edades se sucedían? Descendiste del cielo a la tierra para ganarme para que fuera tu esposa, y me amas de tal manera que no me dejas solo en este pobre mundo desértico; y ¿estás preparando hoy mismo una casa para mí, donde moraré Contigo para siempre? Señor, yo demostraría ser un hombre muy despreciable si no sintiera amor por Ti. Debo amarte, es imposible resistirme; ese pensamiento de que Tú me amas ha conducido a mi alma a amarte. ¡A mí! ¡A mí! ¿Qué había en mí? ¿Podías ver algo bello en mí? Yo mismo no veo nada; mis ojos están rojos de llanto, por causa de mi negrura y mi deformidad; he dicho a los hijos de los hombres: "No reparéis en que soy morena, porque el sol me miró". Y ¿Tú ves primores en mí? Qué vista tan rápida tienes, no, más bien debe ser que tú has hecho de mis ojos tu espejo, y te ves Tú mismo en mí, y es Tu imagen lo que amas; de seguro, Tú no podrías amarme.

Es un texto embelesador el del Cantar de los Cantares, donde Jesús dice a la esposa: "Toda tú eres hermosa, amiga mía, y en ti no hay mancha." ¿Pueden imaginar que Cristo les diga eso? Y, sin embargo, lo ha dicho: "Toda tú eres hermosa, amiga mía, y en ti no hay mancha", ha quitado tu negrura, y estás en Su presencia tan limpia como si no hubieras pecado nunca, y tan llena de encanto como si fueras lo que serás cuando seas semejante a Él al fin.

Oh, hermanos y hermanas, algunos de ustedes pueden decir con énfasis: "puesto que Él me amó, yo lo amo." Recorro con mi vista las filas de asientos, y veo allí a un hermano que ama a Cristo ahora, pero que hace pocos meses, le maldecía. Allí se sienta un borracho, allá otro que estuvo preso por crímenes; y Él los amó a ustedes, sí, a ustedes; a ustedes que ultrajaban a la esposa de su corazón, porque ella amaba el amado nombre, y que nunca eran más felices que cuando violaban Su día, y mostraban irrespeto a Sus ministros, y manifestaban su odio hacia Su causa, a pesar de todo eso, Él los amó. ¡Y a mí! ¡Incluso a mí! Haciendo caso omiso de las oraciones de una madre, a pesar de las lágrimas de un padre, teniendo mucha luz, y sin embargo, pecando mucho, el me amó, y me ha demostrado Su amor. Yo te conjuro, oh corazón mío, por los corzos y por las ciervas del campo, que te entregues enteramente a mi Amado, que gastes lo tuyo y aun tú mismo te gastes por amor de Él. ¿Acaso es ese el conjuro para tu corazón el día de hoy? ¡Oh, debería serlo si conocieras a Jesús, y luego supieras que Jesús te ama.

El alma amante nos da una razón todavía más poderosa. Ella siente que debe entregarse a Cristo, por el sufrimiento de Cristo por ella.
"¿Podré olvidar Getsemaní?     "Cuando a la cruz vuelvo mis ojos,
O veo allí Tu conflicto,               Y me apoyo en el Calvario,
Tu agonía y sudor sangriento,   ¡Oh Codero de Dios! ¡Mi sacrificio!
Y ¿no recordarte a Ti?"               Debo recordarte a Ti."

Cuando mi vida se desvanezca, eso podría conducirme a perder mis poderes mentales, pero la memoria no amará a ningún otro nombre, sino al que está registrado allí. Las agonías de Cristo han grabado con fuego Su nombre en nuestro corazón; no puedes presenciar y ver cómo lo desprecian los hombres de guerra de Herodes, no puedes contemplarlo menospreciado, y escupido por labios serviles, no puedes verlo con los clavos traspasando Sus manos y Sus pies, no puedes observarlo en medio de las agonías extremas de Su terrible pasión, sin decir: "y Tú sufriste todo esto por mí, entonces yo debo amarte, Jesús. Mi corazón siente que nadie tiene un derecho sobre él como Tú lo tienes, pues nadie más se ha gastado como Tú lo has hecho. Otros podrán haber buscado comprar mi amor con la plata del afecto terrenal, y con el oro de un carácter celoso y afectuoso, pero Tú los compraste con Tu sangre preciosa, y Tú tienes el más pleno derecho sobre él, Tuyo será, y eso para siempre."

Esta es la lógica del amor. Puedo muy bien pararme aquí y defender el amor del creyente por su Señor. Quisiera tener más que defender de lo que tengo. Me atrevo a pararme aquí para defender las supremas extravagancias de la elocuencia, y los más disparatados fanatismos de la acción, cuando han sido hechos por amor a Cristo. Pero repito, sólo desearía poder tener más que defender en estos tiempos degenerados. ¿Ha renunciado algún hombre a todo por Cristo? Yo les demostraría que él es sabio si ha renunciado a todo por alguien como Cristo. ¿Ha muerto un hombre por Cristo? Escribo sobre su epitafio que de cierto no fue un necio, pues tuvo la sabiduría de entregar su corazón por Uno a quien traspasaron el corazón por su causa.

Que la Iglesia fuera extravagante por una sola vez; que rompiera los estrechos límites de la prudencia convencional, y que por una vez se levantara y obrara maravillas. Que regresara a nosotros la edad de los milagros. Que la Iglesia desnudara su brazo, y se subiera las mangas de su formalidad, y que saliera albergando un poderoso pensamiento, ante el cual los mundanos se reirían y se burlarían, aunque yo me pararía aquí, y ante el estrado del mundo burlador, me atrevería a defenderla.

Oh Iglesia de Dios, no podrías hacer nada extravagante por Cristo. Pudieran hacer a salir a sus Marías y ellas podrían quebrar sus vasos de alabastro, pero Él tiene más que merecido que se quiebren. Pudieran derramar el perfume, y darle ríos de ungüento, y gran cantidad del sebo de animales engordados, pero Él tiene más que merecido todo eso. Veo a la Iglesia como fue en los primeros siglos, como un ejército irrumpiendo en una ciudad, una ciudad que estaba rodeada por un gran foso, y no había medio de llegar a las murallas, excepto cubriendo el foso con los cadáveres de los propios mártires y confesores de la Iglesia. ¿Puedes verlos? Un obispo acaba de caer; le acaban de arrancar la cabeza con la espada. Al día siguiente, en el tribunal, hay veinte más que desean morir para seguir al obispo; y al día siguiente, veinte más; y la corriente fluye hasta que el gigantesco foso es llenado. Entonces, quienes les siguen, escalan los muros y plantan el estandarte manchado de sangre de la cruz, el trofeo de su victoria, sobre las almenas que rodean la ciudad.

¿Acaso deberíamos preguntar: "por qué todo este derramamiento de sangre"? Yo respondo que Aquel por quien toda se derramó, es digno. El mundo pregunta: "¿por qué este desperdicio de sangre? ¿Por qué todo este desgaste de energía en una causa que a lo sumo es fanática?" Yo replico: "Él es digno, Él es digno, aunque todo el mundo fuese puesto en el incensario, y toda la sangre de los hombres fuera el incienso, Él es digno de que todo eso sea sacrificado por Él. Aunque la Iglesia entera fuera sacrificada en una hecatombe, Aquel en cuyo altar fuera sacrificada, es digno. Aunque cada uno de nosotros permaneciera encerrado en un calabozo y se pudriera allí, aunque el moho creciera en los párpados, aunque nuestros cuerpos fueran entregados como alimento a los milanos, y a los buitres de carroña, Él es digno de reclamar ese sacrificio; y sería todavía un sacrificio muy insignificante para Alguien como Él." Oh Señor, restaura en la Iglesia la fortaleza de amor que puede oír un lenguaje así, y sentir que es verdad.

III. Ahora llego a mi último punto, sobre el cual voy a reflexionar brevemente. La retórica es buena, la lógica es mejor, pero una DEMOSTRACIÓN POSITIVA es lo mejor.

Busqué darles la retórica cuando expuse las palabras del texto. He procurado darles la lógica, ahora que les expuse las razones para el amor, encontradas en el texto. Y ahora quiero darles -yo no puedo darlo- quiero que ustedes ofrezcan, cada uno de ustedes, el ejemplo de su amor por Cristo, en sus vidas diarias. Que el mundo vea que esto no es un simple marbete para ustedes, una etiqueta para algo inexistente, sino que Cristo es para ustedes, "aquel a quien ama mi alma". Me preguntas cómo lo harás, y yo te respondo que así: "no te pido que tonsures tu coronilla para volverte un monje, o que te enclaustres, hermana mía, y te conviertas en monja. Una cosa así podría mostrar más tu amor a ti mismo, que tu amor a Cristo. Pero te pido que te vayas a tu casa ahora, y durante los días de la semana te involucres en tu ocupación ordinaria; ve con los hombres del mundo como estás llamado a hacerlo, y sigue el llamado que Cristo te ha hecho, y procura honrarlo en tu llamado. Para mí, por supuesto como un ministro, es hasta cierto punto menos honroso servir a Cristo como podría serlo para ustedes comparativamente, porque el llamado de ustedes, por decirlo así, me provee de oro; y para mí, hacer una imagen de oro de Cristo, a partir de ese oro, es una obra pequeña, aunque Dios quiera que encuentre más de lo que mis pobres fuerzas podrían lograr, si no fuera por Su gracia. Pero para ustedes, formar la imagen de Cristo en el hierro, o en la arcilla, o en el metal común de su conversación ordinaria, ¡oh, esto será ciertamente glorioso! Yo pienso que ustedes pueden honrar a Cristo en su esfera tanto como yo puedo hacerlo en la mía; tal vez más, pues algunos de ustedes pueden enfrentar mayores problemas, pueden tener mayor pobreza, pueden tener más tentación, más enemigos; y, por tanto, ustedes, al amar a Cristo bajo todas estas pruebas, pueden demostrar más plenamente de lo que yo podría hacerlo jamás, cuán verdadero es el amor de ustedes por Él, y cómo inspira sus almas Su amor por ustedes. Vayan, digo, y busquen oportunidades mañana, y al día siguiente, para hacer algo por Cristo. Hablen defendiendo Su nombre si hubiese alguien que lo ultrajara; y si lo encontraran herido en Sus miembros, sean como Eleanor, esposa del rey de Inglaterra, que chupó sus heridas para extraer el veneno. Estén listos a que el nombre de ustedes sea ultrajado para que Él no sea deshonrado; levántense por Él, y sean Sus campeones. Que no le falten amigos, pues Él siguió siendo tu amigo cuando no contabas con nadie. Si te encuentras a cualquier pobre de entre Su pueblo, muéstrale amor por amor de Él, como lo hizo David con Mefi-boset por amor de Saúl. Si sabes que alguno de ellos está hambriento, llévale alimento; es como si pusieses el plato delante del propio Jesucristo. Si ves que alguien está desnudo, vístelo; estás vistiendo a Cristo cuando vistes a alguno de Su pueblo.

Es más, no sólo busques hacer este bien a Sus hijos, sino busca siempre ser un Cristo para aquellos que no son todavía Sus hijos. Ve en medio de los impíos y de los perdidos y de los abandonados; háblales las palabras de Él; diles que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores; ve tras las ovejas perdidas; sé tú un pastor como Él fue un Pastor, y así mostrarás tu amor. Dale todo lo que puedas; cuando mueras, herédale tus propiedades; yo no creería que amo a mi amigo si algunas veces no le diera un regalo; yo no creería amar a Cristo si no le diera algo, si no le comprara caña aromática por dinero, si no lo saciara con la grosura de mis sacrificios.

Oí el otro día una pregunta concerniente a un anciano, que hacía tiempo había profesado ser un cristiano. Decían que había dejado tanto y tanto dinero, y alguien preguntó: "pero en su testamento, ¿le dejó algo a Cristo?" Alguien se rió y consideró ridícula la pregunta. ¡Ah!, eso sucede porque los hombres no creen que Cristo sea una persona; pero si poseyésemos este amor, sería natural que le diéramos, que viviéramos para Él, y, tal vez, si poseyésemos algo, que se lo heredemos, de tal forma que podamos dar a nuestro Amigo, en nuestro testamento, una prueba que lo recordamos, de la misma manera que Él nos recordó en Su último testamento y voluntad.

Oh hermanos y hermanas, lo que más necesitamos en la Iglesia cristiana es un amor más extravagante hacia Cristo. Yo quiero que cada uno de ustedes muestre su amor por Jesús, haciendo algunas veces algo que no hayan hecho nunca antes. Recuerdo haber dicho una vez, un domingo en la mañana, que la Iglesia debería ser lugar para descubrimientos al igual que el mundo. No sabemos cuáles máquinas serán inventadas todavía por el mundo, pero la creatividad del hombre está en actividad continua para descubrir algo nuevo. Así también la creatividad de la Iglesia debería estar activa para descubrir algún nuevo plan para servir a Cristo.

Robert Raikes fundó las escuelas dominicales; John Pounds estableció los hospicios infantiles ingleses: pero, ¿deberíamos contentarnos nosotros con continuar lo que ellos inventaron? No; necesitamos algo nuevo. Fue en el Surrey Hall, a través de aquel sermón, que nuestros hermanos pensaron por primera vez en las reuniones que tuvieron lugar a la medianoche: una modalidad sugerida por el sermón que prediqué acerca de una mujer con el vaso de alabastro. Pero no hemos llegado al final todavía. ¿Acaso no hay un hombre que no pueda inventar algo nuevo para Cristo? ¿No hay un hermano que no pueda hacer algo más para Él, de lo que se hace hoy, o se hizo ayer, o durante el último mes? ¿No hay alguien que se atreva a ser extraño y singular y alocado, y fanático a los ojos del mundo, pues no hay amor que no sea fanático a los ojos de los hombres? Pueden estar seguros que el amor que se confina al decoro no es amor. Yo quisiera que el Señor pusiera en su corazón algún pensamiento para darle una ofrenda inusitada de acción de gracias, para prestarle un servicio inusual, de tal forma que Cristo sea muy honrado con lo mejor de sus ovejas, y que la grosura de sus bueyes sea sumamente gloriosa por la prueba del amor de ustedes hacia Él.

Que Dios los bendiga como congregación. Yo sólo puedo invocar Su bendición, pues, oh, estos labios se rehúsan a hablar ya más del amor que yo confío que mi corazón conoce, y que deseo sentir más y más. Pecador, confía en Cristo antes de que procures amarlo, y confiando en Cristo tú eres salvo.

Nota del traductor

(1) Espejo ustorio: Espejo cóncavo que, puesto de frente al sol, refleja sus rayos y los reúne en el punto llamado foco, produciendo un calor capaz de quemar, fundir y hasta volatilizar los cuerpos allí colocados.