Habiendo explicado así el oficio del Espíritu como maestro y como abogado, llegamos ahora a la traducción de nuestra versión: el Consolador; y aquí tendré tres divisiones. En primer lugar, el consolador; en segundo lugar, el consuelo; y en tercer lugar, el consolado.
I. Primero, entonces, tenemos al CONSOLADOR. Permítanme repasar brevemente en mi mente y también en la suya, las características de este glorioso Consolador. Permítanme decirles algunos de los atributos de Su consuelo, para que entiendan cuán convenientemente adaptado es para el caso suyo.
Y primero, señalaremos que Dios, el Espíritu Santo, es un Consolador muy amoroso. Me encuentro turbado y necesito consolación. Algún transeúnte se entera de mi aflicción, y entra, se sienta y trata de animarme; me dice palabras reconfortantes; pero él no me ama, es un extraño que no me conoce del todo, y sólo ha entrado para probar su habilidad; ¿y cuál es el resultado? Sus palabras se resbalan sobre mí como el aceite en una losa de mármol; son como la lluvia que golpetea sobre la roca; no interrumpen mi dolor, que permanece inconmovible como el diamante, ya que él no siente amor por mí. Pero si alguien que me amara encarecidamente como a su propia vida viniera y argumentara conmigo, entonces sus palabras se convierten en música en verdad; saben a miel; él conoce la contraseña que abre las puertas de mi corazón, y mi oído está atento a cada palabra; capto la entonación de cada sílaba al sonar, pues es como la armonía de las arpas del cielo.
¡Oh!, hay una voz enamorada que habla un lenguaje que le es propio, un idioma y un acento que nadie podría imitar; la sabiduría no podría imitarlo; la oratoria no podría alcanzarlo. El amor es el único que puede alcanzar al corazón doliente; el amor es el único pañuelo que puede enjugar las lágrimas del hombre doliente. ¿Y no es el Espíritu Santo un amoroso Consolador? ¿Sabes, oh santo, cuánto te ama el Espíritu Santo? ¿Puedes medir el amor del Espíritu? ¿Conoces cuán grande es el afecto de Su alma por ti? Anda, mide al cielo con tu palmo; anda, pesa los montes con balanza; anda, toma el agua del océano, y cuenta cada gota; anda, cuenta la arena sobre la vasta playa del mar; y cuando hubieres cumplido esto, podrías decir cuánto te ama. Él te ha amado por largo tiempo; te ha amado considerablemente, te amó siempre; y todavía te amará. En verdad, Él es la persona que ha de consolarte, porque te ama. Entonces, dale entrada a tu corazón, oh cristiano, para que te consuele en tu calamidad.
Pero, además, Él es un Consolador fiel. El amor algunas veces resulta ser infiel. "¡Oh, más dañino que el colmillo de una serpiente" es un amigo infiel! ¡Oh, mucho más amargo que la hiel de la amargura es tener un amigo que me dé la espalda en mi zozobra! ¡Oh, ay de ayes es experimentar que uno que me ama en mi prosperidad me abandone en el tenebroso día de mi tribulación! Es triste verdaderamente: pero el Espíritu de Dios no es así. Él ama sempiternamente, y ama hasta el fin: Él es un Consolador fiel.
Hijo de Dios: tú tienes problemas. Hace muy poco descubriste que Él era un Consolador dulce y amoroso; te proporcionó alivio cuando otros no fueron sino cisternas rotas; Él te albergó en Su seno, y te llevó en Sus brazos. Oh, ¿por qué motivo desconfías de Él ahora? ¡Desecha tus temores, pues Él es un Consolador fiel!
"¡Ah!, pero", -dices tú- "temo que enfermaré y me veré privado de Sus ordenanzas". Sin embargo, Él te visitará en tu lecho de enfermo, y se sentará junto a ti para proporcionarte la consolación.
"¡Ah!, pero yo tengo angustias mayores de las que puedas concebir; muchas ondas y olas pasan sobre mí; un abismo llama a otro a la voz de las cascadas del Eterno." Sin embargo, Él será fiel a Su promesa.
"¡Ah!, pero yo he pecado". Eso has hecho, pero el pecado no puede apartarte de Su amor; Él aún te ama.
No pienses, oh pobre hijo abatido de Dios, que debido a que las cicatrices de tus viejos pecados han desfigurado tu belleza, te ama menos por causa de esa imperfección. ¡Oh, no! Él te amó aun cuando tuvo un conocimiento anticipado de tu pecado; Él te amó sabiendo cuál sería el agregado de tu maldad; y no te ama menos ahora. Acércate a Él con todo el valor de la fe; dile que le has contristado, y Él olvidará tu descarrío y te recibirá de nuevo; los besos de Su amor serán dispensados sobre ti, y te tomará en los brazos de Su gracia. Él es fiel: confía en Él; Él no te engañará nunca; confía en Él: nunca te abandonará.
Además, Él es un Consolador infatigable. Algunas veces yo he tratado de consolar a ciertas personas que son probadas. Tú te enfrentas ocasionalmente con el caso de una persona nerviosa. Le preguntas: "¿qué te aqueja?"; esa persona te responde, y tú procuras quitar el problema, si fuera posible, pero mientras estás preparando tu artillería para demoler el problema, descubres que ha cambiado su morada y está ocupando una posición muy diferente. Tú cambias tu argumento y comienzas de nuevo; pero he aquí, se ha movido otra vez, y tú estás azorado. Te sientes como Hércules cuando cortaba las cabezas de la Hidra, que siempre volvían a crecer, y renuncias a tu tarea con desesperación. Te encuentras con personas a quienes es imposible consolar, que más bien le recuerdan a uno al hombre que se encadenó a sí mismo con grilletes y se deshizo de la llave de tal forma que nadie podía liberarlo.
Yo me he encontrado con personas aprisionadas con los grilletes de la desesperación. "Oh, yo soy el hombre", -dicen- "que ha visto a la aflicción; compadézcanme, compadézcanme, oh amigos míos"; y entre más tratas de consolar a gente así, peor se ponen; y por eso, descorazonados, les dejamos vagar por las tumbas de sus gozos anteriores.
Pero el Espíritu Santo nunca se descorazona con quienes desea consolar. Él intenta consolarnos y nosotros eludimos el dulce cordial; Él nos da un dulce brebaje para curarnos, y nosotros no queremos tomarlo; Él nos da una portentosa poción para alejar todos nuestros problemas, y nosotros la hacemos a un lado. Aun así, Él nos persigue; y aunque nosotros decimos que no queremos ser consolados, Él afirma que lo seremos, y cuando dice algo, lo cumple. Él no se desalentará por todos nuestros pecados, ni por todas nuestras murmuraciones.
Y oh, cuán sabio Consolador es el Espíritu Santo. Job tenía consoladores, y pienso que dijo la verdad cuando afirmó: "Consoladores molestos sois todos vosotros". Pero me atrevo a decir que ellos se consideraban sabios; y cuando el joven Eliú se levantó para hablar, ellos pensaron que rebosaba todo un mundo de impudencia. ¿Acaso no eran ellos "Venerables, dignos y muy poderosos señores"? (1) ¿Acaso no comprendían su dolor y su aflicción? Si ellos no podían consolarle, ¿quién podría hacerlo? Pero ellos no descubrieron la causa. Ellos pensaron que no era realmente un hijo de Dios, y que más bien creía tener justicia propia, y por ello le dieron el medicamento equivocado. Es una situación terrible cuando el doctor diagnostica equivocadamente la enfermedad y da una prescripción errónea, y así, tal vez, mata al paciente.
Algunas veces, cuando vamos y visitamos a la gente, confundimos su enfermedad: queremos aliviarlos sobre este punto, cuando no requieren ese tipo de alivio en absoluto, y sería mucho mejor que se les dejase solos, que arruinados por causa de tales consoladores molestos como somos nosotros.
Pero, ¡oh, cuán sabio es el Espíritu Santo! Él toma al alma, la pone sobre la mesa, y ejecuta la disección en un instante; encuentra la raíz del asunto, revisa dónde está el mal, y luego aplica el bisturí donde haya algo que deba ser extraído, o pone un emplasto donde esté la llaga; y nunca se equivoca. ¡Oh, cuán sabio es el bendito Espíritu Santo! Me aparto de todo consolador me aparto y renuncio a todos ellos, pues Tú eres el único que proporciona la más sabia consolación.
Luego, observen cuán seguro Consolador es el Espíritu Santo. Fíjense en esto: no todo consuelo es seguro. Hay un joven por allá que está muy melancólico. Ustedes saben por qué se puso así. Entró a la casa de Dios y escuchó a un poderoso predicador, y la palabra fue bendecida y lo convenció de pecado. Cuando regresó al hogar, su padre y el resto de la familia descubrieron que había algo diferente en él. "Oh", -dijeron- "Juan está demente, está loco". ¿Y qué dijo su madre? "Que vaya a la campiña por una semana; que asista al baile o al teatro". ¡Juan!, ¿encontraste algún consuelo allí? "Ah, no; me puse peor, pues mientras estaba allí, pensaba que el infierno podría abrirse y tragarme." ¿Encontraste algún alivio en las alegrías del mundo? "No," -respondes- "pienso que fue una inútil pérdida de tiempo." ¡Ay!, ese es un miserable consuelo, pero es el consuelo del mundano; y cuando un cristiano entra en angustia, cuántos le recomendarán este remedio o aquel otro. "Anda y escucha predicar al señor Tal y Tal; invita a unos cuantos amigos a tu casa; lee tal y tal volumen reconfortante"; y muy probablemente ese sea el consejo más inseguro del mundo.
El diablo vendrá a veces a las almas de los hombres como un falso consolador, y le dirá al alma: "¿qué necesidad hay de hacer todo este ruido acerca del arrepentimiento? Tú no eres peor que otras personas", e intentará hacer creer al alma que lo que no es sino una presunción, es la seguridad real del Espíritu Santo; así engaña a muchos mediante un falso consuelo.
Ah, ha habido muchos, como infantes, que han sido destruidos por los elíxires suministrados para inducirles al sueño; muchos han sido arruinados por el grito de "paz, paz", cuando no hay paz, oyendo cosas benignas cuando deberían ser sacudidos en lo más vivo. El áspid de Cleopatra fue transportado en una canasta de flores; y la ruina de los hombres acecha con frecuencia en palabras dulces y hermosas. Mas el consuelo del Espíritu Santo es seguro, y pueden confiar en él. Si Él dice la palabra, contiene una realidad; si Él ofrece la copa de la consolación, puedes tomarla hasta el fondo, pues no hay sedimentos en sus profundidades, ni nada que intoxique o arruine, y todo es seguro.
Además, el Espíritu Santo es Consolador activo: Él no consuela con palabras, sino con hechos. Algunos consuelan diciendo: "Id en paz, calentaos y saciaos." Pero el Espíritu Santo da, Él intercede con Jesús. Él nos da promesas, nos da gracia y así nos consuela. Observen además que Él es siempre un Consolador exitoso; no intenta aquello que no pueda cumplir.
Entonces, para concluir, Él es un Consolador siempre presente, de tal manera que no tienes que enviar por Él. Tu Dios está siempre cerca de ti, y cuando necesitas consuelo en tu angustia, he aquí, cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón; Él es una ayuda siempre presente en el tiempo de la aflicción. Desearía tener el tiempo para expandir estos pensamientos, pero no puedo hacerlo.
II. El segundo punto es el CONSUELO. Ahora hay algunas personas que comenten un grave error acerca de la influencia del Espíritu Santo. Un hombre insensato que tenía la fantasía de predicar en un cierto púlpito, -aunque en verdad era sumamente incapaz de ese deber- visitó al ministro, y le aseguró solemnemente que el Espíritu Santo le había sido revelado que había de predicar en su púlpito.
"Muy bien", -dijo el ministro- "supongo que no debo dudar de tu aseveración, pero como no me ha sido revelado que debo dejarte predicar, has de proseguir tu camino hasta que me sea revelado."
He oído decir a muchas personas fanáticas que el Espíritu Santo les reveló estas cosas y aquellas cosas. Ahora, eso es en sentido general, un disparate revelado. El Espíritu Santo no revela nada nuevo ahora. Él nos recuerda las cosas antiguas. "Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho". El canon de la revelación está cerrado; no hay nada más que deba agregarse. Dios no da una revelación fresca, sino que remacha la antigua. Cuando ha sido olvidada, y puesta en la polvorienta cámara de nuestra memoria, Él saca y limpia el cuadro, mas no pinta uno nuevo. No hay nuevas doctrinas, sino que las antiguas son frecuentemente revividas. Afirmo que no es por medio de una nueva revelación que el Espíritu consuela. Él lo hace diciéndonos repetidamente las cosas antiguas; Él trae una lámpara nueva para revelar los tesoros escondidos en la Escritura; abre los recios baúles en los que había permanecido por largo tiempo la verdad, y apunta hacia cámaras secretas llenas de riquezas indecibles; pero no acuña cosas nuevas pues nos basta con lo que hay.
¡Creyente!, hay para ti lo suficiente en la Biblia para que vivas de ello para siempre. Aunque tú rebasaras los años de Matusalén, no habría necesidad de una fresca revelación; si llegaras a vivir hasta que Cristo venga a la tierra, no habría necesidad de añadir una sola palabra; si tuvieras que descender tan profundo como Jonás, o incluso descender como David comentó que lo hizo, hasta el seno del Seol, aun así habría lo suficiente en la Biblia para consolarte sin necesidad de una frase suplementaria. Mas Cristo dice: "Tomará de lo mío, y os lo hará saber". Ahora, permítanme decirles brevemente qué es lo que el Espíritu nos dice.
¡Ah!, Él susurra al corazón: "Santo, ten ánimo; hay Uno que murió por ti; mira al Calvario; contempla Sus heridas; advierte el torrente que brota de Su costado; allí está tu comprador, y tú estás seguro. Él te ama con un amor eterno, y esta disciplina es ejercida para tu bien; cada golpe está obrando tu curación; por el moretón de la herida, tu alma es mejorada. "Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo." No dudes de Su gracia por causa de tu tribulación, sino que has de creer que Él te ama tanto en las estaciones de tribulación como en los tiempos de felicidad.
Y luego, además, dice: "¿Qué es todo tu sufrimiento comparado con el sufrimiento de tu Señor? ¿O cuál es toda tu turbación cuando es pesada en la balanza de las agonías de Jesús?" ¡Y especialmente en algunas ocasiones el Espíritu Santo quita el velo del cielo, y permite que el alma contemple la gloria del mundo superior! Entonces es cuando el santo puede decir: "¡Oh, Tú eres un Consolador para mí!"
I. Primero, entonces, tenemos al CONSOLADOR. Permítanme repasar brevemente en mi mente y también en la suya, las características de este glorioso Consolador. Permítanme decirles algunos de los atributos de Su consuelo, para que entiendan cuán convenientemente adaptado es para el caso suyo.
Y primero, señalaremos que Dios, el Espíritu Santo, es un Consolador muy amoroso. Me encuentro turbado y necesito consolación. Algún transeúnte se entera de mi aflicción, y entra, se sienta y trata de animarme; me dice palabras reconfortantes; pero él no me ama, es un extraño que no me conoce del todo, y sólo ha entrado para probar su habilidad; ¿y cuál es el resultado? Sus palabras se resbalan sobre mí como el aceite en una losa de mármol; son como la lluvia que golpetea sobre la roca; no interrumpen mi dolor, que permanece inconmovible como el diamante, ya que él no siente amor por mí. Pero si alguien que me amara encarecidamente como a su propia vida viniera y argumentara conmigo, entonces sus palabras se convierten en música en verdad; saben a miel; él conoce la contraseña que abre las puertas de mi corazón, y mi oído está atento a cada palabra; capto la entonación de cada sílaba al sonar, pues es como la armonía de las arpas del cielo.
¡Oh!, hay una voz enamorada que habla un lenguaje que le es propio, un idioma y un acento que nadie podría imitar; la sabiduría no podría imitarlo; la oratoria no podría alcanzarlo. El amor es el único que puede alcanzar al corazón doliente; el amor es el único pañuelo que puede enjugar las lágrimas del hombre doliente. ¿Y no es el Espíritu Santo un amoroso Consolador? ¿Sabes, oh santo, cuánto te ama el Espíritu Santo? ¿Puedes medir el amor del Espíritu? ¿Conoces cuán grande es el afecto de Su alma por ti? Anda, mide al cielo con tu palmo; anda, pesa los montes con balanza; anda, toma el agua del océano, y cuenta cada gota; anda, cuenta la arena sobre la vasta playa del mar; y cuando hubieres cumplido esto, podrías decir cuánto te ama. Él te ha amado por largo tiempo; te ha amado considerablemente, te amó siempre; y todavía te amará. En verdad, Él es la persona que ha de consolarte, porque te ama. Entonces, dale entrada a tu corazón, oh cristiano, para que te consuele en tu calamidad.
Pero, además, Él es un Consolador fiel. El amor algunas veces resulta ser infiel. "¡Oh, más dañino que el colmillo de una serpiente" es un amigo infiel! ¡Oh, mucho más amargo que la hiel de la amargura es tener un amigo que me dé la espalda en mi zozobra! ¡Oh, ay de ayes es experimentar que uno que me ama en mi prosperidad me abandone en el tenebroso día de mi tribulación! Es triste verdaderamente: pero el Espíritu de Dios no es así. Él ama sempiternamente, y ama hasta el fin: Él es un Consolador fiel.
Hijo de Dios: tú tienes problemas. Hace muy poco descubriste que Él era un Consolador dulce y amoroso; te proporcionó alivio cuando otros no fueron sino cisternas rotas; Él te albergó en Su seno, y te llevó en Sus brazos. Oh, ¿por qué motivo desconfías de Él ahora? ¡Desecha tus temores, pues Él es un Consolador fiel!
"¡Ah!, pero", -dices tú- "temo que enfermaré y me veré privado de Sus ordenanzas". Sin embargo, Él te visitará en tu lecho de enfermo, y se sentará junto a ti para proporcionarte la consolación.
"¡Ah!, pero yo tengo angustias mayores de las que puedas concebir; muchas ondas y olas pasan sobre mí; un abismo llama a otro a la voz de las cascadas del Eterno." Sin embargo, Él será fiel a Su promesa.
"¡Ah!, pero yo he pecado". Eso has hecho, pero el pecado no puede apartarte de Su amor; Él aún te ama.
No pienses, oh pobre hijo abatido de Dios, que debido a que las cicatrices de tus viejos pecados han desfigurado tu belleza, te ama menos por causa de esa imperfección. ¡Oh, no! Él te amó aun cuando tuvo un conocimiento anticipado de tu pecado; Él te amó sabiendo cuál sería el agregado de tu maldad; y no te ama menos ahora. Acércate a Él con todo el valor de la fe; dile que le has contristado, y Él olvidará tu descarrío y te recibirá de nuevo; los besos de Su amor serán dispensados sobre ti, y te tomará en los brazos de Su gracia. Él es fiel: confía en Él; Él no te engañará nunca; confía en Él: nunca te abandonará.
Además, Él es un Consolador infatigable. Algunas veces yo he tratado de consolar a ciertas personas que son probadas. Tú te enfrentas ocasionalmente con el caso de una persona nerviosa. Le preguntas: "¿qué te aqueja?"; esa persona te responde, y tú procuras quitar el problema, si fuera posible, pero mientras estás preparando tu artillería para demoler el problema, descubres que ha cambiado su morada y está ocupando una posición muy diferente. Tú cambias tu argumento y comienzas de nuevo; pero he aquí, se ha movido otra vez, y tú estás azorado. Te sientes como Hércules cuando cortaba las cabezas de la Hidra, que siempre volvían a crecer, y renuncias a tu tarea con desesperación. Te encuentras con personas a quienes es imposible consolar, que más bien le recuerdan a uno al hombre que se encadenó a sí mismo con grilletes y se deshizo de la llave de tal forma que nadie podía liberarlo.
Yo me he encontrado con personas aprisionadas con los grilletes de la desesperación. "Oh, yo soy el hombre", -dicen- "que ha visto a la aflicción; compadézcanme, compadézcanme, oh amigos míos"; y entre más tratas de consolar a gente así, peor se ponen; y por eso, descorazonados, les dejamos vagar por las tumbas de sus gozos anteriores.
Pero el Espíritu Santo nunca se descorazona con quienes desea consolar. Él intenta consolarnos y nosotros eludimos el dulce cordial; Él nos da un dulce brebaje para curarnos, y nosotros no queremos tomarlo; Él nos da una portentosa poción para alejar todos nuestros problemas, y nosotros la hacemos a un lado. Aun así, Él nos persigue; y aunque nosotros decimos que no queremos ser consolados, Él afirma que lo seremos, y cuando dice algo, lo cumple. Él no se desalentará por todos nuestros pecados, ni por todas nuestras murmuraciones.
Y oh, cuán sabio Consolador es el Espíritu Santo. Job tenía consoladores, y pienso que dijo la verdad cuando afirmó: "Consoladores molestos sois todos vosotros". Pero me atrevo a decir que ellos se consideraban sabios; y cuando el joven Eliú se levantó para hablar, ellos pensaron que rebosaba todo un mundo de impudencia. ¿Acaso no eran ellos "Venerables, dignos y muy poderosos señores"? (1) ¿Acaso no comprendían su dolor y su aflicción? Si ellos no podían consolarle, ¿quién podría hacerlo? Pero ellos no descubrieron la causa. Ellos pensaron que no era realmente un hijo de Dios, y que más bien creía tener justicia propia, y por ello le dieron el medicamento equivocado. Es una situación terrible cuando el doctor diagnostica equivocadamente la enfermedad y da una prescripción errónea, y así, tal vez, mata al paciente.
Algunas veces, cuando vamos y visitamos a la gente, confundimos su enfermedad: queremos aliviarlos sobre este punto, cuando no requieren ese tipo de alivio en absoluto, y sería mucho mejor que se les dejase solos, que arruinados por causa de tales consoladores molestos como somos nosotros.
Pero, ¡oh, cuán sabio es el Espíritu Santo! Él toma al alma, la pone sobre la mesa, y ejecuta la disección en un instante; encuentra la raíz del asunto, revisa dónde está el mal, y luego aplica el bisturí donde haya algo que deba ser extraído, o pone un emplasto donde esté la llaga; y nunca se equivoca. ¡Oh, cuán sabio es el bendito Espíritu Santo! Me aparto de todo consolador me aparto y renuncio a todos ellos, pues Tú eres el único que proporciona la más sabia consolación.
Luego, observen cuán seguro Consolador es el Espíritu Santo. Fíjense en esto: no todo consuelo es seguro. Hay un joven por allá que está muy melancólico. Ustedes saben por qué se puso así. Entró a la casa de Dios y escuchó a un poderoso predicador, y la palabra fue bendecida y lo convenció de pecado. Cuando regresó al hogar, su padre y el resto de la familia descubrieron que había algo diferente en él. "Oh", -dijeron- "Juan está demente, está loco". ¿Y qué dijo su madre? "Que vaya a la campiña por una semana; que asista al baile o al teatro". ¡Juan!, ¿encontraste algún consuelo allí? "Ah, no; me puse peor, pues mientras estaba allí, pensaba que el infierno podría abrirse y tragarme." ¿Encontraste algún alivio en las alegrías del mundo? "No," -respondes- "pienso que fue una inútil pérdida de tiempo." ¡Ay!, ese es un miserable consuelo, pero es el consuelo del mundano; y cuando un cristiano entra en angustia, cuántos le recomendarán este remedio o aquel otro. "Anda y escucha predicar al señor Tal y Tal; invita a unos cuantos amigos a tu casa; lee tal y tal volumen reconfortante"; y muy probablemente ese sea el consejo más inseguro del mundo.
El diablo vendrá a veces a las almas de los hombres como un falso consolador, y le dirá al alma: "¿qué necesidad hay de hacer todo este ruido acerca del arrepentimiento? Tú no eres peor que otras personas", e intentará hacer creer al alma que lo que no es sino una presunción, es la seguridad real del Espíritu Santo; así engaña a muchos mediante un falso consuelo.
Ah, ha habido muchos, como infantes, que han sido destruidos por los elíxires suministrados para inducirles al sueño; muchos han sido arruinados por el grito de "paz, paz", cuando no hay paz, oyendo cosas benignas cuando deberían ser sacudidos en lo más vivo. El áspid de Cleopatra fue transportado en una canasta de flores; y la ruina de los hombres acecha con frecuencia en palabras dulces y hermosas. Mas el consuelo del Espíritu Santo es seguro, y pueden confiar en él. Si Él dice la palabra, contiene una realidad; si Él ofrece la copa de la consolación, puedes tomarla hasta el fondo, pues no hay sedimentos en sus profundidades, ni nada que intoxique o arruine, y todo es seguro.
Además, el Espíritu Santo es Consolador activo: Él no consuela con palabras, sino con hechos. Algunos consuelan diciendo: "Id en paz, calentaos y saciaos." Pero el Espíritu Santo da, Él intercede con Jesús. Él nos da promesas, nos da gracia y así nos consuela. Observen además que Él es siempre un Consolador exitoso; no intenta aquello que no pueda cumplir.
Entonces, para concluir, Él es un Consolador siempre presente, de tal manera que no tienes que enviar por Él. Tu Dios está siempre cerca de ti, y cuando necesitas consuelo en tu angustia, he aquí, cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón; Él es una ayuda siempre presente en el tiempo de la aflicción. Desearía tener el tiempo para expandir estos pensamientos, pero no puedo hacerlo.
II. El segundo punto es el CONSUELO. Ahora hay algunas personas que comenten un grave error acerca de la influencia del Espíritu Santo. Un hombre insensato que tenía la fantasía de predicar en un cierto púlpito, -aunque en verdad era sumamente incapaz de ese deber- visitó al ministro, y le aseguró solemnemente que el Espíritu Santo le había sido revelado que había de predicar en su púlpito.
"Muy bien", -dijo el ministro- "supongo que no debo dudar de tu aseveración, pero como no me ha sido revelado que debo dejarte predicar, has de proseguir tu camino hasta que me sea revelado."
He oído decir a muchas personas fanáticas que el Espíritu Santo les reveló estas cosas y aquellas cosas. Ahora, eso es en sentido general, un disparate revelado. El Espíritu Santo no revela nada nuevo ahora. Él nos recuerda las cosas antiguas. "Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho". El canon de la revelación está cerrado; no hay nada más que deba agregarse. Dios no da una revelación fresca, sino que remacha la antigua. Cuando ha sido olvidada, y puesta en la polvorienta cámara de nuestra memoria, Él saca y limpia el cuadro, mas no pinta uno nuevo. No hay nuevas doctrinas, sino que las antiguas son frecuentemente revividas. Afirmo que no es por medio de una nueva revelación que el Espíritu consuela. Él lo hace diciéndonos repetidamente las cosas antiguas; Él trae una lámpara nueva para revelar los tesoros escondidos en la Escritura; abre los recios baúles en los que había permanecido por largo tiempo la verdad, y apunta hacia cámaras secretas llenas de riquezas indecibles; pero no acuña cosas nuevas pues nos basta con lo que hay.
¡Creyente!, hay para ti lo suficiente en la Biblia para que vivas de ello para siempre. Aunque tú rebasaras los años de Matusalén, no habría necesidad de una fresca revelación; si llegaras a vivir hasta que Cristo venga a la tierra, no habría necesidad de añadir una sola palabra; si tuvieras que descender tan profundo como Jonás, o incluso descender como David comentó que lo hizo, hasta el seno del Seol, aun así habría lo suficiente en la Biblia para consolarte sin necesidad de una frase suplementaria. Mas Cristo dice: "Tomará de lo mío, y os lo hará saber". Ahora, permítanme decirles brevemente qué es lo que el Espíritu nos dice.
¡Ah!, Él susurra al corazón: "Santo, ten ánimo; hay Uno que murió por ti; mira al Calvario; contempla Sus heridas; advierte el torrente que brota de Su costado; allí está tu comprador, y tú estás seguro. Él te ama con un amor eterno, y esta disciplina es ejercida para tu bien; cada golpe está obrando tu curación; por el moretón de la herida, tu alma es mejorada. "Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo." No dudes de Su gracia por causa de tu tribulación, sino que has de creer que Él te ama tanto en las estaciones de tribulación como en los tiempos de felicidad.
Y luego, además, dice: "¿Qué es todo tu sufrimiento comparado con el sufrimiento de tu Señor? ¿O cuál es toda tu turbación cuando es pesada en la balanza de las agonías de Jesús?" ¡Y especialmente en algunas ocasiones el Espíritu Santo quita el velo del cielo, y permite que el alma contemple la gloria del mundo superior! Entonces es cuando el santo puede decir: "¡Oh, Tú eres un Consolador para mí!"
"No importa que lluevan ansiedades como fiero diluvio,
Y que caigan tormentas de aflicción;
Que tan sólo llegue a salvo al hogar,
Mi Dios, mi cielo, mi todo".
Algunos de ustedes podrían seguirme si fuera a contar acerca de las manifestaciones del cielo. Ustedes también han dejado sol, luna y estrellas a sus pies, cuando en su vuelo, aventajando al relámpago rezagado, parecían entrar por las puertas de perla, y pisar las calles de oro, llevados a lo alto sobre las alas del Espíritu. Pero en este punto no debemos confiar en nosotros, para evitar que, perdidos en los ensueños, nos olvidemos de nuestro tema.
III. Y ahora, en tercer lugar, ¡quiénes son las personas CONSOLADAS! Me gusta, y ustedes lo saben, clamar al final de mi sermón: "¡Divídanse, divídanse!" Hay dos grupos aquí: algunos que son los consolados, y otros, que son los desconsolados, algunos que han recibido la consolación del Espíritu Santo, y algunos que no la han recibido. Ahora hemos de tratar de zarandearlos para ver quiénes son el tamo y quiénes son el trigo; y que Dios nos conceda que algunos que conforman el tamo sean transformados esta noche en Su trigo.
Ustedes podrían preguntarse: "¿cómo podría saber si soy un receptor del consuelo del Espíritu Santo?" Pueden saberlo mediante una regla. Si han recibido una bendición de Dios, recibirán también todas las otras bendiciones. Permítanme que me explique. Si yo pudiera venir aquí como un subastador, y vendiera el evangelio en lotes, lo vendería todo. Si yo pudiera decir: aquí está la justificación a través de la sangre de Cristo, libre, regalada, de gratis, muchos dirían: "yo quiero tener la justificación: dámela; deseo ser justificado, deseo ser perdonado". Supongan que yo tomara la santificación, la renuncia a todo pecado, un cambio integral de corazón, abandonar la borrachera y el perjurio, entonces muchos dirían: "yo no quiero eso; a mí me gustaría ir al cielo, pero no quiero esa santidad; me gustaría ser salvo al final, pero todavía me gustaría gozar de las copas; me gustaría entrar a la gloria, pero entonces, he de proferir uno o dos juramentos en el camino."
No, pecador, si recibes una bendición, las recibirás todas. Dios no dividirá nunca el Evangelio. No dará justificación a ese hombre, y santificación a aquel otro; perdón a uno y santidad al otro. No, todo va junto. A quienes llama, justifica; a quienes justifica, a esos santifica; a quienes santifica, a esos también glorifica. Oh, si yo no predicara nada salvo los consuelos del Evangelio, ustedes volarían hacia ellos como las moscas vuelan a la miel. Cuando se enferman, mandan a llamar al clérigo. ¡Ah!, todos ustedes quieren que su ministro llegue entonces y les dé palabras consoladoras. Pero si fuera un hombre honesto, no les daría a ciertos de ustedes ni una partícula de consolación. No comenzaría derramando aceite cuando el bisturí podría cumplir una mejor función. Yo quiero que un hombre sienta sus pecados antes de que me atreva a decirle algo acerca de Cristo. Quiero sondear su alma y hacerle sentir que está perdido antes de decirle algo acerca de la bendición comprada. Para muchos es la ruina que se les diga: "Ahora basta que creas en Cristo, y eso es todo lo que tienes que hacer". Si, en lugar de morir, se recuperaran, se levantarían como hipócritas encalados, eso es todo.
He oído acerca de un misionero citadino que guardaba un registro de dos mil personas de quienes se supuso que se encontraban en sus lechos de muerte, pero se recuperaron, y a quienes habría registrado como personas convertidas si hubiesen muerto, y ¿cuántos, de ese total de dos mil, creen ustedes que vivieron una vida cristiana posteriormente? ¡Ni siquiera dos! Positivamente sólo pudo encontrar a uno del que se comprobó después que vivía en el temor de Dios.
¿No es horrible que cuando los hombres y las mujeres están a punto de morir, clamen: "Consuelo, consuelo", y que de esto concluyan sus amigos que son hijos de Dios, mientras que, después de todo, no tienen derecho a consuelo, sino que son intrusos en los terrenos cercados del bendito Dios?
¡Oh Dios, que a estas personas les sea impedido obtener el consuelo cuando no tengan derecho a él! ¿Han recibido ustedes otras bendiciones? ¿Han tenido convicción de pecado? ¿Han sentido alguna vez su culpa delante de Dios? ¿Han sido humilladas sus almas a los pies de Jesús? Y, ¿han sido conducidos a mirar únicamente al Calvario en busca de refugio? Si no fuera así, no tienen derecho a la consolación. No tomen un solo átomo de ella. El Espíritu es un Convencedor antes de ser un Consolador; y ustedes deben tener las otras operaciones del Espíritu Santo antes de que puedan derivar algo de esto.
Y ahora llegamos a una conclusión. Ustedes han oído lo que este hablador ha dicho una vez más. ¿Qué ha sido? Algo acerca del Consolador. Pero déjenme preguntarles, antes de que se vayan: ¿qué saben acerca del Consolador? Cada uno de ustedes, antes de bajar las gradas de esta capilla, deje que esta solemne pregunta estremezca por entero a sus almas: ¿qué saben acerca del Consolador? ¡Oh, pobres almas, si no conocen al Consolador, les diré a quien conocerán: conocerán al Juez! Si no conocen al Consolador en la tierra, conocerán al Condenador en el mundo venidero, que clamará: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno." Bien puede Whitfield exclamar: "¡oh tierra, tierra, tierra, oye la Palabra del Señor!"
Si fuéramos a vivir aquí para siempre, podrían desestimar el Evangelio; si tuvieran una escritura de arrendamiento sobre sus vidas, podrían despreciar al Consolador. Pero señores, ustedes van a morir. Desde la última vez que nos reunimos, probablemente algunos se han marchado a su hogar permanente; y antes de que nos reunamos otra vez en este santuario, algunos aquí presentes estarán entre los glorificados de arriba, o entre los condenados de abajo. ¿Cuál de los dos caminos será? Dejen que su alma responda. Si esta noche cayeran muertos en sus bancas, o allí donde están de pie en el balcón, ¿adónde irían? ¿Al cielo o al infierno? ¡Ah, no se engañen a ustedes mismos; dejen que la conciencia haga su trabajo perfecto; y si a los ojos de Dios, se ven obligados a decir: "tiemblo y tengo miedo de que mi porción caiga con los incrédulos", escuchen un momento, y entonces habré terminado con ustedes! "El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado."
Fatigado pecador, diabólico pecador, tú que eres el desecho del diablo, réprobo, libertino, ramera, ladrón, ratero, adúltero, fornicario, beodo, perjuro, quebrantador del día de reposo: ¡escucha! Te hablo a ti al igual que a todos los demás. No exento a nadie. Dios ha dicho que no hay exenciones en esto. "Todo aquel que crea en el nombre de Jesucristo será salvo." El pecado no es una barrera: tu culpa no es obstáculo. Todo aquel -aunque fuera tan negro como Satanás, aunque fuera tan inmundo como un diablo- todo aquel que crea esta noche, recibirá el perdón de todo pecado, todos sus crímenes serán borrados, y toda su iniquidad será eliminada; será salvo en el Señor Jesucristo, y estará en el cielo a salvo y seguro. Ese es el Evangelio glorioso. ¡Que Dios lo aplique a sus corazones y les dé fe en Jesús!
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